martes, 15 de julio de 2025

16. LA SANGRE DE CRISTO NOS ABRE EL PARAÍSO. MES DE LA PRECIOSA SANGRE

DÍA DECIMOSEXTO

La Sangre Preciosísima de Jesucristo nos abre la entrada en el Paraíso

 

MES DE LA

PRECIOSÍSIMA SANGRE DE CRISTO

EJERCICIO PARA EL MES DE JULIO

Ilmo. Sr. Vicente Strambi

 

Por la señal de la santa Cruz…

 

DÍA DECIMOSEXTO

La Sangre Preciosísima de Jesucristo nos abre la entrada en el Paraíso

 

I. El pecado había cerrado la entrada de la bienaventuranza eterna, y el género humano gemía en las sombras de la muerte y en medio de las más espesas tinieblas miserablemente condenado al infierno, cuando para abrir las puertas dichosas, cerradas por el pecado, el Hijo de Dios descendió del Cielo a la tierra, se revistió de nuestra carne, se hizo humilde y pequeño y se sacrificó sobre la Cruz. Quiso con esto, dice San Pablo, que llenos de confianza en la Sangre de Jesucristo pudiésemos caminar por el camino que nos ha abierto, este camino vivo y oculto que no es otro que su carne. Nos ha abierto con su Sangre la entrada al reino de la bienaventuranza; para entrar en él, es necesario pasar desde luego por el mar de la misericordia que es esta Sangre de salud eterna; y del mismo modo que los israelitas, para entrar en la tierra de promisión, debían pasar el mar Rojo o de Erytrea, así aquel que quiere penetrar en la celestial Jerusalén debe primero sumergirse en el mar inmenso de la Sagrada Sangre de Jesucristo. Nada más exacto. El alma que en el curso de la vida se ha purificado continuamente en esta Sangre inocente, y la ha ofrecido frecuentemente al Eterno Padre, y se ha alimentado muchas veces con Ella en la Santa Comunión, y de Ella ha sido penetrada por la participación de los demás Sacramentos llegará seguramente por este mar de misericordia al puerto de salvación eterna. Y ¿quién será el que no quiera aprovecharse de Ella?

 

II. Otro motivo de consuelo que debe hacer nacer en nuestros corazones la confianza más viva de tener algún día entrada en el Paraíso, gracias a esta Sangre divina, nos le sugiere San Agustín. Después de haber llamado a la Sangre de Jesucristo la prenda de su amor y de nuestra salvación, las palabras que añade son muy propias para inflamar los corazones todos con una gloriosa esperanza fundada en la Sangre del Redentor: «Jamás abriguéis la idea de que no seréis admitidos a la eterna felicidad, porque la Sangre de Cristo es más que la gloria del Paraíso. Si, pues, tenemos la posesión de un bien más precioso, cual es la Sangre del Salvador, debemos esperar el obtener un bien menor, cual es la bienaventuranza eterna.» ¡Oh palabras consoladoras! No sé si puede presentarse un motivo más poderoso de consuelo a un alma inquieta y tímida que se vea agitada por la incertidumbre de su salvación. Tenéis entre vuestras manos la Sangre Preciosísima de Jesucristo, dice el Santo doctor; no temáis, la gloria celestial os espera. Si Dios os ha dado el don mayor, ¿por qué teméis que Dios os niegue el menor? ¡Ah! reanimad, reanimad en vosotras, almas devotas de la Sangre Preciosa de Jesús, la más firme esperanza de vuestra Salvación eterna.

 

COLOQUIO
¡Amable Jesús mío! ¡Qué gozo inunda mi corazón en tan dulces pensamientos, y qué confianza tan viva de salvación concibe mi alma a vuestra vista, oh Jesús mío Crucificado! porque veo correr de esas llagas sagradas el precio de mi salvación y ese oro inestimable que me permite comprar el Paraíso. Sí, yo espero y quiero recibirle de Vos por los méritos de esa Sangre Preciosa, que no solamente es la prenda de vuestro amor, sino también mi rescate y mi redención. En virtud de esa Sangre Preciosa, yo me haré superior a los obstáculos que presenta el camino de la salvación, venceré las tentaciones, domaré las pasiones y obtendré la gracia de perseverar en el bien hasta la muerte. Esta esperanza, oh Dios mío, haced que esté siempre viva, y haga que mi alma se mantenga siempre firme en vuestro divino servicio y en vuestro santo amor hasta el último suspiro de mi vida; y a través de las olas borrascosas de este mar pérfido del mundo, haced que no naufrague, sino que lleno de esperanza y de buenas obras arribe al puerto de la salvación eterna mediante la virtud y justicia de vuestra gracia, que imploro por esa vuestra Sangre.

