lunes, 30 de marzo de 2020

EL QUE ES DE DIOS ESCUCHA LAS PALABRAS DE DIOS. Homilía P. Carlos

Queridos hermanos:
A lo largo de estas semanas del tiempo cuaresmal la Iglesia nos ha ido amonestando para hagamos una profunda revisión de vida, con el ejercicio piadoso del ayuno y la abstinencia, la práctica de la limosna y la intensificación de nuestra vida de oración. Esta llamada a la conversión está acompañada con las vivas imágenes que extraídas de la Sagrada Escritura y concretamente del Santo Evangelio, proyectan en nosotros la luz divina y nos conducen por la senda certera de la santidad. Pero el camino no es liviano, se incentiva en nosotros el carácter bélico a nivel espiritual que nos refuerza diariamente ante las mil batallas que tenemos que enfrentar: batallas contra nosotros mismos (nuestro egoísmo, soberbia, orgullo, interés personal) batallas contra el mundo en el que vivimos (que sólo hace hincapié en lo terrenal, lo de aquí abajo, desmemoriándonos de que estamos aquí de paso, que nuestra meta es el cielo) batallas contra satanás, el acusador, el seductor el príncipe de la mentira, que con sus trampas nos envuelve para apartarnos de Dios.
Es ahora tiempo de pensar como hemos librado estos trances, pues las armas estaban a nuestro alcance pero también la tentación de acomodarnos y dejarnos ganar por nuestros maliciosos enemigos. Siempre podremos recurrir a nuestras torpes quejas y mediocres excusas y justificaciones. Pero la liturgia de la Iglesia despliega ante nosotros una magnífico espejo para que nos contemplemos, y al vernos reflejados en él sabremos hasta que punto se sostiene nuestra defensa. Este espejo luminoso es el misterio de Cristo, que se ofrece como víctima paciente para nuestra redención.
La epístola a los Hebreos: el apóstol de los gentiles nos introduce en el Santuario para contemplar a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote que es la mismo tiempo la Víctima Sagrada que se inmola. Nos hace caer en la cuenta del valor infinito de su Preciosísima Sangre derramada por nosotros. Todos los sacrificios rituales de todos los tiempos son figura del sacrificio definitivo de Nuestro Señor Jesucristo, Él con su muerte en la cruz, los ha superado a todos, ha declarado que eran insuficientes y que solo el sacrificio puro y de suavísimo olor que Él ha ofrecido es el único capaz de reconciliarnos con Dios.
En cada misa Cristo Sacerdote, renueva en el altar de forma incruenta del Santo Sacrificio de la Cruz, en cada misa se inmola por nosotros, en cada misa nos abre el tesoro de su costado divino y nos invita a recostarnos cerca de su Corazón. ¿Cómo nos preparamos para la Santa Misa? ¿Cómo la vivimos? ¿Cómo la ansiamos? ¿Cómo la aprovechamos? ¿Cómo salimos de ella? Hagamos nuestras las palabras del apóstol  santo Tomás, que hace dos días nos traía del Evangelio de Lázaro, “vayamos con Él, y muramos con Él”.
El Santo Evangelio:  Jesús dice a los judíos y nos dice también a nosotros: El que es de Dios, escucha las palabras de Dios. El que no las escucha, no es de Dios. y también, el que observare mis palabras, no morirá eternamente.
Estas palabras de Jesús nos invitan a una reflexión profunda, y también nos exigen una toma de posición. Vivimos inmersos en la dictadura del relativismo, que denunció el papa Benedicto XVI y que está aderezada por la corriente de lo políticamente correcto. A veces definirse por mantener la exigencia del evangelio, las enseñanzas de la Iglesia y una mentalidad contracorriente puede acarrearnos las etiquetas de integristas, fundamentalistas o retrógrados. Pero no podemos caer en el juego de las etiquetas y de los bandos, nuestra posición ha de ser con Cristo o contra Cristo, y con todas las consecuencias. Escuchar sus palabras, es ponernos de su parte, es en definitiva ser de los suyos. Y el mismo Jesús que tantas veces en el evangelio anuncia el premio que le está reservado a los que dejándolo todo le han seguido, nos recuerda hoy nuevamente que observar sus palabras supone no morir para siempre, mas bien lo contrario, vivir eternamente.
El furor de los judíos llega al colmo, se acrecienta la tensión, su ceguera les impide soportar la verdad que Jesús proclama sobre sí mismo y sobre el Padre, Él existe desde siempre, Él es más que Abrahán…
Concluye el evangelio con otro intento frustrado de dar muerte a Jesús, pero Jesús sale del templo y se oculta. Se acerca el momento pero aún no ha llegado la hora.
La iglesia madre y maestra, en un ejercicio pedagógico, oculta de nuestra vista la contemplación física del misterio cristiano. Se han cubierto las imágenes de Nuestro Señor y de los santos, se ha acentuado, incluso con pinceladas fúnebres, el tono sobrio  de los divinos oficios. Es el momento de adentrarnos, descalzos, en este terreno sagrado de la amarga pasión de Nuestro Señor no solo con la buena intención de sentir compasión del siervo sufriente, del justo perseguido, del maestro acorralado; sino con el propósito firme de que contemplando sus llagas benditas, abiertas por amor, comprendamos que sus heridas nos han curado.
Unámonos al canto de la piedad popular, y manifestemos nuestra pequeñez ante la grandeza de un Dios hecho hombre por amor, que colgado del madero da su vida por nosotros, por amor:
En esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de mi cuerpo a tu cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mi todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada.
Estar aquí junto a tu imagen muerta
e ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.

