SAN JOSÉ PUEDE Y DEBE SOCORRER A SUS DEVOTOS EN TODO PELIGRO Y NECESIDAD. (16)
Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.
Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:
Oración a san José
Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en este mes, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
MEDITACIÓN
San Enrique de Ossó
SAN JOSÉ PUEDE Y DEBE SOCORRER A SUS DEVOTOS
EN TODO PELIGRO Y NECESIDAD.
Composición de lugar. Contempla al Santo que te dice con amor: “Yo soy José. Por vuestra salud Dios me envía en vuestro socorro”.
Petición. Poderoso San José, socorrednos en vida y en la hora de la muerte.
Punto primero. San José quiere socorrernos en toda necesidad. A San José ha dado el eterno Padre todo poder en el cielo y en la tierra al constituirle ayo y padre adoptivo de su divino Hijo, y esposo verdadero de la Madre de Dios. Él tiene cierta jurisdicción sobre Jesús y María, que le estuvieron sujetos. Nada les negó san José en la tierra, nada pueden negarle en el cielo. Las súplicas de san José tienen para el corazón agradecidísimo de María y de Jesús fuerza de mandatos… En gracia y gloria san José aventaja a todos los ángeles y santos. Sentado a la diestra de su virginal esposa María, debe ser honrado con el mayor culto que puede darse a un comprensor. Virgen y confesor, profeta y patriarca, mártir por sus dolores, embajador de la Iglesia y de la Sinagoga, san José llevaba en sus manos el Evangelio y la antigua ley, y encargado de los deberes del universo para con su Dios, ofrecía al Rey inmortal de todos los siglos los homenajes de adoración de todos los tiempos y de todos los hombres… ¡Oh! ¡Qué gran Santo es san José! Superior a los mismos ángeles, ocupó en la tierra el lugar de Dios: el de Dios Padre por ser padre adoptivo de Jesús; el de Dios Espíritu Santo como esposo de María, y aún el de Dios Hijo, porque todas las leyes reputan al hijo una misma cosa con su padre. ¿Quién, pues, no tendrá confianza ilimitada en el poder de san José?
Punto segundo. San José quiere socorrernos. El amor a los hombres en el corazón de los santos es a proporción del que tienen a Dios. ¿Y qué santo amó más a Dios que san José? Las pruebas del verdadero amor son las obras. Y ¿qué hizo san José para su
Jesús? ¡Cuántas congojas, cuántas vigilias, cuántas privaciones y trabajos no pasó san José! Nazaret, Belén, Egipto, Jerusalén… basta recordar estos nombres para convencerse del finísimo amor de san José a su Dios… Pues con ese mismo amor ama a los hombres todos, causa con sus pecados de pruebas tan rudas de amor. Yo soy José, paréceme decir este excelso patriarca al alma su devota al descubrirle su poder y gloria: yo soy José, no temas: cobra ánimo, y ten confianza; pues tanto poder y grandeza tanta se me han dado para favorecerte. ¡Pobrecilla alma pecadora!, ven a mí, arrójate con confianza ilimitada en los brazos de mi protección. ¿Eres huérfana? Yo seré tu padre. ¿Andas divagando sin tener fijos tus deseos? Yo seré tu guía. ¿Estás triste?, ¿gimes?, ¿lloras? Yo seré tu consolador… Yo soy José, el guardián de los tesoros del Rey del cielo, el dispensador de todas sus gracias, el ángel de su consejo, su vicegerente, otro Dios sobre la tierra. Y todo esto por ti, para tu bien… ¡Pobrecilla y débil criatura! No desmayes; invócame con confianza: yo soy José, que puedo y quiero salvarte en todas tus necesidades… ¿Desconfiarás aún de las bondades de san José, oh devoto del Santo? ¿Temerás acudir a él en demanda de socorro? ¡Menester sería desconocer su paternal bondad!
Punto tercero. San José debe socorrer a sus devotos. El gran poder y dignidad que posee este glorioso Santo, no se los ha dado el Señor para su propio provecho, sino para que los emplee en nuestra salvación. Por nuestra salud y la de todo el pueblo cristiano constituyole Dios príncipe de todo su reino y Señor de su casa y tesoros. San José es como el padre y provisor común de todos los fieles, porque el eterno Padre, al elegirle para hacer sus veces con su divino Hijo, quiso que fuese asimismo padre de los hermanos adoptivos del divino Jesús. Así, pues, como san José estaba obligado por su oficio a socorrer al Hijo unigénito de Dios Padre, así lo está también a atender a las necesidades de sus hijos adoptivos. Su corazón paternal no puede desoír los clamores de sus hijos que claman a Él en la necesidad. –La conservación de su buen nombre obliga suavemente al Santo a socorrernos. Si alguno pidiese un favor con confianza a san José, y fuese desatendido, ¿no es verdad que podríamos argüirle diciéndole?: ¡Oh excelso patriarca! ¿Qué se ha hecho de vuestro celebrado poder y bondad? ¿Cómo quedan tantos santos y devotos vuestros, en especial la doctora seráfica de la Iglesia, Teresa de Jesús, que aseguran no haberos pedido cosa que la hayáis dejado de hacer? Luego, pues, poderoso y bondadoso san José, estáis dulcemente obligado a alcanzarme de Jesús y María, que no saben negaros cosa, el favor que os pido a mayor gloria de Dios. No merezco, lo reconozco, por mis pecados ser oído del Señor; pero lo merecéis vos, Santo mío. A todos concedéis lo que os piden; ¿acaso seré yo el primero en experimentar vuestro desvío y desdén? ¡Ah!, no lo espero de vuestra reconocida piedad. Amén.
Obsequio. Acudiré en todo peligro y necesidad enseguida al patrocinio de san José, poniendo todos mis negocios en sus manos.
Jaculatoria. Poderoso protector y padre mío san José, asistidme y valedme en vida y en la hora de mi muerte.
Oración final para todos los días
Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad.