SAN JOSÉ, PATRONO ESPECIAL DE LOS MAESTROS, AYOS O PEDAGOGOS DE LA NIÑEZ Y JUVENTUD. (20)
Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.
Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:
Oración a san José
Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en este mes, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.
MEDITACIÓN
San Enrique de Ossó
SAN JOSÉ, PATRONO ESPECIAL DE LOS MAESTROS, AYOS O PEDAGOGOS DE LA NIÑEZ Y JUVENTUD.
Composición de lugar. Contempla al eterno Padre que dice a todos los que cuidan de la juventud: “Acudid a san José, y él os enseñará el modo de educarla perfectamente”.
Petición. San José, ayo de Jesús, enseñadme la ciencia de los santos.
Punto primero. No hay cargo más importante ni de más trascendencia que el de maestro. Nacemos todos ignorantes e inclinados al mal, y si no hay quien desvanezca con la verdad nuestra ignorancia y reprima con la práctica de la virtud nuestras perversas inclinaciones, no seremos otra cosa que seres los más abyectos y degradados de toda la creación. Por esto el más importante y necesario de todos los cargos es el de enseñar. Este confió Jesucristo a sus apóstoles, este tienen de derecho natural los padres de familia, este ejercen los maestros por delegación de ambos.
No se puede ser buen pedagogo sin imitar al modelo de educadores san José. Él tiene este encargo del cielo, él es el más distinguido de todos, ya se considere el fin de su pedagogía, ya el Infante a quien educó.
Formar el corazón con la virtud, la inteligencia con la verdad, hacer probos y honrados ciudadanos, buenos hijos, respetables padres, gloriosos moradores de la celeste Sion, después de haber pasado por el mundo haciendo bien a todos, es sin disputa alguna el más bello, honroso y provechoso cargo. Esto hace el pedagogo. ¡Ojalá fuésemos todos, cada uno en nuestro estado, buenos y perfectos pedagogos! ¡Cuán presto se regeneraría el mundo actual!
Punto segundo. San José, acabado modelo y patrón de los ayos, maestros y pedagogos que forman a la juventud. San José fue elegido por el eterno Padre para pedagogo de su Hijo Jesús, y san José cumplió perfectamente este cargo el más honroso. Ningún maestro ha tenido jamás en sus escuelas a discípulo más distinguido y sobresaliente que el que tuvo san José. Ningún discípulo ha habido ni puede haber en el mundo más excelente, más dócil y aprovechado que el que educó san José. Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo de María, esposa de san José, fue discípulo de san José, obediente a su voluntad hasta los treinta años. De Jesús fue maestro, padre y ayo, preceptor, guía y compañero san José. Aunque no necesitaba la sabiduría del eterno Padre de instrucciones, no obstante las recibía de san José, así como oía a los doce años a los doctores de la ley en el templo y les preguntaba y proponía dudas. Así como crecía en edad, sabiduría y gracia el buen Jesús, según frase del Evangelio, recibía del santo pedagogo las advertencias y lecciones según su edad. Porque Cristo fue introducido ordenadamente en el mundo, según frase de un santo padre, y por lo mismo no debía anticiparse en lo exterior a las leyes naturales, ni prescindir de lo ordinario de ellas en todas las cosas.
¡Oh!, no se sabe aquí qué maravillar más: si la humildad del Hijo de Dios, o la dignidad y confusión del santo patriarca, al ver cómo Jesús recibe con humildad y agrado las lecciones que le da el Santo en horas y días consecutivos, conforme a su edad y al apuntar de su inteligencia.
Punto tercero. ¿Cómo cumplimos nosotros este encargo? Todos en este mundo somos maestros, pedagogos o ayos que podemos enseñar santamente a nuestros prójimos. Quien con las palabras, quien con los consejos, y todos con el ejemplo, podemos y debemos enseñar la verdad y la virtud. A cada uno ha mandado Dios que cuide de su prójimo. Los padres deben enseñar a sus hijos; los maestros a sus discípulos; los amos a sus criados; los superiores a sus inferiores; los que escriben a sus lectores; los iguales a sus compañeros. Solo el hombre que no vive en sociedad está exento de este deber… Mas, ¿cómo cumplimos este deber tan universal e ineludible? ¿Cómo se aprovechan los discípulos de nuestras enseñanzas? ¿Salen de nuestra escuela aprovechados en la virtud? O tal vez ¿destruimos con nuestro mal ejemplo lo que edificamos con nuestras palabras? ¡Cuán pocos imitadores tiene en este punto el glorioso san José! Al contrario, son malos muchos maestros, son maestros de iniquidad, y sus escuelas son escuelas de Satanás, porque no imitan al Santo, no ponen bajo su protección sus enseñanzas y sus colegios.
Obsequio. Procurar con toda nuestra influencia que sean católicos prácticos los maestros o ayos de la niñez y juventud.
Jaculatoria. Glorioso san José, modelo de buenos maestros, guardad de malos maestros a la juventud.
Oración final para todos los días
Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad.