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sábado, 29 de junio de 2024

DÍA TRIGÉSIMO. MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS CON SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE

 


DÍA TRIGÉSIMO

 

MES  DEL

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

extractado de los escritos de la

B. MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE

 

ORACIÓN PARA COMENZAR  TODOS LOS DÍAS:

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, adoremos su majestad infinita, y digamos con humildad:

 

OFRECIMIENTO AL PADRE ETERNO.

Oración de Santa Margarita María Alacoque

 

Padre eterno, permitid  que os  ofrezca el Corazón de Jesucristo,  vuestro  Hijo muy  amado, como se ofrece Él mismo, a Vos  en sacrificio. Recibid  esta ofrenda por mí, así como por todos los deseos, sentimientos, afectos  y actos de este Sagrado Corazón. Todos son  míos, pues Él se inmola por mí,  y yo no quiero tener en adelante otros deseos que los suyos. Recibidlos para concederme por  sus méritos todas las gracias que me son necesarias, sobre todo la gracia de la perseverancia  final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y alabanza que ofrezco a vuestra  Divina Majestad, pues por el Corazón de Jesús sois dignamente honrado y glorificado. Amén.

 

Se meditan los textos dispuestos para cada día.

 

DÍA TRIGÉSIMO

 

Triunfo del Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo por medio del anonadamiento de la Beata

 

Nuestro Señor dijo un día a su humilde sierva, con una voz llena de autoridad: «Te haré tan pobre, vil y abyecta a tus propios ojos, y te destruiré de tal suerte en las aspiraciones de tu corazón, que podré edificar sobre tu nada».

Bajo la impresión de estas palabras, la Beata dejaba salir de su corazón sublimes acentos, y decía: «Todo sea para aumentar la grande gloria del Corazón de Jesucristo! ¡Oh soberano Bien mío, no escriba yo nada, que no sirva para gloria vuestra y mayor confusión mía! ¡Es preciso extinguirme y anonadarme para vivir pobre, desconocida, oculta, en el Sagrado Corazón de mi divino Maestro, olvidada y despreciada de las criaturas! Por qué este Sagrado Corazón quiere establecer su reino en la destrucción y anonadamiento, de mí misma. Sería para mí el más dulce placer, anonadarme enteramente, para hacerle reinar en mí, y en los corazones todos. El adorable Corazón de Jesús se sirve de un instrumento, que es más a propósito para destruir un designio tan grande, que para llevarle a cabo; más esto es, para que toda la gloria sea dada al soberano Maestro, y no al material de que se sirve, el cual es como aquel barro de que se sirvió este mismo Salvador, para poner sobre los ojos del ciego de nacimiento. Me deleito tanto en el pensamiento dulcísimo de que este amable Salvador, no habiendo podido hallar una persona más pobre, más vil y más miserable que yo para esta obra, que le debe dar tanta gloria, me ha escogido con el designio de procurarme todos los socorros necesarios» La verdad es, que sólo soy un obstáculo para todo bien, y un compuesto de toda clase de miserias en el cuerpo y en el espíritu. Lo único que sostiene mi flaqueza, es que el Señor se complace en glorificar su infinita misericordia sobre los seres más miserables. Mis pecados me hacen indigna de tributar servicio alguno a este divino Corazón, autor de toda santidad. ¡Ay! ¡Cuántos motivos tengo para temer, que por mis grandes infidelidades e ingratitudes haya llegado a ser un obstáculo, para el establecimiento de su reino! Esto me hace desear mil veces, que me extermine y me borre de la faz de la tierra, sin miramiento alguno a mis intereses, antes de permitir que sirva de impedimento al cumplimiento de sus deseos».

 

Juicio que la Beata formaba de sí misma

«Mi adorable Maestro me tiene, por el exceso de su misericordiosa bondad, tan anonadada en mi espíritu, por la vista de un fondo completamente arruinado y pobre de todo bien espiritual, que no puedo dejar de admirar, no solamente que se dignen dar algún crédito, a lo que pueda decir una criatura tan mala, pero ni aun cómo pueden acordarse de ella. No soy más que una hipócrita, que tiene engañadas a las criaturas con una falsa apariencia de devoción. Jamás he sido más ingrata, infiel y miserable que ahora, no siendo sino un compuesto de orgullo y malicia, que se oponen continuamente a su bondad por mis resistencias a su divina voluntad, y mi frialdad en su amor, que me hacen ser tan floja en su servicio, que me aborrezco a mí misma, cuando considero la vida que llevo, toda sensual y llena de pecados. Veo en mí una gran necesidad de humillarme, pero no sé cómo hacerlo, por no hallar nada, que sea inferior a mí, que no soy sino una criminal. Pedid mi perfecta conversión al Sagrado Corazón de nuestro amado Salvador. Que su bondad no se canse de esperarme a penitencia; y sobre todo, que no me prive de amarle por una eternidad, en castigo de no haberle amado en el tiempo. Ved aquí el castigo riguroso que temo; todo lo demás no causa en mi impresión alguna. Puedo aseguraros, que me considero tan lejos de la pureza de intención, que Dios pide de mí, que me parece que todas mis acciones me condenan. Si supieseis cuán grande es mi malicia, y lo injuriosa que es mi vida a su infinita bondad, le pediríais perdón por mí. Yo os ruego que lo hagáis. Me considero tan mala e infiel delante de Dios, que creo no habrá nadie, que tenga más motivos de temer por su salvación, que yo. No veo en mi nada, que no merezca un castigo eterno. Alabad al Señor, porque a pesar de la multitud de mis pecados, no estoy todavía en lo más profundo del infierno. Mi vida, hasta el presente, ha sido tan injuriosa a Dios, que pongo en el número de sus mayores misericordias, la que ejerce sobre mi alma, haciéndome sufrir en la tierra, por este medio espero disminuir una parte de la gran deuda, que he contraído con mis pecados. Confieso que nuestro buen Dios me trataría con justicia, si me abandonase a los rigores de ella; pero quiere dejarme aún algún tiempo, para que ejercite la caridad con nuestras hermanas y darme un medio de llorar mis pecados, para empezar de nuevo a sufrir, si es que puede llamarse sufrimiento, la dicha de participar de la cruz del Salvador ¡Oh, cuán penoso es vivir sin amar al soberano bien, y sin sufrir por su amor! El amor quiere obras, y yo sólo tengo palabras para el bien, y obras para el mal. Si supieseis cuán alejada estoy, de lo que debe ser una verdadera hija de la Visitación, que debe poner todo su empeño en llegar a ser una perfecta copia de su Esposo crucificado. Me parece que mis infidelidades atraen todas las calamidades que suceden, y esto es para mí una especie de continuo martirio. Me considero tan destituida de todo, que no comprendo cómo me pueden soportar. Quisiera que todas las criaturas se sintiesen animadas de un santo celo, y me tratasen como una criminal de la divina justicia. El dolor que tengo de tantos crímenes horribles, que he cometido contra Dios, me hace ofrecerme incesantemente a su divina bondad, para sufrir las penas, que he merecido. Acepto también, las que son debidas a los pecados, en que hubiese caído, sin el socorro de la gracia. Pero lo que más me hace sufrir, es no poder vengar sobre mí las injurias que hacen a mi Salvador en el Santísimo Sacramento».

 

Desprecio de la Beata en la estimación de las criaturas y sus deseos de un eterno olvido