domingo, 29 de marzo de 2020

CRISTO CORDERO INOCENTE. Homilía del I domingo de Pasión

EL NO CONOCIÓ PECADO. San Jerónimo



COMENTARIO AL EVANGELIO
I DOMINGO DE PASIÓN
San Jerónimo
"El Señor me ha advertido y he llegado a entenderlo. Tú, Señor, me has manifestado sus maniobras. Yo era como un manso cordero que es llevado al matadero, ignorante de las tramas que estaban urdiendo contra mí. "¡Destruyamos el árbol con su fruto, arranquémoslo de la tierra de los vivos y no se recuerde más su nombre!". ¡Pero tú, Señor omnipotente, que juzgas con justicia y ves los sentimientos y los pensamientos, haz que yo pueda ver tu venganza contra ellos, porque a ti he confiado mi causa!"  Is 11, 18-20
Es opinión común de todos los Padres de la Iglesia que deba aquí entenderse que es Cristo quien, por boca de Jeremías, pronuncia talas palabras por ser a Él a quien el Padre enseñó de qué modo convenía que hablase, le dio a conocer los designios de los judíos y Él, cual como cordero conducido al matadero, no abrió su boca y no conoció –entiéndase “pecado”, de acuerdo con aquello que dice el Apóstol: Él, que no había conocido pecado alguno, se convirtió en pecado por nosotros; y cuando tomaron aquella decisión de : “Destruyamos el árbol con su fruto  (es decir, la cruz con el cuerpo del Salvador, pues el mismo es quien afirma: Yo soy el pan que cae del cielo), y erradiquémoslo -o bien, arranquémoslo- de la tierra de los vivos. Este es, pues, el crimen que urdieron en sus mentes para hacer desaparecer su nombre para siempre. Pero en cambio, a tenor del sacramento de su imperecedero cuerpo, el Hijo le habla al Padre y, alabando su justicia e invocando a Dios como escrutador de las entrañas de los corazones, solicita su juicio para darle al pueblo su merecido y dice: Veré yo la venganza que desencadenarás Tú contra ellos, es decir, contra quienes perseveran en su pecado, no contra los que se enmiendan por medio de la penitencia y acerca de los cuales suplica Él en la cruz: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen. Invoca al Padre y pone de manifiesto su causa, pues no es por sus propios méritos, sino por los pecados del pueblo por los que fue crucificado, como lo testimonian aquellas palabras por él pronunciadas: He aquí que viene el príncipe de este mundo y en mí no halla tacha alguna.  

