martes, 31 de agosto de 2021

FIN DEL HOMBRE. EJERCICIOS ESPIRITUALES. DIA 1

EJERCICIOS ESPIRITUALES. Día 1

 

Al comenzar cada día.

 

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

ORACIÓN DE OFRECIMIENTO

DE SAN IGNACIO DE LOYOLA


Tomad, Señor, y recibid

toda mi libertad,

mi memoria,

mi entendimiento

y toda mi voluntad;

todo mi haber y mi poseer.

Vos me disteis,

a Vos, Señor, lo torno.

Todo es Vuestro:

disponed de ello

según Vuestra Voluntad.

Dadme Vuestro Amor y Gracia,

que éstas me bastan.

Amén.

 

Antes de comenzar la meditación, siguiendo el consejo de san Ignacio, “pide gracia a Dios nuestro Señor para que todas tus intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su Divina Majestad.”

 

Se guarda unos segundos de silencio.

Se lee el punto de cada día, son sentencias cortas, para meditar y pensar. No leas apresurado.

San Ignacio recomienda la repetición de la meditación: Es conveniente a lo largo del día, volver sobre lo meditado.

 

DÍA 1.- FIN DEL HOMBRE. 

HACE CIEN AÑOS NO EXISTÍAS.

Existía tu pueblo, el nombre de tu familia, pero tú no.

Nadie te echaba de menos, nadie pensaba en ti.

Ahora existes. ¿Quién te ha dado el ser? ¿Por qué existes?

Tus padres fueron un instrumento de que Dios se valió.

Dios te ha creado de la nada a su imagen y semejanza.

¿Para qué estás en este mundo?

¿Qué te espera después?

No estás aquí para pasarlo bien, y menos para pecar.

¿De qué te aprovecha todo el mundo si no salvas tu alma?

No lo olvides.

Estás en el mundo para conocer a Dios.

Para salvar tu alma.

Es tu único negocio.

PIÉNSALO BIEN

***

Oh Dios mío, creo que sois mi último fin.

Espero ir a Vos.

Os amo sobre todas las cosas.

Os serviré con fidelidad.

Gracias por haberme criado.

Perdón por mis pecados.

 

Para finalizar cada día.

 

CONSAGRACIÓN A LA VIRGEN

Bendita sea tu pureza

y eternamente lo sea,

pues todo un Dios se recrea

en tan graciosa belleza.

A Ti, celestial Princesa,

Virgen Sagrada María,

yo te ofrezco en este día

alma, vida y corazón.

Mírame con compasión,

no me dejes, Madre mía.

 

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

Ave María Purísima, Sin Pecado Concebida.

domingo, 29 de agosto de 2021

TODO FENECE EN ESTE MUNDO. San Alfonso María de Ligorio

 

TODO FENECE EN ESTE MUNDO

 SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

Fœnum agri quod hodie est, eras in clibanum mittitur.

«Yerba del campo que hoy florece, y mañana se echa en el horno». 

(Matth.VI, 30)

«Oid lo que son todos los bienes de este mundo: son como el heno del campo, que por la mañana nace y adorna con su verdor la campiña; por la tarde se seca y se le cae la flor, y al día siguiente es arrojado al fuego. Esto mismo mandó Dios predicar a Isaís cuando le dijo: Clama: El profeta le preguntó: ¿Que es lo que he de clamar, Señor? Y Dios le respondió: Clama que toda carne es heno, y toda su gloria semejante a la flor del prado. (Isa. XI, 6). Por esto Santiago compara a los ricos de este mundo con las flores del heno, que al fin se han de pasar con toda su lozanía y pompa. Se pasan y se secan y son arrojadas al fuego: como sucedió al rico Epulón, que figuró pomposamente en este mundo, y después fue sepultado en los Infiernos. Atendamos pues, cristianos, a salvar el alma, y a juntar riquezas para la eternidad que no termina jamás».

Puesto que en este mundo:

  • Todo fenece. Punto 1º.
  • Y fenece pronto. Punto 2º.

