miércoles, 31 de marzo de 2021

ORACIÓN DEVOTÍSIMA AL BENDITO PATRIARCA SAN JOSÉ. San Enrique de Ossó

ORACIÓN DEVOTÍSIMA

AL BENDITO PATRIARCA SAN JOSÉ

Bendito sois entre todos los santos, glorioso padre y señor mío san José; bendito entre todos los justos en vuestra alma y cuerpo. , santo mío, bendito sois en vuestra alma, pues fue santificada y justificada más que la de todos los otros justos para ser digno esposo de María Madre de Dios, y digno padre adoptivo de Jesús Hijo de Dios. ¡Bendito sois en vuestro virginal cuerpo, pues fue altar vivo de la Divinidad, en donde reposó la Hostia inmaculada que rescató al mundo! ¡Benditos vuestros ojos hermosísimos y amorosísimos, que vieron al Deseado de las gentes! ¡Benditos vuestros purísimos labios, que besaron con regalado amor el rosto del Niño Dios, ante quien tiemblan los cielos y cubren su rostro los serafines! ¡Benditos vuestros santísimos oídos, que oyeron de la boca de Cristo el regalado nombre de Padre! ¡Bendita vuestra dulcísima lengua, que tantas veces conversó familiarmente con la Sabiduría eterna! ¡Benditas vuestras manos esforzadas, que tanto trabajaron por sustentar al Criador de cielos y tierra! ¡Bendito vuestro rostro agraciado que tantas veces se cubrió de sudor para alimentar al que alimenta a las avecillas del cielo! ¡Bendito vuestro esbelto cuello, al que tantas veces se colgó con sus manecitas y tocó y estrechó el Niño Jesús con regalado cariño! ¡Benditos vuestros robustos brazos, que estrecharon y sostuvieron al que sustenta con tres dedos la mole del universo! ¡Bendito vuestro pecho florido y enamorado, en el que tantas veces reclinó la cabeza y descansó el Descanso de todos los hombres! ¡Benditos pies y benditos miembros santificados con tantos viajes y fatigas emprendidos por salvar al Salvador del mundo! ¡Oh santo mío de mi corazón! ¡Cuánto me alegro de vuestras excelencias y bendiciones! Mas acordaos, santo mío, que bendiciones y gracias tantas las debéis en gran parte a los pobrecitos pecadores, pues si no hubiésemos pecado, no se hubiera hecho Dios niño y padecido por nuestro amor, y por lo mismo no lo hubierais vos alimentado y conservado con tantos sudores y fatigas. No se diga de vos, ¡oh excelso patriarca!, que en la exaltación os olvidéis de vuestros hermanos y compañeros de infortunio. Dadnos, pues, una mirada compasiva desde ese excelso y encumbrado trono de gloria. Miradnos siempre con amorosos y piadosos ojos, ¡oh benditísimo san José! Contemplad y visitad a nuestras almas, tan rodeadas de enemigos y tan queridas de vos y de vuestro hijito Jesús, que murió por salvarlas: perfeccionadlas, amparadlas, bendecidlas, a fin de que todos vuestros devotos vivamos en justicia, muramos en gracia y gocemos de la gloria eterna en vuestra compañía. Amén. 

Jesús, José, Teresa y María, os doy el corazón y el alma mía.

 

Maria Corredentora. Plática

VÍA CRUCIS ESCRITO POR EL BEATO SANTIAGO ALBERIONE

VÍA CRUCIS ESCRITO POR EL BEATO SANTIAGO ALBERIONE

INTRODUCCIÓN

Recemos de corazón el acto de dolor, representándonos bien la escena del Calvario: Jesús crucificado a punto de espirar y la santísima Virgen que contempla al divino Hijo y piensa en nosotros, los pecadores, y ruega por la humanidad.

«Bondadoso Jesús mío, etc.».

En la tradición española: Señor mío Jesucristo.

Pidamos a san Pablo la gracia de hacer bien este vía crucis.  San Pablo es el gran predicador de Jesús crucificado. Escribe en una de sus cartas: «Con vosotros decidí ignorarlo todo excepto a Jesucristo y, a éste, crucificado» (1Cor 2,2). ¡Que él nos dé sus sentimientos! E invoquemos ayuda de María, la Dolorosa, para que nos haga sentir el dolor de los pecados y sobre todo nos inspire el propósito de una vida santa.

 

Al principio de cada estación se puede decir:

V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos

R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.

Y al final de cada estación:

V/. Señor, pequé.

