jueves, 16 de enero de 2025

17. PRESENTACIÓN DEL NIÑO JESÚS AL TEMPLO. San Enrique de Ossó

Meditación XVII

Presentación del Niño Jesús al Templo

 

VIVA JESÚS!

Ó SEA

MEDITACIONES

SOBRE

LA INFANCIA Y VIDA OCULTA DE JESUCRISTO

San Enrique de Ossó, presbítero

 

Oración preparatoria

para antes de la meditación.

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, en quien creo y espero, a quien adoro y amo con todo mi corazón y me pesa de haberos ofendido, por ser bondad infinita, a Vos consagro este cuarto de hora de oración para que me deis gracia eficaz para conocerme y conoceros, amaros siempre más que todos los corazones, y haceros amar por todos. ¡Oh Padre eterno, oh María Inmaculada! dadme a conocer a vuestro Hijo Jesús, señor san José y santa Teresa de Jesús, descubrid a mi alma los encantos y perfecciones de vuestro Jesús, para enamorarme de sus bondades y hermosura, y ser toda de Jesús ahora y siempre. Amén.

 

Composición de lugar.

Imagina que se te presenta el divino Niño Jesús bajo la forma agraciada de pastorcillo de las almas, que tiene en su mano la marca que dice: ¡Viva Jesús! Imagínate tú, su ovejuela, hasta hoy descarriada, postrada a sus pies, convertida y desengañada, y que le pides que te marque por suya y grabe en tu exterior, y en lo más íntimo del corazón: Viva Jesús mi amor: soy toda de Jesús mi Redentor.

 

***

Meditación XVII

Presentación del Niño Jesús al Templo

 

Punto primero. Considera, hija o hijo mío, cómo después de cuarenta días de haber nacido el divino Niño, María y José, sus amorosos padres, sujetándose humildemente a la ley, le presentaron al templo, y como eran pobres ofrecieron al Señor un par de tortolillas. Al entrar en el templo, vino por inspiración del Espíritu Santo el anciano Simeón, y tomando al Niño Jesús en sus brazos exclamó: “Ahora, Señor, que sacas en paz de este mundo a tu siervo según tu promesa, porque ya mis ojos han visto al Salvador que nos has dado, al cual tienes destinado para que, expuesto a la vista de todos los pueblos, sea luz brillante que ilumine a los gentiles y la gloria de tu pueblo Israel”. Contempla ahora a María y a José escuchando con admiración las cosas que del Niño Jesús se decían. ¿No escuchas también tú con agrado, hija o hijo mío, las alabanzas que se hacen de Jesús tu Salvador? Grábalas en tu corazón y ofrécete sin reserva a su servicio, así como Jesús se ofrece al eterno Padre por tu amor… Más dichosa que el anciano Simeón cuando recibas a Jesús, no en tus brazos, sino dentro de tu corazón cuando comulgues, bendice al Señor diciéndole: ¡Ahora sí, Señor, que moriré gozosa, porque mis ojos han visto, y mi lengua ha tocado, y mi seno ha estrechado a Jesús mi Salvador! Viva, viva Jesús mi amor.

 

Punto segundo. Después de bendecir el anciano Simeón a los dichosos padres de Jesús, dijo a María su Madre: “Mira, este Niño que ves, está destinado para ruina y para resurrección de muchos en Israel, y para ser el blanco de la contradicción de los hombres, lo que será para ti misma una espada que traspasará tu alma, a fin de que sean descubiertos los pensamientos ocultos en los corazones de muchos”. ¡Quién lo creyera, hija o hijo mío, que el Niño Jesús, el más amable de todos los hombres, el que venía a salvarnos y dar la vida por su amor, había de ser el blanco de contradicción de esos mismos hombres! Esto te indica que todos los que quieren amar a Jesús e imitarle han de sufrir persecución. Todas las obras buenas han de experimentar contradicción. Mas no desmayes, ten confianza en Jesús, y vencerás al mundo y al demonio con la paciencia, como Él los venció.