PUNTO I

TODO FENECE EN ESTE MUNDO

1. Cuando los grandes de la tierra estén embelesados en gozar de las riquezas y de los honores adquiridos, vendrá repentinamente la muerte, y le dirá: Dispone domui tuœ, quia morieris tu, et non vives: «Dispón de las cosas de tu casa; porque vas a morir y estás al fin de tu vida». (Isa. XXXVIII, 1) ¡Oh que nueva tan dolorosa será esta para ellos! Entonces dirán los desgraciados: A Dios mundo, a Dios granjas, a Dios esposa y parientes, a Dios amigos, a Dios banquetes y bailes, a Dios comedias, honores y riquezas; todo ha terminado para nosotros. Y sin remedio, quieran o no quieran, todo tienen que abandonarlo, según aquellas palabras del Salmo XLVIII, 18: «Cuando muriere el rico nada de lo que posee llevará consigo; ni su gloria le acompañará al sepulcro». San Bernardo dice, que la muerte obra una terrible separación entre el alma, el cuerpo y todas las riquezas del mundo. Si a los grandes de la tierra, a quienes llaman felices los mundanos, es tan amargo el nombre solo de la muerte, que ni aun quieren hablar de ella, porque están enteramente ocupados en hallar paz en sus bienes terrenos, como clama el Eclesiástico (XLI, 1): «¡Oh muerte , cuan amarga es tu memoria para un hombre que vive en paz, en medio de sus riquezas!» ¿Cuanto más amarga será la muerte misma cuando se les presente en la realidad? ¡Ay de aquél que está pegado a los bienes caducos de este mundo! Toda separación causa dolor; por esto cuando, cuando el corazón se separe, por medio de la muerte, de aquellos bienes en el que el hombre había puesto su confianza, debe experimentar un profundo dolor. Esta reflexión hacía clamar al rey Agag, cuando se le anunció que iba a morir: «¡Con que así me ha de separar de todo la amarga muerte!» (I. Reg. XV, 32) Tal es la gran miseria de los poderosos que viven pegados a las cosas de este mundo. Cuando están próximos a ser llamados al juicio divino, en vez de ocuparse en preparar su alma, se ocupan de pensar en las cosas de la tierra. Pero este, dice San Juan Crisóstomo, «es el castigo que espera a los pecadores, que por haberse olvidado de Dios en esta vida, se olvidan de sí mismos a la hora de la muerte».

2. Por más apego que los hombres hayan tenido a las cosas de este mundo, las han de abandonar sin remedio al fin de su vida. Con razón decía Job: «desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo iré al sepulcro» (Job. I, 21). Aquellos que han consumido toda su vida y han perdido el sueño, la salud y el alma, en acumular bienes y rentas, nada han de llevar consigo después de la muerte. Los desventurados abrirán los ojos y nada verán de cuanto han adquirido a costa de tantos afanes. Y en aquella noche de confusión, cuando vean abierto el abismo de la eternidad, estarán oprimidos de una tempestad de penas y ansiedades. Refiere San Antonio, que Saladino, rey de los Sarracenos, mandó antes de morir, que cuando le llevasen  enterrar, llevaran delante de su cadáver la mortaja con la que debía ser enterrado, y que fuese uno gritando de esta manera:Esto es lo único que Saladino lleva al sepulcro de todas cuantas riquezas poseía. Cuenta además, cierto filósofo de Alejandro Magno después de su muerte, decía: Aquél que hacía temblar la tierra, ahora está oprimido bajo un poco de tierra, y aquél a quien no bastaba todo el mundo, le bastan al presente cuatro palmos de terreno. De otro refiere San Agustín, que estando contemplando el sepulcro de César exclamó: A tí te respetaban los príncipes , te veneraban las ciudades, te temían todos; ¿dónde está ahora tu poder? (Serm. 28 ad Frat.) Que en substancia, es lo mismo que dijo David, por estas palabras: Ví yo al impío sumamente ensalzado, y empinado como los cedros del Líbano; pasé de allí a poco, y he que no existía ya. (Psal. XXXVI, 35 et 36) ¡Cuantos ejemplos semejantes vemos todos los días en el mundo! Aquel pecador, que antes era despreciado y pobre, pero después se enriqueció y adquirió honores y dignidades, por lo cual era envidiado de todos sus conocidos, muere al fin, y todos dicen: Este hizo fortuna en el mundo, pero ha muerto, finalmente, y todo acabó para él.

3. Si todo perece, como vemos, ¿que motivo tenemos de ensoberbecernos? «¿De que ensoberbece el que no es más que tierra y ceniza?» (Eccl. X, 9) Así habla el Señor a los que se engríen con los honores de las riquezas de este mundo. ¡Ay de ellos! nos dice, ¿de donde dimana tanta soberbia? Si poseéis honores y bienes, acordaos de que sois polvo, y en polvo os habéis de convertir: Quia pulvis es, et in pulverem reverteris. (Gen. III, 19) Y después de la muerte, ¿de que servirán esos honores que ahora os engríen? Id a un cementerio, dice San Ambrosio, en donde están sepultados ricos y pobres, y ved si entre ellos podéis distinguir entre pobres y ricos: todos están allí desnudos y no tienen otra cosa sino unos pocos huesos sin carne. Cuanto ayudaría a todos los que viven enmedio del mundo la memoria de la muerte, y que, al cabo, como observa Job, serán llevados al sepulcro, y quedarán yertos e inmóviles entre montones de cadáveres! A la vista de aquellos cadáveres recordarían que han de morir, y que han de estar un día como están aquellos; y de este modo despertarían del sueño mortal a que se hallan entregados. Pero el mal está en que los hombres mundanos no quieren pensar en la muerte, sino cuando llega, y en la hora crítica en que han de abandonar éste mundo y entrar en la eternidad. He aquí porque viven  tan apegados al mundo, como si jamás hubiesen de abandonarle. Sin embargo, bien pronto lo abandonaremos, porque nuestra vida es muy breve, como vamos a ver en el punto segundo.

