LA MISERICORDIA VENCIÓ SOBRE EL PECADO
Y LA MUERTE. Homilía del Sábado Santo 2016
Iglesia del Salvador de Toledo – ESPAÑA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Queridos
hermanos:
“Jesús el
Crucificado, no está aquí, ha resucitado, como lo había anunciado.”
Dios es
fiel a sus palabras y cumple siempre sus promesas: su amor es eterno. Así se ha manifestado a la largo de la
historia de la salvación. Creó al hombre y a la mujer a imagen y semejanza suya,
dotados de razón, libertad y voluntad, con capacidad para amar para compartir
su misma vida divina y gozar de su amistad por toda la eternidad; pues su amor
es eterno.
Nuestros
primeros padres, Adán y Eva, con su desobediencia truncan el plan de Dios, pero
a pesar de ello, Dios proyecta la historia de la salvación porque no quiere
abandonar su deseo de estar con el hombre, pues su amor es eterno.
El fratricidio
de Caín sobre su hermano Abel no ha sido capaz tampoco de hacer fracasar la
voluntad divina, pues su amor es eterno.
Tampoco la
soberbia y arrogancia de los constructores de la torre de Babel consiguen que
Dios se canse de los hombres, pues su amor es eterno.
Y, a pesar
de que el pecado Dios lo aborrece y lo detesta, su amor es eterno: Dios elige a Noé para purificar la tierra
infectada como en una pandemia por el pecado pues los hombres olvidados de Dios
viven entregados a sus pasiones y malos deseos tampoco en tiempos de Noé.
El amor de
Dios es eterno y no tiene límites… y aunque los hombres pronto se olvidan de
él, Dios insiste en su deseo de salvarlos, de otorgarle la vida de la gracia,
de hacerlos sus amigos... Ni Sodoma y Gomorra entregados a los pecados de la
carne, ni las infidelidades del pueblo de Israel, ni la idolatría del becerro
de Oro, ni la rebelión y las protestas durante el camino por el desierto tras
la salida de Egipto, ni el pecado de mezclarse con los pueblos vecinos y tomar
sus costumbres paganas y idólatras… ni los deseos de Israel y de Judá de tener
poder y dominio a costa de aliarse con reyes idólatras, ni las falsas seguridades
de considerarse salvados y el culto vacío como un trato mercantil con Dios… ni la
multitud ingente de los pecados personales de los hombres en el incumplimiento
de los mandamientos a lo largo de la historia humana…. han sido capaces de
vencer el amor de Dios, de hacerle desistir de sus deseo. Dios no abandona al
hombre, no es capaz de olvidarse de él, ni quizás de hacerlo desaparecer de la
faz de la tierra… Su amor es eterno,
pues aunque “nosotros somos infieles, El permanece fiel, pues no puede negarse
a sí mismo.”
Sí, si Dios
hubiese abandonado al hombre, si lo hubiese exterminado de la tierra, si lo
hubiese condenado por toda la eternidad, Dios se hubiese negado a sí mismo,
hubiese negado que él es amor, amor eterno y misericordioso.
Admirados
hemos de estar, pues Dios no actúo así con los ángeles caídos, con ellos la
consecuencia de su pecado fue inmediata y para toda la eternidad: el infierno… y, en cambio, con nosotros, con los hombres,
que paciencia la Dios, que perseverancia en su amor hacia nosotros.
Dios, como
el más testarudo y terco de los hombres, persiste en su deseo de salvar al
hombre, y llega a lo inimaginable: en su Hijo Eterno Jesucristo el Señor se
hace hombre y se entrega por nosotros en la cruz en expiación por el pecado… y
era necesario esto porque solamente un sacrificio de valor infinito que solo
Dios podría ofrecer expiaría la deuda infinita del pecado, pero al mismo tiempo
era necesario que él mismo hecho hombre muriese en el patíbulo de cruz, porque
solamente el hombre puede ofrecer sacrificios a Dios.
