“Los publicanos y prostitutas os llevan la
delantera en el Reino de los cielos.” (Mt 21, 31) Expresión fuerte de Nuestro Señor
Jesucristo dirigida a los sacerdotes y ancianos de Israel.
Jesús no justifica el pecado de
aquellos, sino que los pone como ejemplo de conversión. Escucharon a Juan,
descubrieron su pecado y se convirtieron, cambiaron de vida. En cambio, sus
interlocutores son duros de corazón; se resisten a convertirse, ni escuchando a
Juan, ni viendo la conversión de los malos, ni ante Jesús que es la misma
misericordia divina.
Dios espera nuestra conversión, el
volvernos a él; nos ama tanto que cada
día que nos da es una nueva oportunidad para cambiar y empezar de nuevo. Es la
enseñanza del profeta Ezequiel: “cuando
el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la
justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos
cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.” (Cfr. Ez 18,25-28) Dios siempre
nos está esperando, ¡siempre! Dios tiene el poder de perdonar y de olvidar el
pecado cometido, es más de eliminarlo.
A estas palabras de Nuestro Señor
Jesucristo: “Los publicanos y prostitutas
os llevan la delantera en el Reino de los cielos” (Mt 21, 31) le
preceden una breve parábola de dos hijos
que son invitados / mandados por su padre a trabajar en la viña (Mt 21, 28-30).
Ambos tienen dos reacciones distintas. Uno se niega, y recapacitando va
finalmente a trabajar. El otro se manifiesta disponible y finalmente no cumple
su palabra.
Veamos las significaciones de esta
parábola:
1.-La actitud del Padre que invita a
sus hijos es la actitud de Dios Padre que siempre quiere que todos sus hijos
participen de su propiedad: la viña. Dios no hace distinción, quiere que todos
se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios de múltiples formas sale
al encuentro del hombre invitándolo a la comunión, a la amistad con él… A pesar de ser rechazado, Dios no protesta y
se enfada. Infinitamente paciente, una y otra vez sale a nuestro encuentro.
Dios es amor y por eso “no lleva cuenta
del mal” que podamos hacerle.
2.-La viña viene a ser en esta
parábola el participar de la misma vida divina que nos hace felices y nos
realiza verdaderamente como hombres y mujeres, participación que ya se nos da
aquí en la tierra al ser miembros de la Iglesia y poder participar de la vida
sacramental.
Pero la viña no es lugar de descanso,
en ella hay que trabajar: podar, cavar, cuidar, cosechar… Es decir, para participar en esta vida divina,
de esta felicidad que nos da Dios, tenemos que esforzarnos, luchar contra
nuestra pereza, sufrir el peso de la jornada. No es fácil ser buen cristiano:
cuesta, porque en nosotros hay pecado, egoísmo, maldad… pero con su gracia:
PODEMOS.
3.-El trabajar en la viña implica obediencia. Es el camino de Jesús que San Pablo en la
epístola a los Filipenses nos muestra: “se despojó de su rango y tomó la condición
de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre
cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.”
(Cfr. Flp 2, 1-11)
Obediencia que le llevó no sólo a
someterse a la voluntad del Padre, sino también a someterse a la voluntad de
aquellos a los que el Padre le dio poder para disponer de la vida de su Hijo.
Recordemos la respuesta que Jesús en la pasión da a Pilato cuando este le
pregunta: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes
que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?” A lo que Jesús
responde: “No tendrías contra mí ningún
poder, si no se te hubiera dado de arriba.” (Cfr. Jn 19, 10)
La obediencia de Jesús fue un olvido de sí mismo; por eso el Apóstol
Pablo invitaba a los Filipenses a tener ellos “los sentimientos propios de Cristo Jesús.” “No obréis
por envidia ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad
siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino
buscad todos el interés de los demás.” (Cfr. Flp 2, 1-11) Hagamos examen y
preguntémonos si estas son nuestras disposiciones.
