NOVENA
MEDITACIÓN
Sobre
estas palabras: «Somos hijos de la cólera »
MEDITACIONES SOBRE LA HUMILDAD
Y COLOQUIOS INTERIORES DEL CRISTIANO CON SU DIOS
San Juan Eudes
Para
comenzar cada día:
+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestro
enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios,
digamos la siguiente oración:
Profesión de Humildad
Señor Jesucristo,
nada somos,
nada podemos ni
valemos,
nada tenemos a no
ser nuestros pecados.
Somos siervos
inútiles, nacidos en la enemistad,
últimos de los
hombres,
primeros de los
pecadores.
Sea para nosotros
la vergüenza y la confusión,
y para ti, la
gloria y el honor por siempre jamás.
Señor Jesucristo,
compadécete de nosotros. Amén.
NOVENA
MEDITACIÓN
Sobre
estas palabras: «Somos hijos de la cólera »
PUNTO PRIMERO: A causa del pecado original somos hijos
de cólera.
Debido a nuestra
naturaleza corrompida y depravada, somos hijos de ira Y de maldición, puesto
que nacimos en el pecado y en la iniquidad. Nuestra herencia primera fue la
nada y la segunda, es el pecado: somos hijos de pecado y de perdición, porque
nacimos en ese estado, como dice San Bernardo, y tenemos, por ende, en nuestra
misma naturaleza la raíz de todo pecado. Examínese el cristiano, y hallará en
sí propio la fuente del orgullo, de la avaricia, de la envidia, y en general,
de todos los vicios. De suerte que, si Dios nos abandonara a nuestras propias
fuerzas, seríamos orgullosos como Lucifer, avarientos como Judas, envidiosos
como Caín, golosos como el rico Epulón, coléricas y crueles como Herodes,
impúdicos como el Antecristo, perezosos corno el siervo inútil] del Evangelio.
Humillémonos con
la consideración de todos los pecados de la tierra y del infierno como s i
fueran nuestros; cuando alguno hable mal de nosotros o trate de ofendernos no
nos quejemos; antes bien, pongámonos de su lado, recordando cuál es nuestra
malicia y perversidad. Cuando oigamos hablar de personas impías y escandalosas,
consideremos que, si no fuera por la gracia de Dios, también nosotros seríamos
lo mismo, o peor que ellas, y que, por esta razón la Iglesia obliga aún al
celebrante a decir humildemente en la Santa Misa entre golpes de pecho:
«Perdónanos también a nosotros pecadores».
PUNTO SEGUNDO: Dentro de nosotros mismos existe una
fuerte inclinación al mal.
Tan inclinados
estarnos al Mal y sentimos un peso tan grande que nos arrastra al pecado, que s
i Dios no nos sostuviera constantemente, caeríamos en un infierno de pecado y
de crímenes. Este peso indecible es nuestro amor propio: «Mi amor propio es mi
propio peso; por él me veo arrastrado a donde quiera. El peso de mis propias
pasiones me domina». Nuestras acciones personales no son otra cosa que nuestros
pecados. No nos escandalicemos pues, cuando vemos caer a nuestro prójimo; antes
bien, agradezcamos a la infinita misericordia de Dios el que nos libre de caer
en la culpa. Compadezcamos las debilidades y miserias ajenas y jamás nos
creamos superiores a nuestros semejantes; estemos convencidos de que si Dios
otorgara a los demás las gracias que a nosotros nos concede, indudablemente
ellos serían mejores que nosotros.
PUNTO TERCERO: Nosotros somos esclavos del pecado.
«Quien comete el
pecado, es esclavo del mismo. » Jn 7,
34. Por esta razón, si Dios nos dejara de su mano, el pecado ejercería sobre
nosotros el mismo yugo tiránico que el que tiene Sobre los condenados; en forma
tal que no podríamos tener ningún pensamiento, ni decir palabra alguna, ni
hacer absolutamente nada que no fuera pecado. Nos veríamos materialmente
transformados en la maliciosa fetidez de la culpa en la misma Proporción en que
los bienaventurados del cielo resplandecen radiantes de santidad. Así, pues,
por nuestra propia naturaleza nosotros no somos sino pecado y no mereceríamos
ser tratados por Dios y por todas sus criaturas sino como tal.
Este debe ser el
concepto que debiéramos tener de nosotros mismos; y debiéramos alegrarnos de
que los demás tengan tan desfavorable opinión de nuestra persona y de que nos
trataran de acuerdo con nuestra realidad moral. Pidamos a Dios esta gracia.
ORACIÓN JACULATORIA: Señor no me reproches con tu
cólera ni me corrijas airados». Salmo 6, 2.
Para
finalizar cada día:
LETANÍAS DE LA HUMILDAD
Venerable Cardenal Merry del Val
Jesús manso y humilde de corazón, óyeme.
Del deseo de ser lisonjeado, líbrame Jesús
Del deseo de ser alabado, líbrame Jesús
Del deseo de ser honrado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aplaudido, líbrame Jesús
Del deseo de ser preferido a otros,
líbrame Jesús
Del deseo de ser consultado, líbrame Jesús
Del deseo de ser aceptado, líbrame Jesús
Del temor de ser humillado, líbrame Jesús
Del temor de ser despreciado, líbrame
Jesús
Del temor de ser reprendido, líbrame Jesús
Del temor de ser calumniado, líbrame Jesús
Del temor de ser olvidado, líbrame Jesús
Del temor de ser puesto en ridículo,
líbrame Jesús
Del temor de ser injuriado, líbrame Jesús
Del temor de ser juzgado con malicia,
líbrame Jesús
Que otros sean más estimados que yo. Jesús
dame la gracia de desearlo
Que otros crezcan en la opinión del mundo
y yo me eclipse. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean alabados y de mí no se haga
caso. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean empleados en cargos y a mí
se me juzgue inútil. Jesús dame la gracia de desearlo
Que otros sean preferidos a mí en todo.
Jesús dame la gracia de desearlo
Que los demás sean más santos que yo con
tal que yo sea todo lo santo que pueda. Jesús dame la gracia de desearlo
Oración:
Oh Jesús que, siendo Dios, te humillaste
hasta la muerte, y muerte de cruz, para ser ejemplo perenne que confunda
nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la gracia de aprender y practicar tu
ejemplo, para que humillándonos como corresponde a nuestra miseria aquí en la
tierra, podamos ser ensalzados hasta gozar eternamente de ti en el cielo. Amén.
***
Sagrado Corazón de
Jesús, en vos confío.
Inmaculado Corazón
de María, sed la salvación mía.
Glorioso Patriarca
san José, ruega por nosotros.
Santos Ángeles
Custodios, rogad por nosotros.
San Juan Eudes,
ruega por nosotros.
Todos los santos y
santas de Dios, rogad por nosotros.
***
¡Querido hermano,
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***
Ave María
Purísima, sin pecado concebida.