viernes, 15 de enero de 2021

La Sagrada Familia, vacuna del cielo para el virus del egoísmo y la ruptura

Fiesta de la Sagrada Familia

10 de enero de 2021

 

¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo.

Estas palabras del salmo 83 –que toma el introito de hoy - junto con otros salmos del rey David eran cantadas por los judíos cada vez que subían a Jerusalén para las grandes fiestas que durante el año se celebraban en el Templo.

Gozo, alegría, nostalgia, diversas emociones, sentimientos y afectos se suscitaban dentro del corazón de los hombres piadosos al subir a la ciudad santa.

Aquella subida a Jerusalén en peregrinación evocaba las grandes hazañas de Dios a lo largo de la historia del pueblo de Israel: la salida de Abraham desde Ur de los Caldeos, el peregrinaje nómada de los patriarcas de un lugar para otro en busca de pastos para sus rebaños, la salida de Egipto en la noche de la Pascua donde Dios había obrado portentosamente en favor del pueblo esclavo en Egipto, el regreso del destierro de Babilonia y la reconstrucción del Templo, los macabeos errantes por los montes de Israel a causa de la defensa de su fe…  

La peregrinación a Jerusalén era signo de la propia peregrinación de la vida, recordando que estamos en este mundo de paso hacia la eternidad. Somos peregrinos y forasteros en este mundo, pues nuestra patria es el cielo. “Somos ciudadanos del cielo” y compañeros de los santos.

Por ello, durante su viaje, desde lo profundo de su corazón, exclamaban: “Dichosos los que viven en tu casa,  alabándote siempre. Dichosos los que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación.”

La peregrinación a Jerusalén recordaba lo pasajero de la vida, lo efímero de todo lo mundano, lo caduco de los bienes de esta tierra, los trabajos y sufrimientos de cada día, la lucha cotidiana por salir adelante. Conscientes de que todo pasa, confesaban con las palabras del salmo: “Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa, y prefiero el umbral de la casa de Dios a vivir con los malvados. Porque el Señor es sol y escudo, él da la gracia y la gloria; el Señor no niega sus bienes a los de conducta intachable. ¡Señor de los ejércitos, dichoso el hombre que confía en ti!

La peregrinación a Jerusalén -prescrita por la ley de Moisés- y que todo judío piadoso había de cumplir, los llevaba hasta el altar de Dios, en el Templo, pues nuestro Dios habita en medio de su pueblo. Allí ofrecían el sacrificio de adoración, alabanza, acción de gracias, petición y expiación por los pecados, aguardando el tiempo en que habría de darse culto en espíritu y verdad por medio del Mesías Salvador, Nuestro Señor Jesucristo: Único Mediador entre Dios y los hombres, Sacerdote Eterno que con la oblación de sí mismo nos ha salvado y justificado, haciéndonos pasar de pecadores a justos, y herederos de los atrios de Dios.

 

Al escuchar el Evangelio de este día, ¿como no preguntarnos por los sentimientos del Niño Jesús, ya adolescente, subiendo al templo para dedicarse a las cosas de su Padre? ¿Qué afectos no inundarían el Corazón Inmaculado de la Virgen cuya voluntad era cumplir la voluntad de Dios? ¿Qué sentimientos de fe no habría en el justo San José, cuya vida estaba ajustada a la ley de Dios?

Detenernos, considerar, admirar, meditar el ejemplo de la Sagrada Familia es el motivo de la fiesta de hoy, instituida por su s.s. León XIII y extendida a toda la Iglesia por el papa Benedicto XVI.

Honrar y presentar el modelo de la Sagrada Familia a los cristianos y a los hombres de buena voluntad es hoy más necesario que nunca. La familia no solamente se ve afectada por los problemas de convivencia, sino que dramáticamente los mismos Estados y las modas del tiempo presente luchan despiadadamente contra ella.

 

No podemos dejar de mencionar el testimonio de Sor Lucía de Fátima en una carta enviada al Cardenal Carlo Caffarra: “La batalla final entre el Señor y el reino de Satanás será acerca del matrimonio y de la familia.”

 

¿Quién quiere destruir el matrimonio y la familia?

1.- Satanás, su odio a Dios, su rebelión contra el orden natural establecido por Dios en la creación.

2.- Satanás, pero no está solo, con él sus secuaces, los otros ángeles caídos, pero también todos aquellos que le sirven –consciente o inconscientemente- en los diferentes ámbitos de la sociedad, ya sea la educación, la política, los medios de comunicación y otros. Sí, muchos están trabajando para destruir la familia. Saben que destruido el matrimonio, desestabilizada la familia, el hombre se convierte en una marioneta manipulable, se dinamitan los fundamentos de la sociedad y la persona. No hay cimiento sobre el que construir la propia vida, desparece todo criterio racional, reina el caos. Las propias pasiones y las modas impuestas serán los capitanes que dominen y guíen el mundo y a los hombres.