 

¡Oh Jesús mío! Sé para mí Jesús o Salvador, y no ruina. No quiero contradecirte con mis obras, para no disgustarte, ni atravesar el pecho de tu Madre con una espada de dolor con mis pecados. ¡Oh María! hacedme toda de Jesús. Amén.

Fruto. Ofrécete sin reserva a Jesús, diciéndole muchas veces como santa Teresa:

“¡Vuestra soy, para Vos nací!; ¿qué mandáis hacer de mí?”.

 

Oración final para todos los días.

Os doy gracias, Jesús de mi corazón, por el conocimiento y amor de Vos que me habéis comunicado en este cuarto de hora de oración, y por los santos propósitos que me habéis inspirado para conoceros y amaros y haceros conocer y amar de otros corazones… Os lo ofrezco todo a vuestra mayor honra y gloria… ¡Oh Padre eterno! Por María, por José y Teresa de Jesús, dadme gracia para decir siempre con toda verdad: Viva Jesús mi amor; soy toda de Jesús en vida, en muerte y por toda la eternidad. Amén.

 

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

San Enrique de Ossó, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

***

¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártelo con tus familiares y amigos!

*

Ave María Purísima, sin pecado concebida.

 

 

Padre nuestro y la oración final.

17 DE ENERO. SAN ANTONIO EL GRANDE, ANACORETA Y ABAD (251-356)

 


17 DE ENERO

SAN ANTONIO EL GRANDE

ANACORETA Y ABAD (251-356)

LAS figuras grandiosas de Elías y Juan Bautista tuvieron hermosa sucesión en los famosos Padres del yermo, cuya primera norma de santidad no fue otra que la práctica del Evangelio integral. En medio de esta constelación de héroes, fulge un astro que no podemos contemplar sin respeto: San Antonio el Grande, Patriarca de los monjes, primer legislador de la vida monástica en Oriente, estrella que iluminó durante ochenta años las soledades de la Tebaida y encaminó al cielo innúmeras almas por el bello camino de la heroicidad.

A la celebridad de este adalid del eremitismo y del monaquismo, contribuyó, sobre todo, la Vita Antónii, debida a la pluma de su amigo San Atanasio, que, aunque escrita con un fin piadoso y propagandístico, encierra de manera casi exhaustiva cuantos datos referentes al santo Abad han sido manejados por los hagiólogos. En ella apoyamos este esquema biográfico.

Salía la Iglesia de la terrible persecución de Decio, cuando nació Antonio en Qeman, al sur de Masr —Menfis — hacia el año 251. Era vástago de una familia rica y cristiana. Quedó huérfano muy joven. Su currículum vite transcurre entre dos gestos magníficos: aquel primero, cuando, a los dieciocho años, renuncia al halagüeño porvenir que el mundo le brinda, para seguir a la letra los consejos evangélicos —la Vita dice que había heredado de sus padres más de doscientas yugadas de tierra — aquel otro gesto postrero, cuando, al borde de la tumba, ordena a sus discípulos ocultar su cadáver, para que se confunda con las arenas del desierto...

