X domingo después de Pentecostés
El fariseo y el
publicano
A Dios nada se lo oculta, conoce lo más
íntimo de nosotros mismos, por eso con el salmo podemos decir:
Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.
No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.
y ya, Señor, te la sabes toda.
Me estrechas detrás y delante,
me cubres con tu palma.
me cubres con tu palma.
Jesús, Hijo de Dios, Dios hecho hombre,
conoce también os corazones de los que le escuchan, y sabiendo que había entre
ellos algunos que se consideraban mejores que los demás narra la parábola del
fariseo y del publicano que suben al templo a orar.
Parábola que pone de manifiesto que es
la soberbia la que nos aparta de Dios y es la virtud de la humildad la que nos
hace grandes ante Dios.
La verdadera humildad –dirá santa
Teresa- es andar en verdad.
La virtud de la humildad nace del
conocimiento, de conocer la verdad:
1º
De quien es Dios y quienes somos
nosotros delante de Dios
2º
De quienes son los demás:
3º
De quien soy verdaderamente yo.
…
1º¿
Quién es Dios y quienes somos nosotros
delante de Dios? Dios soberano, creador de todo, suma
bondad, eterno, omnipotente, sabio, infinito, inabarcable, misericordioso… Y ante él, ¿quiénes somos nosotros? Criaturas
ante el Creador, la pequeñez ante la Infinitud, lo transitorio ante lo eterno,
lo caduco ante lo eternamente perene. Recordar que somos criaturas y que hemos
sido creados para conocer, amar, servir a Dios nos ha de hacer andar en humildad.
La soberbia es enfrentarse ante Dios,
es creerse dioses de la propia vida. La soberbia fue el pecado de Satánás, el
pecado de nuestros primeros padres, como también el pecado del hombre moderno
que niega a Dios la adoración y se constituye así mismo como Dios, creyéndose
el centro del universo. La soberbia
frente a Dios está muy bien reflejada en aquel dicho: ¡Cuando se vio que los
pájaro se tiren a las escopetas!”. Y la misma idea la refleja el profeta Isaías
(10): ¿Se envanece el hacha contra quien la blande? ¿Se gloría la sierra contra
quien la maneja? Como si el bastón manejase a quien lo levanta, como si la vara
alzase a quien no es leño.
Recordemos
las palabras del salmo y sean estas inspiradoras de nuestra humildad: “Servid
al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores. Sabed que el Señor es
Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.
2º
¿Quiénes son los demás? Criaturas
de Dios, creadas a su imagen y semejanza, dignas de todo respeto y veneración,
donde Dios ha derramado sus dones… ¿Cómo puedo creerme superior, por encima de
los demás, mejor que mi prójimo? ¿Cómo puedo despreciar a aquel que como yo es
criatura de Dios, salida de sus manos fruto de su amor? Todos, niños, ancianos,
pobres, ricos, de una raza u otra, de cualquier condición, todos son criaturas
de Dios, fruto de su amor,. Si andamos
en humildad, reconoceremos la belleza y las perfecciones que Dios ha puesto en
los demás, llegaremos a considerarlos a todos más que nosotros mismos.
Faltar a la caridad, dejarnos llevar
por la soberbia hacia el prójimo es pecar contra Dios mismo, pues ellos son
imagen y semejanza de Dios: Lo que
hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos a mí me lo hicisteis.
3º
La humildad además nos da el verdadero conocimiento de nosotros mismos: de quienes somos verdaderamente.
¡Es difícil conocerse! ¡Y cuántas veces
entendernos a nosotros mismos! El stress de vida actual y la superficialidad de
la vida nos lleva a tener dificultad en conocernos a nosotros mismos: nos
sabemos quiénes somos, que sentimos, que queremos…
La soberbia nace de creernos ser lo que
nos somos, de pensar que tenemos una virtudes que no son tales, de creernos poseedores
de unos bienes que no tenemos. Lo creemos y pensamos que es verdad. Somos
incapaces de conocernos. Si nos miramos al espejo no nos reconocemos, porque la
imagen que nos hemos creado de nosotros mismos es otra.
Cuando la dura realidad nos da de bruces,
nos asustamos de nosotros mismos: ¿Cómo puedo ser así? ¿Cómo he podido hacer
tal o cual cosa? Yo no soy así…
¿Quién soy yo? –pregunta santa Teresa:
la nada y el pecado, ella misma responde. El conocimiento de uno mismo hace
reconocer que todo lo bueno que hay en uno no es propio sino don de Dios, y que
solamente como propio nuestro tenemos el pecado, y si no sólo seríamos polvo,
ceniza, la nada.
Creo que la razón por la que Dios no
evita el pecado, aun cuando le pedimos las gracias para no caer y siendo el
pecado lo que más detesta, está en la razón de que es la única forma de que nos
mantengamos a raya en la humildad.
Él que siempre saca bien incluso de lo malo, se sirve del pecado –valga esta expresión- para mantenernos en la humildad delante de él, del prójimo, y hacia nosotros mismos.
Él que siempre saca bien incluso de lo malo, se sirve del pecado –valga esta expresión- para mantenernos en la humildad delante de él, del prójimo, y hacia nosotros mismos.
San Ignacio de Loyola en sus ejercicios
espirituales hablad de tres grados de humildad: que son un movimiento creciente
de descendimiento. Recordando que “El
que se humille será enaltecido pero el que se enaltezca será humillado”.
1º. Rebajarme y
humillarme lo más posible para cumplir en todo los mandamientos
y evitar el pecado mortal.
2º. Indiferencia a lo que me venga, sin preferir más riqueza que pobreza, salud que enfermedad, éxito o fracaso, vida larga que corta, tratando de evitar el pecado venial.
3. Imitar y parecerme a Cristo, por lo que libremente deseo y escojo la pobreza con Cristo pobre en lugar de la riqueza, el oprobio con Cristo cubierto de oprobios en lugar de honores; y deseo más ser tomado por insensato y loco por Cristo, que primero fue tenido por tal, que por “sabio y prudente” en este mundo (Mt 11,25).
2º. Indiferencia a lo que me venga, sin preferir más riqueza que pobreza, salud que enfermedad, éxito o fracaso, vida larga que corta, tratando de evitar el pecado venial.
3. Imitar y parecerme a Cristo, por lo que libremente deseo y escojo la pobreza con Cristo pobre en lugar de la riqueza, el oprobio con Cristo cubierto de oprobios en lugar de honores; y deseo más ser tomado por insensato y loco por Cristo, que primero fue tenido por tal, que por “sabio y prudente” en este mundo (Mt 11,25).
Quiere Jesús que andemos en humildad y
por ello hoy nos repite “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón.”
El fariseo subió al templo a orar, su
soberbia lo hizo detestable ante Dios, porque no le dio gloria a él sino a sí
mismo.
El publicano subió al templo a orar, la
confesión de su pecado, lo hizo agradable a Dios y por su humildad robó y
conquistó el corazón de Dios: “Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a
los humildes.”
Que la oración que concluyen las
letanías de la humildad del Cardenal Merry del Val, que a todos nos vienen bien
recitarlas, sea la petición de este día: Oh
Jesús que, siendo Dios, te humillaste hasta la muerte, y muerte de cruz, para
ser ejemplo perenne que confunda nuestro orgullo y amor propio. Concédenos la
gracia de aprender y practicar tu ejemplo, para que humillándonos como
corresponde a nuestra miseria aquí en la tierra, podamos ser ensalzados hasta
gozar eternamente de ti en el cielo.