Tenía un temor tal, de que los dones de Dios me hiciesen ser estimada de las criaturas, que alaban por lo común, lo que es digno de reprobarse, que hubiese preferido ser privada de ellos; y temía menos todos los furores del infierno que las alabanzas las cuales dejando caer en el alma un secreto veneno, le quitarían la vida insensiblemente, si Dios por su bondad no le aplicase el divino remedio de la humillación. La estimación, alabanzas y aplausos me hacen sufrir más, que todas las humillaciones, desprecios y abyecciones pudieran dar que sentir a las personas, más ansiosas de honores, lo que me hace decir en ciertas ocasiones: «¡Oh Dios mío! armad todos los furores del infierno contra mí, antes de permitir, que las lenguas de las criaturas se empleen en vanas alabanzas, adulaciones y aplausos; que caigan sobre mi antes todas las humillaciones, dolores, contradicciones y confusiones. Desearía, que mi miseria e ingratitud hacia Dios fuese conocida de todo el mundo, a fin de que no se acordasen de esta miserable más, que para darle lo que le es debido; desprecios, humillaciones, en las que deseo vivir y morir sepultada, pidiendo a Dios de todo corazón, que no se forme jamás de mí un buen pensamiento. Os confieso francamente, que el deseo que me insta, de verme olvidada y despreciada de las criaturas, me hace padecer un continuo martirio en los empleos de la Religión, como también el escribir e ir al locutorio, que me parece un infierno. Creo que no estaré tranquila jamás, hasta verme en los abismos de las humillaciones y sufrimientos, desconocida de todos, y envuelta en un eterno olvido; o si se acuerdan de mí, que sea para despreciarme más y más, y para proporcionarme nuevos medios de sufrir algo por mi Dios ¡Ay! Cuán obligada os estaré, mi buena Madre, escribía en particular a la Madre de Saumaise, si me dieseis el gusto de quemar todos los escritos, que tenéis míos, a fin de que nunca sean vistos, ni se sepa el lugar de donde salieron; porque tengo tanta pasión de mantenerme envuelta en el olvido y desprecio después de mi muerte, como tengo de estarlo durante la vida».

Mas tarde decía: Moriré contenta ya, puesto que el Sagrado Corazón de mi Salvador, empieza a ser conocido y yo olvidada; porque por su grande misericordia vedme ya casi enteramente extinguida y anonadada en estimación y reputación, en el aprecio de las criaturas, lo cual me consuela más, de lo que pudiera yo decir. Recuerdo lo que sobre esto me tenéis prometido, que es impedir cuanto os sea posible, que se haga mención alguna de mí después de mi muerte, como no sea para pedir oraciones por la peor y más necesitada Religiosa, que ha existido jamás en el Instituto y en la santa Comunidad, donde tengo el honor de estar, y donde se ejerce conmigo una continua indulgencia y caridad de todas maneras. Jamás me olvidaré de esto delante del Sagrado Corazón de mi adorable Jesús».

 

Aspiraciones hacia el Corazón de Jesús

«¡Oh buen Jesús, que habéis querido padecer una infinidad de oprobios y de humillaciones por mi amor! imprimid poderosamente el amor y la estimación de ellos en mi corazón, y hacedme desear su práctica. ¡Oh Corazón favorable, que halláis tanto placer en hacernos bien! concededme la gracia de llenar la deuda, que he contraído con la divina justicia. Yo soy impotente, pagad por mí. Reparad los males que he hecho, con los bienes que vos habéis hecho. Y a fin de que todo lo deba a Vos, recibidme ¡oh caritativo Corazón! a la hora de mi muerte, que será tan terrible para mí. Qué gloria os dará, Jesús mío, la pérdida de un miserable átomo. Pero será muy grande para Vos, el salvar a una tan grande pecadora. Salvadme, pues, puro amor mío, porque ansío amaros eternamente, cuésteme lo que me costase. Sí, yo os quiero amar, a pesar de todo, yo os quiero amar con todo mi corazón. Así sea».

 

PARA FINALIZAR

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Santa Margarita María de Alacoque, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

 

***

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viernes, 28 de junio de 2024

DÍA VIGÉSIMO NOVENO. MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS CON SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE

 


DÍA VIGÉSIMO NOVENO

 

MES  DEL

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

extractado de los escritos de la

B. MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE

 

ORACIÓN PARA COMENZAR  TODOS LOS DÍAS:

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, adoremos su majestad infinita, y digamos con humildad:

 

OFRECIMIENTO AL PADRE ETERNO.

