Ignacio, español
nacido en Loyola, de noble familia guipuzcoana, formó parte de la corte del rey
católico, y después ingresó en el ejército. Una herida grave que recibió en el
sitio de Pamplona, le obligó a guardar cama y le dio ocasión para pías lecturas
que inflamaron su espíritu, determinándose a seguir los ejemplos admirables de
Cristo y de los santos. Se dirigió después a Montserrat, donde hizo durante la
noche la vela de las armas suspendidas ante el altar de la Virgen, y así
comenzó el noviciado de la sagrada milicia. Luego fue a Manresa cubierto de un
saco, pues sus ricos vestidos los dio a un pobre. Pasó allí un año, mendigando
el pan y el agua, ayunando cada día menos los domingos, castigando su cuerpo
con una cadena y un cilicio, durmiendo en el suelo, y azotándose hasta derramar
sangre con disciplinas de hierro; fue favorecido del cielo con tales
ilustraciones, que solía decir: “Si no existieran las Sagradas Escrituras,
estaría dispuesto a morir por la fe, en razón únicamente de las cosas que Dios
me reveló en Manresa”. A pesar de ser del todo iletrado, compuso Ignacio el
libro de los Ejercicios Espirituales cuya excelencia viene certificada por la
aprobación de la Sede Apostólica y por el bien que ha hecho a tantas almas.
Para prepararse a
ganar las alma, usó los recursos que ofrece una formación literaria, y no se
avergonzó de mezclarse con los niños para aprender la gramática. Como
entretanto nada omitía para contribuir a la salvación del prójimo, es imposible
enumerar las fatigas y escarnios, las pruebas durísimas que se vio obligado a
sufrir, incluso azotes y encarcelamientos, que le llevaron casi al punto de la
muerte; a él, empero, todo le parecía poco tratándose de procurar la gloria de
Dios. En París, se le juntaron nueve compañeros de diversas naciones, que en
aquella universidad eran distinguidos por ser maestros en artes y graduados en
teología, y con ellos subió a Montmartre donde puso los cimientos de la orden
que más tarde fundó en Roma, añadiendo a los tres votos acostumbrados, el
cuarto relativo a las misiones, bajo una dependencia especial de la Santa Sede.
Paulo III la admitió y la confirmó, y luego, otros Papas y el concilio de
Trento la aprobaron. Al enviar a San Francisco Javier para predicar el
Evangelio en las Indias, y al repartir entre varias partes del mundo a otros
misioneros, declaró la guerra a la superstición y a la herejía, la cual
persiguió con tanto éxito que se considera evidente que Dios suscitó a Ignacio
y a su Compañía para combatir a Lutero, y a otros herejes de aquella época.
Pero la primera
preocupación de Ignacio fue restaurar la piedad entre los católicos. La belleza
de los templos, el catecismo y la frecuencia de la predicación y de los
sacramentos recibieron de él un gran impulso. También abrió colegios para
promover en la juventud la piedad y la cultura; fundó en Roma el colegio
Germánico; para las mujeres arrepentidas y para las que estaban en peligro de
perderse fundó refugios, y los huérfanos y los catecúmenos de ambos sexos
tuvieron casas para recogerse. Infatigable en su ardor de ganar almas para Dios
y en toda obra de piedad, decía: “Si me fuera dado optar, escogería vivir en la
incertidumbre de mi salvación y dedicado al servicio de Dios y a la salvación
del prójimo, más bien que morir al instante con la seguridad del cielo”. Tuvo
sobre los demonios un poder grande. San Felipe Neri y otras personas pudieron
ver su rostro radiante de luz celestial. A los 65 años, fue a reunirse con el
Señor, cuya mayor gloria siempre había invocado y buscado en todas las cosas.
La fama de sus grandes méritos y milagros hizo que Gregorio XV le pusiese en el
catálogo de los santos, y Pío XI secundando las peticiones de santos obispos le
declaró y constituyó celestial patrono de todos los ejercicios espirituales.
Oremos.
Oh
Dios, que para propagar la mayor gloria de tu nombre fortaleciste la Iglesia
militante con un nuevo refuerzo, por medio del bienaventurado Ignacio,
concédenos que, combatiendo con su auxilio y a imitación suya en la tierra,
merezcamos ser coronados con él en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos
los siglos de los siglos. R. Amén.
