martes, 31 de enero de 2023

Capítulo 16. SOPORTAR LOS DEFECTOS AJENOS. CONSEJOS ÚTILES PARA LA VIDA ESPIRITUAL

Capítulo 16
SOPORTAR LOS DEFECTOS AJENOS

CONSEJOS ÚTILES PARA LA VIDA ESPIRITUAL

Libro primero De la imitación de Cristo

 

 

ORACIONES PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS:

 

+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Dispongámonos a hacer este momento de oración, elevando a Dios nuestro pensamiento y nuestro corazón; y hagamos un acto de fe, esperanza y caridad:

ACTO DE FE, ESPERANZA Y CARIDAD

Creo en Dios Padre; Creo en Dios Hijo; Creo en Dios Espíritu Santo;  Creo en la Santísima Trinidad;  Creo en mi Señor Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

Espero en Dios Padre;  Espero en Dios Hijo;  Espero en Dios Espíritu Santo;  Espero en la Santísima Trinidad;  Espero en mi Señor Jesucristo,  Dios y hombre verdadero.

Amo a Dios Padre;  Amo a Dios Hijo;  Amo a Dios Espíritu Santo;  Amo a la Santísima Trinidad;  Amo a mi Señor Jesucristo,  Dios y hombre verdadero. Amo a María santísima, madre de Dios  y madre nuestra y amo a mi prójimo  como a mí mismo.

Amo a San José, a  los ángeles y a mis hermanos los santos,  particularmente a mis santos patrones y protectores. Amo a los que me aman, mis familiares y amigos, amo a los que me odian y a los que les soy molesto o indiferente.  Amo a los que he hecho mal o he inducido a pecar. Pido para ellos y para mí, las gracias necesarias para la salvación. Amén.     

 

Capítulo 16
SOPORTAR LOS DEFECTOS AJENOS

 

1. Lo que no somos capaces de corregir en nosotros mismos o en los demás, debemos soportarlo pacientemente hasta que Dios disponga de otro modo. Considera que es mejor así para tu calificación y tu paciencia sin la que no tienen mayor valor nuestros esfuerzos. Debes, sin embargo, suplicar a Dios para que se digne ayudarte en esas dificultades y puedas sobrellevarlas con buen ánimo.

2. Si alguno no se controla después de dos o tres amonestaciones, no te pongas a pelear con él, sino encomiéndaselo a Dios para que se cumpla su voluntad y todos sus servidores le honren, ya que sabe muy bien convertir los males a bienes. Aprende a ser paciente en tolerar los defectos ajenos y cualquier debilidad porque tú mismo tienes defectos que los otros deben soportar. Si no eres capaz de hacerte a ti mismo como quieres ¿cómo lograrás que los otros se conduzcan según tus deseos? Con gusto queremos perfectos a los demás y sin embargo no corregimos los propios defectos.

3. Queremos que a otros se corrija estrictamente y no deseamos que nos corrijan a nosotros. Nos disgusta que se otorgue a los demás ciertas facilidades y no aceptamos se nos niegue lo que pedimos. Queremos que otros cumplan las disposiciones más exigentes y no soportamos que a nosotros nos limiten algo. En todo esto se hace patente qué raro es que consideremos al prójimo como a nosotros mismos.

4. De esta manera, pues, Dios ha dispuesto que aprendamos a ayudarnos unos a otros a llevar las cargas (Ga 6, 2) porque no hay nadie sin defecto, nadie sin carga, nadie para sí es suficiente, nadie, lo bastante sabio sino que es necesario llevarnos unos a otros, consolarnos, ayudarnos igualmente, instruirnos y aconsejarnos. En los sucesos adversos se nota mejor cuánta virtud posee cada uno. Las ocasiones no hacen frágil al hombre sino más bien ponen de manifiesto lo que es.

 

PARA FINALIZAR TODOS LOS DÍAS

 

Concluyamos nuestra oración recitando las preces de las letanías del santo nombre de Jesús.

