SENTIMIENTOS DEL CORAZÓN DE SAN JOSÉ EN LA VUELTA DE EGIPTO. (28)
Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.
Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:
Oración a san José
Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en este mes, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
MEDITACIÓN
San Enrique de Ossó
SENTIMIENTOS DEL CORAZÓN DE SAN JOSÉ EN LA VUELTA DE EGIPTO
Composición de lugar. Contempla a san José con Jesús y María, volviendo de Egipto con el temor de Arquelao y el gozo de verse restituidos entre su pueblo.
Petición. Alcánzame, Santo mío, conformidad con la voluntad de Dios en todas las cosas.
Punto primero. Considera, devoto del Santo, lo que sufriría su tierno corazón en la vuelta de Egipto. No volvía de aquel cautiverio precedido por la nube de fuego que guiaba a los hijos de Israel por las arenas del desierto; ni Dios Padre obraba ruidosos prodigios para mostrar la divinidad de su Hijo. Dejole al cuidado y vigilancia de san José, para que el Santo salvase al Salvador y librase de la muerte al Inmortal, de igual modo que si fuera el hijo mas desvalido… ¡Cuántos trabajos en tan largo viaje! El divino Infante, ni era tan pequeño que pudiese ser llevado en brazos, ni bastante grande y fuerte para poder ir a pie… Contempla a estos pobres viajeros, fatigados del camino, cómo descansan bajo la erguida palma del desierto… Mira al divino Jesús reclinado sobre el seno de su adoptivo padre san José, el cual, para preservarle de la inclemencia de la noche, le cubre con su pobre manto. Contempla la tranquilidad con que duerme el buen Jesús bajo la protección y cuidado de san José… Está en el desierto, rodeado de fieras, con peligro de ser asaltado por ladrones; mas reposa dulcemente, porque vela su sueño a su lado el vigilante san José… También vela por ti, oh devoto del Santo, este fidelísimo custodio de las almas. ¡Oh, si le conocieses y amases, cuán confiado vivirías bajo su protección! ¡Cómo no temerías los peligros de la vida, ni el paso de la muerte!... Aviva tu fe y confianza en la omnipotente protección del patrón universal de los fieles, y gozarás en las borrascas de la vida abundancia de paz.
Punto segundo. Las incomodidades del viaje templábanse en el corazón de nuestro Santo con el gozo de volver a su querida patria y poder fijar su morada entre el pueblo escogido de Dios; y aunque pudo infundirle temor el saber que, muerto Herodes, reinaba en Judea su hijo Arquelao, un ángel del Señor le ordena en sueños que vuelva a Galilea, y que viva allí sin zozobra ni sobresaltos de temor por la vida de su adorado Jesús… Aquí san José, rodeado de su querida esposa María y recreado con la compañía y gracias infantiles de su Jesús, pasaba la vida más dichosa que se puede desear. Muertos sus perseguidores, restablecido a su pueblo, aseguradas ya la vida y subsistencia de Jesús y María, ¡cuán dulce cosa sería al corazón de san José recodar en familia los peligros que habían pasado por salvar a su Jesús!... ¡Cómo Jesús, tierno Niño aún, se complacería en oír estas sentidas pláticas, y se desharía en muestras de afecto y gratitud por sus bondadosos padres!... ¡Oh, quién pudiera participar de la dicha purísima que mora en los corazones de Jesús, María y José!... Ni el contento del soldado restituido al hogar doméstico con los laureles de cien victorias, ni el gozo del marinero arribando salvo al puerto después de mil deshechas tormentas, ni el consuelo de una madre que abraza contra su seno al hijo único de sus entrañas después de larga ausencia, ni… nada en fin, de este mísero suelo puede compararse con la alegría y gozo subidos que gustaba el Santo en la modesta y tranquila vivienda de Nazaret… ¡Con qué efusión de su alma agradecería a Dios Padre la providencia amorosa que sobre ellos tuvo en sus apuros! Hincábase de rodillas y mejor que Moisés repetía, recordando los beneficios recibidos: “Cantemos al Señor, porque ha hecho brillar su gloria y grandeza, y ha precipitado en el mar del olvido a mis perseguidores. Este es mi Dios y la fortaleza mía y el objeto de mis esperanzas, porque ha sido mi Salvador”.
Punto tercero. La solicitud de san José en preservar al Infante Jesús de sus perseguidores, debe ser para ti, devoto del Santo, una de las lecciones que más presentes debes tener. Este cuidado del Santo debe enseñarte, si eres destinado a dirigir la juventud, el esmero con que has de apartarla de las personas, lugares y lecturas peligrosas; si eres padre de familia, el modo de salvar a tus hijos de la muerte del alma, preservándolos de la que las malas compañías ocasionan a la incauta juventud; y a todos, en fin, nos enseña san José con su ejemplo la necesidad de huir de las ocasiones próximas del pecado, que como fieros Herodes dan la muerte eterna a innumerables almas… Examina, pues, devoto de san José, cómo le has imitado en este punto. ¿Cuál es tu vigilancia sobre tu corazón? ¿Dominas los afectos de tu alma? ¡Ay! ¡Quizás estás atado al pecado con fuertes cadenas, labradas por la costumbre y fortalecidas con la ocasión! ¡Lloras tal vez sobre la inconstancia de tus propósitos, y no tratas de huir de la ocasión de pecar!... ¡Pobrecilla! Es inútil tu llanto, serán estériles todos tus esfuerzos, si no cortas la raíz del mal que es la ocasión. Huye más que de la vista de la serpiente, no solo del pecado, sino de la ocasión, como son las personas, conversaciones, lecturas, miradas peligrosas… Así vivirá Jesús en tu alma, y no temerás te lo arrebate el pecado con sus seducciones… ¡Oh padre mío san José! Salvadme de mi inconstancia, ayudadme a romper mis cadenas del vicio, pues quiero huir del Egipto del pecado para pertenecer totalmente a mi Jesús. Amén.
Obsequio. Daré a conocer a Jesús por la enseñanza del catecismo.
Jaculatoria. Glorioso san José, guárdame; de todo pecado y ocasión de culpa líbrame.
Oración final para todos los días