SOBRE LO QUE
SE HA HECHO O DEJADO DE HACER PARA CON DIOS DURANTE EL AÑO
Estamos
en el mundo únicamente para amar a Dios y darle gusto. No debemos hacer otra
cosa durante toda nuestra vida, porque eso es lo primero que Dios nos manda y que
" por sí solo encierra toda la ley ", según afirma el Señor (1). Y ha
de ser tan grande nuestro amor a Dios, que no amemos nada sino a Dios o por
Dios.
Podemos
probar nuestro amor de tres maneras: primera, concibiendo sumo aprecio de Dios;
segunda, aficionándonos sólo a Dios; tercera, haciéndolo todo por Dios.
¿Habéis
hecho patente durante el año que sólo a Dios estimáis? ¿Os habéis sorprendido a
menudo de admiración por sus infinitas grandezas y, sobrecogidos entonces de
profundo respeto, a vista de tan sublimes perfecciones, habéis exclamado con el
Profeta Rey que " sus magnificencias superan la capacidad del espíritu
humano, y no pueden ser alabadas ni adoradas como se merecen "? (2).
¿Habéis
tenido en cuenta que Dios se ha hallado presente a vosotros en todas partes? ¿Y
os habéis abismado interiormente, en sentimiento de adoración, al considerar su
divina presencia? Y, pues nada es tan grato al alma que ama a Dios como parar
en ello la atención, ¿os habéis complacido, con David, en tan santo ejercicio?
(3). Y, por respeto a la presencia de Dios tan inmenso, ¿habéis cuidado de
manteneros en conveniente modestia, proporcionada a su majestad? Y puesto que
se halla Dios presente en todas partes, ¿le habéis adorado por doquier?
Prestad
atención a todos estos puntos, para demostrar a Dios el sumo aprecio que de Él
hacéis.
Nuestra
alma sólo ha sido creada por Dios para gozar de Él; luego, " toda su
felicidad en la tierra consiste en no aficionarse más que a Él " (4), como
dice muy bien el Real Profeta. Sería, pues, vergonzoso para el alma hecha
partícipe de la naturaleza divina, que, según dice san León, degenerase hasta
tal punto de su nobleza primitiva, que se envileciese a buscar su gozo en las
criaturas.
¿Y
a quién nos aficionaremos sino a Aquel de quien todo lo hemos recibido, que es
nuestro único Señor y Padre, que ha dado el ser a todas las cosas (5), como
enseña san Pablo, y que nos ha criado sólo para Sí?
Esta
consideración y la del agradecimiento que le debemos por todos los beneficios
que nos ha hecho, han debido ocupar a menudo nuestra mente en el decurso del
año, y enternecer nuestro corazón, hasta impelernos a consagrar a Dios
totalmente nuestras personas, y a decirle con san Agustín: " Hicístenos,
Señor, para Ti, e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en Ti
".
Si
amamos verdaderamente a Dios, " todo cuando hacemos ha de ordenarse
exclusivamente a su gloria " (6), como nos enseña san Pablo. Con ese único
fin debisteis dejar el mundo; pues Dios ha de ser el término de vuestras
acciones, como ha sido su principio.
"
Si pretendierais agradar a cualquier otro que a Dios, no mereceríais, dice san
Pablo, llevar nombre de servidores de Jesucristo " (7); pues no lo seríais
en realidad, ya que el siervo ha de hacerlo todo en servicio de su señor.
Ésa
era la amonestación que dirigía san Pablo a los fieles de su tiempo: ora
comáis, les dice, ora bebáis, o, en resumen, cualquiera cosa que hagáis,
hacedlo todo a gloria de Dios (8). Y en otra parte: Cuando hacéis, sea de
palabra, sea de obra, hacedlo todo en nombre del Señor Jesucristo (9).
Ése
ha de ser el único consuelo del cristiano en la presente vida: obrar por Dios
que le ha creado, de quien todo lo ha recibido y a quien es deudor de todo el
bien que pueda realizar en esta vida.
¿Habéis
considerado frecuentemente durante el año que, pues Dios os ha concedido la
vida y coopera a todas vuestras acciones, sin excepción deben éstas estar le
consagradas, y que le inferís injuria cada vez que ejecutáis alguna por
cualquier otro fin que no sea Él?