R/. Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.

V/. Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo

R/. Y los Dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.


1ª Estación. JESUS ES CONDENADO A MUERTE

«Jesús, siendo inocente, acepta por nuestro amor y en reparación de nuestros pecados la injusta sentencia de muerte pronunciada contra él por Pilato». Pensemos en lo que nos ha dicho Jesús: «El que quiera venirse conmigo que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga» (Mt 16,24). Para manifestar la voluntad de seguirle, estad de pie durante las palabras que diré, y en el anuncio de la estación, ¡decididos a seguir a Jesús! En esta estación hemos de considerar la injusta sentencia pronunciada contra Jesucristo. Pilato estaba persuadido de la inocencia de Jesús. Sabía que por envidia se lo habían presentado, pidiendo la condena; pero su debilidad le llevó a pronunciar la inicua sentencia.

La sentencia de muerte pronunciada contra nosotros es justa. Justo es el Señor y justa la sentencia que ha pronunciado sobre cada hombre. Quizás nosotros la hayamos merecido más aún por otras razones, por los pecados cometidos.

En satisfacción de nuestros pecados, aceptamos la muerte, con todas las circunstancias dolorosas que la acompañarán. Y pedimos la gracia de morir en el santo amor de Dios. Decimos, pues, devotamente todos juntos: «Amorosísimo Jesús, por tu amor, y como reparación de mis pecados, acepto la muerte con todos los dolores, sufrimientos y afanes que la acompañen. Señor, no se haga mi voluntad, sino la tuya. Hazme gustar el consuelo de quien cumple tu santo querer».

 

2ª Estación. JESUS CARGA CON LA CRUZ

«Jesús carga la cruz sobre sus hombros para llevarla hasta el Calvario. Él nos dice: “El que quiera venirse conmigo , que se niegue a sí mismo, que cargue cada día con su cruz y entonces me siga” [Lc 9,23]». El buen ladrón crucificado junto a Jesús, iluminado por la luz divina, dijo a su compañero, el mal ladrón: «Para nosotros es justa esta pena, nos dan nuestro merecido; éste, en cambio, no ha hecho nada malo» (Lc 23,41). ¿Qué mal ha hecho Jesús?

Si encontramos pecados en nuestra vida, hemos de repetir la misma cosa. Tenemos sufrimientos, cruces, disgustos, fatigas, pero es lo que nos merecemos. Hemos pecado, ¡por tanto es justa la penitencia! Y lo ofrecemos todo a Jesús en reparación.

¡Si por lo menos pudiéramos descontar el purgatorio!

Habéis hecho ya la comunión pascual, ¡borrad todo rastro de pecado y toda deuda contraída con Dios!

Digamos, pues, con atención: «Sí, quiero seguirte, Maestro divino, dominando | mis pasiones y aceptando mi cruz de cada día. Atráeme a ti, Señor, para que yo imite tus ejemplos. El camino es angosto, pero conduce al cielo. Me apoyaré en ti, que eres mi luz y mi fuerza».

 

3ª Estación. JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

«Jesús abatido por la agonía de Getsemaní, martirizado por la flagelación y coronación de espinas, agotado por el ayuno, cae por primera vez bajo el enorme peso de la cruz».

Almas que sois aún inocentes, estad atentas a las primeras tentaciones, a las primeras caídas. El demonio es el gran envidioso de la inocencia. Ante las primeras tentaciones, recúrrase al confesor, al director espiritual, para recibir luces y fuerza. Es muy peligroso caer una vez. Es mucho más fácil no caer nunca que caer una vez sola. Por los méritos de Jesús que cae la primera vez bajo la cruz, pidamos al Señor que sostenga a quienes caen. «Jesús cayó para sostener a los que caen. Muchas son las tentaciones del demonio, del mundo y de la carne. Señor, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos de todo mal pasado, presente y futuro».

 

4ª Estación. JESÚS SE ENCUENTRA CON SU SANTÍSIMA MADRE

«Jesús se encuentra con su Madre, cuya alma quedó traspasada por una espada de dolor. Unidos están en el mismo dolor el corazón de Jesús y el de María».

¡Cuánto hemos costado a María! ¡Cuánto hemos costado a Jesús! Y no obstante hay aún corazones indiferentes. Hay almas que se conmueven por naderías y no se conmueven nunca considerando el amor de Jesús y el de María, considerando los propios pecados. Jesús reprochaba a los hebreos: «¡Sois duros de corazón!» [Mt 13,15].