EVANGELIO DEL DÍA: QUIEN ES DIOS, ESCUCHA LAS PALABRAS DE DIOS.


I DOMINGO DE PASIÓN

Forma Extraordinaria del Rito Romano


Evangelio según San Juan 8, 46-59

¿Quién de vosotros puede acusarme de pecado? Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios escucha las palabras de Dios; por eso vosotros no escucháis, porque no sois de Dios». Le respondieron los judíos: «¿No decimos bien nosotros que eres samaritano y que tienes un demonio?». Contestó Jesús: «Yo no tengo demonio, sino que honro a mi Padre y vosotros me deshonráis a mí. Yo no busco mi gloria; hay quien la busca y juzga. En verdad, en verdad os digo: Quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre». Los judíos le dijeron: «Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices: “Quien guarde mi palabra no gustará la muerte para siempre”? ¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?». Jesús contestó: «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada. El que me glorifica es mi Padre, de quien vosotros decís: “Es nuestro Dios”, aunque no lo conocéis. Yo sí lo conozco, y si dijera “No lo conozco” sería, como vosotros, un embustero; pero yo lo conozco y guardo su palabra. Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio, y se llenó de alegría».  Los judíos le dijeron: «No tienes todavía cincuenta años, ¿y has visto a Abrahán?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: Antes de que Abrahán existiera, yo soy».  Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.



COMENTARIO AL EVANGELIO


Benedicto XVI EL VERBO ENMUDECE

jueves, 26 de marzo de 2020

VIACRUCIS CON SAN PEDRO DE ALCANTARA



Vía Crucis 
con
San Pedro
de Alcántara

Iglesia del Salvador de Toledo
ESPAÑA
FORMA EXTRAORDINARIA DEL RITO ROMANO

EJERCICIO DEL SANTO VIACRUCIS
Por la señal…

Acto de contrición: Señor mío Jesucristo

Al principio de cada estación se puede decir:
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Y al final de cada estación:
V/. Señor, pequé.
R/. Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.
V/. Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo
R/. Y los Dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.
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Para ganar las indulgencias del Vía Crucis es necesario levantarse y arrodillarse en cada estación.

ESTACIÓN I
JESÚS CONDENADO A MUERTE
Oh, buen Jesús, ¡qué maitines estos tan diferentes de los que en aquella hora te cantarían los coros de los ángeles en el cielo! Allí dicen: «Santo, santo»; aquí dicen: «¡Muera!, ¡muera!, ¡crucifícalo!, ¡crucifícalo!» Ángeles del paraíso, que unas y otras voces oíais. ¿Qué sentíais viendo que Dios padecía tales cosas por los mismos que las hacían? ¿Quién oyó jamás hablar de semejante caridad, que padezca uno muerte por librar de la muerte al mismo que se la da?

ESTACIÓN II
JESÚS CARGA CON LA CRUZ
Ya estaba a las puertas preparada la cruz. Dada, pues, y promulgada la sentencia cruel, añaden los enemigos una crueldad a otra, que fue cargar sobre aquellas espaldas, tan molidas y despedazadas con los azotes pasados, el madero de la cruz. No rehusó, con todo esto, el piadoso Señor esta carga, en la cual iban todos nuestros pecados, sino que, al contrario, la abrazó con suma caridad y obediencia por nuestro amor.

ESTACIÓN III
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
¿Hay algo, acaso, que pueda causar mayor espanto que ver al Hijo de Dios tomar imagen, no sólo de pecador, sino también de condenado? Piensa hasta dónde se abajó el altísimo Dios por ti, pues llegó hasta el extremo de todos los males, que es ser entregado en poder de los demonios. Y porque ésta era la pena que merecían tus pecados, él quiso cargarla sobre sí para que tú quedases libre de ella.