Oración de Santa Margarita María Alacoque

 

Padre eterno, permitid  que os  ofrezca el Corazón de Jesucristo,  vuestro  Hijo muy  amado, como se ofrece Él mismo, a Vos  en sacrificio. Recibid  esta ofrenda por mí, así como por todos los deseos, sentimientos, afectos  y actos de este Sagrado Corazón. Todos son  míos, pues Él se inmola por mí,  y yo no quiero tener en adelante otros deseos que los suyos. Recibidlos para concederme por  sus méritos todas las gracias que me son necesarias, sobre todo la gracia de la perseverancia  final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y alabanza que ofrezco a vuestra  Divina Majestad, pues por el Corazón de Jesús sois dignamente honrado y glorificado. Amén.

 

Se meditan los textos dispuestos para cada día.

 

DÍA VIGÉSIMO NOVENO

 

Puro goce de las almas abrasadas en el amor del Sagrado Corazón de nuestro Señor Jesucristo

No puedo hallar consuelo, placer ni reposo mayor, que, entre las cruces, humillaciones y sufrimientos, con que mi divino Salvador no ha cesado jamás de honrar a su indigna esclava.

No deseo vivir más que para tener la dicha de sufrir. Lo único que puede regocijar mi corazón y mi espíritu, es hablar de esto con las personas que amo; no tengo otra cosa que decir, porque todo lo que no trata de esto, me sirve de suplicio, y ninguna otra gracia hallo comparable a la de llevar la cruz, por amor, con Jesucristo. Mas no creáis, que porque hablo así del sufrimiento, sufro mucho. ¡Ay! no, no he sufrido aún nada y por consecuencia nada he hecho por mi Dios. Pretender amar a Dios sin padecer, no es más que una ilusión; pero tampoco puedo comprender, cómo dicen que se sufre, cuando se ama verdaderamente al Sagrado Corazón de Jesús; puesto que Él cambia las mayores amarguras en dulzuras, y hace gustar grandes delicias en medio de las mayores penas y humillaciones. Mas si el sólo deseo de amar ardientemente a este divino Corazón produce este efecto, qué efectos producirá en los corazones que le aman verdaderamente y que su mayor sufrimiento es que no sufren bastante, o mejor dicho, que no le aman bastante? En verdad, yo creo, que todo se cambia en amor para un alma, en la cual se ha encendido ya este divino fuego, y que no tiene otro ejercicio ni otro empleo, que el de amar padeciendo. Amemos, pues, a nuestro divino Maestro; pero amémosle sobre la cruz, puesto que cifra sus delicias en encontrar un corazón lleno de amor, sufrimiento y silencio.

No, nada es capaz de agradarme en el mundo, más que la cruz de mi divino Maestro; pero una cruz en todo semejante a la suya, es decir, pesada, ignominiosa, sin dulzura, sin consuelo, sin alivio. Que los demás se tengan por dichosos, en subir con mi divino Salvador sobre el Tabor; en cuanto a mí, me contento con no saber otro camino, que el del Calvario. Por eso no encuentro atractivos más que en la cruz. La parte que he elegido, será estar sobre el Calvario hasta mi último suspiro, en medio de los golpes, los clavos, las espinas y la cruz, sin más placer, sin más consuelo, que el de no tener ninguno. ¡Qué dicha la de poder sufrir siempre en silencio, y morir por fin entre toda suerte de miserias del cuerpo y del espíritu, en el olvido y en el desprecio! porque no me satisfaría lo uno sin lo otro ¡Ay, qué sería de mi sin eso en este valle de lágrimas, donde llevo una vida tan criminal, que no me considero sino como un compuesto de miserias! Esto es lo que me hace temer, hacerme indigna de la dicha infinita de llevar la cruz, para ser semejante a mi Jesús padeciendo. Yo os ruego, que si tenéis un poco de caridad conmigo, pidáis a este amable Salvador que no se canse del mal uso que he hecho hasta ahora del precioso tesoro de la cruz, privándome de la dicha de sufrir; porque esta es la única dulzura que encuentro en mi penoso destierro. Mas veo que me satisfago demasiado, hablando de mis sufrimientos, y no obstante, no sé hablar de otra cosa; porque la ardiente sed que tengo de padecer, me sirve de un tormento, que no acierto a expresar. A pesar de esto, conozco, que no sé ni sufrir ni amar; lo que me hace ver que cuanto digo, es un efecto del amor propio y de un secreto orgullo, que vive en mí. ¡Ay! ¡Cuánto temo, que todos estos deseos de sufrir sean artificios del enemigo, que quiera entretenerme con sentimientos vanos y estériles.