 

PRECES DE LAS LETANÍAS

DEL SANTO NOMBRE DE JESÚS

Jesús, óyenos. Jesús, óyenos

Jesús, escúchanos. Jesús, escúchanos

Sednos propicio, perdónanos, Jesús

Sednos propicio, escúchanos, Jesús

De todo mal, líbranos, Jesús

De todo pecado, líbranos, Jesús

De tu ira,  líbranos, Jesús

De las asechanzas del demonio, líbranos, Jesús

Del espíritu impuro, líbranos, Jesús

De la muerte eterna, líbranos, Jesús

Del menosprecio de tus inspiraciones, líbranos, Jesús

Por el misterio de tu santa encarnación, líbranos, Jesús

Por tu natividad, líbranos, Jesús

Por tu infancia, líbranos, Jesús

Por tu divinísima vida, líbranos, Jesús

Por tus trabajos, líbranos, Jesús

Por tu agonía y pasión,  líbranos, Jesús

Por tu cruz y desamparo, líbranos, Jesús

Por tus sufrimientos, líbranos, Jesús

Por tu muerte y sepultura, líbranos, Jesús

Por tu resurrección, líbranos, Jesús

Por tu ascensión, líbranos, Jesús

Por tu institución de la santísima eucaristía,  líbranos, Jesús

Por tus gozos, líbranos, Jesús

Por tu gloria, líbranos, Jesús

 

Oremos:

Señor nuestro Jesucristo, que dijiste: pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán; te suplicamos nosotros que pedimos la ternura de tu divino amor, que, amándote de palabra, de obra y de todo corazón, nunca dejemos de bendecir tu santo nombre.

Haz, Señor, que reine siempre en nosotros un temor respetuoso y un amor ardiente a tu santo nombre; ya que tu providencia no abandona jamás a los que has establecido en la solidez de tu amor. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

 

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

***

¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártelo con tus familiares y amigos.

***

Ave María Purísima, sin pecado concebida.

31 de enero. SAN JUAN BOSCO, CONFESOR

TEXTO SAN JUAN BOSCO, CONFESOR. 31 DE ENERO

 

MISTERIOS GOZOSOS DEL ROSARIO DE HOY CON SAN JUAN BOSCO

MISTERIOS DOLOROSOS DEL ROSARIO DE HOY CON SAN JUAN BOSCO

MISTERIOS GLORIOSOS DEL ROSARIO DE HOY CON SAN JUAN BOSCO

AUXILIADORA ADMIRABLE. Oración de san Juan Bosco

PAPA BENEDICTO, ENTRA EN EL DESCANSO DE TU SEÑOR. Homilía

Funeral por e.d. de Benedicto XVI

Iglesia del Salvador de Toledo, 30 de enero de 2023

 

El 31 de diciembre pasado, a las 9:30 de la mañana, con las palabras "Jesus, ich liebe dich" ("Jesús, te amo") cerraba los ojos a este mundo para abrirlos a la eternidad nuestro querido Papa

 

BENEDICTO XVI

OBISPO DE ROMA;

VICARIO DE JESUCRISTO;

SUCESOR DEL PRÍNCIPE DE LOS APÓSTOLES;

SUMO PONTÍFICE DE LA IGLESIA UNIVERSAL;

PRIMADO DE ITALIA;

ARZOBISPO METROPOLITA DE ROMA;

SOBERANO DEL ESTADO DE LA CIUDAD DEL VATICANO;

SIERVO DE LOS SIERVOS DE DIOS

 

Que rigió la Iglesia Universal desde el 19 de abril del año 2005 hasta su renuncia el 28 de febrero del año 2013, y que pasó todos estos años hasta la fecha de su muerte viviendo como un monje, centrado en la oración y en el estudio, preparándose  a bien morir, preparándose para el encuentro definitivo con Dios.