Pidamos la sensibilidad espiritual, recitando | las palabras que siguen: «Estos son los corazones que tanto han amado a los hombres y nada han escatimado por ellos. Corazones de Jesús y María, concededme la gracia de conoceros, amaros e imitaros cada vez mejor. Os ofrezco mi corazón para que sea siempre vuestro».

 

5ª Estación. EL CIRENEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ

«Los hebreos, con simulada compasión, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús».

Todos estamos obligados a llevar la cruz de Jesús, es decir, a cooperar en la redención del mundo. ¿Tenemos amor a las almas?

Las almas que caminan hacia la eterna condenación, que sufren en el purgatorio, ¿nos causan pena? Esos niños maleados en la inocencia, los pecadores endurecidos, obstinados, ¿nos causan pena? Sabemos comprender los sentimientos del corazón de Jesús y los del corazón de María? ¿Sabemos orar por los pecadores, por los inocentes, por los herejes, por los cismáticos, por los ateos, por los paganos, por los hebreos, por los mahometanos?

Cuando decimos la coronita a la Reina de los Apóstoles, ¿comprendemos algo de esas palabras que nos comprometen a pensar no sólo en Europa, sino también en Asia, en América, en África, en Oceanía? En fin, ¿hay en nosotros una llamita de celo? ¡Ojalá la encienda Jesús esta tarde en nuestro corazón! Digamos despacio todas estas palabras: «También yo debo cooperar a la redención de los hombres, completando en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia. Acéptame, Maestro bueno, como humilde víctima. Preserva del pecado a los hombres, salva del infierno a los pecadores y libra de sus penas a las almas del purgatorio».

 

6ª Estación. LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS

«Movida a compasión, la Verónica enjuga el rostro de Jesús, y él la premia imprimiendo su imagen en el lienzo».

Jesús busca almas reparadoras: «¿No pudisteis velar conmigo tan sólo una hora?» preguntaba en Getsemaní a los apóstoles que se habían dormido, mientras él sufría agonía de sangre.

Entre la gente que le acompañaba al Calvario, Jesús ha encontrado finalmente una persona que le tiene compasión: viendo su rostro cubierto de sangre, de salivazos, de sudor, se le acercó y se lo enjugó. Hay en nuestros días almas reparadoras, incluso una multitud de almas buenas, con sentimientos nobilísimos y piadosos, que se ofrecen como víctima por los pecadores. Ofrecerse como víctima no quiere decir que se deba acelerar la muerte, sino gastar todas las fuerzas por Dios, pues morir por Dios es un gran mérito, pero obrar sufriendo por las almas, trabajando en su salvación, es un mérito aún mayor, un mérito más prolongado.

Quien sienta una cierta voz interior en este momento, no se quede insensible: «Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis el corazón».  Si resuena en vuestro oído una voz divina, no os hagáis el sordo.

Digamos: «Reconozco en esta discípula el modelo de las almas reparadoras. Comprendo mi deber de reparar los pecados y todas las ofensas a tu divina Majestad. Jesús, plasma en mí y en todas las personas reparadoras, las actitudes de tu corazón».

 

7ª Estación. JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ.

«Nuevamente flaquean las fuerzas de Jesús, y él, despreciado y evitado de los hombres... como un hombre de dolores, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado, cae por segunda vez bajo la cruz».

Las primeras caídas frecuentemente se dan por ignorancia o por fragilidad; pero una vez levantados y conocida ya la malicia del pecado y del demonio al tentar, hay que hacerse prudentes, porque, si no, del pecado de fragilidad e ignorancia se pasaría al pecado de malicia, es decir a cometerlo a ojos abiertos, sabiendo el mal que es y sin embargo consintiendo aun tras la reflexión y la inspiración del ángel custodio a resistir. Hay que estar atentos a no recaer, pues cada recaída agrava el mal y fácilmente introduce la costumbre. Además, si hemos experimentado la misericordia de Jesús al recibir el perdón tras el primer fallo, ¿no sentimos con mayor fuerza el deber de amar más a Jesús, de reparar, de vigilar para no volver a caer?

¡Que Jesús, por los dolores de esta recaída suya, nos ilumine y nos infunda un gran odio al pecado, junto con la prudencia para evitar las ocasiones! Vamos a leer muy despacito la oración:

«Maestro bueno, así reparas nuestras recaídas en el pecado, por malicia o por habernos puesto en la ocasión, no obstante tus inspiraciones. Detesto, Señor, los pecados con que te he ofendido, que son causa de tu muerte y de mi perdición, y propongo no cometerlos más en adelante».