 

EJEMPLO

Suplicando Santa Matilde al Señor concediese un dichoso tránsito a una persona piadosa, el Señor la consoló diciéndola: «¿Qué piloto hay que después de haber conducido hasta el puerto la nave cargada de mercancías, la arroje al mar en el momento de arribo? ¿Cómo, pues, puedes pensar que habiendo protegido a esta alma durante el curso de su vida, ahora que al cabo de sus días ha llegado al puerto, piense yo en abandonarla?» Así, aquel que ha navegado siempre en ese mar inmenso de esa Sangre preciosa de salud, no podrá ser privado al fin de esta vida en este mundo del don inestimable de esa misma Sangre que es la vida eterna.

 

JACULATORIA PARA TODOS LOS DÍAS

Padre Eterno os ofrezco la Sangre de Jesucristo en rescate de mis pecados y por las necesidades de vuestra Iglesia.

 

El Soberano Pontífice Pío VII concedió cien días de Indulgencia por cada vez que se diga la anterior jaculatoria. Así consta del rescripto que se conserva en los archivos de los Padres Pasionistas de Roma.
 ***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Ave María Purísima, sin pecado concebida.

16. UNA CONVERSIÓN. MES DE LA VIRGEN DEL CARMEN

 

16 de julio

UNA CONVERSIÓN MARAVILLOSA

 

MES Y NOVENA EN HONOR

A LA VIRGEN DEL CARMEN

 

ORACION PARA COMENZAR

Y FINALIZAR CADA DÍA

 

MES DE JULIO EN HONOR

A LA VIRGEN DEL CARMEN

 

Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Oración inicial

Oh Virgen María, Madre de Dios y Madre también de los pecadores, y especial Protectora de los que visten tu sagrado Escapulario; por lo que su divina Majestad te engrandeció, escogiéndote para verdadera Madre suya, te suplico me alcances de tu querido Hijo el perdón de mis pecados, la enmienda de mi vida, la salvación de mi alma, el remedio de mis necesidades, el consuelo de mis aflicciones y la gracia especial que pido en este ejercicio consagrado a vuestra devoción, si conviene para su mayor honra y gloria, y bien de mi alma: que yo, Señora, para conseguirlo me valgo de vuestra intercesión poderosa, y quisiera tener el espíritu de todos los ángeles, santos y justos a fin de poder alabarte dignamente; y uniendo mis voces con sus afectos, te saludo una y mil veces, diciendo:

3 Avemarías

A continuación se lee el relato tomado de la obra “Prodigios del Escapulario” del P. Rafael María López-Melús. Del 7 al 15 de julio se añade la oración propia de cada día de la novena.

 

16 de julio

UNA CONVERSIÓN MARAVILLOSA

“Prodigios del Escapulario” del P. Rafael María López-Melús.

 

El cardenal Vicente Enrique y Tarancón, siendo Obispo de Solsona, en una hermosa pastoral sobre el Santo Escapulario, nos refiere el siguiente caso, sucedido a él mismo:

"Era el mes de junio de 1938. Hacía dos meses escasos que las fuerzas nacionales habían llegado al Mediterráneo, liberando la parroquia de Vinaroz, a la que llegamos a los siete días de la liberación y en la que ejercimos el ministerio parroquial durante más de cinco años.

Un oficio recibido de las autoridades militares solicitaba nuestra cooperación para prestar auxilios espirituales a diez condenados a muerte, que habían de ser ejecutados al amanecer.

A las once de la noche entraron en capilla los reos, y desde aquel momento los tres sacerdotes que éramos entonces en Vinaroz entrábamos en comunicación con ellos, ofreciéndoles la vida eterna, ya que no podíamos salvar su vida temporal. Ocho de ellos se confesaron enseguida, con grandes y visibles muestras de arrepentimiento y fervor. Uno, que había sido comisario político en el ejército rojo, apenas si permitió que nos acercáramos a él. Todas nuestras tentativas fueron inútiles y no podíamos lograr que se confesara.

