miércoles, 9 de julio de 2025

10 DE JULIO. SAN JENARO Y SUS HERMANOS, MÁRTIRES EN ROMA (+162)

 


10 DE JULIO

SAN JENARO Y SUS HERMANOS

MÁRTIRES EN ROMA (+162)

NO poseemos las Actas originales del martirio de Santa Felicidad y sus siete hijos, cuyo aniversario fue tan celebrado en los primeros siglos del Cristianismo con el nombre de dies mártyrum, día de los Mártires por antonomasia. Empero, la marcha toda del relato en la recensión actual —al menos en sus líneas esenciales— da la impresión de autenticidad, Impresión que confirman, por otra parte, un cúmulo de indicios favorables: tales como los monumentos litúrgicos y epigráficos de los cementerios romanos y los modernos descubrimientos arqueológicos; principalmente los de Juan Bautista Rossi.

Dom Ruinart —en su Admonitio a la pasión de Santa Felicidad— escribe: «He aquí otro ejemplar de madres cristianas, Santa Felicidad, que engendra por el martirio siete hijos a Cristo, después de engendrarlos al mundo por la carne. Sus Actas las tomamos de varios códices comparadas con Surio y Ughell, y, seguramente, nadie que confronte unas con otras ha de dudar son las mismas que las Gesta emendatiora de que habla San Gregorio Magno en su homilía III sobre los Evangelios».

Nosotros —dentro de la rigurosa limitación de estas biografías— vamos a respetar la tradición, reproduciendo, siquiera en parte, esta pieza de tanta altura moral y estética, que es «una de las más puras fuentes de fervor para el pueblo cristiano».

En tiempo del emperador Antonino —Marco Aurelio— se produce una excitación entre los Pontífices, y Felicidad, matrona ilustre, es detenida, juntamente con sus siete hijos. Felicidad permanece en viudez, consagrando su castidad a Dios. Los Pontífices, el ver que su ejemplo redunda en bien del nombre cristiano, la denuncian a Antonino Augusto:

— «Esta viuda y sus hijos — le dicen — están insultando a los dioses. Sepa vuestra piedad que, si no los desagravian con sacrificios, no habrá manera de aplacarlos».

El Emperador ordena al prefecto Publio que obligue a Felicidad y a sus hijos a ofrecer sacrificios a los dioses irritados. A las blandas palabras y a las terribles amenazas, responde Felicidad con entereza:

— Ni tus blanduras bastan a resolverme, ni tus rigores a quebrantarme. El Espíritu Santo, que habita en mí, me ayudará a vencer al diablo.

— Desgraciada —replica el prefecto—, si tan suave es para ti el morir, diga al menos que vivan tus hijos.

— Mis hijos vivirán si no sacrifican a los ídolos; más, si cometen este crimen, morirán para siempre.

Al día siguiente, Publio tiene sesión oficial en el Foro de Marte. Manda, pues, traer a Felicidad con sus hijos, Y le dice:

— Ten piedad de tus hijos, jóvenes excelentes y en la flor de sus años.

— Tu compasión —responde la matrona— es impía; tu exhortación, cruel.

Y vuelta a los muchachos, les dirige estas palabras conmovedoras y firmes:

— Hijos míos, levantad al cielo los ojos y mirad a lo alto: allí os espera Cristo con el coro de los Santos. Combatid por vuestras almas y permaneced fieles en el amor a Cristo.

Publio, al oírla hablar así, manda abofetearla. Luego le dice:

— ¿Ante mí te atreves a aconsejar el desprecio a nuestros señores?

Y a continuación ordena que, separadamente, para mejor vencerlos, vayan pasando los muchachos ante el tribunal.

He aquí las bellas respuestas de los hijos invencibles, unidos por la sangre, por la fe y por el amor.

JENARO: — Necia persuasión la tuya. La sabiduría de Dios me dará la victoria contra la impiedad.

FÉLIX: —Sólo un Dios existe: Aquel a quien nosotros ofrecemos culto de piadosa devoción. Nuestra fe es inconmovible.

FELIPE: — Vuestros dioses son simulacros vanos, insensibles y miserables.

SILVANO: —Si temiéramos el suplicio temporal, incurriríamos en el eterno; así que no vacilaremos en despreciar tus mandatos.

ALEJANDRO: — Soy siervo de Cristo, a quien confieso con los labios, amo con el corazón e incesantemente adoro.

VIDAL: —Vuestros dioses son demonios. Y cuantos los adoráis, también.

MARCIAL: —Los que no confiesan a Cristo serán arrojados al fuego eterno.

Terminado el proceso, Publio remite las actas del mismo al Emperador, el cual, a vista de ellas, dicta sentencia de muerte. La ejecución, encomendada a varios jueces, tiene lugar en diversos puntos de Roma.

Uno de los verdugos mata al primero de los hermanos con «plomadas»; otro, sacrifica al segundo y tercero a palos; otro, arroja al cuarto por un precipicio; otro, hace sufrir al quinto, sexto y séptimo la sentencia capital; otro, manda decapitar a la madre. Y así, muertos por diversos suplicios, todos vienen a ser vencedores y mártires de Cristo, y, triunfadores con su madre, vuelan a recibir el premio en los cielos.

«Todo esto —concluye un historiador moderno— es a la vez grande, verdadero, puro, auténtico; recogido, puede muy bien decirse, de labios de los mismos Mártires».

¿Cómo no exclamar con San Pedro Crisólogo: «¡Feliz madre, cuyos hijos serán en la gloria futura como un candelabro de siete brazos!»?... «Luchó en la lucha de todos y venció en la victoria de todos» — exclamará entusiasmado San Agustín.