domingo, 31 de enero de 2021

SÁLVESE EL ALMA Y HÚNDASE EL MUNDO. San Alfonso María de Ligorio


COMENTARIO AL EVANGELIO
San Alfonso María de Ligorio
DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA 
 

IMPORTANCIA DE LA SALVACIÓN ETERNA


Misit eos in vineam suam

Enviólos a su viña

                                                                                                      (Matth. XX, 2)

La viña del Señor son nuestras almas, que nos fueron dadas con el fin de que las cultivemos por medio de las buenas obras, para que puedan un día ser admitidas en la gloria eterna. “Pero, ¿en que consiste, -dice Silviano-, que creyendo el cristiano lo futuro, no lo teme?” Quid causa est, quod christianus, si futura credit, futura non timeat? Los cristianos creen en la muerte, el juicio, el Infierno y el Paraíso; pero a pesar de esto, viven como si no creyesen, como si estas verdades de fe fueran fábulas e invenciones viejas. Viven muchos como si no hubiesen de morir ni dar cuenta a Dios de su vida, y como si no hubiera Infierno ni Gloria. ¿Creerán, acaso, que todo es falso? No; pero no piensan en ello, y por eso se pierden. Están embebecidos en los negocios del mundo, y no piensan en el alma. Quiero, por tanto, haceros presente hoy, que el negocio de la salvación del alma es el punto más importante de todos los negocios:

 

Punto 1º: Porque perdida el alma, todo está perdido para nosotros.

Punto 2º: Porque perdida el alma una vez, se perdió para siempre.

PUNTO I

PERDIDA EL ALMA, TODO ESTA PERDIDO PARA NOSOTROS

1. El Apóstol escribe a los de Tesalónica: “Os ruego, hermanos, que atendáis a vuestro negocio”(IV; 11). La mayor parte de los mundanos ponen toda su atención en los negocios de la tierra, y se olvidan de su salvación. ¡Que diligencia no ponen en ganar un pleito, en obtener un empleo, en contraer matrimonio! ¡Cuántos medios, cuántas medidas se toman para conseguirlo!No se come, no se duerme , ni se descansa, mientras falta algo que hacer a fin de conseguir esas cosas. Y ¿que hacen estos mismos para salvar el alma? Todos se ruborizan que se diga de ellos, que son descuidados en los negocios de su casa, y pocos se avergüenzan de descuidar su alma: Pues yo os digo como san Pablo: Hermanos míos, os ruego que, sobre todo, atendáis a vuestro negocio: ut negotium vestrum agatis, esto es , al negocio de vuestra salvación.

2. San Bernardo dice que, las bagatelas de los niños se llaman fruslerías y niñerías; pero cuando llegan a mayores, estas niñerías toman el nombre de negocios, y muchos pierden por ellos el alma. Si en este mundo perdemos en un negocio, podemos ganar en otro; pero si morimos en la desgracia de Dios y perdemos el alma, ¿cómo podremos compensar una pérdida tan trascendental? Quam dabit homo conmutationem pro anima sua? (Matth. XVI, 26) San Euterio dice a los que viven descuidados de su salvación: Si no comprendes cuanto vale tu alma, dando crédito a Dios que la creó a su imagen y semejanza, créelo, porque lo dice Jesucristo, que la redimió con su misma sangre: “Fuisteis rescatados, no con oro, o plata, que son cosas perecederas, dice San Pedro, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero inmaculado, y sin tacha. (I. I. 18 et 19).

3. Tanto es lo que estima Dios a tu alma, pero también el demonio la aprecia de tal manera, que por hacerse dueño de ella, no duerme ni sosiega, sino que continuamente va en torno de ella, deseando devorarla. Por eso exclama San Agustín: “¡Vela el enemigo, y te atreves tu a dormir!Vigilat hostis, dormis tu! Habiendo un príncipe pedido una favor al Papa Benedicto XII, que este no podía concederle sin escrúpulos de conciencia, respondió a su embajador: “Escribid a vuestro amo, que si yo tuviese dos almas, podría perder una por complacerle; pero no teniendo más que una, no puedo perderla”. Y de este modo le negó el favor que le pedía.

4. Hermanos míos, sálvese el alma, y no importa que se pierdan todos los negocios de la tierra. Pero, si perdéis el alma, ¿de que os servirá haber tenidoen este mundo riquezas, honores y placeres? Con ésta máxima ganó tantas almas San Ignacio de Loyola, especialmente la de Francisco Javier, que estando en París se ocupaba de juntar bienes terrenos. Más un día le hablo San Ignacio diciéndole: “Francisco, ¿a quien sirves?Sirves al mundo que es un traidor, que promete y no cumple. Con todo, supongamos que cumpliera: ¿cuánto tiempo duran los bienes que él promete? ¿Pueden durar acaso más que la vida? Y después de la muerte, ¿de que servirán sino te salvas?” Y entonces le recordó la sentencia del Evangelio: Quid prodestes, etc. Lo que nos importa es la salvación. No necesitamos hacernos ricos en este mundo, ni adquirir honores y dignidades, sino salvar el alma, porque si no entramos en el Cielo, seremos condenados para siempre en los Infiernos. Hermanos míos, a uno de estos dos lugares iremos a parar: o condenados, o salvados. Si lo primero ¡ay de nosotros! Dios no nos ha creado para  esta tierra, ni nos conserva la vida para que nos hagamos ricos o gocemos, sino para que aseguremos la vida eterna.