¿Vuestra
intención única ha sido, como en san Pablo, no vivir ni obrar ya sino por Dios?
¿Os habéis puesto, como él, en la disposición de no hacer estéril en vosotros
la divina gracia? (10).
Ha
sido estéril, ciertamente, cada vez que dejasteis de obrar puramente por amor
de Dios.
En
adelante, portaos, según a ello os exhorta el mismo Apóstol, de modo digno de
Dios, procurando agradarle en todo (11).
DE NUESTRO
PROCEDER CON EL PRÓJIMO DURANTE EL AÑO Y DE AQUELLO EN QUE HEMOS FALTADO A ESTE
RESPECTO
Con
los superiores.- Es de obligación para vosotros, según lo advierte el Apóstol,
proceder con los superiores, del modo que lo hacéis con Dios (1).
Como
formáis un cuerpo visible, y no os basta el gobierno interno de Dios para
llegaros a Él; necesitáis guías que os dirijan sensiblemente. Por eso os ha
dado superiores, cuya obligación es ocupar con vosotros el lugar de Dios y
encarrilaros exteriormente por el camino del cielo, de modo análogo a como lo
hace Dios mismo interiormente con vosotros.
¿De
qué manera habéis procedido durante el presente año con los superiores? ¿Los
habéis considerado como ministros de Dios, que os han sido propuestos de su
parte en calidad de lugartenientes suyos; puesto que sólo en virtud de la
autoridad que Dios les confiere y de la que los ha hecho partícipes, tienen
derecho a dirigiros y mandaros? ¿Ha sido ése el motivo de que os hayáis
sujetado a su gobierno? Durante el presente año, ¿os habéis sometido a los
superiores como os sometéis a Dios?
Eso
supuesto, ¿habéis creído que debíais obedecerlos en todo y de la manera que os
creéis obligados a obedecer a Dios, que dice: Quien os escucha me escucha? (2).
¿Estáis bien persuadidos en lo profundo del corazón de que cuanto os dicen lo
dicen de parte de Dios, o más bien que os lo dice Dios mismo?
Poneos
desde ahora en tal disposición, respecto de vuestros superiores.
Con
los hermanos.- Acaso no habéis discurrido bastante, durante el año que termina,
sobre la obligación que tenéis de vivir muy unidos a vuestros hermanos. Con
todo, es éste uno de los principales deberes de vuestro estado, porque, como
dice Jesucristo en su santo Evangelio, " todos sois hermanos " (3).
La
primera razón de que falte, a veces, unión en las comunidades es que algunos pretenden
alzarse sobre los demás, movidos de ciertas consideraciones humanas. Por ese
motivo amonestó el Señor a sus Apóstoles que ninguno de ellos debía llamarse ni
permitir que le llamaran maestro; porque no tenían más que un solo maestro,
Jesucristo (4). Hasta es necesario, como enseña también el Salvador, que quien
crea ser mayor entre vosotros, o lo sea en efecto, se estime y considere como
el menor de todos (5).
Ved
si, durante el año, habéis procedido así con los hermanos. Si os habéis
ofendido con alguno de ellos, pensad - como recordaba Moisés a dos israelitas
de su tiempo que se injuriaban y querellaban entre sí - que son hermanos
nuestros (6), y que nos debemos soportar unos a otros caritativamente, según
enseña el Apóstol (7).
Prestad
atención a la palabra soportar: con ella se os indica que es menester tolerarse
mutuamente, y por eso dice el Santo en otro lugar: Llevad las cargas unos de
otros (8). Cada uno tiene sus cargas; pero, de ordinario, no es precisamente
quien las tiene el que las lleva, pues no nota su pesadez; sino aquellos con
quienes vive. Por eso es menester que todos carguen gustosa y amorosa mente con
las del prójimo, si quieren vivir en paz con él, conforme nos exhorta repetidas
veces san Pablo en sus epístolas. ¿Lo habéis hecho así este año?
Piedra
preciosa es la caridad fraterna en el seno de las comunidades; por eso la
recomendó reiteradamente Jesucristo a sus Apóstoles antes de morir (9). Perdida
ella, todo está perdido. Conservadla, por tanto, cuidadosamente, si queréis que
vuestra comunidad perviva.