De la cruz
ha brotado la salvación para los hombres: pues por ella hemos sido salvados…
Pero no podemos separar el misterio de la cruz del misterio de la resurrección
de Cristo… porque si Cristo solamente hubiese muerto ofreciéndose por sus
hermanos los hombres, su sacrificio hubiese sido un acto de generosidad y de
solidaridad con los pecadores… pero no hubiese sido no hubiese sido un triunfo
definitivo sobre el pecado y la muerte, es decir, no hubiésemos sido salvados.
Pues como
comenta san Agustín: "No es cosa grande creer que Jesucristo murió: en
esta creencia convienen fácilmente paganos, judíos, pecadores y todos los
hombres. Mas los cristianos creemos en la resurrección; ésta es nuestra fe:
creemos que Cristo ha resucitado” y como enseña san Pablo ante aquellos que
negaban la resurrección: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”.
“Jesús el
Crucificado, no está aquí, ha resucitado, como lo había anunciado.” Su amor es
eterno y ha cumplido su palabra. Cristo ha resucitado y por su resurrección recibimos
los frutos preciosísimos de su Pasión, por la que se nos comunica la vida de la
gracia, por la que se nos da acceso a la vida eterna y se nos abren las puertas
del cielo.
En esta
noche, queridos hermanos, Cristo Resucitado es el Rey Victorioso que ha
derrotado definitivamente a la muerte y al pecado y los hombres hemos vencido
en él. Pero podemos preguntarnos cómo es esa victoria, pues “Cristo, habiendo
resucitado de entre los muertos, no volverá a morir; ya la muerte no tiene
dominio sobre El. Porque en cuanto El murió, murió al pecado de una vez para
siempre; pero en cuanto vive, vive para Dios.” (Rom 6, 9-10) Pero nosotros:
estamos irremediablemente destinados a morir, antes o después nuestros
ojos se cerrarán a este mundo, moriremos
e iremos al sepulcro; ¿cómo es entonces que Cristo ha vencido a la muerte? Y
ahora, en nuestra vida, ¿cuántas veces el pecado vence sobre nosotros y nos
hacemos esclavos reos de la condenación? ¿Cómo es entonces que Cristo ha
vencido a la muerte y al pecado, si aparentemente siguen presentes en nuestro
mundo?
Cristo ha
vencido a la muerte, pues está ya no tiene la palabra final y por tanto el
sepulcro no es el destino final del hombre: porque Cristo en su santa humanidad
ha resucitado, todos los hombres por la unión que hay entre él y todo el género
humano tenemos la posibilidad de resucitar, pues “nosotros mismos gemimos en
nuestro interior, aguardando ansiosamente la adopción como hijos, la redención
de nuestro cuerpo. Porque en esperanza hemos sido salvos.” Rom 8, 23
Cristo ha
vencido al pecado porque también este ha perdido su poder definitivo y último
en la vida del hombre, pues ahora por los méritos de su pasión y por su
resurrección, hay perdón, misericordia, compasión… Si los pecados de nuestra
vida son derrotas, cuando acudimos a Cristo en el sacramento de la Confesión,
él, Rey Victorioso, vuelve a vencer al maligno y al pecado al darnos su perdón por
su misericordia… Es en la misericordia de Dios, donde el pecado es vencido y
derrotado para siempre…
Y esta
victoria de Cristo y su misericordia no ha de hacernos insensibles o
abandonados al pecado, como si fuese lo mismo pecar ya que Dios nos perdona,
pues como acabamos de escuchar en la epístola: “Si habéis resucitado con
Jesucristo, buscad las cosas que son de arriba, donde Cristo está sentado a la
diestra de Dios Padre; saboread las cosas del cielo, no las de la tierra.”
Pidamos con
la Iglesia en este día a Dios para que conserve en nosotros la vida de la
gracia para que, renovados en cuerpo y alma, le prestemos una verdadera
adoración.
Cristo ha
resucitado, resucitemos con él. Feliz Pascua a todos.