DÍA 31. ÚLTIMO DÍA DEL MES DE LA
PRECIOSÍSIMA SANGRE. PRECES Y CONSAGRACIÓN
SIETE OFRECIMIENTOS
DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE
300 días de Indulgencia cada vez que se recen con un
corazón contrito; Plenaria al mes, con las condiciones de rigor - Papa Pío VII,
Rescripto del 22 de Septiembre de 1821.
1° Padre
Eterno, os ofrezco los méritos de la Sangre preciosísima de Jesús, vuestro
amado Hijo y Nuestro Divino Redentor, por la propagación y exaltación de la
Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única y verdadera fuera de la cual
no hay salvación, y por la expansión de la Fe en todo el orbe.
En seguida se dirá un Gloria Patri,
etc. y después la siguiente jaculatoria:
Sea para
siempre bendito y alabado Jesús, que con su Sangre nos ha salvado.
2° Padre Eterno, os ofrezco los méritos de la Sangre preciosísima de Jesús,
vuestro amado Hijo y mi divino Redentor, por la paz y concordia entre los
príncipes y reyes católicos, por la humillación de los enemigos de la Santa Fe
y por la felicidad del pueblo cristiano. Un Gloria Patri, etc. - Sea para siempre
bendito y alabado Jesús, que con su Sangre nos ha salvado.
3° Padre
Eterno, os ofrezco los méritos de la Sangre preciosísima de Jesús, vuestro
amado Hijo y mi divino Redentor, por que se reconozcan y arrepientan los
incrédulos, sean extirpadas todas las herejías y convertidos los pecadores.
Un Gloria Patri, etc. - Sea para siempre bendito y alabado Jesús, que con su Sangre nos ha salvado.
4° Padre
Eterno, os ofrezco los méritos de la Sangre preciosísima de Jesús, vuestro
amado Hijo y mi divino Redentor, por todos mis parientes, amigos y enemigos,
por los pobres, enfermos y atribulados y por todos los que Vos sabéis que debo
pedir y Vos queréis que pida.
Un Gloria Patri, etc. - Sea para siempre bendito y alabado Jesús, que con su Sangre nos ha salvado.
5° Padre
Eterno, os ofrezco los méritos de la Sangre preciosísima de Jesús, vuestro
amado Hijo y mi divino Redentor, por todos los que hoy pasarán a la otra vida,
a fin de que los libréis de las penas del Infierno, y los pongáis lo más pronto
posible en posesión de vuestra Gloria. Un Gloria Patri, etc. - Sea para siempre
bendito y alabado Jesús, que con su Sangre nos ha salvado.
6° Padre
Eterno, os ofrezco los méritos de la Sangre preciosísima de Jesús, vuestro
amado Hijo y mi divino Redentor, por todos aquellos que son devotos de este
gran tesoro de vuestra Sangre, por los que están unidos conmigo para adorarla y
honrarla, y finalmente por los que trabajan en propagar esta devoción.
Un Gloria Patri, etc. - Sea para siempre bendito y alabado Jesús, que con su Sangre nos ha salvado.
7° Padre
Eterno, os ofrezco los méritos de la Sangre preciosísima de Jesús, vuestro
amado Hijo y mi divino Redentor, por todas mis necesidades espirituales y
temporales, en sufragio de las Ánimas benditas del Purgatorio, y
particularmente de las que han sido más devotas del precio de nuestra Redención
y de los dolores y penas de vuestra amada Madre María Santísima. Un Gloria Patri, etc. Sea para siempre
bendito y alabado Jesús, que con su Sangre nos ha salvado. Un Pater Noster, Ave Maria y Gloria.