PUNTO II

TODO PERECE PRONTO

4. Bien saben y creen los hombres que han de morir; pero se figuran la muerte ta remota de ellos, como si nunca hubiese de llegar. Mas Job nos avisa, que la vida del hombre es breve, por estas palabras: «El hombre vive por corto tiempo; sale como una flor que nace y luego es cortada y se marchita». (Job. XVI, 2) Al presente, la salud del hombre es tan endeble, que la mayor parte de ellos mueren antes de llegar a los sesenta años, como lo acredita la experiencia. ¿Y que cosa es nuestra vida, exclama Santiago, sino un vapor, que por poco tiempo aparece y luego desaparece? Una fiebre, una pulmonía, un catarro, arrebata al hombre. Por esto decía la Tecuita a David: «Todos nos vamos muriendo, y deslizando como el agua derramada por la tierra la cual nunca vuelve atrás». (II. Reg. XIV, 14) Y a fe que decía la verdad. Así como corren hacia el mar todos los ríos y todos los arroyos, sin que vuelvan hacia atrás las aguas que llevan; así pasan los años de nuestra vida, y nos aproximan a la muerte.

5. Y no sólo pasan, sino que pasan presto, como decía Job (IX, 25) «Mis días han corrido más velozmente que una posta. Porque cada paso que damos, cada vez que respiramos, nos vamos acercando más y más a la muerte». San Jerónimo solía decir, mientras estaba escribiendo, que se iba acercando a su fin a medida que escribía: «mientras escribo, -exclamaba- se va acortando mi vida». Debemos pues, decir con Job: «Acórtanse nuestros días, y con ellos pasan los placeres, los honores, las pompas y vanidades de este mundo, y solo nos resta el sepulcro». (Job. XVII; 1). Toda la gloria de las fatigas que hemos sufrido en este mundo para adquirir fama de hombres de valor, de lideratos, o de grandes ingenios, ¿en que vendrá a parar? en que seremos arrojados a la huesa que sepultará todo nuestro orgullo y vanidad. ¿Con que mi bella casa, dirán los hombres mundanos, mi jardín, mis muebles de gusto exquisito, mis pinturas, mis lujosos vestidos, ya no serán míos dentro de breve tiempo, y sólo me pertenecerá el sepulcro. ¿Et solum mihi superest sepulchrum?

6. En efecto, así sucederá: y si el hombre ha vivido distraído y entregado a los negocios del mundo, ¡Cúal será su aflicción cuando el temor de la muerte, que hace olvidar todas las cosas de esta vida: «comience a apoderarse de su alma, y le obligue a pensar en la suerte que le ha de caber después en la eternidad» (Sn. Joann. Chrysost. sem. in 2 Tim). Entonces como dice Isaías, se abrirán los ojos de los ciegos, es decir, de aquellos que pasaron toda su vida en atesorar bienes mundanos y descuidaron los intereses de su alma. Para todos estos negligentes  se verificará lo que dice el Señor, a saber: «que la muerte los sorprenderá cuando menos se lo piensen» (Luc. XII, 40) A estos desventurados siempre les sorprende la muerte; y esto no obstante, en aquellos últimos días de sus vidas deberán ajustar las cuentas de su alma, correspondientes a los cincuenta  o sesenta años que hayan vivido en éste mundo. Entonces desearán otro mes, otra semana más para poder ajustarlas mejor y tranquilizar su propia conciencia; buscarán paz y no la encontrarán. Y viendo que les es negado el tiempo que piden, leer el sacerdote la orden divina de partir presto de este mundo, diciendo: «Parte alma cristiana, de este mundo. ¡Oh viaje tan peligroso harán a la eternidad los mundanos muriendo en medio de tantas tinieblas y confusión, por no haber con tiempo arreglado bien la cuenta que tienen que dar ante el Supremo Juez!»

7. Pesados están en fiel balanza los juicios del Señor (Prov. XVI, 11) En aquel tribunal no se examinan la nobleza, los honores ni las riquezas; solamente se pesan dos cosas a saber: los pecados del hombre, y las gracias que Dios le concedió. El que se encuentre que ha correspondido a las luces e inspiraciones que recibió, será premiado; y el que no, será condenado. Nosotros no nos acordamos de las gracias divinas; pero se cuerda de ellas el Señor; y cuando el pecador las ha despreciado, hasta cierto punto, permite que muera en su pecado. Y entonces las fatigas que sufrió para obtener empleos, riquezas y aplausos en el mundo, se pierden enteramente: sirviendo para la vida eterna solamente las obras y las tribulaciones sufridas por Dios.

8. Por esta razón nos exhorta San Pablo, y aún nos ruega, que atendamos lo que más nos importa: «Os ruego -dice- hermanos míos, que atendáis vuestro negocio». ¿Y de que negocio os parece que habla San Pablo?¿Habla acaso de acumular dinero, y de adquirir celebridad en este mundo? No; habla del negocio de nuestra alma, es decir, de nuestra salvación. El negocio por el cual el Señor nos colocó y nos conserva en éste mundo es, el de salvar el alma y conseguir la vida eterna por medio de las buenas obras. Este es el único fin para que fuimos creados, como dice el mismo San Pablo: La salvación del alma es para nosotros, no solamente el negocio mas importante, sino también el principal, y aun el único; porque si salvamos al alma todo lo hemos salvado, y si la perdemos, todo lo hemos perdido. He aquí lo que la Verdad Eterna nos dice: «¿De que aprovecha al hombre hacerse dueño de todo el mundo, si pierde su alma?» Por esta razón nos dice también la Santa Escritura, que debemos combatir hasta el último aliento por la justicia, hasta la muerte, es decir, por la observancia de la ley divina: Agonizare pro anim tu, et usque ad mortem certa pro justitia. (Ecl. IV, 33). Y este es aquel negocio que nos recomienda el Divino Salvador, cuando nos dice: Negotiamini dum vernio. Palabras que nos dan a entender, cuanto nos importa tener siempre en la memoria el día que vendrá  pedirnos cuenta de toda nuestra vida.