 

8ª Estación. JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

«Seguía a Jesús un gran gentío del pueblo, y de mujeres que lloraban por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos” [Lc 23,28]». Un día tuve que asistir a un sacerdote moribundo, muy amigo, ex compañero de estudios, que conociendo la extrema gravedad de su enfermedad y viendo afligidos a quienes estaban alrededor de su lecho, dijo: «No lloréis por mí: ¿por qué deberíais hacerlo? Estoy yendo al paraíso. Soy yo quien llora por vosotros, que quedáis en el mundo rodeados de tantas dificultades y sobre todo en medio a tantos pecados».

¡Lloro por vosotros! ¡Cuánto más debemos llorar nosotros, si esos pecados fueran cometidos por causa nuestra, por faltas de celo y por negligencia en los deberes! A estas mujeres se las invita a llorar por sí mismas y por sus hijos, o sea por los pecados de los hijos y la ruina que les aguardaba. Lloremos por los pecados de los hombres. Pero vigilemos y seamos delicadísimos para no llevar con nuestros ejemplos la tibieza entre ellos, la negligencia en los deberes; para evitar palabras o acciones que estimulen al mal, al pecado.

No nos carguemos de tanta responsabilidad, y digamos de corazón al Señor: «Pido perdón por mis muchos pecados personales y por los que otros han cometido por mis malos ejemplos, las faltas de celo y las negligencias en mis deberes. Jesús mío, te prometo impedir en lo posible el pecado con obras, ejemplos, palabra y oración. Dame un corazón puro y un espíritu recto».

 

9ª Estación. JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

«Jesús cae por tercera vez bajo la cruz, porque nuestra obstinación nos ha llevado a recaer en el pecado». Después del primer pecado tal vez siguieron otros, poco a poco se creó la costumbre; y a la costumbre puede seguir la obstinación. Ello sucede cuando el alma ya no siente remordimiento, cuando no escucha los avisos, cuando ha perdido la luz de la mente y la sensibilidad del corazón.

Hasta que se siente remordimiento, es que la voz de Dios resuena aún en el fondo del alma; no se ha perdido toda esperanza.

¿Pero qué acaecería si se llegara a la obstinación? Cierta persona decía: «No puedo evitarlo. Si voy al infierno, no estaré solo». Cuando se piensa así, ¿qué senda de salvación, más aún, qué acceso queda aún para llegar a conmover a un alma? Sólo la gracia de Dios. Y nos conforta el pensamiento de que María es el refugio de los pecadores. ¡Cuántos pecadores ha convertido ella, pecadores que parecían resistir a toda llamada de atención!

Por esto la Cofradía del Corazón Inmaculado de María para la conversión de los pecadores va dilatándose cada vez más en las parroquias. Nos queda, pues, esta última tabla de salvación: ¡queda la Madre! Quizás quien se ha resistido a todo, no se resista a la Madre.

Oremos: «La obstinación oscurece la mente, endurece el corazón y pone al borde de la impenitencia final. Señor, por tu pasión, ten misericordia de mí. Concédeme la gracia de mantenerme vigilante, de ser fiel al examen de conciencia, a la oración y de celebrar frecuentemente el sacramento del perdón».

 

10ª Estación. JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

«Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, le dieron a beber vino mezclado con hiel y se repartieron su ropa echándola a suertes [cf. Mt 27,34-35]».

En esta estación pedimos al Señor la gracia de evitar los pecados de ambición y de gula, la gracia de saber domar el cuerpo.

Hemos de santificar el cuerpo, es decir los sentidos: ojos, oído, lengua, tacto, los sentidos internos; y evitar especialmente los pecados de ambición y de gula. Hay personas ricas de muchos dones y abundante gracia; y a las buenas dotes añaden aún la de la modestia, la humildad. ¡Qué hermosa es la humildad, la modestia en una persona rica de cualidades! ¡Y cuánto más fea es la ambición en el vestir, en el adornarse y ungirse cuando la cabeza está vacía y las dotes son pocas!

Tenemos que saber regularnos y ser dueños de nuestro gusto, evitando la gula. Ya decía un pagano: «¿Tienes acaso el alma de un bruto, o sea de una bestia, para precipitarte sobre el alimento y comer con voracidad? ¡Piensas en hartarte antes de ir a la mesa, y mientras te encuentras en la mesa, y después de haber estado en la mesa!».

Hay que vivir racionalmente, es decir según la razón y según la gracia.