5¡Que necio es, dice San Felipe Neri, el que no atiende sobre todo a la salvación de su alma! Si hubiese en la tierra hombres mortales y hombres inmortales, y vieran aquellos que éstos se dedican enteramente a adquirir bienes mundanos, les dirán con razón: Muy necios sois, porque podéis adquirir  los bienes inmensos y eternos del Paraíso, y perdéis el tiempo el tiempo en adquirir estos bienes mezquinos de la tierra, que perecen tan pronto como morimos. ¿Y por estos bienes os ponéis en peligro de padecer eternamente en el Infierno? Dejad que atendamos a las cosas de la tierra, nosotros los desventurados mortales, para quienes todo termina con la muerte. Pero, lo cierto es, que todos somos inmortales, y cada uno de nosotros, o ha de ser eternamente feliz en la otra vida, o eternamente desgraciado. Esta será la desgraciada suerte de tantos que solamente piensan en lo presente, y se olvidan de lo futuro. ¡Ojalá, supiesen perder el apego a los bienes presentes y terrenos, que duran poco, y atender a lo que les ha de suceder después de la muerte, que es, o ser reyes en el Cielo, o esclavos en el Infierno, por toda la eternidad! El mismo San Felipe Neri, hablando cierto día con un joven llamado Francisco, dotado de talento y que se lisonjeaba de hacer fortuna en el mundo, le dijo estas palabras: “Sin duda, hijo, tu harás fortuna; serás un buen abogado, luego prelado, después cardenal, y acaso también Papa. Pero ¿y después? Vete” le dijo finalmente: “piensa en éstas últimas dos palabras”. Partió el joven, y meditando en su casa en ellas, abandonó las esperanzas terrenas, se dedicó enteramente a Dios, dejando el mundo, entrando en la misma congregación de San Felipe, y murió en ella santamente.

6. Prætetit figura hujus mundi (I. Cor. VII,31). Sobre estas palabras, dice Cornelio a Lápide, que el mundo es un teatro. Efectivamente, nuestra vida presente es una comedia, en la cual todos los hombres representan: ¡Dichoso aquél que sabe representar bien su papel salvando su alma! De otro modo, habrá atendido a acumular riquezas y honores mundanos; más con razón se le podrá llamar necio, y echarle en cara cuando muera lo que se le dijo al rico en el Evangelio:“¡Insensato! esta misma noche han de exigir de ti la entrega de tu alma: ¿de quién será cuanto has acumulado? (Luc. XII, 20). Explicando Toledo estas palabras, dice: que el Señor nos ha dado el alma en depósito para que la defendamos de los asaltos de los enemigos. Y por eso, a la hora de la muerte vendrán los ángeles a pedírnosla para presentarla al tribunal de Jesucristo; pero si la hemos perdido, atendiendo solamente a amontonar bienes terrenos, éstos pasarán a otras manos; y, ¿cuál será la suerte de nuestra alma?

7. ¡Mundanos insensatos! ¿que os quedará a la hora de la muerte de todas las riquezas adquiridas, y de todas las pompas y vanidades de este mundo? Durmieron su sueño, y todos esos hombres opulentos se encontrarán sin nada, vacías sus manos. Con la muerte terminará esta vida, que no es más que un sueño, y ningún mérito les quedará para la eternidad. Preguntad a tantos grandes de la tierra, a tantos príncipes y emperadores, que mientras que vivieron abundaron en riquezas, honores y delicias, y ahora están padeciendo eternamente en el Infierno: ¿que os queda ahora de tantas riquezas que poseías mientras vivisteis en el mundo? Y responderán los infelices llorando:“Nada absolutamente nada”. Y de tantos honores, de tantas delicias, de tantos triunfos, ¿que os queda? Nada, absolutamente nada.

8. Tenía, pues, razón para decir San Francisco Javier, que en el mundo no hay más que un solo bien y un solo mal. El único bien es salvarse, y el único mal condenarse. Por esto decía David:“Una sola cosa he pedido al Señor, esta solicitaré, y es el que pueda yo vivir en la casa del Señor todos los días de mi vida”. (Ps. XXVI, 4). Una cosa sola debemos buscar nosotros, que nos conceda el Señor la gracia de salvar el alma: porque estando esta salva, todo lo habremos salvado; y perdida ésta, todo lo habremos perdido. Y nunca se olvide, que perdida el alma una vez, está perdida para siempre.

 

PUNTO II

PERDIDA EL ALMA UNA VEZ, ESTÁ PERDIDA PARA SIEMPRE

9. Lo que debemos considerar es: que no se muere más que una vez. Si muriéramos dos, quizá podríamos perder el alma la primera y salvarla la segunda. Pero no sucede así, sino que una vez perdida el alma, se perdió para siempre. Santa Teresa lo repetía sin cesar a sus religiosas, diciéndoles: “Hijas mías, no tenemos más que un alma y una eternidad, perdida aquella, todo se perdió, y se perdió para siempre”.

10. Escribe san Euquerio, que no hay error más funesto que descuidar el negocio de la salvación eterna, porque es error que no tiene remedio. Los otros errores pueden remediarse; por ejemplo, si uno pierde una capa, puede comprar otra, si perdemos un destino, podemos obtener otro; y aun cuando perdamos la vida, todo se remedia si nos salvamos. Empero, el que se condena y pierde el alma no puede de ningún modo remediar esta pérdida. Este es el desconsuelo de los tristes condenados, pensar que para ellos pasó ya el tiempo de poderse salvar, y que no tienen esperanza de remediar su eterna condenación. Por lo cual lloran y llorarán eternamente, diciendo con el mayor desconsuelo: “¿Luego descarriados hemos ido del camino de la verdad, no nos ha alumbrado la luz de la justicia?” (Sap, V, 6). Más ¿de que les servirá conocer su error cuando ya no tiene remedio?