9. Todas las cosas que hubiéremos adquirido en este mundo, los aplausos, los honores, las riquezas, han de terminar, como hemos dicho, y han de terminar bien presto; porque la escena o apariencia de este mundo pasa en un momento, como expresa San Pablo: ¡Dichoso aquél que desempeña bien su papel en ella, posponiendo los intereses corporales a los espirituales y eternos de su alma! Lo cual se nos da a bien entender por estas palabras: «El que aborrece o mortifica su alma en este mundo, la conserva para la vida eterna». (Joann. XII, 25). Es necedad grande de los mundanos el decir: ¡dichoso aquel que tiene dinero! El verdadero dichoso es aquel que ama a Dios y sabe salvarse. Esto es lo único que pedía al Señor el santo rey David. Y San Pablo decía que había abandonado y perdido todos los bienes mundanos, y los miraba como basura, por ganar  Cristo: Omnia detrimentum feci, et arbitror ut stercora, ut Christum lucrifaciam. (Phil. III, 8).

10. Algunos padres de familia suelen decir: Yo no me afano tanto por mí, como por mis hijos, a fin de dejarlos bien colocados. Más yo les respondo: si vosotros disipaseis los bienes que poseéis, y dejaseis sumergidos en la pobreza a vuestros hijos, obraríais mal y pecaríais; pero obráis todavía peor, si perdéis el alma por dejar a vuestra familia bien colocada. Y si no, decidme: si vais al Infierno, ¿irán vuestros hijos a sacaros de allí? Además, el santo rey David dice, que nunca vio desamparado al justo, ni a sus hijos mendigando el pan.

Atended pues, al servicio de Dios, y obrad con arreglo a la justicia, que el Señor no dejará  a proveer a vuestros hijos de lo que necesiten; y vosotros os salvaréis y conseguiréis aquel tesoro de felicidad eterna que nadie os podrá quitar, cuando los bienes de este mundo no los puedan arrebatar los ladrones y la muerte. A esto os exhorta el santo Evangelio cuando nos dice: Atesorad tesoros en el Cielo, donde no hay orín, ni polilla que los consuman, ni tampoco ladrones que los desentierren y roben. Propongámonos, por lo tanto, como fin principal de todas nuestras acciones, el conseguir la vida eterna, y usemos de los bienes temporales únicamente para conservar la vida en el breve plazo de tiempo que hemos de vivir en este miserable valle de lágrimas. Meditemos sin cesar, que estamos aquí como pasajeros, pero encargados de una comisión muy importante, la cual es nuestra salvación; y que si no acertamos en el desempeño de este negocio, en vano nacimos, en vano trabajamos, en vano fuimos redimidos con la sangre de Jesucristo, puesto que por nuestro descuido y nuestros vicios nos condenaremos.

 

EVANGELIO DEL DÍA. BUSCAD EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA


XIV DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
FORMA EXTRAORDINARIA DEL RITO ROMANO
Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero. Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura.
Mateo 6, 24-33

domingo, 22 de agosto de 2021

PARA VIVIR SANTAMENTE, ES NECESARIO EVITAR LAS MALAS COMPAÑÍAS. San Alfonso María de Ligorio

 

 COMENTARIO AL EVANGELIO
San Alfonso María de Ligorio
XIII domingo después de Pentecostés
 

DEBEMOS EVITAR LA MALAS COMPAÑÍAS

POR: SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

Ocurrerunt ei decem viri leprosi… Dum irent, mundati sunt.

Le salieron al encuentro diez leprosos, y cuando iban quedaron curados. (Luc. XVII, 12 et 14)

Refiere el Evangelio de hoy, que estando Jesucristo para entrar en una población, le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se pararon a lo lejos y le suplicaron que les curase la lepra. El Señor les dijo que se mostrasen a los sacerdotes; y cuando iban, quedaron curados. Se pregunta: ¿porque pudiendo Nuestro Salvador haberlos curado al instante, quiso que se mostrasen primeramente a los sacerdotes, y después los curó en el camino antes de llegar al Templo? Un autor dice, que previó Jesucristo, que si los curaba desde un principio, permaneciendo en aquel lugar, y conversando con los otros leprosos que les habían pegado la lepra, no tardarían a recaer en la misma enfermedad; por esto quiso, primeramente, que partiesen de aquel lugar, y luego los sanó. Pero valga esta opinión lo que valiere, tratemos del sentido moral que podemos deducir del Evangelio. La lepra es figura del pecado; y así como ella es una mal contagioso, así las malas costumbres de los perversos inficionan a los que se juntan con ellos. Por esto, aquellos leprosos que quieran curarse de la lepra, no curarán jamás de ella si no se separan de las malas compañías, según el salmo que dice: Cum sancto sanctus eris, et cum perverso perverteris (Psal. XVII, 27) que quiere decir: si tratas con el santo, serás santo; si con el perverso, te pervertirás. Oid, pues el asunto del presente discurso: Para vivir santamente, es necesario evitar las malas compañías.

