SAN JOSÉ, PATRÓN DE LOS SACERDOTES, DE LAS VÍRGENES Y DE LOS CASADOS. (19)
Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.
Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:
Oración a san José
Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en este mes, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
MEDITACIÓN
San Enrique de Ossó
SAN JOSÉ, PATRÓN DE LOS SACERDOTES, DE LAS VÍRGENES Y DE LOS CASADOS.
Composición del lugar. Haz cuenta que el eterno Padre dice: “Id a José y haced todo lo que él os diga o enseñe con su palabra y ejemplo”.
Petición. Enséñame, poderoso protector mío, a cumplir todos los deberes de mi estado.
Punto primero. San José, dado por Dios por patrón universal de la Iglesia, así como es modelo perfecto de todas las virtudes, debía serlo también de todos los estados: virgen, por su castidad angelical y perpetua; casado, por su matrimonio con María; custodio y padre nutricio de Jesús; todos los estados pueden de él aprender, porque nada hay en san José que mancillase el brillo de su pureza virginal, nada que enturbiase su fidelidad conyugal, nada que deslustrase el cumplimiento de sus deberes con el Hijo de Dios. Siempre virgen, y siempre custodio fiel de Jesús y de María, por la unión más concorde de voluntades es modelo en todo sin igual el glorioso Santo, queriendo Dios juntar en él por maravilloso consorcio, la excelencia de la virginidad con la fecundidad del matrimonio y las funciones del sacerdocio. Virgen y esposo, casado continente y padre; patriarca y profeta, confesor y mártir… todas las excelencias que ha concedido el Señor a algún santo las hallamos en san José, y en un modo eminente y perfectísimo. Por eso todos podemos y debemos aprender en el Santo. –Los sacerdotes debemos aprender el modo de tratar a Cristo Jesús, de desempeñar bien nuestros sagrados ministerios. Sí, aprendamos los sacerdotes, de san José. Porque si el sacerdote es ministro de Cristo, embajador de su ley, tanto que se identifica con la persona de Cristo, Hijo de Dios, mediador entre Dios y los hombres, pastor y guía de Israel, luz del mundo y sal de la tierra, ángel del Dios de los ejércitos, coadjutor de Dios, corredentor, Dios con él, todos estos títulos convienen al patriarca san José.
Si el sacerdote ha de dispensar y tratar todos los días los misterios de Jesús, y celebrar u ofrecer el Sacrificio de Jesucristo al eterno Padre, si ha de ser santo y puro de alma y cuerpo, ¿quién puede serle mejor guía y modelo que san José? Él desempeñó dignamente todos estos oficios. Las manos del sacerdote deben ser puras, porque tocan el cuerpo de Cristo. ¿No lo tocó san José? Sus labios deben ser puros, porque tocan la sangre de Cristo. ¿No la tocó san José? Sus ojos deben ser puros, porque miran al Autor de toda pureza, oculto bajo los accidentes de pan. ¿No le miró san José bajo los tiernos miembros de delicado infante? Su vida debe ser pura, porque la pasa en unión de Jesús. ¿No fue esta la vida de san José? Su trato y comunicación deben ser puros, por serlo con Jesús. ¿No lo hizo así san José? ¡Oh, venerables sacerdotes! Seamos devotos del excelso patriarca, y el nos enseñará el modo de portarnos dignamente con su hijito Jesús, en el trato frecuente con El.
Punto segundo. Aprendan, las vírgenes, de san José virgen. Después de María no hallarán las vírgenes modelo más raro y perfecto que el que les ofrece san José. Modelo de recogimiento y de vida interior, san José mortificaba sus sentidos, y toda su atención la ponía en Dios, a quien amaba con inexplicable amor. Desapegado de honras, riquezas y amor de criaturas que quitan la pureza del afecto del corazón, san José no suspiraba más que por la unión con Jesús, su Dios: oraba, vigilaba sobre sus sentidos y los afectos de su corazón, se mortificaba. Humilde, modesta, vigilante, mortificada: he ahí las virtudes de una verdadera virgen del Señor. Sin esto seréis vírgenes necias, que no os admitirá el Esposo a las bodas eternas. Tened un santo orgullo, porque las vírgenes sois las flores del jardín de la Iglesia y la porción más noble del rebaño de Jesucristo, las primicias de la grey del Señor, las columnas y la corona de la fe y las perlas de la Iglesia. Pero ¡ay! Que esta virtud celestial, angelical, es candidísimo lirio que fácilmente puede ajarse; limpísimo espejo, que con leve soplo puede empañarse; tesoro de valor inestimable en vasos quebradizos, que pueden fácilmente romperse… Por eso ninguna precaución será excesiva, ninguna vigilancia por demás, a fin de evitar se pierda joya de tan inestimable precio. Huid, pues, no sólo del pecado, como san José, sino hasta de las ocasiones y peligros de pecar. Bien se lo merece tan preciosa joya. Os lo enseña con su ejemplo san José. Imitadle. Orad, vigilad, mortificaos, porque todo el mundo está puesto en la maldad.
Punto tercero. San José, modelo de casados. –En el matrimonio de san José con María debemos admirar en verdad el triunfo de la pureza. Pues conociendo y reconociendo el voto de virginidad que habían hecho entrambos, se compromete el uno a ser guardia de la virginidad del otro. Matrimonio, dice san Agustín, tanto más firme cuanto las promesas que se hacen son mas inviolables, porque son más santas. El fruto sagrado de este matrimonio fue el Salvador del mundo, pues es el fruto, ornamento, precio y recompensa de la virginidad de María, verdadera y virginal esposa de san José.
Aprendan los casados de este Santo la fidelidad y concordia de voluntades. San José guarda a María, san José vive en paz con María. No hay en María cosa que le desagrade, ni la Virgen la halla en san José. Casados, ¿es esta vuestra vida? ¿Es esta vuestra conducta? ¿Vivís en paz? ¿Sois fieles a las promesas sagradas? ¿Poseéis con honor vuestro estado conyugal? ¿Sois continentes, sois castos en vuestro estado? ¡Ah!, ¡no seáis abyectos como el caballo y el mulo que no tienen entendimiento!
Miraos en el espejo del matrimonio virginal de María y José, y confundíos, pues, aunque más es de admirar que de imitar su conducta virginal, no obstante, nada os exime de ser fieles, castos, concordes y pacíficos en vuestra vida. Convertíos y enmendaos.
Obsequio. Cumpliré con fidelidad las obligaciones de mi estado, tomando por modelo y representándome a menudo el ejemplo de san José.
Jaculatoria. Haga yo, Santo mío, lo que deba, y suceda lo que Dios quiera.
Oración final para todos los días
Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad.