VOS DESAIS QUE TENGAMOS SED DE VOS
San Alfonso María de Ligorio
Cuando Jesús se aproximaba ya a su fin, dijo: Sed tengo, Sitio.
Señor; pregunta León de Ostia, decidme: ¿de qué tenéis sed? nada
decís de los dolores infinitos que padecéis en la cruz, ¿y os quejáis de
la sed? Mi sed, le hace decir san Agustín, es el deseo de vuestra
salvación [sitis mea salus vestra. (In Psalm: XXXIII)].
¡Oh almas! dice Jesús, esta sed no es otra cosa que la grande ansia que
tengo de vuestra salvación. Con. efecto, inflamado en el amor más puro
este divino Salvador deseaba con un ardor incomprensible poseer nuestras
almas , y por eso se abrasaba en el deseo de dársenos del todo por
medio de su muerte. Esta fue su sed, dice san Lorenzo Justiniano [Sitiebat nos, et dare se nobis cupiebat],
san Basilio de Seleucia añade que Jesucristo dijo que tenía sed, para
darnos a entender que por el amor que nos tenía moría con el deseo de
padecer aún más de lo que había padecido. ¡Oh deseo todavía más grande
que su pasión [O desiderium passione majus!]
Oh Dios infinitamente amable, porque Vos nos amáis tanto, deseáis que nosotros tengamos sed de Vos [Sitit sitiri Deus.],
como nos lo recuerda san Gregorio. ¡Ah, divino Maestro mío! Vos tenéis
sed de mí, despreciable gusanillo, ¡y yo no tendré sed de Vos, Dios mío,
que sois infinito! Por vuestra bondad, por los méritos de aquella sed
que padecisteis en la cruz, dadme un ardiente deseo de amaros
y de agradaros en todas las cosas. Vos habéis prometido concedernos todo
cuanto os pidiéremos: Petite et accipietis; yo no os pido sino
está sola gracia, el don de vuestro amor. Soy indigno de él, mas esta
será la gloria de vuestra sangre el abrasar ahora con vuestro especial
amor a un corazón que en otro tiempo os hizo tantos menosprecios; el
hacer un horno de caridad de un corazón todo lleno de inmundicia
y de pecado. Mucho más que esto habéis hecho ya muriendo por mí. ¡Oh
Señor infinitamente bueno! yo quisiera amaros como Vos lo merecéis. Yo
me regocijo del amor que os tienen las almas de vuestras enamoradas
esposas, y más aún del amor que Vos mismo os tenéis, al cual reúno yo el
mío, aunque tan débil como él es. Yo os amo, Dios eterno, yo os amo,
¡Oh amabilidad infinita! haced que sin cesar vaya creciendo en vuestro
amor, multiplicando los actos de amor, y esforzándome a agradaros en
todo, continuamente y sin reserva. Haced que aunque tan miserable y tan
pequeño como soy, sea todo para Vos.