Con
los escolares. - Lo primero que debéis a los escolares es la edificación y el
buen ejemplo. ¿Os habéis aplicado a la virtud con el intento de edificar a
vuestros discípulos? ¿Habéis pensado que debíais servirles de modelo en las
virtudes que intentáis inculcarles? ¿Habéis procedido como corresponde a buenos
maestros?
Habéis
debido enseñarles la religión: ¿lo habéis hecho este año esmeradamente? ¿Habéis
considerado esta función como vuestro principal deber para con ellos? ¿Conocen
bien el catecismo? Si no lo saben, o sólo imperfectamente, ¿no ha de imputarse
a descuido vuestro?
¿Os
habéis preocupado de enseñarles las máximas y prácticas del santo Evangelio y
el modo de ejercitarse en ellas? ¿Les habéis sugerido algunos modos de practicarlas,
apropiados a su estado y edad?
Todas
estas distintas formas de instruirlos han tenido que ser frecuentemente materia
de vuestras reflexiones, y habéis debido empeñaros en utilizarlas con éxito.
" El maestro que se encariñe con la piedad engendrará sabiduría ",
asegura el Sabio (10); esto es, acaudalará sabiduría para sí y, al mismo
tiempo, hará sabios a quienes instruye.
¿Habéis
enseñado a los que educáis aquellos conocimientos humanos que son de vuestra
obligación, como la lectura, escritura y demás, con todo el esmero posible? Si
no ha sido así durante este año, daréis cuenta rigurosa a Dios, no sólo del
tiempo, sino de la manutención y de cuanto se os ha suministrado para los
menesteres de la vida; porque ésa ha sido la intención de la obediencia al
proveeros de todo lo necesario.
Tomad
para lo futuro medidas adecuadas sobre todos estos puntos, que son de
importancia.
DE AQUELLO EN
QUE HABÉIS FALTADO RESPECTO DE VOSOTROS Y DE LA REGULARIDAD DURANTE EL AÑO
Se
puede faltar a la observancia regular: dentro de casa, fuera de casa y en la
escuela.
Dentro
de casa, puede faltarse en tres cosas: la primera, en lo tocante a la fidelidad
y puntualidad en los ejercicios; [la segunda, en lo relativo al silencio; la
tercera, a la obediencia] (*).
¿Habéis
considerado la observancia del primer punto como uno de los principales medios
de salvación, ya que, de hecho, así es? Porque esa fidelidad os establece en
cierta como seguridad de cumplir exactamente los mandamientos de Dios; pues,
según dice Jesucristo: Quien es fiel en las cosas pequeñas, lo será también en
las grandes (1).
¿No
os habéis dispensado de comulgar, a la ligera y por mera desgana, algunas veces
este año? ¿No habéis descuidado la oración, o dejado en ella libre paso a las
distracciones? ¿Habéis considerado esos dos ejercicios como aquellos que atraen
las gracias de Dios sobre todos los demás? Y, eso supuesto, ¿os habéis dado a
ellos con amor?
¿Habéis
mostrado estima a todos los ejercicios espirituales? ¿Los habéis considerado como
medios absolutamente necesarios para llegar a la perfección de vuestro estado,
y por consiguiente para asegurar la salvación?
¿Lo
habéis dejado todo al oír la primera campanada, aun hallándoos con personas de
fuera? Así ha de hacerse siempre sin falta; ya que, propiamente hablando, por
la primera señal de la campana se os descubre la voluntad de Dios.
¿Habéis
sido fieles a la guarda del silencio? Es el primer medio de establecer la
regularidad en las casas; sin él, no puede esperarse que se asiente el orden
dentro de las comunidades religiosas. Puesto que debéis contribuir a ordenar
bien la vuestra, sed fieles a esos dos puntos.
Por
su medio se asegura y mantiene con facilidad el orden, siempre que a ellos se
agregue la obediencia en todo, a quien está encargado de llevar la dirección de
la comunidad; porque la obediencia es la primera virtud en las comunidades, y
lo que distingue esencialmente a éstas de las mansiones seglares.
No
es de menor importancia ser observante fuera de casa que dentro de ella; pues
hay obligación de edificar al prójimo, y esto se exige especialmente a los
religiosos.