1. Dice el Espíritu Santo, que el amigo de los necios se semejará a ellos: Amicus stultorum similis efficietur. (Prov. XIII, 20). Los cristianos que viven en desgracia de Dios son todos necios y locos, dignos, -como decía el padre Maestro de Ávila-, de ser encerrados en la casa de locos. ¿Y que mayor locura puede darse, que creer que existe el Infierno y vivir en pecado mortal? Pero quien contrae amistad con los necios, se vuelve en breve tiempo semejante a ellos. Por más que oiga todos los sermones de los oradores sagrados, siempre será vicioso, según aquel adagio que dice: “Que muevan más los ejemplos que las palabras”: Majis movent exampla, quam verba. Por esto dijo el real Profeta: Cum sancto sanctus eris, et cum perverso perverteris: Con el santo te ostentarás santo, y con el perverso te pervertirás (Psal. XVII, 27), como hemos dicho antes. Escribe San Agustín que, la familiaridad con los hombres viciosos nos comunica los vicios de que ellos adolecen; por lo cual decía el Santo: Ne a consortio ad vitti communionem trahamur: Huyamos de los malos amigos, no sea que su amistad nos comunique el vicio. Y Santo Tomás añade: que es un medio muy útil para salvarnos el saber a quién debemos evitar: Firma tutela salusti est, scire quem fugiamus.

2. El real Profeta dice: Fiat via illorum tenebræ et lubricum: et angelus Domini persequens eos: Sea su camino tenebroso y resbaladizo, y el ángel del Señor vaya persiguiéndolos. (Psal. XXXIV, 6). Con efecto; el hombre, mientras vive, camina entre tinieblas y por un camino lleno de tropiezos. Si a esto se junta un ángel malo, es decir un mal compañero, que es peor que todos los demonios, que le persiga y empuje hacia los precipicios, ¿cómo podrá evitar la muerte y la eterna condenación? Decía el filósofo Platón: Talis eris, qualis quelis conversatio quam sequeris: El hombre será tal, cuales sean los amigos que tuviere. Y San Juan Crisóstomo nos advirtió, que si queremos conocer las costumbres del hombres, observemos con que amigos trata, porque la amistad, o busca por amigos a los semejantes, o los vuelve tales poco a poco. Esto suele suceder por dos razones: primera: porque el amigo, por complacer a su amigo, procura imitarle. Segunda, porque, como dice Séneca, la naturaleza nos inclina a hacer lo que vemos hacer a otros. Y mucho antes que otro alguno dijo la Escritura: Commisti sunt inter gentes, et didicerunt opr eorum (Psal. CV, 35). Escribe San Basilio, que así como inficiona el aire, que sale de lugares pestilentes, así se contraen los vicios, sin que lo advirtamos, en la conversación con los demás compañeros. San Bernardo observa que, San Pedro negó a Jesucristo mientras estaba hablando con los enemigos del mismo Cristo: Existens cum passionis dominicæ ministris, Dominum negavit.

3. Y en efecto; San Ambrosio dice: ¿cómo podrán inspirar algún amor a la castidad los malos compañeros que sólo respiran impureza? ¿Cómo le inspirarán la devoción a las cosas santas, cuando siempre huyen de ellas? ¿Cómo podrán comunicarle la vergüenza de ofender a Dios, cuando le están ofendiendo sin cesar? San Agustín dice de sí mismo, que cuando trataba con hombres viciosos que hacían alarde de sus mismos vicios se sentía impelido a pecar sin vergüenza, y después se gloriaba de lo mal que obraba, por que no pareciese que era menor que ellos. Por nos advierte Isaías que no toquemos cosa inmunda, al hombre vicioso, porque nos volveremos como él. El que tocare la pez dice el Eclesiástico, se ensuciará con ella, y el que trata con el soberbio, se le pegará la soberbia. Y lo mismo sucede respecto de los demás vicios. (Eccl. XII, 1).