4. Los dos hijos de la parábola
indican dos actitudes que se dan o pueden dar en nosotros. Analicemos primero la
actitud del hijo al que Padre invita a trabajar a la viña y dice que va; y
finalmente llevado por la pereza, por la propia autosuficiencia, por el
egoísmo; desobedece y no cumple su palabra… ¿Es también nuestra actitud?
Pensemos en tantos buenos propósitos después de nuestras confesiones, pensemos
en cuantas promesas a Dios y a nuestros prójimos que hemos hecho en un momento
de “fervor” y que pronto se nos han olvidado; pensemos también en esa cierta
intención que podemos tener de querer engañar a Dios pensando que podemos
ocultarle las verdaderas intenciones o deseos de nuestro corazón, tapándolas
con acciones aparentemente devotas o buenas… Un ejemplo: “Voy a misa el domingo porque soy catolicísimo pero trato mal a mis
empleados o no cumplo con mis obligaciones de trabajador”… Otro: “Predico de la misericordia de Dios y de su
bondad, y después me comporto soberbio y déspota con mis hermanos o los que
están bajo mi obediencia.” O “Me muestro muy afable ante una persona que
me ha hecho algún daño, y en mi interior no hay más que resentimiento u odio
hacia ella.” La coherencia entre fe y vida, entre pensamiento y práctica,
entre deseo y acción es necesaria para llevar con dignidad el nombre de
cristiano. ¡No te engañes a ti mismo, porque a Dios si que no lo podemos
engañar!
5. La actitud del hijo que se niega a
trabajar, y después de recapacitar accede a ir a la viña representa también la
actitud que se puede dar en nosotros en el camino de la fe. A veces la
obediencia a los mandamientos de Dios, a los preceptos de la Iglesia, a las
enseñanzas de la Sagrada Escritura y del Magisterio de la Iglesia por la voz de
los pastores cuesta aceptarlos porque no se adaptan a nuestro criterio o gusto;
incluso a los que nosotros razonablemente hemos pensado y meditado. ¡Cuánta
gente dice: “Creo en Dios, pero lo que
dice la Iglesia…” o expresiones semejantes incluso entre obispos, clérigos,
monjas y católicos de comunión diaria que se oponen a la enseñanzas de la
Sagrada Escritura y de la Tradición. Un ejemplo actual que nos pueda ayudar a
comprender esto sería la postura de aquellos que quieren que la Iglesia permita
la comunión sacramental de los divorciados vueltos a casar civilmente… Eso va
directamente contra la enseñanza de Jesús que condena de forma tajante el
adulterio. Se puede pedir más caridad, atención, participación… pero no se
puede querer cambiar lo que Dios ha establecido. Es una locura. Pensemos si en
nuestra vida de fe también tenemos estas resistencias… o nos permitimos ciertas
licencias aun sabiendo que van en contra de lo que Dios nos pide.
El joven recapacita y va finalmente a
la viña. Ese recapacitar es el proceso de la conversión y el arrepentimiento. Proceso
que Dios inicia con su gracia iluminando nuestra mente al descubrir nuestra
desobediencia y nuestra resistencia a su
amor… A partir de aquí, queda nuestra
decisión, el fiarnos del Padre que nos invita a trabajar a su viña, aunque nos
cueste, pero sabiendo que es lo mejor para nosotros… Suelo aconsejar a los
niños cuando se confiesan que obedezcan siempre a sus padres porque aunque no
lo entiendan, aunque no les guste o aunque les cueste lo que sus padres le
manden va a ser siempre lo mejor para ellos. Esto mismo podemos aplicárnoslo cada
uno de nosotros a nuestra relación con el Padre Dios.
Queridos hermanos: recapacitemos
también nosotros y recordemos siempre que la ternura y la misericordia del
Señor son eternas; que él es bueno y es
recto, y pidámosle en este día que nos enseñe el camino verdadero a nosotros
que somos pecadores; que nos haga humildes para caminar con rectitud. (Cfr.
Salmo 24)
Homilía para el Domingo XVI del Tiempo Ordinario (ciclo A) del N.O.
Domingo 28 de septiembre de 2014