ESTACIÓN IV
JESÚS EN CUENTRA A SUMADRE
Camina la Virgen en busca del Hijo, dándole el deseo de verlo las fuerzas que el dolor le quitaba. Oye desde lejos el ruido de las armas y el tropel de la gente. Encuentra en el camino el rastro de la sangre, que bastaba ya para mostrarle los pasos del Hijo y guiarla sin otra guía. Se acerca más y más a su amado Hijo y alarga la vista, oscurecida con el dolor y sombra de la muerte, para ver, si pudiese, al que tanto amaba su alma. Llegada ya donde le podía ver, se miran y atraviesan sus corazones con los ojos, y con su vista hieren sus almas lastimadas.

ESTACIÓN V
SIMÓN EL CIRINEO AYUDA AL SEÑOR A LLEVAR LA CRUZ
Considera cuántos y cuán grandes han sido los bienes que nos dio el Señor con la redención, y los males que padeció en su cuerpo y en su alma para ganarnos estos bienes, y da gracias a Dios porque nos redimió con tantos trabajos. Y di con el profeta David: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?» Para esto debes ofrecerte a ti mismo por perpetuo siervo suyo, entregándote y poniéndote en sus manos, para que haga todo lo que quisiere en el tiempo y en la eternidad.

ESTACIÓN VI
LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTO DE JESÚS
Oh Salvador y Redentor mío, ¿qué corazón habrá tan de piedra que no se parta de dolor (pues en este día se partieron las piedras) considerando lo que padeces en esta cruz? Te han cercado han, Señor, dolores de muerte, y envestido han sobre Ti todos los vientos y olas de la mar. Atollado has en el profundo de los abismos, y no hallas sobre qué estribar. El Padre te ha desamparado, ¿qué esperas, Señor, de los hombres? Los enemigos te dan grita, los amigos te quiebran el corazón, tu ánima está afligida, y no admites consuelo por mi amor. Duros fueron, cierto, mis pecados, y tu penitencia lo declara.

ESTACIÓN VII
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
¿Quién padece? Dios. ¿Qué padece? Los mayores tormentos y deshonras que jamás se padecieron. ¿Por quién padece? Por criaturas infernales y abominables, y semejantes a los mismos demonios en sus obras. ¿Por qué causa padece? No por su provecho ni por nuestro merecimiento, sino por las entrañas de su infinita caridad y misericordia.

ESTACIÓN VIII
JESÚS CONSUELA A LAS HIJAS DE JERUSALÉN
Camina, pues, el Señor al lugar del sacrificio con aquella carga tan pesada sobre sus hombros tan flacos, siguiéndole mucha gente y muchas piadosas mujeres, que con sus lágrimas le acompañaban. ¿Quién no había de derramar lágrimas viendo al Rey de los ángeles caminar paso a paso con aquella carga tan pesada, temblándole las rodillas, el cuerpo inclinado, los ojos bajos, el rostro ensangrentado, con aquella guirnalda en la cabeza y con aquellos tan vergonzosos clamores y pregones que daban contra él?

ESTACIÓN IX
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Considera primeramente cuán grande merced de Dios fue hacerte cristiano, y llamarte a la fe por medio del bautismo y hacerte también participante de los otros sacramentos. Y si después de este llamamiento, perdida ya la inocencia, te sacó de pecado, y volvió a su gracia, y te puso en estado de salud, ¿cómo te podrás alabar por este beneficio? ¡Qué tan grande misericordia fue aguardarte tanto tiempo y sufrirte tantos pecados, y enviarte tantas inspiraciones, y no cortarte el hilo de la vida como se cortó a otros en ese mismo estado; y, finalmente, llamarte con tan poderosa gracia que resucitases de muerte a vida y abrieses los ojos a la luz!