Confieso que me deleito tanto hablando de la dicha de sufrir, que me parece escribiría sobre esto volúmenes enteros, sin poder conseguir llenar mis deseos.

Si comprendiesen el deseo que tengo de padecer y ser despreciada, no dudo que la realidad no hiciese a todo el mundo, que me saciase en este punto.

Verdaderamente creo, que no se comete injusticia alguna al hacerme sufrir, porque nadie puede llegar a procurarme tantos sufrimientos, como merezco.

Cuanto más sufro, más se me aumenta la ardiente sed que tengo de sufrir. Hasta he llegado a temer, que encuentro demasiada satisfacción en mis sufrimientos. En fin, he resuelto abandonarme sobre esto, y someterme completamente a la bondad infinita de mi soberano Maestro, moderando este deseo ardiente que tengo de padecer, abandonándole el cuidado de todo.

Cuando veo aumentarse mis padecimientos, me parece sentir en mi la misma alegría, que sienten los avaros y ambiciosos, al ver aumentar sus tesoros.

Quisiera ver todos los instrumentos de suplicio, empleados en martirizarme y darme que sufrir por Jesucristo.

Me parece que querría tener mil cuerpos para padecer por, Él, y millones de corazones, para adorarle y amarle. ¡Qué sería de mi si la cruz me faltase, puesto que sólo ella me hace esperar la misericordia de mi Salvador! Ella es mi tesoro en el adorable Corazón de Jesús; ella causa todo mi placer, es objeto de mi alegría y de mi deseo. Si estuviese un momento sin padecer, me creería abandonada de Dios.

Habéis de saber, que sin la cruz y el Santísimo Sacramento, yo no podría vivir ni soportar lo largo de mi destierro en este valle de lágrimas; en el que no deseo disminuyan mis sufrimientos. Cuanto más abatido está mi cuerpo, mayor y más verdadera es la alegría que experimenta mi espíritu, y la libertad que adquiere, para dedicarse y unirse a mi Jesús en la cruz, no deseando nada tanto, como llegar a ser una perfecta copia de este Salvador crucificado.

 

Valor heroico de la Beata en medio del sufrimiento

Para grabar más profundamente su divina semejanza en su fiel esposa, el divino Maestro se dignó hacerla participante de su corona de espinas.

Una vez yendo a comulgar, dice ella, la santa hostia me parecía como un sol brillante, cuyo resplandor no podía soportar. Nuestro Señor se hallaba en medio, teniendo una corona de espinas. Poco tiempo después de haberle recibido, me la puso en la cabeza, diciéndome: «Recibe, hija mía, esta corona, como señal de la que te será dada bien pronto, para conformarte conmigo». Yo no comprendí entonces el significado de estas palabras; pero lo supe bien pronto por los efectos que se siguieron; fueron estos: recibí en la cabeza dos golpes tan violentos, que me pareció desde entonces tenerla rodeada de punzantes y dolorosas espinas, cuya sensación me durará mientras viva; por lo que doy muchas gracias a Dios que hace favores tan señalados a su indigna víctima. Confieso que me siento más deudora con nuestro Señor por esta preciosa corona, que si me hubiese obsequiado con todas las diademas de los más grandes monarcas de la tierra; mucho más porque nadie me la puede quitar, y que me pone muchas veces en la dichosa necesidad de pasar las noches en vela, entretenida amorosamente con este único objeto de mi amor. No puedo apoyar la cabeza en la almohada, a imitación de mi buen Maestro, que no podía apoyar la suya en el lecho de la cruz; esto me hace experimentar una dicha inconcebible y grandísimos consuelos, al verme en algo conforme con Él