4. ¿Que debemos, pues, practicar para perseverar en la santidad y no abandonar los caminos que nos trazó el Señor? El sabio responde: que no sólo debemos evitar los vicios de los hombres corrompidos, sino también guardarnos de seguir sus pasos y de andar por sus sendas. Es decir, que debemos evitar su conversación, y sus reuniones, sus convites, y todas sus conversaciones, y hasta rehusar sus dones, con los cuales procurarán atraernos para prendernos en las redes en que se hallan envueltos, como nos advierte Salomón en el mismo lugar. Hijo mío -dice- por más que te halaguen los pecadores, no condesciendas con ellos. (Prov. I, 10) ¿Caerá por ventura el pájaro en el lazo tendido sobre la tierra, si no hay quien le arme, dice el profeta Amós? El demonio, pues, se vale de los malos amigos, como de un cebo para prender a tantas almas en el lazo del pecado, como lo advierte Jeremías: Venatione ceperunt me quasi avem inimici mei gratis. Como de ave en el cazadero se apoderaron de mí  mis enemigos. (Thren. III, 52) Y añade, que se apoderaron de él sin motivo, como sucede en efecto. Y si no, preguntad  uno de esos malos compañeros: ¿Porqué has hecho caer en el pecado a aquél pobre joven con quién solías acompañarte? Por nada, os responderá: quería verle hacer lo mismo que hago yo. Del mismo ardid que se vale el demonio, según San Efrén; luego que ha cogido en su red alguna alma, dice, las convierte en red, cebo o reclamo para engañar a otras: Cum primum captafuerit anima, ad alias dcipiendas fit quasi laqueus.

5. Conviene, oyentes míos, huir como la peste de la amistad de estos escorpiones del Infierno. es, pues, necesario abandonar la familiaridad con hombres viciosos, y no comer ni conversar con ellos a menudo, ya que, como dice el Apóstol, no podamos dejar de tratarlos alguna vez. Pero bien podemos dejar de tener familiaridad con ellos. Los he llamado escorpiones porque así los llama el profeta Ezequiel. ¿Os atreveríais vosotros a habitar entre escorpiones? Pues con el mismo cuidado debéis huir de los amigos escandalosos, que envenenan vuestras almas con sus malos ejemplos y palabras. Los malos amigos, cuando viven con demasiada familiaridad, son los enemigos perniciosos del alma. Por esto dice el Eclesiástico: ¿Quién será el que tenga compasión del encantador mordido de la serpiente que maneja, ni de todos aquellos que se acercan a las fieras? Pues lo mismo digo yo, del que se junta con el malo. Si por el escándalo que nos da quedamos contaminados y perdidos, ni Dios ni los hombres se compadecerán de nosotros, puesto que ya nos avisaron que nos guardésemos de él.

6. Un sólo compañero escandaloso basta para corromper a toda una sociedad de amigos. Por esto asegura San Pablo, que un poco de levadura aceda toda la masa. Y Santo Tomás, explicando estas palabras, afirma que: un pecado de escándalo pervierte a toda la sociedad: Uno peccato scandali tota societas inquinatur. Con efecto; una máxima perversa de un hombre escandaloso es suficiente para inficionar a cuantos la oyen. Los escandalosos son aquellos falsos profetas de que Jesucristo nos amonesta que nos guardemos por estas palabras: Attendite a falsis prophetis. (Matth. VII, 15) Los falsos profetas, solamente engañan con las falsas profecías , sino también con las máximas y falsas doctrinas que causan todavía más daño, porque, como dice Séneca, dejan en el alma ciertas malas semillas que inducen al mal. Es evidente, como demuestra la experiencia, y afirma San Pablo, que las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres de quienes las escuchan: Corrumupunt mores bonos colloqui prava (I, Cor. XV, 33). Jóvenes hay, que rehúsan cometer un pecado porque temen a Dios; pero se acerca a ellos un mal compañero, y les dice lo que le dijo la serpiente a Eva: Nequaquam moriemini. (Gen. III, 4). No morirás; esto es: no temas hacer eso, porque lo hacen muchos; tu eres joven, y Dios se apiada de la juventud: haz lo que nosotros hacemos, y vivamos alegremente. Los que le oyen hablar de este modo, se avergüenzan de no imitarle, y de no ser desvergonzados como él.

7. Sobre todo, debemos estar atentos cuando se enciende en nosotros alguna pasión, y reflexionar a quien debemos pedir consejo. En tales casos, la misma pasión nos inclina a pedírselo a aquel que creemos nos le dará más favorable al fomento de aquella pasión que nos domina. Más de estos consejeros que nos hablan según el espíritu de Dios, debemos guardarnos con mayor motivo que de un enemigo encarnizado; porque la pasión, unida al mal consejo, pueden precipitarnos en excesos horribles. Después que se hubiere calmado la pasión, conoceremos el error en que hemos incurrido, y que el falso enemigo nos ha engañado; más ya no podremos remediar el daño que su consejo nos causara. Al contrario, el buen consejo de un amigo, que nos habla según su conciencia y el temor de Dios le dictan, nos hace evitar todo desorden, y deja nuestra alma en una calma inalterable.