¡Qué misericordia fue, después de ya convertido, darte gracia para no volver al pecado, y vencer al enemigo y perseverar en lo bueno! Éstos son los beneficios públicos y conocidos: otros hay secretos, que no los conoce sino el que los ha recibido, y aun otros hay tan secretos, que el mismo que los recibió no los conoce, sino sólo aquel que los hizo. ¡Cuántas veces habrás en este mundo merecido por tu soberbia, o negligencia, o desagradecimiento, que Dios te desamparase, como habrá desamparado a otros muchos por alguna de estas causas, y no lo ha hecho! ¡Cuántos males, y ocasiones de males, habrá prevenido el Señor con su providencia deshaciendo las redes del enemigo, y acortándole los pasos, y no dando lugar a sus tratos y consejos! ¡Cuántas veces habrá hecho con cada uno de nosotros aquello que él dijo a San Pedro: Mira que Satanás andaba muy negociado para aventaros a todos como a trigo, mas yo he rogado por ti, que no desfallezca tu fe! Pues, ¿quién podrá saber esos secretos sino Dios?




ESTACIÓN X
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Mira cómo, llegado ya el Salvador al lugar, lo desnudan de todas sus vestiduras hasta la túnica interior, que era toda tejida sin costura alguna. Mira con cuánta mansedumbre se deja desollar sin abrir la boca, ni hablar palabra contra los que así lo trataban. Y como la túnica estaba pegada por las llagas de los azotes, el santo cuerpo quedó hecho una gran llaga. Considera, pues, la grandeza de la divina bondad y misericordia que en este misterio tan claramente resplandece.

ESTACIÓN XI
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
Considera cómo el Señor fue clavado en la cruz, y el dolor que padecería cuando aquellos clavos gruesos y esquinados entraban por el más bendito de todos los cuerpos. Mira cómo luego levantaron la cruz en alto y la fueron a hincar en un hoyo que para esto tenían hecho, y así se estremecería todo aquel santo cuerpo, que sería cosa de intolerable dolor. ¡Oh Salvador y Redentor mío! ¿Qué corazón habrá tan de piedra que no se parta de dolor? Duros fueron, ciertamente, mis pecados y tu penitencia lo declara.
ESTACIÓN XII
JESÚS MUERE EN LA CRUZ
Considera las siete palabras que el Señor dijo en la cruz. Mira con cuánta caridad encomendó a sus enemigos al Padre; con cuánta misericordia recibió al ladrón que le confesaba; con qué entrañas encomendó la Madre al discípulo amado; con cuánta sed y ardor mostró que deseaba la salvación de los hombres; con cuán dolorosa voz derramó su oración y pronunció su tribulación ante el acatamiento divino; cómo llevó hasta el fin tan perfectamente la obediencia del Padre, y cómo, finalmente, le encomendó su espíritu y se entregó todo en sus manos.

ESTACIÓN XIII
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
Considera cómo habiendo expirado ya el Salvador, llega el soldado con la lanza, y atraviesa el pecho del Señor. Y salió agua y sangre, con que se sanan los pecados del mundo. Después de esto considera cómo aquel mismo día llegaron José de Ari-matea y Nicodemo, y bajaron en brazos el cuerpo del Salvador. Cuando la Virgen vio que llegaba el sagrado cuerpo a tierra, se dispuso para darle puerto seguro en su pecho, y recibirlo de los brazos de la cruz en los suyos. Lloraban todos los presentes, y todas las criaturas acompañaban las lágrimas de la Virgen regando y lavando con lágrimas el cuerpo sagrado.

ESTACIÓN XIV
JESUS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO
Llegada la hora de la sepultura, envuelven el santo cuerpo en una sábana limpia, atan su rostro con un sudario y, puesto encima de un lecho, caminan al lugar del monumento, y allí depositan aquél precioso tesoro. El sepulcro se cubrió con una losa y el corazón de la Madre con una oscura niebla de tristeza. Allí se despide otra vez de su Hijo; allí comienza de nuevo a sentir su soledad; allí se ve ya desposeída de todo su bien; allí se le queda el corazón sepultado donde quedaba su tesoro. Pero ¿qué sentiría cuando viese ante sí a su Hijo vivo y glorioso?

Para ganar la indulgencia concedida al rezo del Viacrucis, por las intenciones del Papa. Padrenuestro, Avemaría y Gloria