Lo
primero a que debe prestarse atención fuera de casa es a guardar mucha
modestia. San Pablo lo recomienda a los fieles sobre cualquier otra cosa,
cuando dice: Vuestra modestia sea patente a todos los hombres (2). Como si
dijera: " No os contentéis con ser modestos cuando estáis solos y en
privado, como efectiva mente debéis hacerlo, porque el Señor está cerca de vosotros;
sino también en presencia de todos los hombres ".
Por
consiguiente, cuando salgáis de casa, portaos de tal forma, que todos la noten
y queden edificados de vuestra modestia. Es eso necesario porque, trabajando en
la salvación del prójimo, debéis empezar por dar buen ejemplo, si queréis ganar
a los otros para Dios.
Tenéis
que observar también exacto silencio en las calles y, según vuestras Reglas,
rezar en ellas el rosario, para no distraeros con aquellos objetos que se
ofrezcan a la vista, y poder prestar atención a la divina presencia.
La
paciencia y el silencio han de seros, de igual modo, particularmente necesarios
cuando seáis objeto de injurias o de cualquiera otra actitud capaz de
produciros disgusto.
¿Habéis
sido fieles en guardar todas esas observancias durante el año? Son de mucha
trascendencia, si no queréis escandalizar a otros, ni derramar vuestro espíritu
al andar por las calles. Ha de poderse distinguir fácilmente en ellas a las
personas consagradas a Dios de los seglares; y eso, por el aspecto exterior, y
por el modo de comportarse; ya que, según dice san Pablo, son deudoras de la
edificación que deben dar, no sólo a los sabios, sino también a quienes no lo
son (3); los cuales suelen escandalizarse de todo, particularmente en las
personas religiosas.
La
escuela es el lugar donde los Hermanos permanecen la mayor parte del día, donde
ejercen las funciones que más los absorben y en el que encuentran más ocasiones
de distraerse. Por eso toda diligencia sobre sí mismos será poca, a fin de que
no se amengüe en la escuela el mérito que de tales ocupaciones deben sacar para
la salvación de sus almas, ni falten en ella a ninguna de sus obligaciones.
¿Habéis
sido puntuales este año en seguir el orden de las lecciones, en serviros
siempre de la " señal " y en reprender a los escolares cada vez que
han cometido alguna falta? No podéis excusaros de hacerlo sin quebrantar uno de
vuestros deberes principales.
¿Habéis
sido fieles en explicar cada día el catecismo, durante todo el tiempo señalado
y del modo que os está prescrito? ¿Habéis procurado con diligencia que los
discípulos se instruyan en la doctrina cristiana? Es ésa vuestra obligación
principal, aunque no podéis desatender los otros puntos.
¿No
habéis procedido alguna vez con negligencia y flojedad en la escuela? ¿No
habéis hablado en ella de cosas inútiles con los niños, pidiéndoles noticias o
escuchando gustosos las que ellos os contaban? ¿No habéis leído en la escuela
algún libro diferente de los que usan los alumnos a quienes tenéis cargo de
instruir?
En
una palabra, ¿no habéis perdido en ella el tiempo que, en vuestra profesión no
es más vuestro que el del sirviente, obligado a emplearlo por completo en
utilidad de su señor, como vosotros en provecho de los escolares?
¿No
habéis aceptado algo que os hayan éstos ofrecido? Ya sabéis que tal cosa, en
ningún caso os está permitida, pues, si cayereis en dichas faltas, vuestra
escuela dejaría de ser gratuita, aun cuando no recibierais de los alumnos más
que tabaco; lo cual no debe hacerse ni tolerarse, puesto que el uso del tabaco
no se os permite, y debéis dar clase gratuitamente: esto es esencial a vuestro
Instituto.
Examinad
si habéis incurrido en esta clase de faltas durante el año y cuántas veces; y,
en caso afirmativo, si las habéis acusado en confesión puntualmente. Tomad
resoluciones adecuadas sobre todos estos puntos.
Despojaos,
por fin, hoy, del hombre viejo, y revestíos del nuevo, como a ello os exhorta
san Pablo. Y pedid a Dios, según aconseja el mismo Apóstol, que renueve mañana
en vosotros el espíritu de vuestro estado y de vuestra profesión (4).