 

José Ratzinger nacido en Marktl am inn, diócesis de Passau (Alemania) el 16 de abril de 1927; fue ordenado Sacerdote el 29 de junio de 1951, fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo;  elegido Arzobispo de Munich-Frisinga fue consagrado el 28 de mayo de 1977. Creado y publicado Cardenal en el consistorio del 27 de junio de 1977, colaboró con S.S. Juan Pablo II en Sagrada Congregación de la doctrina de la fe hasta que fue elegido como digno sucesor de Pedro en la Cátedra de Roma.

 

Queridos hermanos:

“Se muere, como se vive” y el Papa Benedicto murió haciendo un acto de amor -Jesús te amo- a Aquel por quién entregó su vida desde joven y a quien quiso amar durante toda su vida, haciéndolo el centro de su pensamientos, de su voluntad, de su actividad, de su existencia.

 

Fe, esperanza y caridad fueron el eje de su pontificado, recordando al mundo entero y a los católicos de Dios que Dios es lo primero y que solamente hay una respuesta digna a este misterio de amor. La respuesta es  es la adoración. “Antes que cualquier actividad y que cualquier cambio del mundo, debe estar la adoración. Sólo ella nos hace verdaderamente libres, sólo ella nos da los criterios para nuestra acción. Precisamente en un mundo en el que progresivamente se van perdiendo los criterios de orientación y existe el peligro de que cada uno se convierta en su propio criterio, es fundamental subrayar la adoración.” (Discurso, 22-XII-2005)

 

Mucho podría decirse de sus 7 años largos de pontificado, pero no es el momento. Si me gustaría aprovechar la ocasión de este funeral para resaltar dos hechos, que me parecen de capital importancia y fundamentales para la supervivencia y vitalidad de la Iglesia:

 

El primero de ellos es el concepto de la hermenéutica de la continuidad.

 

En aquel discurso a la curia romana del 22 de diciembre de 2005, el Papa se sinceró no solo ante sus colaboradores de la curia sino ante el orbe entero afirmando: “Nadie puede negar que, en vastas partes de la Iglesia, la recepción del Concilio se ha realizado de un modo más bien difícil.”

La razón de esta difícil aplicación: el espíritu del Concilio, el falso espíritu del Concilio, que llevó a una gran mayoría a romper con la tradición de la Iglesia y con el legado multisecular de los santos, de los doctores, de la teología, de los Papas; y cuyas consecuencias son desastrosas para la iglesia, para el mundo y para cada hombre en particular.

Como buen padre de familia, el Papa Benedicto XVI supo sacar de su tesoro lo nuevo y lo antiguo. Sus escritos, sus palabras, sus gestos, sus predicaciones han sido beber de la tradición y ofrecer al hombre de hoy la fe eterna que no cambia, la pureza del evangelio, en un lenguaje sencillo, profundo y asequible a todos.

 

El segundo hecho que quisiera destacar es la publicación del Motu Proprio Summorum Pontificum por el cual el santo Padre ofrecía a toda la Iglesia y a todos los sacerdotes católicos de rito romano la posibilidad de celebrar con el tesoro sagrado del misal de san Pio V, en su última revisión por S.S. Juan XXIII, afirmando  que “lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser de improviso totalmente prohibido o incluso perjudicial”, como recientemente se nos está queriendo hacer pensar y se está haciendo, tergiversando incluso la voluntad explícita del Santo Padre expresada claramente para que no quedase duda en la Instrucción Universae Ecclesiae. El Papa Benedicto publicó el motu proprio por tres razones:

“a) ofrecer a todos los fieles la Liturgia romana en el usus antiquior, considerada como un tesoro precioso que hay que conservar;

b) garantizar y asegurar realmente el uso de la forma extraordinaria a quienes lo pidan, considerando que el uso la Liturgia romana que entró en vigor en 1962 es una facultad concedida para el bien de los fieles y, por lo tanto, debe interpretarse en sentido favorable a los fieles, que son sus principales destinatarios;

c) favorecer la reconciliación en el seno de la Iglesia.”