 

La Beata suplica la ayuden a dar gracias a Dios por el beneficio del sufrimiento

Bendecid y dad gracias por mí a nuestro soberano Maestro, porque me honra tan liberal y amorosamente con su preciosa cruz, no dejándome ni un instante sin padecer. Tengo el consuelo de no tener más caricias ni consuelos de parte de las criaturas, que los de las cruces y humillaciones. Nunca me he visto más rica que ahora. Os digo estas palabritas con el fin de que me ayudéis a dar gracias al Sagrado Corazón, y le pidáis, que me conceda la de aprovecharme de tan precioso tesoro. Aun cuando estuviese en mis manos, que las cosas sucediesen de otro modo, quitaría únicamente lo que puede ocasionar la ofensa de Dios, y por lo demás querría siempre, todo lo que permite para humillarme, lo cual forma mi dicha toda en el adorable Corazón de mi Jesús.

Dios sea bendito, que me concede tantas gracias, gratificándome con su cruz, que es mi gloria. ¿Qué devolveré yo al Señor por los grandes bienes que me ha hecho? ¡Ay Dios mío! cuán grandes son vuestras bondades para conmigo, permitiéndome comer en la mesa de los santos, de los mismos manjares con que los habéis alimentado a ellos; nutriéndome abundantemente con el alimento delicioso de vuestros favorecidos y más fieles amigos, a mí, que no soy más que una indigna y miserable pecadora.

 

Oración al herido Corazón de Jesucristo

¡Oh amoroso Corazón de nuestro Señor Jesucristo! ¡Oh Corazón, que ablandáis los corazones más duros que la piedra; ¡que abrasáis los espíritus más fríos que el hielo, y enternecéis las entrañas más impenetrables que el diamante! Herid, pues, amable Salvador mío, herid mi corazón con vuestras. sagradas llagas, y embriagad mi alma con vuestra sangre, de tal suerte, que de cualquier lado que me vuelva, no pueda ver más que a mi divino Crucificado, y que cuanto mire, lo vea todo teñido con vuestra preciosa sangre ¡Oh mi buen Jesús! no halle reposo, hasta haberos encontrado a Vos, que sois mi centro, mi amor, mi felicidad.

¡Oh Corazón divino! que nos habéis probado vuestro amor sobre la cruz hasta el exceso, y vuestra misericordia, dejando abriesen vuestro Corazón para dar entrada a los nuestros, recibidlos ahora, abrazadlos con los lazos de vuestra ardiente caridad, para que se consuman por la vehemencia de vuestro amor.

 

PARA FINALIZAR

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Santa Margarita María de Alacoque, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

 

***

¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!

***

Ave María Purísima, sin pecado concebida.

jueves, 27 de junio de 2024

DÍA VIGÉSIMO OCTAVO. MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS CON SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE

 


DÍA VIGÉSIMO OCTAVO

 

MES  DEL

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

extractado de los escritos de la

B. MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE

 

ORACIÓN PARA COMENZAR  TODOS LOS DÍAS:

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en la presencia de Dios, adoremos su majestad infinita, y digamos con humildad:

 

OFRECIMIENTO AL PADRE ETERNO.

Oración de Santa Margarita María Alacoque

 

Padre eterno, permitid  que os  ofrezca el Corazón de Jesucristo,  vuestro  Hijo muy  amado, como se ofrece Él mismo, a Vos  en sacrificio. Recibid  esta ofrenda por mí, así como por todos los deseos, sentimientos, afectos  y actos de este Sagrado Corazón. Todos son  míos, pues Él se inmola por mí,  y yo no quiero tener en adelante otros deseos que los suyos. Recibidlos para concederme por  sus méritos todas las gracias que me son necesarias, sobre todo la gracia de la perseverancia  final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y alabanza que ofrezco a vuestra  Divina Majestad, pues por el Corazón de Jesús sois dignamente honrado y glorificado. Amén.

 

Se meditan los textos dispuestos para cada día.