11. La mayor pena de los condenados es pensar, que perdieron el alma para siempre. ¡Oh infeliz! dice Dios a un condenado, tu te has labrado tu perdición, que quiere decir: tu pecando, has sido la causa de tu condenación, mientras yo estaba dispuesto a salvarte, si querías atender a tu salvación eterna. Santa Teresa dice,  que si uno pierde por un descuido suyo una sortija, un vestido o cualquier otra cosa, no come, ni duerme, ni halla tranquilidad, pensando que lo ha perdido por causa propia. ¿Cual será, pues, la pena del condenado en el Infierno al pensar que ha perdido el alma para siempre por culpa suya?

12. Es preciso, pues, que de hoy de en adelante, pongamos todo el cuidado posible en salvar nuestra alma. No se trata, dice San Juan Crisóstomo, de perder algún bien terreno, que finalmente, con la muerte debíamos perder algún día: sino de perder el Paraíso, y de ir a padecer en el Infierno. Conviene por tanto trabajar con temor y temblor en la obra de nuestra salvación. Y por esta razón, si queremos salvarnos, es preciso que trabajemos por vencer las ocasiones y resistir las tentaciones. El Cielo no se alcanza sino a viva fuerza, y los que se la hacen a sí mismos son los que le arrebatan. Dan Andrés Avelino lloraba,diciendo: “¿Quién sabe si me salvaré, o me condenaré? San Luis Beltrán solía exclamar: “¡Que será de mí en el otro mundo!” ¿Y no temeremos nosotros la incertidumbre en que estamos acerca de la suerte que nos espera? Supliquemos a Jesucristo y a su Madre Santísima que nos presten su ayuda para que podamos salvar nuestra alma, puesto que este es el negocio que más nos importa. Si éste nos sale bien, seremos felices para siempre; pero si nos sale mal, por nuestro descuido o negligencia, seremos desgraciados por toda la eternidad; tendremos que repetir con los condenados: Ergo erravimus a via veritatisErramos el camino de la verdad, y hemos seguido el que nos ha conducido al abismo de la eterna condenación.

 

EVANGELIO DEL DOMINGO: ID TAMBIÉN VOSOTROS A MI VIÑA


DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: “Id también vosotros a mi viña y os pagaré lo debido”. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”. Le respondieron: “Nadie nos ha contratado”. Él les dijo: “Id también vosotros a mi viña”. Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz: “Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”. Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.  Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno.  Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo: “Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”. Él replicó a uno de ellos: “Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario?  Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti.  ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”.  Así, los últimos serán primeros y los primeros, últimos».

Mateo 20, 1-16


COMENTARIOS AL EVANGELIO
Homilía de maitines  EL SEÑOR NO HA DEJADO DE ENVIAR OPERARIOS. San Gregorio Papa

TODOS POR IGUAL RECIBEN EL PREMIO. San Jerónimo

SANTA TERESA: ES DIOS MUY PAGADOR

 ¿POR QUÉ ESTÁIS OCIOSOS SIN PRACTICAR LAS VIRTUDES? San Juan Bautista de la Salle

Benedicto XVI  EL SER LLAMADOS ES LA PRIMERA RECOMPENSA

LA VIÑA DEL ALMA. Santo Tomás de Villanueva
NECESIDAD DE LA ASCESIS. Homilía del Domingo de Septuagésima


sábado, 30 de enero de 2021

DOLORES Y GOZOS DE SAN JOSÉ. Ejercicio de piedad para hacer los 7 domingos de san José.


 

DOLORES Y GOZOS DE SAN JOSÉ

Ejercicio de piedad para hacer los 7 domingos de san José.

 

También se puede hacer en cada domingo un solo dolor y gozo, dedicando un tiempo a contemplar y meditar estos misterios.

 

1.-¡Oh castísimo esposo de María Santísima, glorioso San José!, así como fue grande la aflicción y la angustia de tu corazón en la perplejidad de abandonar a tu purísima Esposa, así fue de inefable la alegría de cuando el Ángel te reveló el soberano misterio de la Encarnación.

Por este dolor y este gozo, te pedimos que consueles nuestra alma ahora y en nuestros últimos dolores con la alegría de una vida justa y de una santa muerte semejante a la tuya, asistidos de Jesús y María.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria

 

2.- !Oh felicísimo Patriarca, glorioso San José, que fuiste escogido para padre adoptivo del Verbo humanado!, el dolor que sentiste viendo nacer al Niño Jesús en tanta pobreza se trocó súbitamente en celestial alegría al oír la armonía de los ángeles y ver la gloria de aquella noche tan resplandeciente.

Por este dolor y este gozo te suplicamos nos alcances que, después del camino de esta vida, vayamos a escuchar las alabanzas de los ángeles y a gozar de los resplandores de la gloria celestial.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria

 

3.-¡Oh ejecutor obedientísimo de las leyes divinas, glorioso San José, la sangre preciosísima que el Niño Redentor derramó en la Circuncisión te traspasó el corazón; mas el nombre de Jesús lo confortó, llenándole de alegría.

Por este dolor y este gozo, alcánzanos que, quitando de nosotros todo pecado en esta vida, expiremos gozosos, con el nombre santísimo de Jesús en el corazón y en los labios.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria

 

4.- ¡Oh fidelísimo Santo, que tomaste parte en los misterios de nuestra Redención, glorioso San José!, si la profecía de Simeón sobre lo que Jesús y María habían de padecer te causó una pena mortal, te colmó también de un santo gozo anunciándoos la salvación y resurrección que de ahí se seguiría para innumerables almas.