INVOCACIONES
A LA PRECIOSA SANGRE
Sangre Preciosa por mi amor vertida,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre redentora, vida de mi vida,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre derramada por las culpas mías,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre rubicunda, de estima infinita,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre, que llorando, mi Jesús vertía,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre, que en las lágrimas, hilo a hilo corrías,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre que te viste de hombres abatida,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre que brotaron de agudas espinas,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre que arrastrada fuiste y escupida,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre que vertieron manos atrevidas,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre del Costado en la cruel herida,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre dulce y suave, humana y divina,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre con que aplacas tu justísima ira,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre consagrada en Hostia pacífica,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre sin doblez, sangre inocentísima,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre con que borras la escritura antigua,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre en cinco pórticos de mejor piscina,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre de mi amante, sangre amabilísima,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre que te ofreces por quien más te pisa,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre que nutrió la dulce María,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre siempre pronta a curar heridas,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre en que se funda la esperanza mía,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre que recauda la oveja perdida,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre liberal, sangre agradecida,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre encendedora de almas tibias,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre que haces fuerte al que en ti medita,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre santa, pura, amable y bendita,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre que estremece a la sierpe maldita,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre de mi alma, sangre de mi vida,
purifica mi alma de toda malicia.
Sangre, tú me salvas, tú me lavas y me limpias,
purifica mi alma de toda malicia.
℣. Adorámoste, Preciosa Sangre, y
bendecímoste.
℟. Porque en la Cruz santa redimiste
al mundo.
ORACIÓN
Omnipotente y sempiterno Dios, que con la Sangre de tu Hijo quisiste ser
aplacado y que nosotros fuésemos redimidos, rogámoste que nos concedas de tal
suerte hacer memoria del precio de nuestra salvación, que podamos en esta vida
conseguir el perdón y en la eternidad, el premio de la gloria, por el mismo
Jesucristo Señor nuestro, tu Hijo, que contigo vive y reina por los siglos de
los siglos. Amén.
CONSAGRACIÓN
A LA PRECIOSÍSIMA SANGRE
DE CRISTO
¡Oh preciosísima Sangre de Nuestro Señor
Jesucristo, derramada con infinita pasión, misericordia y donación!
¡Sangre majestuosa de todo un Dios
encarnado en las purísimas entrañas de tu amadísima Madre, la Virgen María! Con
profunda admiración, arrobo y reverencia me presento por María, con María y en
María a tu divina Majestad. Como apóstol indigno me postro enamorado ante el
misterio sublime de tu Pasión y Muerte en la Cruz.
¡Oh, Jesús amado! ¡Oh, Verbo encarnado y
traspasado! Rebosante de anhelo caigo hoy ante tus plantas para unirme como
brizna ínfima al insondable océano de tu entrega inagotable y admirable.
Así como en las terribles horas de
angustia en Getsemaní pediste a Pedro, Santiago y Juan que velaran sin
descanso, quiero responder con un sí a esta llamada que cada día se actualiza,
pues la noche ha cubierto con un velo negro la redondez de la Tierra y las
tinieblas acechan en penumbra a la humanidad golpeada por el pecado.
Señor mío, y Dios mío, con verdadera
devoción yo, ____________________________________________________________ me
consagro a tu Preciosísima Sangre derramada en el suplicio de tu Pasión. Como
soldado de María quiero dejarme revestir con las armas de la oración y la
penitencia para atraer a tu ardiente corazón, sediento y enamorado, las almas
heridas y alejadas por el mal y envueltas en sombras.
¡Oh, Maestro bueno, de cuyo rostro
desfigurado brotaron gotas de sangre y sudor al contemplar espantado la fealdad
de nuestros pecados, indiferencias, desprecios, egoísmos, codicias y toda clase
de males que asolan a los hombres! Imploro tu perdón y deseo adorar, amar y
enjugar la Preciosísima Sangre que brotó de tu cuerpo y de tu rostro humano y
divino.
Así como el maligno enemigo quiso
desalentarte poniendo a prueba tu humanidad santísima al mostrarte el mal en
todas sus formas, ruego, por tu gracia infinita, poder servirte de consuelo
uniéndome a una de esas almas cuya vida y obras te fueron presentadas, a través
de los ángeles, para alentar tus fuerzas en aquellas terribles horas de
tremenda expiación.
Esposo compasivo, gracias por el plan de
salvación.
Con las obras de mi vida tejeré un
lienzo de amor, para cubrir tus cinco llagas que nos dieron redención.