 

Ambos hechos de su pontificado han sido y son un referente para todos aquellos católicos que quieran vivir en la fe de la Iglesia y no quieran ser llevados en el presente y en el futuro por lo que san Pablo anuncia a Timoteo en su carta: “Vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de maestros a la medida de sus propios deseos y de lo que les gusta oír; y, apartando el oído de la verdad, se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta los padecimientos, cumple tu tarea de evangelizador, desempeña tu ministerio. 6Pues yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe.” (2Tm 4, 1-7)

 

Nosotros -cortos en miras- no podemos más que atisbar la grandeza de su pontificado y la importancia para la Iglesia y para la historia venidera. Al juicio de la misma historia dejamos su Pontificado y al juicio de la Iglesia su santidad de vida y sus virtudes.  A nosotros ahora nos toca rezar y ofrecer sufragios por su eterno descanso, para que Dios use de misericordia con él, no tenga en cuenta sus pecados y le dé el premio merecido a aquel que fue su siervo bueno y fiel.  

 

La celebración de la santa misa, sacrificio del calvario renovado en nuestros altares, ha sido siempre para la Iglesia el medio principal de cumplir con respecto a los difuntos la gran ley de la caridad cristiana. Todos los días, en el corazón mismo del Canon de la misa, en un memento especial en que se evoca el recuerdo de los que han dormido en el Señor, el sacerdote suplica a Dios conceda a los difuntos la mansión de la felicidad, de la luz y de la paz. No hay, pues, misa alguna en que no ore por ellos la Iglesia.

La ayuda a las almas del Purgatorio no es sólo posible y altamente recomendable, sino que es además obligatoria para todos los cristianos. Lo exige así la caridad; y a veces también la piedad y la justicia.

Al santo sacrificio de la misa que hemos ofrecido por el alma del Santo Padre Benedicto XVI juntemos las limosnas, oraciones y buenas obras, movidos por la caridad hacia su persona, como también la piedad de hijos fieles de la Iglesia Romana, como el sentido de justicia ante aquel que recibió la misión de ser pastor de la Iglesia Universal y de servir confirmando a sus hermanos en la fe.

 

Sirva como conclusión de esta breve exhortación, las palabras que el mismo Papa escribió en enero del año pasado hablando de su preparación para este encuentro con el Jesús de su vida:

 

“Muy pronto me presentaré ante el juez definitivo de mi vida. Aunque pueda tener muchos motivos de temor y miedo cuando miro hacia atrás en mi larga vida, me siento sin embargo feliz porque creo firmemente que el Señor no sólo es el juez justo, sino también el amigo y el hermano que ya padeció Él mis deficiencias y por eso, como juez, es también mi abogado (Paráclito). En vista de la hora del juicio, la gracia de ser cristiano se hace evidente para mí. Ser cristiano me da el conocimiento y, más aún, la amistad con el juez de mi vida y me permite atravesar con confianza la oscura puerta de la muerte. A este respecto, recuerdo constantemente lo que dice Juan al principio del Apocalipsis: ve al Hijo del Hombre en toda su grandeza y cae a sus pies como muerto. Pero el Señor, poniendo su mano derecha sobre él, le dice: «No temas: Soy yo...». (cf.Ap 1,12-17).”

 

Benedicto XVI, entra en el descanso de tu Señor. Descansa en paz. Amén.

lunes, 30 de enero de 2023

¿QUÉ HACER EN LA TEMPESTAD DE LAS TENTACIONES? Homilía

IV domingo después de Epifanía 2023

 

Dios, a quien confesamos en el Credo, como Creador de cielos y tierra, de todo lo visible y lo invisible, no sólo ha dado origen a todo sino que sostiene, dirige, dispone, y gobierna a todas las criaturas, desde la más grande hasta la más pequeña, por su sabia y santa providencia, para conducir todas las cosas y la misma historia hacia él y su gloria.