Por este dolor y este gozo, alcánzanos que seamos del número de aquellos que por los méritos de Jesús y la intercesión de la Virgen Madre, han de resucitar gloriosamente.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria

 

5.- ¡Oh vigilantísimo Custodio del Hijo de Dios hecho hombre, glorioso San José!, ¡cuánto padeciste en sustentar y servir al Hijo del Altísimo, particularmente cuando tuviste que huir a Egipto! Pero, ¡cuánto también gozaste teniendo siempre contigo al mismo Dios, y viendo derribarse por tierra los ídolos de los egipcios!

Por este dolor y este gozo, alcánzanos que teniendo lejos de nosotros al tirano infernal, especialmente con huir de las ocasiones peligrosas, caiga de nuestro corazón todo ídolo de afecto terreno, y ocupados del todo en servir a Jesús y María, vivamos tan sólo para ellos y muramos felizmente.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria

 

6.-!Oh Ángel de la tierra, glorioso San José !, que admiraste al Rey del Cielo sujeto a vuestras órdenes: si vuestro gozo al traerle de Egipto se turbó con el temor de Arquelao, tranquilizado después por el Ángel, vivisteis gozoso en Nazaret con Jesús y María.

Por este dolor y este gozo, alcánzanos que, libre nuestro corazón de temores nocivos, gocemos de la paz de la conciencia, vivamos seguros con Jesús y María, y muramos en su compañía.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria

 

7.-!Oh modelo de toda santidad, glorioso San José!, perdido que hubiste, sin culpa tuya, al Niño Jesús, le buscaste para mayor dolor, durante tres días, y al cabo te gozaste con sumo júbilo al hallarlo en el templo entre los doctores.

Por este dolor y este gozo, te suplicamos entrañablemente intercedas para que no nos suceda jamás perder a Jesús por culpa grave; mas si, por desgracia, lo perdiésemos, haz que lo busquemos con incansable dolor, hasta hallarlo favorable, sobre todo, en nuestra muerte, para ir a gozarle en el Cielo y cantar eternamente contigo sus divinas misericordias.

Padrenuestro. Avemaría. Gloria

 

Para finalizar:

Antífona. El mismo Jesús, al comenzar sus treinta años de edad, era tenido por hijo de José.

V/. Ruega por nosotros, san José.

R/. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.

Oración: Oh Dios, que en tu inefable providencia te dignaste escoger al Bienaventurado San José para Esposo de tu santísima Madre, te pedimos nos concedas que, pues le honramos como protector nuestro en la tierra, merezcamos tenerle por intercesor en los cielos, donde vives y reina por los siglos de los siglos. Amén.

 

Dolores y Gozos del Glorios... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...

viernes, 29 de enero de 2021

ORACIÓN A SAN JOSÉ. Oración de San Francisco de Sales

ORACIÓN A SAN JOSÉ

Oración de San Francisco de Sales

Glorioso San José, esposo de la Virgen María, dispénsanos tu protección paterna. Nosotros te suplicamos por el Corazón de Nuestro Señor Jesucristo.
Tú, cuya protección se extiende a todas las necesidades y sabe tornar posibles las cosas más imposibles, dirige tu mirada de padre sobre los intereses de tus hijos.

Recurrimos a ti, con confianza en las angustias y penas que nos oprimen; dígnate tomar bajo tu caritativa protección este asunto importante y difícil que es la causa de nuestras inquietudes. Haz que su feliz desenlace sea para gloria de Dios y bien de sus servidores. Amén.

jueves, 28 de enero de 2021

La Mortificación, Signo Del Espíritu de Jesús (86) HORA SANTA Con San Pedro Julián Eymard.

LA MORTIFICACIÓN, SIGNO DEL ESPÍRITU DE JESÚS

 

Semper mortificationem Jesu in corpore nostro circumferentes, ut et vita Jesu manifestetur in carne nostra mortali

“Traemos siempre en nuestro cuerpo por todas partes la mortificación de Jesús, a fin de que la vida de Jesús se manifieste también en nuestro cuerpo” (2Co 4, 10)

 

Nuestro Señor vino para curarnos y comunicarnos una vida más abundante. Somos por naturaleza enfermos; dentro de nosotros llevamos el germen de todas las enfermedades espirituales, y no necesitamos del demonio para caer en el pecado, dado que nosotros mismos tenemos el poder de condenarnos. No ignoro que el demonio nos tienta; pero las más de las veces se vale de nosotros mismos para tentarnos; está en connivencia con nuestros enemigos interiores y guarda inteligencias con la plaza donde halla un eco fiel. El pecado original deja malas inclinaciones, que actúan con más o menos fuerza según sea el grado de nuestra pureza y fortaleza; con todo, no siempre dependen en absoluto de nosotros las tentaciones.

A estas tentaciones, a las que nosotros mismos dotamos de medios, hay que añadir aquellas otras que proceden de las circunstancias en que nos encontramos, del demonio, y alguna que otra vez de la permisión positiva de Dios. No está en nuestra mano el no ser tentados; de donde se sigue este principio, que hay que curarse y llenarse de una vida sobreabundante, capaz de resistir y combatir sin agotarse; el mayor mal consiste en estarse quedo y seguro de sí mismo. Tan pronto como digo: Estoy perdonado y ya vivo, vuelvo a caer.

Para curarse y vivir de veras es necesario posesionarse del espíritu de nuestro Señor y vivir de su amor; el amor hace la vida y el espíritu forma la ley de las acciones y de los sentimientos. Ahora bien, este espíritu no es otra cosa que la mortificación, ya sea de penitencia, ya de amor. Todo lo demás es mentira y adulación.