8. Por esto nos advierte el Señor diciendo: Discede ab iniquo et deficent mala abs te: Apártate del hombre  perverso, y estarás lejos de obrar el mal. Y en los Proverbios nos dice: No te agrade la senda de los malvados; húyela, no pongas el pie en ella. Dios es el mayor y más antiguo amigo que tenemos, porque nos amó siempre, como nos dice el Profeta Jeremías: Los hombres son amigos nuevos, o por decirlo mejor, de cuatro días, y no debemos dejar al amigo antiguo por seguir los consejos del amigo nuevo, como nos lo advierte la Escritura por esta palabras: No dejes el amigo antiguo, porque no será como el nuevo. Los amigos nuevos no nos aman, sino que nos aborrecen más que los nuevos enemigos; porque no buscan nuestro bien como le busca Dios, sino sus gustos y el placer de buscar compañeros en el mal, especialmente cuando nos ven perdidos, como lo están ellos. Pero, dirá alguno: Yo no puedo separarme de mi amigo, que me ha querido siempre bien, y seré un ingrato si le abandonase. Más, ¡Que bien y que ingratitud! Dios sólo es el que nos quiere bien, puesto que quiere nuestra eterna felicidad. Aquel otro amigo quiere nuestra eterna eterna perdición; quiere que sigamos sus malos ejemplos, y nada le importa que nos condenemos. Por tanto, no es ingratitud abandonar al amigo que nos conduce a la perdición. La verdadera ingratitud es abandonar a Dios, que nos crió; volver l espalda a Jesucristo; que murió por nosotros en la cruz, y quiere nuestra salvación.

9. Por esto debéis huir de esos malos amigos: Sepi aurem tum spinis, it linguam nequam noli audire. (Eccl. XXVIII, 28); y no prestarles oídos jamás, porque sus palabras solas son capaces de causar nuestra ruina, Y así, cuando hablen malamente, armaos de aspereza y reprendedlos, para que no solamente se vean rebatidos en su modo de pensar, sino que enmienden también su mala vida. San Agustín, ¡Cuantos males causan los malos amigos a sus compañeros inocentes! Cuenta el padre Sabatino en su Luz Evangélica, que hallándose juntos un día dos amigos, uno de ellos cometió un pecado por complacer al otro; pero luego se separó de él murió repentinamente. El otro amigo, que nada sabía de su muerte, vió en sueños a su amigo en traje acostumbrado, e iba a abrazarle. Más el amigo se le dejó ver cercado de llamas, y comenzó a maldecir de él, echándole en cara, que se había condenado por su causa. Con esta visión volvió en sí; y escarmentando con la desgracia de su amigo, enmendó su vid; pero entretanto el otro el infeliz se condenó, y no hay remedio por él, ni le habrá por toda la eternidad.

Oyentes míos; ¿queréis salvaros? dejad a los malos amigos que os sirven de tropiezo en el camino de la salvación: buscad al amigo verdadero y antiguo que es Dios; observad sus preceptos, si queréis ser felices y disfrutar para siempre  de la gloria eterna.

Amén

EVANGELIO DEL DOMINGO: JESÚS, MAESTRO, TEN COMPASIÓN DE NOSOTROS


XIII DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

FORMA EXTRAORDINARIA DEL RITO ROMANO

Una vez, yendo camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».  Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús, tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

Lucas 17, 11-19

COMENTARIO AL EVANGELIO

LA LEPRA ES FIGURA DE LA FALSA DOCTRINA, DE CUYA MANCHA CORRESPONDE SÓLO A UN BUEN MAESTRO EL PURIFICARNOS. San Agustín

LA CARIDAD, LA MEJOR ACCION DE GRACIAS. San Agustín
 MANTIENE SU ANTIGUO NOMBRE, PARA QUE SE MANIFIESTE EL PODER DE DIOS. San JErónimo
 SOBRE LAS TENTACIONES DE IMPUREZA Y LOS MEDIOS PARA VENCERLAS. San Juan Bautista de la Salle

Benedicto XVI LA FE SALVA AL HOMBRE
 POR LA CONFESIÓN, NOS VEMOS LIBRES DE LA LEPRA DEL PECADO. Homilía

domingo, 15 de agosto de 2021

ORACIÓN DE S. S. PIO XII A NUESTRA SEÑORA DE LA ASUNCIÓN

 



ORACIÓN DE S. S. PIO XII A NUESTRA SEÑORA DE LA ASUNCIÓN

¡Oh Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre de todos los hombres! Nosotros creemos con todo el fervor de nuestra fe en tu Asunción triunfal en alma y cuerpo al Cielo, donde eres aclamada Reina por todos los coros de los Ángeles y por toda la legión de los Santos; y nosotros nos unimos a ellos para alabar y bendecir al Señor, que te ha exaltado sobre todas ¡as demás criaturas, y para ofrecerte el aliento de nuestra devoción y de nuestro amor.

Sabemos que tu mirada, que maternalmente acariciaba a la humanidad humilde y doliente de Jesús en la tierra, se sacia en el cielo a vista de la humanidad gloriosa de la Sabiduría increada, y que la alegría de tu alma, al contemplar cara a cara a la adorable Trinidad, hace exultar tu corazón de inefable ternura; y nosotros, pobres pecadores, a quienes el cuerpo hace pesado el vuelo del alma, te suplicamos que purifiques nuestros sentidos a fin de que aprendamos desde la tierra a gozar de Dios, sólo de Dios, en el encanto de las criaturas.

Confiamos que tus ojos misericordiosos se inclinen sobre nuestras angustias, sobre nuestras luchas y sobre nuestras flaquezas; que tus labios sonrían a nuestras alegrías y a nuestras victorias; que sientas la voz de Jesús que te dice de cada uno de nosotros, como de su discípulo amado: “Aquí está tu hijo.” Nosotros, que te llamamos Madre nuestra, te escogemos, como Juan, para guía, fuerza y consuelo de nuestra vida mortal.