Nada acontece sin que Dios lo quiera o lo permita para que se haga su santa voluntad. Incluso, el mal, que no ha creado ni quiere, lo permite, misteriosamente, para que  se haga su voluntad.

Esta verdad, que hemos de grabar en nuestra mente y en nuestro corazón, ha de llevarnos siempre a vivir en un abandono y confianza en Dios, pidiendo siempre, lo que Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó a pedir: Padre, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.

Y comentando esta petición, San Cipriano dice: “que nosotros seamos capaces de hacer lo que Dios quiere. ¿Quién, en efecto, puede impedir que Dios haga lo que quiere? Pero a nosotros sí que el diablo puede impedirnos nuestra total sumisión a Dios en sentimientos y acciones; por esto pedimos que se haga en nosotros la voluntad de Dios, y para ello necesitamos de la voluntad de Dios, es decir, de su protección y ayuda, ya que nadie puede confiar en sus propias fuerzas, sino que la seguridad nos viene de la benignidad y misericordia divinas.”

Hoy vemos en el Evangelio la barquilla de Pedro en medio del mar de Galilea en la que van los apóstoles y el Señor parece dormido,  ante una tempestad terrible que les hace gritar: Señor, sálvanos que perecemos.

Una mirada al mundo tan revuelto por los conflictos, las modas, el ambiente hostil, las luchas políticas y los cambios sociales, las sucesivas leyes en contra de Dios, de su ley, del mismo hombre…  nos lleva a sentir miedo por nosotros, por los nuestros, por el futuro… y también gritamos: Señor, sálvanos que perecemos.

Esa navecilla es imagen también de la Iglesia tan zarandeada en estos últimos tiempos, que parece que va a hundirse…  y desde ella, sintiéndonos muy pequeños ante tal tempestad, gritamos: Señor, sálvanos, que perecemos.

Incluso, esa barca es imagen de nuestra alma, siempre en lucha contra los enemigos de Dios, mundo, demonio y carne, pero en la que tantas veces,  se levantan las tempestades terribles de tentaciones contra la fe, contra la esperanza, contra la caridad, tentaciones que a veces vienen de fuera, pero otras veces de nosotros mismos, de nuestro hombre viejo, pues es del corazón del hombre donde salen “pensamientos perversos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, difamaciones, blasfemias”... y sentimos miedo, y entonces, también, como los apóstoles, gritamos: Sálvanos, Señor, que perecemos. 

San Francisco de Sales,  a  quien la iglesia celebra en este día y que en este año que ha pasado se ha cumplido el IV centenario de su muerte, nos enseña  en su obra Introducción a la vida devota –lectura obligatoria-  que hemos de luchar contra las grandes tentaciones pero también contra aquellas menores, pero no menos importantes. Y el primer remedio que da el santo es la oración no es otro que clamar como los apóstoles: Sálvanos, Señor que perecemos.

1.       LA ORACION. “Apenas experimentamos alguna tentación, haz como los niños pequeños cuando ven al lobo, o al oso en el campo, que inmediatamente corren a los brazos de su padre o de su madre, o al menos los llaman en su ayuda. Recurre a Dios invocando su auxilio y su misericordia; este es el remido que el Señor nos enseñó (Mt. 25,41): Velad y orad para no caer en la tentación” (ibid., c7 p.234).

 

 

Enumero aquí los consejos del santo para la lucha contra las tentaciones: esas tempestades más grandes o pequeñas que se forma en nuestra alma. Pues “aunque es cierto que hemos de combatir las grandes tentaciones con un valor invencible, y que la victoria que, sobre ellas, reportemos será para nosotros de mucha utilidad, con todo no es aventurado afirmar que sacamos más provecho de combatir bien contra las tentaciones leves; porque así como las grandes exceden en calidad, las pequeñas exceden desmesuradamente en número, de tal forma que el triunfo sobre ellas puede compararse con la victoria sobre las mayores. Los lobos y los osos son, sin duda, más peligrosos que las moscas, pero no son tan impertinentes ni enojosos, ni ejercitan tanto nuestra paciencia.”