¿Qué es lo que pretenden destruyendo la familia? En definitiva, la perdición eterna del hombre y el fracaso y sin sentido de esta vida presente. Satanás nunca será amigo de los hombres. Es el padre de la mentira. Busca nuestra destrucción, nuestra condenación.

El aborto, la eutanasia, la ley del divorcio, la ideología de género –siendo gravísimas ofensas a Dios nuestro Señor y su ley- están destruyendo nuestra sociedad y al hombre de hoy.

Es lamentable como muchos católicos comulgan con todas estas ideologías, las defienden y tristemente se ven sumergidos en sus desastrosas consecuencias.

 

Es necesario, volver a Nazaret. A la intimidad del hogar santo de San José, la Virgen y el Niño Dios. Es necesario volver a descubrir la grandeza del Evangelio: que nos conduce a la plenitud y a las altas cumbres de la virtud. Es necesario leer, descubrir y convertirnos nuevamente al Evangelio de la vida, al Evangelio de la familia, al Evangelio del amor. Como Pedro, nuestra sociedad de hoy y nosotros, no podemos decir más: “Solo tú tienes palabras de vida.” Porque solo en Dios, solo en su Palabra, encontramos la salvación, la curación de nuestras heridas, el remedio a tan grandes males que afectan a la sociedad, a la familia y a cada individuo.

Es necesario, contemplar, admirar e imitar a la Santa Familia de Nazaret. A Jesús Niño, a la Virgen, a san José: en su vida cotidiana, en el cumplimiento de sus obligaciones como esposos, como padres, como hijo obediente. Es necesario, contemplar, admirar e imitar a la Santa Familia de Nazaret en sus relaciones sociales y en el cumplimiento de su condición de ciudadanos. Es necesario, contemplar, admirar e imitar a la Santa Familia de Nazaret en su vida religiosa: teniendo a Dios en el centro; recordando que “la familia que reza unida, permanece unida.”

 

Muchas son las citas de la sagrada Escritura que servirían para ayudar a la vida familiar, pero sirvan las que la misma Iglesia nos ofrece hoy en la Epístola tomadas de la carta del apóstol San Pablo a los Colosenses:

“Revestíos, como escogidos que sois de Dios, santos y amados, de entrañas de compasión, de bondad, humildad, mansedumbre y longanimidad.” La familia, como el taller de Nazaret, ha de ser fragua de virtudes, en los padres, con su ejemplo hacia los hijos; de sacrificio y abnegación, de renuncia y laboriosidad.

“Sufriéndoos los unos a los otros, y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro.” La convivencia no es fácil ya sea en la familia, ya en el resto de relaciones sociales. Es todo un arte de paciencia y amor, de capacidad de perdonar y saber ser perdonado, de humildad de reconocer los propios errores y de pedir perdón.

 “Sobre todo, tened caridad, que es vínculo de perfección.” Pues la caridad, dirá el Apóstol: “es paciente, es benigna; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no es interesada, no se irrita, no toma en cuenta el mal;' no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad;' todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. La caridad no pasa jamás.”

“Sed agradecidos”-continúa el apóstol. Vivir en el agradecimiento ensancha el corazón y dilata la caridad. No llevando cuentas del mal, sino del bien que se nos hace. Sabiendo que en la mayoría de los casos, se nos hace más bien, que mal. Y recordando el ejemplo y la ley de Nuestro Señor: Lo que no quieras para ti, no lo hagas tú. Y lo que quieran que te hagan, hazlo tú primero; pues el Hijo de Dios no ha venido a ser servido, sino a servir.

“La palabra de Cristo more abundantemente entre vosotros, con toda sabiduría, enseñándoos y animándoos unos a otros”. Ecce quam bonum et quam icundum… Que hermoso y delicioso vivir los hermanos unidos. Los vínculos naturales de la sangre, se ven reforzados y elevados por los vínculos de la fe; y la mejor vacuna para nuestra familia, para que no arraigue el virus de la ruptura es que esté centrada en la palabra de Dios, la oración y los sacramentos.

En definitiva, nos dice el apóstol: “Cuanto dijereis o hiciereis, hacedlo en nombre de nuestro Señor Jesucristo, dando gracias por él a Dios Padre.” Todo por Cristo, con él y en él.

Pidamos hoy a la Sagrada Familia con toda devoción:

“Jesús, María y José, permaneced entre nosotros y nuestra familia se convertirá en un hogar de paz, de continua oración, de humilde obediencia y de fructuosa caridad, vínculos preciosos que nos mantienen unidos al corazón de Jesús, que transforma, entusiasma y fortalece nuestros corazones.

Jesús, María y José, iluminad y sustentad nuestros pasos en el camino de la salvación y gocemos un día de vuestra eterna compañía en el cielo. Amén.”