Había uno entre todos ellos que llamaba poderosamente la atención. Era un hombre de unos sesenta años, natural de La Galera, provincia de Tarragona, que vestía el antiguo traje de payeses catalanes: medias blancas y calzones cortos, pero con unos modales finos y distinguidos que parecían contrastar con su indumentaria rural.

Uno de los sacerdotes se puso a trabar conversación con él, mientras los demás atendíamos a los restantes.

Cuando ya se habían confesado ocho y mientras yo estaba hablando con unos cuantos de ellos, consolándolos en aquel trance tan terrible y recibiendo sus recomendaciones y encargos para transmitirlos después a sus respectivas familias, se me acerca el coadjutor y me dice al oído:

-"Señor cura: nada he podido conseguir con aquel hombre, ¿por qué no lo prueba usted?"

Fui allá, me recibió muy atentamente, estuve hablando con él un buen rato y comprendí en seguida que era un hombre culto y que tenía, además, una formación cristiana poco corriente. Aquellos detalles me animaron y adquirí la íntima convicción de que no sería difícil conseguir que se confesase.

Pero mi desilusión fue terrible cuando, después de haber hablado con él por espacio de más de media hora, me dijo estas palabras textuales:

- "Mire, Padre, yo le agradezco muy sinceramente lo que usted está haciendo por mí. Comprendo que usted está pasando una mala noche por mi causa, ya que no ha de sacar ningún provecho de que yo me confiese. Yo le estoy sumamente agradecido, pero le suplico que no insista; desde ahora le puedo asegurar que no he de confesarme. Yo fui educado cristianamente, pero he perdido la fe".

Quedé aturdido de momento, casi sin saber qué decir. Pero, inspirado, sin duda, por la Santísima Virgen, me atreví a proponerle:

-"¿Me haría usted un favor?"

-"El que usted quiera, me contestó, con tal que no me pida que me confiese".

-"¿Me permitiría, añadí, que le impusiese el Santo Escapulario?"

-"No tengo ningún inconveniente, me dijo; a mí no me dicen nada esas cosas, añadió, pero si con ello le he de complacer, puede hacerlo".

Le impuse acto seguido el Santo Escapulario del Carmen y me retiré en seguida a orar por él a la Virgen Santísima. Él fue a sentarse en un rincón, al extremo de uno de los bancos que había en aquella sala.  Aún no habían pasado cinco minutos, cuando oí como una especie de rugido y unos sollozos fuertes y entrecortados, que me alarmaron. Entré de nuevo en la habitación y vi a aquel hombre que se me echaba encima llorando inconsolablemente y que me decía, en medio de sus lágrimas:

-"Quiero confesarme, quiero confesarme. No merezco esta gracia de Dios. La Virgen me ha salvado".

Ante la admiración y el asombro de todos los presentes, se confesó, sin dejar de derramar lágrimas ni un solo momento, con una contrición realmente extraordinaria y enternecedora. Y cuando, a última hora, antes de llevarlos al lugar de la ejecución, me despedí de ellos, me abrazó y me besó, mientras me decía:

-"Gracias, Padre; gracias por el bien inmenso que me ha hecho. En el cielo rogaré por usted. Gracias y hasta el cielo"

Confieso sinceramente que me conmovió aquella escena y que mis lágrimas se unieron a las suyas, mientras daba gracias al Señor por aquella maravilla y agradecía a la Santísima Virgen el que hubiese permitido ser testigo de aquella manifestación espléndida de su amor maternal y misericordioso".

 

Oración final para todos los días

Infinitas gracias os damos, soberana Princesa, por los favores que todos los días recibimos de vuestra benéfica mano; dignaos, Señora, tenernos ahora y siempre bajo vuestra protección y amparo; y para más obligaros, os saludamos con una Salve:

 

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve. A Ti llamamos los desterrados hijos de Eva, a Ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima! ¡Oh piadosa! ¡Oh dulce Virgen María! Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.

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Querido hermano comparte este ejercicio con tus familiares y amigos para que muchos conozcan y amen a la Virgen.

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Nuestra Señora del Carmen, ruega por nosotros.

Ave María Purísima, sin pecado concebida.