El señuelo que le sedujo no fue otro que aquellas palabras de Cristo que llenaron de anacoretas los desiertos egipcios: Si vis perfectus esse... Si quieres ser perfecto, vende cuanto posees, da el importe a los pobres y sígueme. Antonio se las aplicó y las puso en práctica con premura temerosa, después de asegurar el porvenir de su única hermana. Primero se pone bajo la dirección de un viejo asceta en un lugar próximo a Menfis. Con él se ejercita en trabajos manuales, lee la Biblia, se consagra a la oración; «una oración tan larga como la noche —dice Bossuet—, que le abstrae hasta el punto de hacerle temer la llegada del día». «¡Oh sol! —exclama— ¿Por qué madrugas tanto? ¿Por qué me impides contemplar la verdadera luz?». Pronto empieza aquella lucha sin cuartel, cuerpo a cuerpo, con el diablo, llena de patéticas realidades y de impresionantes leyendas. No se sabe de otro siervo de Dios que haya experimentado más duramente la sentencia del Espíritu Santo: «Tentación es la vida del hombre sobre la tierra». La vida toda de San Antonio es un tejido enmarañado de asaltos infernales, de solicitaciones de todo género, que él sabe trocar en rico tapiz de victorias con la práctica de un ascetismo cada vez más estricto, que pone puntos de calofrío en la piel. Puede afirmarse que, así como otros Santos gozaron de la presencia del ángel custodio, él está viendo siempre al tentador. En vez de retroceder cobardemente, se interna más y más en el desierto, donde el Malo tiene su sede, refugiándose primero en un sepulcro abandonado y luego en un torreón antiguo. El enemigo le acosa y le ataca de manera brutal. Un día, en el ardor de la pelea, se le aparece Jesucristo como un rayo de luz. Antonio, acongojado, magullado por los golpes, exclama: «¿Dónde estabas, Señor, mientras yo combatía?». Y una voz amorosa le responde: «Contigo estaba, Antonio, contemplando tu generoso combate».

La victoria contra el infierno estaba ganada; más, otras pruebas le reservaba la Providencia. Cuando salió de su reclusorio, al cabo de veinte años, la vida eremítica se hallaba en su apogeo. Muchos solitarios, sin temple para soportar la reclusión total, sintieron la necesidad de un director y se agruparon en torno suyo, eligiendo un término medio entre el eremitismo y la vida de comunidad. Antonio hubo de resignarse a ser el abad o padre de todos: un abad perfecto por cuyas manos se derramaba el Señor en luces y milagros. Sus discípulos le llamaban el «amado de Dios». Alrededor de su celda —en el monte Colzún— se apiñaron las de sus hijos espirituales, a los que guiaba como experto capitán, poniéndoles en guardia contra el común enemigo. «Nada hay tan impuro —les decía— que el llanto y la oración no lo purifiquen». «Nadie esté contento de lo que hace: parézcale siempre poco». Así nació la primera de las colmenas cenobíticas que habrían de convertir a Egipto en el «paraíso de los monjes».

San Antonio no fue egoísta. Ni siquiera santamente egoísta. El año 311, durante la persecución de Maximino Daia, no dudó en abandonar su retiro para alentar a los cristianos de Alejandría. Y aún poco antes de morir, ya centenario, vuelve a la misma Ciudad, dónde se opone tenazmente a los manejos de los arrianos, siempre al lado de su amigo San Atanasio. El emperador Constantino y sus hijos le encomiendan humildemente los destinos de la nueva Roma, proclamándole «baluarte de la ortodoxia y luz del mundo». Los mismos paganos y herejes porfían por ver al «hombre de Dios».

Murió el 17 de enero del 356, a la edad de 105 años. Sin embargo, decía a sus discípulos: «La vida del hombre es brevísima, comparada con la eternidad. Trabajemos en la tierra y heredaremos en el cielo».

¡Gran verdad y gran lección!

miércoles, 15 de enero de 2025

16. EL NOMBRE DE JESÚS. SAN Enrique de Ossó

Meditación XVI

El nombre de Jesús

 

VIVA JESÚS!

Ó SEA

MEDITACIONES

SOBRE

LA INFANCIA Y VIDA OCULTA DE JESUCRISTO

San Enrique de Ossó, presbítero

 

Oración preparatoria

para antes de la meditación.

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, en quien creo y espero, a quien adoro y amo con todo mi corazón y me pesa de haberos ofendido, por ser bondad infinita, a Vos consagro este cuarto de hora de oración para que me deis gracia eficaz para conocerme y conoceros, amaros siempre más que todos los corazones, y haceros amar por todos. ¡Oh Padre eterno, oh María Inmaculada! dadme a conocer a vuestro Hijo Jesús, señor san José y santa Teresa de Jesús, descubrid a mi alma los encantos y perfecciones de vuestro Jesús, para enamorarme de sus bondades y hermosura, y ser toda de Jesús ahora y siempre. Amén.

