DIOS MISMO HA ENTRADO EN NUESTRA HISTORIA
1 de enero. Octava de Navidad 2021
¡Feliz año del Señor 2021!
Hemos escuchado a San Pablo en la epístola que nos dice:
“Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres.”
Hoy, ocho días después de la fiesta de la Natividad, siguiendo la costumbre del pueblo de Israel que prolongaba las grandes fiestas a lo largo de una toda una semana, como si de un mismo día se tratase, la Iglesia sigue regocijándose en el anuncio del Ángel a los Pastores: “Hoy en la ciudad de Belén, os ha nacido el Mesías, el Salvador.”
¿Por qué tanta fiesta? ¿Por qué tan gran solemnidad? Porque ha aparecido la gracia de Dios, el mismo Verbo eterno, “que existía junto a Dios, y que era Dios, se ha hecho carne,” ha nacido para y por nosotros.
Al inaugurar el año nuevo, coincidiendo con los ocho días del nacimiento del Salvador, en la fiesta de la Circuncisión del Salvador según nos narra el Evangelio, no podemos dejar de considerar una verdad fundamental de nuestra fe: Dios mismo ha entrado en nuestra historia.
Para los que niegan la existencia de Dios, ateos o agnósticos, los nuevos relativistas… no tendría problema alguno afirmar la existencia de un Dios que como relojero haya puesto el mundo en funcionamiento, pero no haya querido saber nada más de nosotros, de nuestra historia, de nuestros problemas y de nuestra vida, ausentando en su silencio y su soledad, no molestando a nadie con sus mandamientos. Este dios sería creíble para todos.
Pero sin duda, el actuar de Dios en la historia y el hecho de que él mismo entre en nuestra historia, se convierte en la piedra de tropiezo y la razón de su incredulidad. Para estos, que Dios se revele, que Dios se manifieste; en definitiva; que a Dios le importe sus criaturas y cada uno de nosotros, les parece una intromisión indebida en contra de nuestra propia libertad y la pretensión diábolica de erigirnos como dioses y dueños absolutos de nuestra vida.
Pero el Dios en el que creemos es el Dios que se revela, que se manifiesta, que se da a conocer, que sale al encuentro del hombre, que los busca, que le habla, que se hace compañero de su camino… es más, que lo llama a una vida eterna con él.
Así se ha manifestado Dios a lo largo de los siglos haciendo historia con su pueblo, manifestándose a través de las palabras y acontecimientos. Palabras y acontecimientos unidos íntimamente entre sí: pues las obras de Dios en favor de su pueblo manifiestan la verdad de sus promesas; y sus promesas son confirmadas por las obras realizadas.
Podemos decir que el refrán “obras son amores y no buenas intenciones” se cumple a la perfección en Dios nuestro Señor. Él nos manifiesta con sus obras el amor que nos tiene. No se queda en declaración de intenciones –como tan acostumbrados nos tienen los pseudomesías de nuestro mundo-, no manifiesta solo buenos propósitos –como tantos que nosotros nos hacemos llevados por el fervor o la emoción del momento, pero no quedan más que en agua de borraja-. Dios no discursea palabras sonoras pero vacías de todo realismo –como también muchas veces nuestros propios discursos que no sirven más que para lisonjearnos e incensarnos a nosotros mismos.
No. Dios promete y realiza. Dios dice y hace. Dios habla y actúa.
Pero, ¿cuál es la novedad? ¿Qué acontece en Belén? ¿Qué novedad en la historia de la salvación nos trae el nacimiento de Jesucristo?
Pues, si a lo largo de la historia Dios ha hablado y se manifestado, por medio de los profetas… ahora en esta etapa final lo hecho por medio de su Hijo querido. ¡Qué bien lo recoge la liturgia de este día encerrando la afirmación paulina en la carta a los hebreos entre las palabras Aleluya. Allelúja, allelúja. V/. Hebreos 1,1-2.- Multifárie olim Deus loquens pátribus in prophétis, novíssime diébus istis, locútus est nobis in Fílio. Allelúja. Aleluya, aleluya. V/. En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas; ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo. Aleluya.
En Navidad, la Palabra de Dios y su obrar se unen, pues el Verbo se hizo carne. En el Niño de Belén, Dios mismo en persona viene al mundo, se hace hombre, entra en nuestra historia. El Dios Eterno se hace temporal, el Dios Infinito se hace pequeño, el Creador se hace criatura, el Dios inmortal se hace pasible y mortal, el Dios que lo trasciende todo y en cuyo universo no cabe, se encierra en el vientre de su Madre y aparece ante nosotros Niño pequeño, indefenso, dependiente, criatura.
“Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres.”
Sí, ha venido Dios mismo en persona a nosotros. Y este acontecimiento ha cambiado la historia y el modo de contar los tiempos. Ahora la historia se divide en antes de Jesucristo y después de Jesucristo. En Jesucristo, se divide la historia, pero no veamos en ello un simple criterio académico para su estudio.
El nacimiento del Hijo de Dios marca un antes y un después en la historia de la humanidad, pero en el interior de cada hombre y cada mujer. Según las palabras del anciano Simeón, este Niño que la Virgen trae en brazo al templo, será motivo de “división y piedra de tropiezo, causa de caída para unos, causa de resurrección para otros”. El mismo Jesucristo lo dirá más tarde en su Evangelio: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama. No podéis servir a dos señores, porque amaréis a uno y aborreceréis al otro.” Y este juicio, con Jesucristo o en contra de Jesucristo, es el juicio del mundo, y de cada uno de nosotros: “El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió. En verdad, en verdad os digo: el que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no viene a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida. “
“Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres.”
Inauguramos un año, el 2021 después de Jesucristo, pero lo más importante, en lo que debemos hacer hincapié es que el 2021 ha de vivirse por Jesucristo, con Jesucristo y en Jesucristo: pues él es el Señor de los tiempos y de la vida, a él hemos de dar toda gloria y alabanza, por medio de él, Sacerdote eterno y mediador entre Dios y los hombres, podemos agradar a Dios Padre –como pone de manifiesto el final del Canon Eucarístico cada vez que celebramos el santo sacrificio de la misa: “Por Cristo con él y en él a ti Dios Padre Omnipotente en la unidad del Espíritu Santo todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.”
Vivir por Jesucristo, con Jesucristo y en Jesucristo: es vivir con sentido nuestra vida, que no nos ha sido dada más que conocerle, servirle y amarle… Por eso, podemos desear un feliz 2021, porque si vivimos así, estamos ya anticipando la felicidad del cielo a la que estamos llamados, vivir en Dios para siempre, en el misterio de Amor de la Trinidad, donde nuestra humanidad está por Jesucristo: Él tomó nuestra naturaleza, y la unió a la divina, y al volver a la gloria del Padre en su Ascensión, no despreció lo que tomó, sino que lo llevó consigo.
“Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres.”
Por nosotros y por nuestra salvación, quiso venir al mundo y entrar en nuestra historia: para traernos la salvación. Esto nos demuestra su amor para con nosotros. “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo.” Ante el misterio del Niño de Belén, en este primer día del año, en este primer viernes de mes; estamos llamados a contemplar el amor de Dios encerrando en el Corazón Sacratísimo de este niño donde cielo y tierra se han unidos. Un corazón físicamente tan pequeño, que contiene el amor eterno de todo un Dios. Un Corazón de Jesús Niño que nos dice: Venid a mí, los que estáis cansado y agobiados y yo os aliviaré, aprended de mí que soy manso y humilde de corazón.
El Corazón de Jesús –que nos manifiesta su verdadera humanidad: Dios tiene corazón- es la Palabra última y definitiva del Padre al mundo. Es la Palabra siempre actual y que nos salva. Es la Palabra viva que late en nuestros sagrarios y que solo espera de nosotros la respuesta del amor.
“Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres.”
Y ha aparecido y se ha manifestado por medio de aquella que correspondió con todo su amor a su Palabra: la Virgen María, que por su obediencia y amor, trajo al mundo al Salvador. Cogidos de su mano, bajo su maternal protección, vivamos este nuevo año y cada día que el Señor quiera concedernos, imitándola a ella -que ante el anuncio del Ángel, exclama: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra-. Por eso, la iglesia en esta Octava de la Natividad canta la fecunda virginidad de la Virgen Madre de Dios y acude a su intercesión, confiando en que como ella, nosotros engendremos por la fe y por las buenas obras a Jesucristo en nuestra vida.
“Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres,” y ante tan gran misterio el apóstol nos exhorta en la epístola a corresponder a tan gran don: “Renunciemos a una vida sin religión y a los deseos mundanos, llevando ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo.” ¡Qué buen programa para este año que comienza, para cada minuto de nuestra vida! Resolvamos comenzar desde hoy, no perdamos un instante. ¡Y que el refrán “año nuevo, vida nueva” se cumpla con nosotros! Que así sea.