Compulsad la vida de nuestro Señor; en cada página os encontraréis con la mortificación: mortificación de los miembros, desprendimiento, penas interiores, abandono, contradicciones; la mortificación es la esencia de la vida de nuestro Señor, y por ende, del cristianismo. Bueno es amar; pero el amor se prueba con el sacrificio y el sufrimiento.

I

La mortificación sanará mi cuerpo, que arrastra consigo toda suerte de enfermedades. El cuerpo está profundamente herido y carece de su robustez primitiva; cada uno de sus movimientos es un paso hacia la muerte y la descomposición; corrupción es también la misma sangre.

¿Cómo restituir salud y fuerzas a tal podredumbre? Los antiguos decían que con la sobriedad; mas el Evangelio dice que con la mortificación, en la cual tan sólo se encuentra la vida del cuerpo.

Los que sin tener fe quieren prolongar la vida, obran conforme a razón y son sobrios. ¡Cuán cobardes no seríamos si con la fe y la gracia no hiciéramos lo que ellos por amor de la vida!

Aun para aquellos que, como los religiosos, llevan por estado una vida sobria, resulta muy fácil hermanar el espíritu de penitencia con sus pobres manjares. Lo cual es necesario para todos, por cuanto no estamos exentos de faltas cotidianas, a más de que tenemos que reparar por otros. Mortifiquémonos, pues, no ya tanto respecto de la cantidad como en la calidad y el sabor. No estamos al abrigo de las tentaciones de gula, y si no supiéramos hallar ocasiones para mortificarnos, careceríamos del espíritu de penitencia y, por consiguiente, del de nuestro Señor.

Nuestro cuerpo, que no es enemigo tan despreciable, sufre calenturas y las quiere comunicar al alma, por lo que hay que curarlas con remedios contrarios, y la verdadera quinina que vuelve a calmar nuestros humores regularizando sus movimientos es la mortificación.

Sólo a fuerza de cadenas se doma el cuerpo; refunfuña al atársele, pero al fin y al cabo se le ata. En cuanto al alma, lástima que viva entregada al cuerpo que la cautiva con apetitos sensuales; los males del alma proceden sobre todo de los objetos exteriores, con los que sólo por medio del cuerpo está en contacto; sus distracciones reñidas con toda paz no nacen sino de lo que ha visto, y la imaginación, órgano corporal, es un pintor miserable y felón. Cuanto más santa sea la acción que ejecutéis, tanto más abominables cosas os pinta este traidor vendido a Satanás. En casa se es menos tentado por la imaginación que delante de Dios, lo cual obedece a que allí el espíritu se recoge menos y no tortura tanto los sentidos para sojuzgarlos. Nada extraño, por tanto, que haya quienes se quejen, no sin algún viso de razón, de que les basta ponerse en oración para que sean tentados; claro, es natural que en estos solemnes momentos ataque la naturaleza corrompida con más saña para conservar su imperio.

Es menester vigilar sobre los sentidos exteriores. El pensamiento o la imagen mala que no se apoya en visión precedente de un objeto deshonesto, dura poco; en tanto que si el ojo se ha complacido en la consideración de ese objeto, la imaginación lo reproducirá sin cesar, mientras no se pierda enteramente su recuerdo; hay para meses, quizá para años, según lo vemos en san Jerónimo, a quien el recuerdo de la Roma pagana iba a turbar después de muchos años pasados en la más austera penitencia.

Tengamos siempre presente que nunca seremos dueños de nuestros pensamientos como no lo seamos de nuestros ojos. Por sí sola poco se tienta el alma; bien es verdad que encierra en sí el foco del pecado original; pero los medios del mal los proporcionan los sentidos, de los que el cuerpo es dócil artífice para el mal. Así lo prueba el hecho de que el niño no experimenta nuestras tentaciones, porque sus sentidos no se han abierto aún al mal. ¿Qué deberemos, pues, hacer? Ver sin ver, mirar sin mirar, y si hemos grabado en nuestra imaginación un retrato, debemos borrarlo, olvidándolo por completo. Quizá sea bueno el corazón; mas los sentidos le hacen volver a donde les plazca. Hasta el mismo niño, que ve sin comprender, si se ha grabado una imagen mala, sentirá más tarde que sus recuerdos despiertan y las miradas deshonestas de otro tiempo vuelven a aparecer en su imaginación para atormentarle. Tapémonos, pues, los ojos y los oídos con espinas que nos hagan sentir su punta afilada para impedirnos que sintamos llamas del horno impuro; si hacemos así, las tentaciones sólo conseguirán purificarnos más. Allá va el corazón donde está el pensamiento; nuestro corazón amará a Dios o al mundo según seamos de Dios o del mundo por nuestro espíritu, que, de la imaginación saca materia para sus conceptos.

Algo es el mortificarnos así para evitar el pecado, cosa que nos exigen por igual la justicia y nuestra propia salvación; pero pararnos ahí como seguros es prepararnos una derrota; más hemos prometido que es llegar hasta la mortificación de Jesucristo. Aun cuando no tuviéramos ninguna razón de justicia, debiéramos mortificarnos por complacerle, porque Él mismo lo hizo para complacer a su Padre. Tal es la mortificación positiva que debe inspirar toda nuestra vida, convirtiéndose en ley de la misma. Buscad en nuestro Señor la virtud que queráis, y veréis que va impregnada de penitencia; y si a tanto no llegáis, os priváis del corazón mismo de la virtud, de lo que constituye toda su fuerza. Es perder el tiempo tratar de ser humilde, recogido o piadoso sin la mortificación. Dios permite que todas las virtudes nos cuesten trabajo. Puede que hoy sintáis poco el sacrificio, porque Dios os quiere atraer por medio de la dulzura, como a los niños; pero esperad hasta mañana, que propio de la naturaleza misma de la gracia es crucificar. ¿Que no sufrís? ¿No será porque no tomáis las gracias del calvario, que es su verdadera y única fuente? El amor de Dios no es más que sacrificio. ¡Oh cuán lejos lleva esto! Mortificar los sentidos es ya algo, pero mortificarse interiormente es el coronamiento del espíritu de penitencia de Jesús en nosotros.