 

2.       LA SANTA CRUZ. “Y si ves que ella, a pesar de todo, continua o aumenta, corre en espíritu a abrazarte a la santa Cruz, con si tuvieses a Cristo crucificado delante de ti.” Imagínalo, pero si puedes abrázate, besa una cruz.

3.        PROTESTA Y RENUNCIA CONTRA LA TENTACION. “Protesta jamás consentir y pídele fuerzas, perseverando contra el mal mientras te dure la prueba”. El pecado está no en sentir, si no en el consentir. Mientras nuestro corazón rechace, sienta desagrado, se oponga… la tentación no podrá vencernos. Pero no seamos ilusos: la tentación siempre se presenta apetecible, deleitosa, agradable…

4.       APARTA LA MENTE. “Después de tales actos de protesta y de renuncia no mires cara a cara a la tentación; pon los ojos solamente en nuestro Señor, pues si te fijas demasiado en ella, sobre todo siendo muy violenta, te expondrías a ser vencido”.

Y con respeto a las tentaciones menores, dice el Santo: “en cuanto a estas pequeñas tentaciones de vanidad, de sospecha, de melancolía, de celos, de envidia, de amores, y otras semejantes impertinencias, que, como moscas, pasan por delante de los ojos, y ora nos pican en las mejillas, ora en la nariz; como sea que no es imposible librarnos completamente de su importunidad, la mejor resistencia que les podemos hacer es no inquietarnos, porque nada de esto puede dañar, aunque sí causar molestias, mientras permanezca firme la resolución de servir a Dios.

Desprecia, pues, estos pequeños ataques, (…) sin combatirles ni responderles de otra manera que con actos de amor de Dios.

5.       OCUPARSE EN BUENAS OBRAS. “Divierte el espíritu en cualquier obra buena y digna de alabanza, cuyos pormenores, al penetrar dentro del corazón y ocupar en él un puesto, desplazaran a las tentaciones y a las sugestiones malignas.”

6.       ABRIR LA CONCIENCIA AL DIRECTOR ESPIRITUAL. “El gran remedio contra las tentaciones sean grandes o pequeñas, es desahogar el corazón, haciendo participe de las sugestiones, los sentimientos y afectos que experimentes a tu director; la primera condición impuesta por el enemigo al alma que busca seducir es el silencio, como lo suelen hacer los que intentan seducir a las mujeres y jovencitas, que antes de nada les aconseja callar esas propuestas a los padres y maridos respectivos; por el contrario, Dios, mediante sus inspiraciones, nos ordena ser claros con nuestros superiores y directores.”

7.       NO DISCUTIR CON EL ENEMIGO. “No discutas con tu enemigo y no le respondas palabra, a no ser lo que le dijo Cristo cuando le lleno de confusión; Apártate, Satanás, pues escrito esta: Al Señor tu Dios adoraras y a él solo servirás (Mt 4,10)… El alma devora, viéndose asaltada por la tentación, no debe perder el tiempo en discusiones ni altercados, sino volver a Jesucristo, su esposo, haciéndole protestas reiteradas de fidelidad y de empeño decidido de perseverar siempre suya”.

 

¡No tengáis miedo!

En las luchas externas e internas. Jesús está con nosotros. En cuanto, levantemos nuestro corazón a él y pidamos su auxilio, vendrá a prisa a socorrernos.

No quisiera, no puedo terminar, sin  traer la oración-exhortación de san Bernardo ante aquella que es la Inmaculada que aplasta la cabeza de Satanás y es vencedora de todas las batallas: «¡Oh tú que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María! Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, invoca a María. Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, invoca a María. Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, invoca a María. Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud. No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara.»