«Esto es lo que costaron a Jesús los pecados de ambición en el vestir y de gula en el comer. Señor, concédeme la gracia de liberarme progresivamente de toda vanidad y satisfacción mundana, y haz que te busque únicamente a ti, eterna felicidad».

 

11ª Estación. JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ  

«Los verdugos clavan en la cruz a Jesús, que sufre atroces dolores, bajo la mirada de su afligida Madre [cf. Lc 23,33]».

La cruz es la salvación, como hemos cantado: «In quo est salus, vita et resurrectio nostra». En la cruz está la salvación, la vida y la resurrección. Nos hacemos tantos signos de cruz: en la frente, en los labios, en el pecho; doquier campea la cruz; está en los campanarios y en los sagrarios, a la vista de todos... Esto nos llama a la mortificación.

No basta hacerse el signo de la cruz, es preciso que las manos estén marcadas por la cruz. Es necesario que el tacto esté marcado por la cruz, los ojos marcados por la cruz, los oídos marcados por la cruz, los labios y la lengua marcados por la cruz, es decir por la mortificación. Cuando estemos a punto de morir y se nos acerque el sacerdote para administrarnos el óleo santo, ungirá los ojos, los oídos, las manos, los pies y dirá: «Por esta santa unción y por su piísima misericordia, el Señor perdone cuanto mal has cometido con los ojos, con el oído, con | el gusto, con la palabra, con el tacto, etc.».

Conservemos inocentes los sentidos, ¡mortifiquémoslos! Para pertenecer a Jesús se requiere marcarnos nosotros mismos, nuestra carne, con la cruz, sin que ello sea un mero signo exterior, quizás hasta hecho mal y sin sentimiento interno. Marquemos nuestra carne con la mortificación. No podremos llegar a imitar a aquella santa que con un hierro candente grabó una cruz en su pecho, en sus carnes, pero al menos hagamos gustosamente las mortificaciones necesarias.

Oremos: «Pertenecen a Jesucristo los que crucifican su vieja condición, renunciando a sus vicios y pasiones. Yo quiero ser de Jesucristo durante la vida, en el momento de la muerte y por toda la eternidad. No permitas, Señor, que me separe de ti».

 

12ª Estación. JESÚS MUERE EN LA CRUZ

«Durante tres horas Jesús sufre inefables dolores y muere al fin en la cruz por nuestros pecados».

En el Calvario, asistiendo a la muerte de Jesucristo, había tres clases de personas: los enemigos obstinados de Jesús, que intentaron el modo de hacer más penosa aún su agonía con los insultos; estaban los indiferentes, los curiosos, acudidos sólo para ver cómo se comportaba el moribundo, cómo era su agonía; y estaban las almas elegidas, las piadosas mujeres, Juan, María.

La muerte de Jesús en la cruz se renueva cada día en la santa misa. ¿Cómo la seguimos? Hay quienes en la iglesia se portan de un modo casi insultante, sin ningún respeto al lugar santo, ninguna piedad; están los curiosos e indiferentes, que aguardan sólo a que la misa termine y se cierre aquel tiempo pesado para ellos; y están quienes tienen verdadera piedad, entienden la misa y quieren seguirla con las disposiciones sugeridas por la Iglesia en el misalito, especialmente con las disposiciones con que María asistió a Jesús en las últimas horas. ¡Acerquémonos al altar, cuando empieza la misa, con los sentimientos de María!

«La muerte de Jesús se actualiza diariamente en nuestros altares cuando celebramos la Eucaristía. Jesús amorosísimo, enséñame a valorar la Eucaristía, para que la celebre con frecuencia y con las mismas actitudes que tuvo tu Madre al pie de la cruz».

 

13ª Estación. EL CUERPO DE JESÚS ES PUESTO EN BRAZOS DE SU MADRE

«María, la madre dolorosa, recibe entre sus brazos al Hijo bajado de la cruz».

Por los dolores de esta Madre santísima pidamos la gracia de ser asistidos por ella en esta vida, caminando siempre bajo su manto, y de tener su asistencia especialmente a la hora de morir. Jesús quiso espirar así, bajo los ojos de la Madre. Todo dolor y pena que sentiremos en la muerte sea como una llamada, una invocación a María, para que venga junto a nuestro lecho y nos consuele, nos dé la victoria contra los últimos asaltos del demonio y acoja nuestro espíritu en sus brazos para llevarlo al cielo.