30 de julio. Conmemoración de san Abdón y Senén, mártires
30
de julio. Conmemoración de san Abdón y Senén, mártires
Durante el imperio de Decio,
Abdón y Senén, persas, fueron acusados de enterrar en sus propiedades los
cuerpos de los cristianos que eran dejados insepultos. Detenidos por orden del
emperador, intentaron obligarles a sacrificar a los dioses; mas ellos se
negaron, proclamando la divinidad de Jesucristo, por lo cual, tras haber sido
sometidos a encarcelamiento, al volver Decio a Roma, les obligó a entrar en
ella cargados de cadenas, caminando delante de su carroza triunfal. Conducidos
por las calles de la ciudad ante las estatuas de los ídolos, escupieron sobre
ellas en señal de execración, lo que les valió ser expuestos a los osos y los
leones, los cuales no los tocaron. Luego de degollarlos, arrastraron sus
cuerpos, atados por los pies, delante del ídolo del sol, pero fueron retirados
secretamente de aquel lugar, para darles sepultura en la casa del Diácono
Quirino.
Oremos.
Oh
Dios, que a tus santos Abdón y Senén otorgaste abundancia de gracias para
llegar a la gloria de que disfrutan, concede a tus siervos el perdón de los
pecados, de suerte que, ayudados de los méritos de tus Santos, podamos vernos libres
de toda adversidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los
siglos. R. Amén.
El pasaje que se acaba de leer en el Santo Evangelio,
se refiere al día de la entrada triunfante del Salvador en Jerusalén. El
triunfo que Dios Padre preparaba a su Cristo antes de los días de su Pasión, no
era desgraciadamente, pronto se vio, el reconocimiento del Hombre-Dios por la
sinagoga. Ni la dulzura de este rey que venía a la hija de Sion montado en una
asna[6], ni su severidad misericordiosa contra los que profanaban el templo, ni
sus últimas enseñanzas en la casa de su Padre, podrían abrir aquellos ojos
obstinadamente cerrados a la luz de la salvación y de la paz. Los mismos lloros
del Hijo del Hombre no podían, pues, alejar la venganza divina: fue necesario
que llegase por fin el turno a la justicia.
Conviene que contemplemos por unos instantes las
lágrimas de Jesús. "El Señor volvió su mirada a la gran ciudad, hacia la
mole del Templo, y una tristeza infinita embargó su alma... Lloró sobre su
patria; fueron verdaderos sollozos, y las palabras que pronunció tenían, en
efecto, un acento como entrecortado, en que se descubría la violencia de la
emoción. No perdamos nunca de vista que el Señor ha pertenecido a nuestra
humanidad. Amaba a Jerusalén como judío, como Hijo del Hombre, como Hijo de
Dios. Jerusalén era el corazón de Israel y de todo el mundo religioso, la
ciudad que Dios se había escogido. Habría podido llegar a ser la capital del
mundo mesiánico destinado a abrazar a todas las naciones. En el pasado, nunca
le faltaron las advertencias y los castigos saludables: y, durante tres años,
el Señor mismo ¡la había iluminado tan abundantemente! Hasta en el Calvario, y
más allá, por el ministerio de sus Apóstoles, debía tender los brazos a su
pueblo. Pero todo sería inútil, y por fin, sería necesario que interviniese la
justicia. Y nosotros podemos leer en el historiador Josefo (libros V y VI de la
Guerra de los Judíos) con qué rigurosa exactitud se realizó la profecía del
Señor, concerniente al castigo de Jerusalén, que es la más impresionante
lección de la Historia"[7].
En aquel tiempo: Al llegar Jesús cerca de Jerusalén mirando a la ciudad,
lloró sobre ella, diciendo: ¡Ah, sí conocieses también tú, en este día,
el mensaje de la paz! Mas ahora está oculto a tus ojos. Sí, vendrán
días sobre ti, en que te circunvalaran tus enemigos y te rodearán y te
estrecharán por todas partes, y te arrasarán con tus hijos dentro de ti,
y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por no haber conocido el tiempo
en que Dios te ha visitado. Y habiendo entrado en el templo comenzó a
echar fuera a los que vendían y compraban en él, diciéndoles: Escrito
está: ¡Mi casa es casa de oración; Y vosotros la tenéis convertida en
cueva de ladrones! y enseñaba todos los días en el templo