 

Composición de lugar.

Imagina que se te presenta el divino Niño Jesús bajo la forma agraciada de pastorcillo de las almas, que tiene en su mano la marca que dice: ¡Viva Jesús! Imagínate tú, su ovejuela, hasta hoy descarriada, postrada a sus pies, convertida y desengañada, y que le pides que te marque por suya y grabe en tu exterior, y en lo más íntimo del corazón: Viva Jesús mi amor: soy toda de Jesús mi Redentor.

 

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Meditación XVI

El nombre de Jesús

 

Punto primero. Después de ocho días, que fue circuncidado el Hijo de Dios, se le llamó con el nombre dulcísimo de Jesús, como lo había predicho el ángel a María antes que fuese concebido, y a san José. Considera que no hay otro nombre bajo el cielo con cuya invocación puedan salvarse los hombres, si no es el nombre de Jesús… Al oír el nombre de Jesús, doblan su rodilla los cielos, la tierra y los infiernos… Jesús es alegría al corazón, dulzura suavísima a nuestra lengua, y armonía celestial a nuestros oídos… El nombre de Jesús es salud para los enfermos, victoria para los tentados, sabiduría de ignorantes, luz de las almas, consuelo de los corazones… Todos los bienes están en el nombre de Jesús y con su invocación se ahuyenta toda clase de males. ¡Oh hija o hijo mío! graba el nombre de Jesús en tu corazón, salga a menudo de tu boca, y de seguro te salvarás.

 

Punto segundo. ¡Quién me diese, hija o hijo mío, que en tu corazón estuviese grabado el nombre de Jesús como en el de san Ignacio mártir, o nunca se te cayese de la boca, como sucedía a san Pablo, o me imitases a mí, tu Madre, que cifré toda mi gloria en ser y llamarme de Jesús! Déjame hoy, hija o hijo mío, grabar en tus sentidos y potencias el nombre de Jesús, para que seas toda de Jesús… Jesús vean tus ojos, Jesús oigan tus oídos, Jesús pronuncie tu lengua, Jesús clamen tus obras, y en todo tu exterior respires siempre el olor de Jesús… Viva Jesús en tu memoria con el recuerdo de sus beneficios, viva Jesús en tu entendimiento por la meditación de sus perfecciones, y viva, por fin, Jesús en tu corazón por los afectos de amor.

 

¡Oh Madre mía de mi alma, santa Teresa de Jesús! no quiero que haya en mí cosa que no sea de Jesús. Decidme, Madre mía, qué hay en mi modo de vestir, de hablar, de andar, de conversar, que desagrade a Jesús, y yo lo arrojaré de mí, cueste lo que cueste…

 

Descubridme qué hay en mi memoria, en mi entendimiento y sobre todo en mi corazón que no sea de Jesús, y estoy pronta a corregirlo, cueste lo que cueste, porque cuanto hay en mi interior y exterior, quiero sea todo de Jesús, y clame: Viva Jesús.

 

Fruto. Examinaré todos los días si hay algo en mi interior o exterior que desagrade a Jesús, para corregirlo sin demora; repetiré muchas veces entre día y siempre en la tentación: Viva Jesús, Jesús, Jesús, Jesús, Jesús.

 

Padre nuestro y la oración final.

Oración final para todos los días.

Os doy gracias, Jesús de mi corazón, por el conocimiento y amor de Vos que me habéis comunicado en este cuarto de hora de oración, y por los santos propósitos que me habéis inspirado para conoceros y amaros y haceros conocer y amar de otros corazones… Os lo ofrezco todo a vuestra mayor honra y gloria… ¡Oh Padre eterno! Por María, por José y Teresa de Jesús, dadme gracia para decir siempre con toda verdad: Viva Jesús mi amor; soy toda de Jesús en vida, en muerte y por toda la eternidad. Amén.

 

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

San Enrique de Ossó, ruega por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

***

¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártelo con tus familiares y amigos!

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Ave María Purísima, sin pecado concebida.