«María contempla en las llagas de su Hijo las horribles consecuencias de nuestros pecados y el amor infinito de Jesús por nosotros. La devoción a María es signo de salvación. Madre, acéptame como hijo, acompáñame durante la vida, asísteme constantemente y, en especial, en la hora de la muerte».

 

14ª Estación. JESÚS ES SEPULTADO

«El cuerpo de Jesús, ungido con aromas, es llevado al sepulcro, acompañado por pocos fieles [Lc 23,50- 56], que en su inmenso dolor se sentían confortados por la esperanza de la resurrección».

Jesús había anunciado su pasión: «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del Hombre va a ser entregado... y le condenarán a muerte; y al tercer día resucitará» (Mt 20,18-19).

También nosotros resurgiremos. ¿Con qué resurrección: una resurrección gloriosa, semejante a la de Jesús y a la de María?

¿O con la resurrección ignominiosa de quienes se pierden? ¡Tenemos que resurgir ahora, para asegurarnos la resurrección gloriosa! Resurgir como escribía aquel joven: «Quiero resurgir de mis errores y de mis pecados y del turbión de estas pasiones, que me agitan continuamente».

Pidamos ahora resucitar espiritualmente.

«Creo firmemente, Dios mío, en la resurrección de Jesucristo, como creo en la resurrección de la carne. Quiero resucitar diariamente a la nueva vida, para poder resucitar a la gloria en el último día. Lo espero, oh Jesús, por los méritos de tu pasión y muerte».

 

Para ganar la indulgencia concedida al rezo del Viacrucis, por las intenciones del Papa.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria


 

VÍA CRUCIS. Beato Santiago ... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...

VOS DESAIS QUE TENGAMOS SED DE VOS. San Alfonso María de Ligorio

 
VOS DESAIS QUE TENGAMOS SED DE VOS
San Alfonso María de Ligorio
Cuando Jesús se aproximaba ya a su fin, dijo: Sed tengo, Sitio. Señor; pregunta León de Ostia, decidme: ¿de qué tenéis sed? nada decís de los dolores infinitos que padecéis en la cruz, ¿y os quejáis de la sed? Mi sed, le hace decir san Agustín, es el deseo de vuestra salvación [sitis mea salus vestra. (In Psalm: XXXIII)]. ¡Oh almas! dice Jesús, esta sed no es otra cosa que la grande ansia que tengo de vuestra salvación. Con. efecto, inflamado en el amor más puro este divino Salvador deseaba con un ardor incomprensible poseer nuestras almas , y por eso se abrasaba en el deseo de dársenos del todo por medio de su muerte. Esta fue su sed, dice san Lorenzo Justiniano [Sitiebat nos, et dare se nobis cupiebat], san Basilio de Seleucia añade que Jesucristo dijo que tenía sed, para darnos a entender que por el amor que nos tenía moría con el deseo de padecer aún más de lo que había padecido. ¡Oh deseo todavía más grande que su pasión [O desiderium passione majus!]
Oh Dios infinitamente amable, porque Vos nos amáis tanto, deseáis que nosotros tengamos sed de Vos [Sitit sitiri Deus.], como nos lo recuerda san Gregorio. ¡Ah, divino Maestro mío! Vos tenéis sed de mí, despreciable gusanillo, ¡y yo no tendré sed de Vos, Dios mío, que sois infinito! Por vuestra bondad, por los méritos de aquella sed que padecisteis en la cruz, dadme un ardiente deseo de amaros y de agradaros en todas las cosas. Vos habéis prometido concedernos todo cuanto os pidiéremos: Petite et accipietis; yo no os pido sino está sola gracia, el don de vuestro amor. Soy indigno de él, mas esta será la gloria de vuestra sangre el abrasar ahora con vuestro especial amor a un corazón que en otro tiempo os hizo tantos menosprecios; el hacer un horno de caridad de un corazón todo lleno de inmundicia y de pecado. Mucho más que esto habéis hecho ya muriendo por mí. ¡Oh Señor infinitamente bueno! yo quisiera amaros como Vos lo merecéis. Yo me regocijo del amor que os tienen las almas de vuestras enamoradas esposas, y más aún del amor que Vos mismo os tenéis, al cual reúno yo el mío, aunque tan débil como él es. Yo os amo, Dios eterno, yo os amo, ¡Oh amabilidad infinita! haced que sin cesar vaya creciendo en vuestro amor, multiplicando los actos de amor, y esforzándome a agradaros en todo, continuamente y sin reserva. Haced que aunque tan miserable y tan pequeño como soy, sea todo para Vos.

 

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