II

Muy pobre habría de ser nuestra corona, si hubiera de componerse solamente de sacrificios exteriores, porque ¡es tan corta la vida! Afortunadamente el hombre trabaja con mucha mayor actividad que el cuerpo y que Dios. Queriendo hacernos adquirir sumas inmensas de méritos para más gloriosamente coronarnos, nos da medios para sacrificarnos en cada uno de nuestros pensamientos y afectos, siendo así perpetuo el movimiento que nos lleva a Dios. Si fuésemos fieles a su inspiración y llamamiento, veríamos que los sacrificios que nos pide son infinitamente numerosos y cambian a cada instante del día. No pide que se traduzcan en actos exteriores todas las inspiraciones que nos da para sacrificarnos, pero sí que las aceptemos en nuestra voluntad y que estemos dispuestos a ponerlas en práctica si lo exigiera. Para lo cual no hay qué apegarse a un estado de alma particular más que a otro, sino poner la propia voluntad en la de Dios y no querer sino lo que Él quiera y cuanto Él quiera.

El que está gozando, siempre quisiera gozar, mas no es éste el designio de Dios; hay que saber dejar el goce y tomar la cruz: acordaos de la lección del Tabor. Muchos hay que quisieran servir a Dios tan sólo por la felicidad que va aneja a este servicio; si el tiempo de la adoración no se les pasa gozando, se quejan y dicen: ¡No sé orar! ¡Falso! ¡Sois sensuales y en eso consiste todo! El defecto mayor en que incurren las almas piadosas es el ser sensuales respecto de Dios: cuando os comunique alegría, disfrutad de la misma, que nada mejor puede haber, pero no os apeguéis a ella; si en cambio se muestra duro, humillaos, sin desanimaros por eso; la máxima que debéis tomar por principio y regla de conducta es que se debe amar a Dios más que sus dones. Cuando san Pablo, cansado de la vida a causa de las tentaciones infernales que le asaltan, ruega a Dios le libre de ellas: “No, contesta el Señor, te basta mi gracia, que mi poder resplandece en la flaqueza” (2Co 12, 9). Estas palabras consuelan y confortan al Apóstol, haciéndole decir más tarde: “Reboso de gozo en medio de las tribulaciones que por doquiera me rodean” (2Co 7, 4).

En la tribulación y en la mortificación interior es, por tanto, donde se encuentra alegría durable y no en los consuelos, siquiera sean espirituales. Es ley que sólo el alma penitente goce de Dios, porque el alma, que en todo se somete a Dios, tiene también sometido el cuerpo, único medio de que haya paz. No bien se ha hecho un acto de penitencia, un sacrificio, cuando inunda nuestro corazón la paz que Dios da en proporción de nuestra mortificación. La mortificación de penitencia, de justicia, por el pecado, devuelve la paz a la conciencia, lo cual es efecto de la justicia divina aplacada; la mortificación de penitencia y de amor da alegría, paz divina, suavidad, unción, algo indefinible que transporta al alma y la arrastra como fuera de sí misma, que espiritualiza al mismo cuerpo hasta tal punto que el alma va a Dios por el éxtasis, olvidándose de que aún está encerrada en un cuerpo, según se ve en los santos. Haced experiencia de lo que os digo, a saber: que la paz del alma guarda proporción con la mortificación; y si llegáis a practicar la virtud en medio del goce y por el goce, podréis decirme que he mentido. Fijaos en los mártires que rebosaban de júbilo y cantaban cánticos de alegría en medio de los más atroces tormentos. ¿No sentían el sufrimiento? Vaya si sentían; mas el fuego del amor interior excedía con mucho las llamas que consumían su cuerpo.

Tengamos presente que el verdadero camino de la santidad es la mortificación. Dios no nos pide sino que nos vaciemos de nosotros mismos, reservándose para sí el llenar el vacío producido: Dilata os tuum et implebo illud (Ps 80, 11). Porque el amor propio es un concentrarnos en nosotros mismos, es estar llenos de nosotros mismos. La santidad es cuestión de mortificación.

¿Que eso cuesta? Ciertamente. La paz es el premio de la guerra hecha a la naturaleza. No puede Dios dar paz sin luchar; de lo contrario, nos daría motivo para ilusiones. La paz nos la dará Él cuando el espíritu de penitencia nos haga más fuertes y cuando le amemos más por lo que es Él mismo que por sus dones. Aceptemos, pues, el plan de Dios. Nuestro Señor quisiera entrar en nosotros por su verdadero espíritu, que es la mortificación; se presenta incesantemente y aguarda con divina paciencia; todo lo encuentra lleno; todas nuestras puertas le están cerradas; nos abandona porque nos encuentra tan llenos de nosotros mismos y tan sensuales en nuestra vida exterior y espiritual, que nada puede hacer.

 

 

HORA SANTA Con San Pedro Ju... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...

domingo, 24 de enero de 2021

DE LO POCO QUE HAY QUE HACER PARA SALVARSE Y DE LO POCO POR LO QUE NOS CONDENAMOS. San Alfonso María de Ligorio

 

Comentario al Evangelio 

III domingo después de Epifanía

Forma Extraordinaria del Rito Romano

REMORDIMIENTOS DEL CONDENADO

 

 

Filii autem regni ejicientur in tenebras exteriores: ibi erit fletus, et stridor dentium.