Tenemos la vivificante certeza de que tus ojos, que han llorado sobre la tierra regada con la sangre de Jesús, se volverán hacia este mundo, atormentado por la guerra, por las persecuciones, por la opresión de los justos y de los débiles; y entre las tinieblas de este valle de lágrimas, esperamos de tu celestial luz y de tu dulce piedad, alivio para las penas de nuestros corazones y para las pruebas de la Iglesia y de la Patria. Creemos, finalmente, que en la gloria, donde reinas vestida del sol y coronada de estrellas, eres, después de Jesús, el gozo y la alegría de todos los Ángeles, de todos los Santos; y nosotros, desde esta tierra donde somos peregrinos, confortados por la fe en la futura resurrección, volvemos los ojos hacia ti, vida, dulzura y esperanza nuestra. Atráenos con la suavidad de tu voz para mostrarnos un día, después de nuestro destierro, a Jesús, fruto bendito de tu vientre; ¡oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!

ORACIÓN A LA VIRGEN EN QUE EL ALMA PIDE TODA SUERTE DE GRACIAS. San Alfonso María de Ligorio

 

EJEMPLO

María se aparece a un devoto suyo.

Refiere el padre Silvano Razzi que, habiendo oído un piadoso clérigo, muy devoto de la Virgen María, alabar su incomparable hermosura, entró en deseos de ver a lo menos una vez a su augusta Señora, y con humildes plegarias le pedía este insigne favor. La bondadosísima Madre le mandó decir, por medio de un ángel, que pronta estaba a complacerle, pero con la condición de que después de verla quedaría ciego. Luego que aceptó la condición, la Virgen no se hizo rogar, y se le apareció. El devoto clérigo, para no quedar totalmente ciego, al principio la miró con un solo ojo. Mas, fascinado por tanta hermosura, para contemplarla mejor, se apresuró a abrir el otro ojo; mas de repente la Madre de Dios desapareció. Perdido que hubo la presencia de su amada Reina, no se cansaba de lamentarse y llorar, no por haber quedado ciego de un ojo, sino por no haber perdido entrambos mirando tan arrebatadora belleza.

Después entonces volvió a suplicar a María que se le apareciese otra vez, aunque tuviera que perder el otro ojo y quedar ciego. "Por muy feliz y dichoso me tendré — decía — si llego a perder del todo la vista por tan buena causa, porque así quedaré más prendado de Vos y de vuestra belleza." Quiso María proporcionarle este consuelo, y de nuevo se le apareció. Mas como esta amorosa Reina no sabe hacer mal a nadie, al aparecérsele por segunda vez no sólo no le cegó del otro ojo, sino que devolvió la vista al ojo que la había perdido.


ORACIÓN

(en que el alma pide a María toda suerte de grácias)

¡Oh grande, oh excelsa y gloriosísima Señora!, postrados a los pies de vuestro trono os adoramos desde este valle de lágrimas y nos complacemos de la gloria inmensa con que el Señor os ha enriquecido. Ahora que gozáis de la dignidad de Reina del Cielo y de la tierra, no os olvidéis de nosotros, pobres siervos vuestros. Desde ese excelso solio en que os sentáis como Reina, no os desdeñéis de inclinar los ojos de vuestra misericordia hacia nosotros, miserables pecadores. Y puesto que os halláis tan próxima a la fuente de la gracia, con mucha facilidad nos la podéis proporcionar; ya que en el Cielo conocéis mejor nuestras necesidades, mas debéis compadeceros de ellas y otorgarnos vuestro favor. Haced que en la tierra seamos fieles siervos vuestros, a fin de que podamos ir un día a alabaros en el Cielo. En este día, en que habéis sido coronada por Reina del universo, nos consagramos a vuestro servicio. Comunicad parte de las inefables alegrías que hoy gozáis a los que habéis aceptado por vasallos vuestros.

Vos sois, pues, nuestra Madre. ¡Ah Madre dulcísima y amabilísima! Veo vuestros altares cercados de gentes que os piden, unos verse libres de sus dolencias, otros ser remediados en sus necesidades; éstos, buena cosecha; aquéllos, feliz éxito en un pleito. Nosotros os pedimos gracias más conformes con los deseos de vuestro corazón: concedednos la humildad, desprendednos de las cosas de la tierra, haced que vivamos resignados a la voluntad de Dios; alcanzadnos el santo amor de Dios, una buena muerte y el Paraíso. Trocadnos, Señora, de pecadores en santos; obrad este milagro, que os dará más honra y gloria que si devolvieseis la vista a mil ciegos y resucitaseis a mil muertos. Sois poderosísima para con Dios; baste decir que sois su Madre, la más amada de su corazón, la llena de su gracia. Por tanto, ¿qué os podrá rehusar? ¡Oh hermosísima Reina!, no pretendemos veros en la tierra, mas esperamos ir a gozar de vuestra presencia en el Cielo; Vos nos habéis de alcanzar esta dicha. Así lo esperamos. Amén, así sea.