 

DÍA VIGÉSIMO OCTAVO

 

Cómo el Sagrado Corazón puede inspirar nos amor a la Cruz

«Todas las cosas hallan reposo en su centro; por esto mi corazón todo abismado en el suyo que es el humildísimo Corazón de Jesús, tiene una ardiente sed de humillaciones, desprecios y olvido de todas las criaturas; no hallándome nunca satisfecha más que cuando estoy conforme con mi Esposo crucificado» No comprendo cómo una esposa de Jesús crucificado, puede no amar la cruz y huirla, puesto que al mismo tiempo desprecia a Aquel que la ha llevado por nuestro amor, haciendo de ella el objeto de sus delicias». Después de Él mismo, nada estimo tanto como el don de su preciosa cruz. Si se conociese el precio de ella, no sería tan huida y rechazada de todos; muy al contrario: sería de tal manera amada y estimada, que no se hallaría placer más que en la cruz, y nuestro solo deseo sería morir entre sus brazos, despreciadas y abandonadas del mundo entero. Pero para esto es preciso que el puro amor sacrifique y consuma nuestro corazón, como lo ha hecho con el de nuestro divino Maestro.

Un corazón que ama de veras podrá quejarse en la cruz, o mejor dicho, en el Corazón de Jesucristo, donde todo se cambia en amor

La cruz es el trono de los verdaderos amantes de Jesucristo. Verdad es que yo no soy de este número, pues padezco por mis pecados; pero no importa, con tal que padezcamos con Jesucristo y por su amor, según sus designios, esto basta.

Quiero aprender en el Sagrado Corazón de Jesús a sufrirlo todo, sin quejarme de cuanto me hagan, puesto que nada le es debido al polvo más que ser pisado.

Soy pobre en todo sentido ¡gracias a Dios! y no deseo más riqueza que la del puro amor a los sufrimientos, desprecios y humillaciones. En una palabra, Jesús, su amor y su cruz, hacen la felicidad de la vida.

La cruz, los desprecios, los dolores y las aflicciones, son los verdaderos tesoros de los amantes de Jesucristo.

Sometámonos con alegría a las órdenes de nuestro Soberano y confesemos que, por más que sus pruebas nos parezcan duras, Él es bueno y justo en todo lo que hace, y merece en todo tiempo alabanza, amor y gloria.

Quien dice puro amor, dice puro sufrimiento. Debemos amar nuestras penas y unirnos a los designios, que Dios tiene sobre nosotros.

En verdad no sé qué decir a los que amo, si no les hablo de la cruz de Jesucristo; y cuando me preguntan, qué gracias me hace nuestro Señor a mí, indigna pecadora, no sé responder más, que hablando de la dicha que hay en sufrir con Jesucristo; porque no veo nada más precioso en esta vida para los que le aman, que padecer por su amor. La cruz es un tesoro inapreciable. La cruz es mi gloria, el amor me conduce a ella, el amor me posee, el amor me basta.

 

La Beata recuerda haber querido separar en su infancia la santidad del sacrificio

«Mi divino Maestro me hacía ver desde entonces la belleza de las virtudes, sobre todo la de los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, y me decía que practicándolos, se alcanza la santidad; me decía esto, porque yo en mis oraciones le pedía siempre ser santa. No leía más libros que la vida de los Santos, y al abrirlos, me decía a mí misma: es preciso que escoja una, a la cual pueda imitar fácilmente, y obrando como ella, seré santa también. Pero ¡Dios mío! no conocía yo entonces lo que me habéis dado a entender después, y es que vuestro Sagrado Corazón habiéndome dado la vida sobre el Calvario a costa de tantos dolores, esta vida que me disteis, no podía sostenerse más que con el alimento de la Cruz, la cual debía formar mi manjar el más delicioso.

 

La Beata, aunque embriagada en el amor de la cruz, no dejó de sentir sus espinas

La Beata nos refiere de esta manera una visión, con la que nuestro Señor la favoreció poco tiempo después de su profesión, cuando acababa de exclamar: «¡Qué es esto, Dios mío, me dejareis vivir siempre sin sufrir!»