Mientras que los hijos del reino serán echados fuera a las tinieblas; allí será el llanto, y el crujir de dientes.

(Matth. VIII, 12)


Refiere el Evangelio de hoy, que habiendo entrado Jesús en Cafarnaum, le salió al encuentro un Centurión para suplicarle que se dignase a conceder la salud a uno de sus criados que estaba enfermo en su casa con una parálisis. El Señor le respondió: Ego veniam et curabo eum. Yo iré, y le curaré. Señor, -replicó el Centurión- no soy digno de que Vos entréis a mi casa: hasta que queréis curarle para que él cure. Viendo el Salvador tanta fe en él, le consoló al punto dando la salud al criado: y volviéndose Jesús entonces a sus discípulos, les dijo: «Vendrán muchos gentiles del Oriente y del Occidente a oír mi doctrina, y estarán a la mesa con Abraham, Issac, y Jacob en el Reino de los Cielos: mientras que los hijos del Reino serán echados fuera a las tinieblas, donde será el llanto y el crujir de dientes». Con estas palabras quiso decirnos, que muchos que nacieron entre los infieles, se salvarán con los Santos; y que muchos nacidos en el gremio de la Iglesia, irán a parar a los Infiernos, donde el gusano roedor de la conciencia con sus remordimientos les hará llorar amargamente por toda la eternidad. Veamos los remordimientos que el cristiano que se condene sufrirá en el Infierno:

 

REMORDIMIENTO 1º De lo poco que tenía que hacer para salvarse.

REMORDIMIENTO 2º De lo poco porque se ha condenado.

REMORDIMIENTO 3º Del gran bien que perdió por su culpa.

 

REMORDIMIENTO I

DE LO POCO QUE HAY QUE HACER PARA SALVARSE

1. Aparecióse un día un condenado a San Uberto, y le dijo: que dos eran los remordimientos que más le atormentaban en el Infierno: 1º Lo poco que tenía que haber hecho para salvarse. 2º Lo poco por lo que se había condenado. Lo mismo escribió Santo Tomás: Principaliter dolebunt quod pro nihilo damnati sunt, et facillime vitam poterant consequi sempiternam. Será lo que más sentirán, haberse condenado por tan poca cosa, y considerar cuán fácilmente podían haberse salvado. Contraigámonos ahora  a considerar el primer remordimiento, a saber: cuan breves y efímeras fueron las satisfacciones o placeres por los cuales se condenaron los precitos. Los desgraciados repetirán inútilmente: Si me hubiese abstenido de aquel deleite, si hubiese vencido aquel respeto humano, si hubiese huído de aquella ocasión o aquella mala compañía, no me hubiera condenado. Si hubiese frecuentado los sacramentos, si hubiese hecho confesión de mis culpas todos los meses, si hubiese recurrido a Dios en la tentación, no hubiera caído en ella. Mil veces hice propósito de hacerlo así; pero nunca lo cumplí, y por esta razón me he condenado.

2. Crecerá el tormento que le causará esta reflexión, con el recuerdo de los buenos ejemplos que viera en otros jóvenes sus contemporáneos, que llevaron una vida casta y ejemplar, en medio de los peligros del mundo. Crecerá espiritualmente la pena, con la memoria de todos los dones que el Señor le concedió para obtener la salvación como salud, bienes de fortuna, padres honrados, ingenio despejado, todo lo cual le concedió Dios, no para vivir entregado a los placeres de la tierra, sino para que los empleara en provecho de su alma. Recordará, además, las santas inspiraciones que tuvo para enmendarse, y la vida larga para llorar sus culpas. Pero el añgel del Señor que le hará saber, que pasó ya para él el tiempo de la salvación: Et angelus quem vidi stantem… juravit per viventem in sæcula sæculorum… quia tempus non erit amplius. (Apocal. x, 6).

3. ¡Oh, que espadas tan crueles serán todos estos beneficios recibidos, para el corazón del infeliz condenado, cuando se vea encerrado en la cárcel obscura del Infierno, y conozca que ya perdió la ocasión de evitar su eterna condenación! ¡Cómo, dirá llorando de desesperación en compañía de los otros, condenados del Infierno: Transsiit messis, finita est æstas, et nos salvati non sumus! Pasó el tiempo de recoger méritos para la vida eterna; pasó el estío en que pudimos haber asegurado nuestra salvación; pero no conseguimos salvarnos, y ha llegado nuestro invierno, un invierno eterno, en el que tenemos que vivir infelices para siempre, mientras Dios sea Dios.

4. El desgraciado dirá también: ¡Oh cuán necio he sido! Si las penas que he sufrido para satisfacer mis caprichos, las hubiese sufrido por Dios; si las fatigas toleradas para condenarme, las hubiese empleado en la consecución de mi salvación, ¡que contento me hallaría al presente! Más yo no hallo ahora sino remordimientos y penas, que me atormentan y me atormentarán por toda la eternidad. Finalmente, dirá: yo podía ser feliz para siempre, y tendré que ser eternamente desgraciado. ¡Oh cuanto más afligirá al condenado este pensamiento, que el fuego y todos los otros tormentos del Infierno!

