11 DE JULIO
SAN PÍO I
PAPA Y MÁRTIR (+HACIA EL 155)
RESULTA verdaderamente paradójico que el nombre de Pío —que significa dulzura, humildad, devoción, benevolencia— haya sido adoptado por los Pontífices de reinado más turbulento. ¿Coincidencia? ¿Providencia? Dios lo sabe. Pero basta abrir la Historia para comprobar que a este nombre van siempre unidos graves acontecimientos políticos o religiosos...
Cuando Pío I sube a la Cátedra de pedro —hacia el 140— los augurios le son favorables. El emperador Antonino Pío acaba de inaugurar una era de paz, que se promete fecunda y esperanzadora para la Iglesia y para el Imperio. Y, sin embargo, el nuevo Pontífice no va a hacer excepción a esa regla que registra la Historia.
Efectivamente. A la sombra de esta paz lograda, surge la relajación de las costumbres y, como consecuencia, una tremenda congestión religiosa en el mismo corazón de la Iglesia: las herejías de Valentín y Marción. Marción es ese hipócrita de quien se cuenta en Roma que, habiéndose hecho el encontradizo con el mártir San Policarpo, le preguntó: «¿No me conoces?». A lo que el Santo contestó tranquilamente: «Sí, ya sé que eres el primogénito de Satanás.
Pues bien, luchar contra el «primogénito de Satanás»; urgir el cumplimiento de la moral evangélica; restablecer la disciplina eclesiástica: he aquí el difícil programa, el destino ineludible y santo de Pío I.
Carecemos por completo de datos para hacer una biografía ordenada de este santo Pontífice. Los que nos suministra el autor del Liber Pontificalis son breves y confusos. En este libro se dice que «era natural de Aquileya —en la costa adriática hijo de Rufino y hermano de un tal Pastor». Tampoco son de rigor histórico los años de pontificado — 140-155— que comúnmente se le asignan, como sucesor de San Higinio. Un escrito de aquel tiempo, debido a la pluma de su hermano Hermas —según el Canon de Muratori—, nos da una visión bastante aproximada de aquella cristiandad y, por tanto, nos permite vislumbrar el alma de su cabeza rectora. Se trata del célebre libro «El Pastor», inspirado, sin duda, por Pío I, que deja impresos en él sus doctrinas, su moral grave y sólida, su religiosidad ardiente, su amor apasionado a la doctrina tradicional y a la Iglesia y hasta su noble condescendencia.
El objeto principal que Hermas se propone —con indudable aquiescencia de su santo hermano— es hacer renacer la esperanza de salvación en los cristianos caídos, y confundir y arrojar del pueblo escogido a Jos hipócritas y malvados, para que, «libre de su veneno, la Iglesia de Dios no sea más que un solo cuerpo, un solo pensamiento y un solo amor». Y en otro pasaje llama a la Iglesia «la única, la católica, la que enseña y educa con autoridad de madre, la primera de todas las criaturas, edificada sobre el Hiio de Dios como sobre una roca inconmovible». En su conjunto refleja con deliciosa ingenuidad el celo, la actitud y las preocupaciones de los Sumos Pontífices en el siglo 11.
De la amplitud y eficacia de la obra llevada a cabo por San Pío i, son expresivo índice sus múltiples decretos disciplinarios, aunque tampoco posean carta de indiscutible autenticidad. Según algunas colecciones de decretales de los Papas, confeccionadas en el siglo IX, dicta penas contra los sacerdotes negligentes en el «ministerio del altar» ; ordena la inalienabilidad de los bienes de la Iglesia; prohíbe el empleo de los vasos y ornamentos sagrados para usos profanos, y que se admita al voto perpetuo de castidad a las doncellas menores de veinticinco años, prescribe que la celebración de la Pascua sea en Domingo; levanta las dos iglesias más antiguas de Roma, en memoria de las santas hermanas Práxedes y Pudenciana, dotándolas espléndidamente; etc.
De carácter más íntimo son sus cartas, que ponen, acaso, la única pincelada de humanidad a esta gran figura del Papado, cuya silueta se pierde en la noche de los siglos. Fontaluz —historiador de Aquileya— en su documentado estudio sobre San Pío I, sostiene la autenticidad de estas cartas, así como la existencia de Hermas, hermano del Pontífice. La epístola más importante es una que escribe a Justo, obispo de Viena, y de la que extractamos el siguiente párrafo:
«Cuida los cuerpos de los santos mártires como cuidaron los Apóstoles el cuerpo de Esteban, pues son miembros de Cristo. Visita a los santos encarcelados y dales ánimo y valor, para que ninguno desfallezca. Que los clérigos te respeten, no como a mayor, sino como a ministro de Cristo. Todo el pueblo ha de descansar tranquilo en tu santidad. Quiero que sepas, dulcísimo compañero, que Dios me ha revelado mi próxima partida; sólo te pido que estés firme en la unión de la Iglesia y que no me olvides. Todo el senado y pobre compañía de los sacerdotes que están en Roma, te saludan; y yo saludo a todo el colegio de los presbíteros que están contigo».
No hay documento alguno que precise el género de muerte de San Pío I. Y aunque figura como mártir en el Breviario Romano, es creencia generalizada que no derramó su sangre por la fe. Se trata probablemente de un martirio simbólico, causado por el trabajo ímprobo, el celo continuo y vigilante y la larga serie de disgustos que le abrumaron a lo largo de su santo y fecundo Pontificado.