«Entonces me fue mostrada, dice ella, una gran cruz, de la cual no podía ver el fin; estaba toda cubierta de flores. Al mismo tiempo mi Soberano me dirigió estas palabras: «He aquí el lecho de mis castas esposas, donde te haré agotar las delicias de mi amor; poco a poco caerán estas flores y no te quedará más que las espinas, que hoy te oculto a causa de tu flaqueza; ellas te harán sentir de una manera tan viva sus heridas, que te será preciso toda la fuerza de mi amor, para soportar los dolores». Estas palabras me causaron gran regocijo, pensando que no había jamás bastantes sufrimientos, humillaciones ni desprecios, para apagar la sed ardiente que yo sentía y que no hallaría nunca mayor sufrimiento, que el que experimentaba mi alma, no pudiendo sufrir todo lo que quería; porque su amor no me daba descanso ni de día ni de noche. Mas estas dulzuras me afligían. Yo ansiaba la cruz desnuda de todo. Sin la cruz, añade, no podía vivir ni hallar placer alguno, ni celestial ni aun divino; porque todas mis delicias consistían en verme conforme con mi Jesús padeciendo. No tardó la Beata en experimentar los efectos de la promesa de nuestro Señor. He aquí cómo se expresa: «Me encontraba algunas veces tan oprimida de dolores, que, al empezar un ejercicio, creía no poder continuar en él hasta el fin; terminado uno, empezaba el que seguía con las mismas angustias, diciendo: «¡Oh Dios mío! concededme la gracia de poder permanecer hasta que se termine». Y daba gracias a mi Soberano, porque media de esta manera mis momentos por el reloj de sus sufrimientos, para marcar todas las horas de mi vida con alguna pesada cruz. Según este espíritu, por el cual me creo conducida, querría verme siempre abismada en toda suerte de humillaciones, sufrimientos y contrariedades. La naturaleza no se satisface con esto; pero el Espíritu que me dirige, no puede Sufrir, que tenga otro placer, que el de no tener ninguno.

Nuestro Señor se complace en tenerme en un estado tal de sufrimientos continuos, que me desconozco a mí misma, sintiendo mis fuerzas tan agotadas, que me cuesta un extremo esfuerzo poder arrastrar este miserable cuerpo de pecado. Paréceme que me hallo encerrada en un escuro calabozo, rodeada de cruces, que abrazo continuamente. ¡Si supieseis el mal uso que hago de este bien tan grande, sobre todo de esas preciosas y queridas humillaciones y abyecciones, acompañadas de opresiones de corazón, abandonos y angustias, casi de todas clases! Algunas veces me parece, que mi alma está reducida a la agonía, y ya en el último extremo; no obstante, el placer que encuentro, al verme anegada en este océano de amargura, la estimo mucho, por creerla la más tierna caricia de mi divino Esposo.

Me siento ansiosa continuamente de sufrir, más con repugnancias espantosas de la parte inferior; lo que hace, que mis cruces sean tan pesadas y dolorosas, que sucumbiría mil veces bajo su peso, si el adorable Corazón de mi Jesús no me fortificase y asistiese en todas mis necesidades. Mi corazón, no obstante estos sufrimientos continuos, siempre tiene nuevas ansias de sufrir.

 

Unión a Jesús inmolado

Oh dulce Jesús, único amor de mi corazón, dulce suplicio de mi alma y agradable martirio de mi carne y de mi cuerpo; la sola gracia que os pido, para honrar vuestro estado de sacrificio en el Santísimo Sacramento es, que yo viva y muera víctima de vuestro Sagrado Corazón, por medio de un amargo disgusto de todo lo que no sea Vos; víctima de vuestra alma santísima, por medio de todas las angustias de que la mía es capaz; víctima de vuestro cuerpo, por el alejamiento de cuanto pueda satisfacer el mío y por el odio de una carne criminal y maldita.

 

 

PARA FINALIZAR

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Santa Margarita María de Alacoque, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

 

***

¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártela con tus familiares y amigos!

***

Ave María Purísima, sin pecado concebida.