 

REMORDIMIENTO II

DE LO POCO PORQUE UNO SE PIERDE

5. Mandó el rey Saúl, estando acampado, que nadie, bajo la pena de la vida, tomase alimento alguno. Jonatás, su hijo, que era joven y tenía hambre, comió un poco de miel. Sabiéndolo el padre, quiso que se ejecutara la orden que había dado, y que fuese juzgado el hijo. Viéndose el infeliz condenado a muerte, lloraba, diciendo: Gustans gustavi paululum mellis, et ecce morior. (I. Reg. XVI, 43). He gustado un poquito de miel, y he aquí que voy a morir por eso. Empero, movido a compasión de Jonatás, todo el pueblo, medió con el padre y le libertó de la muerte. Más para el pobre condenado no hay ni habrá jamás quien se mueva a compasión, ni se interponga con Dios para librarle de la muerte eterna del Infierno: todas las criaturas se gozarán en la justicia de su castigo, por haber él querido perder a Dios y el Paraíso por un placer pasajero.

6. La Escritura dice, que después de haberse alimentado Esaú de aquel plato de lentejas, por el que había vendido su primogenitura, se puso a gritar atormentado del dolor y del remordimiento por la pérdida que había experimentado: Irrugiit clamore magno (Gen. XXVII, 34) ¡Que rugidos y gritos tan desesperados dará el condenado, al pensar que por unos pocos, breves y emponzoñados placeres perdió el reino eterno del Paraíso, y se ve condenado para siempre a una muerte eterna!

7. Continuamente estará el desgraciado pensando el Infierno, en la causa de su triste perdición. A los que vivimos en este mundo, la vida pasada nos parece un momento, un sueño. ¿Que parecerán, pues, al condenado los cincuenta o sesenta años de vida que habrá pasado en este mundo, cuando se halle en el abismo de la eternidad, y hayan pasado por él ciento, y mil millones de años de penas; y verá, no obstante, que el tiempo de su condena no ha hecho más que principiar, porque no ha de tener fin? Y aún aquellos pocos años que vivió en el mundo ¿estuvieron acaso llenos de placeres? ¿Acaso, cuando vivía en desgracia de Dios se gozaba en sus pecados? Unos breves momentos; y todo el tiempo restante no es más que angustia y dolor para quien vive lejos de Dios. ¿Qué parecerán, pues, al infeliz condenado, aquellos breves momentos de placer cuando se vea sepultado en aquel abismo de fuego?

8. ¿Quid profuit superbia, aut divitiarum jactantia? Transierunt omnia illa tamquam umbra. (Sap. v, 8 y 9). ¡Ay de mí ! dirá él: ¿de que me ha servido la soberbia, o que provecho me ha traído la vana ostentación de mis riquezas? Pasaron como sombra todas aquellas cosas y de nada me han aprovechado. Sólo me duraron unos breves momentos, y me hicieron pasar una vida amarga sobre la tierra; y ahora ¡tengo que estar ardiendo en este horno para siempre, deseperado y abandonado de todos!

 

REMORDIMIENTO III

DEL GRAN BIEN QUE PERDIÓ POR SU CULPA

9. La infeliz princesa Isabel de Inglaterra, obcecada de la pasión de reinar, dijo cierto día: «Deme el Señor cuarenta años de reinado y renuncio al Paraíso». Ya reinó los cuarenta años la desgraciada; más al presente, que está encarcelada en el Infierno, seguramente que no habrá de estar contenta de haber renunciado al Paraíso. ¡Oh cuán afligida  estará al pensar, que por haber sido reina cuarenta años ha perdido el reino eterno de los Cielos! Los miserables condenados, dice San Pedro Crisólogo, sufren más por la pérdida que voluntariamente hicieron del Paraíso, que por las penas que experimentan en el abismo del infierno.

10. La principal pena que se siente en el Infierno es, las de haber perdido a Dios, aquel bien infinito que forma las delicias del Paraíso. San Bruno dice: Addantur tormenta tormentis, et Deo non priventur. (Ser. de judic. final). Se contentarían los condenados si se añadiesen mil Infiernos al que están sufriendo con tal de que no se les privase de la vista de Dios: porque su Infierno principal consiste, en verse para siempre privados de la presencia de Dios por su culpa. Santa Teresa decía, que si uno pierde por culpa propia cualquier bagatela, por ejemplo una moneda o una sortija de poco valor, se aflige mucho, y no puede consolarse, pensando que ha perdido ésto por su culpa propia. ¿Cuál será pues, la pena del condenado al pensar, que ha perdido un bien infinito, un bien, que es Dios mismo, por su propia culpa?

11. Verá que Dios quería salvarle, y había puesto en su mano la elección de la vida o de la muerte eterna, como dice el Eclesiástico (XV, 18) Ante hominem vita et mors… quod placuerit ei, dabitur illi. Verá por tanto, haber dependido de él hacerse eternamente feliz, y que él se ha condenado por no haber querido salvarse. Hemos errado el camino de la salvación, dirá a sus infelices compañeros en el Infierno, puesto que nos separamos de él, perdiendo por nuestra culpa el Cielo y a Dios. Esta pena les hará decir: Non est pax ossibus meis a facie pecatorum meorum. (Ps. XXXXVII, 4). Se me estremecen los huesos cuando considero mis pecados. Por esto no verán objeto que les inspire más horror que ellos mismos; y probarán la pena con que amenaza el Señor a los pecadores: Stutuam te contra faciem tuam (ps. XLIX, 21).

12. Hermanos míos, si hasta aquí habéis incurrido en la necedad de quere perder a Dios por un gesto efímero y despreciable, no sigáis en esa necedad y procurad poner presto remedio, puesto que le hay. Temblad; porque ¿quién sabe si Dios os abandonará y os perderéis para siempre, si desde ahora no determináis mudar de vida? Cuando el demonio os tiente, acordaos del Infierno, y recurrid a Jesucristo y a María Santísima, implorando su ayuda, y ellos os librarán del pecado, que es el mayor de los males y la puerta del Infierno.