miércoles, 17 de abril de 2019

EL DESEO DE JESUCRISTO DE PADECER Y MORIR. San Juan Bautista de la Salle

MEDITACIÓN PARA EL MIÉRCOLES SANTO
San Juan Bautista de la Salle
Sobre el deseo que Jesucristo tenía de padecer y morir. 
Jesucristo bajó únicamente del cielo a la tierra para efectuar la salvación de todos los hombres. Y sabiendo que tal designio no debería cumplirse sino a costa de muchos dolores suyos y de su muerte en la cruz; se ofreció, ya al encarnarse, para padecer en la medida que al Eterno Padre pluguiese, en satisfacción de nuestras culpas; porque era imposible, según san Pablo, que con sangre de toros y de machos cabríos se borrasen los pecados (1).
Por eso, al entrar en el mundo, dijo Jesucristo a Dios, según enseña también el Apóstol: Holocaustos y sacrificios por el pecado no fe agradaron; entonces dije: heme aquí que vengo para cumplir, oh Dios, tu voluntad (2). Y esta voluntad, añade el mismo san Pablo, es la que nos ha santificado, mediante la oblación que Jesucristo hizo de su cuerpo una sola vez (3).
Adorad la disposición santa que Jesucristo tenía al venir a la tierra y que, en lo sucesivo mantuvo siempre, de padecer y morir por nuestros pecados y los de todos los hombres. Agradecedle tan señalada bondad, y haceos dignos de recibir sus frutos, por vuestra personal participación en tales padecimientos.
El tierno amor de Jesucristo a los pecadores le instaba, no solo a disponerse para padecer y morir por nosotros, sino a desearlo ardientemente, hasta verse obligado a exclamar, suspirando por poner fin al pecado: Fuego vine a traer a la tierra; ¿qué he de desear sino que arda? (4).
Mas, como veía que este fuego del amor divino no podía prender en nosotros sin la extirpación del pecado, y que sólo podía éste ser destruido por sus padecimientos y muerte; hablando de ésta, se ve apremiado a añadir: Hay un bautismo con el que tengo de ser bautizado, y cuánto me tarda el verlo cumplido (5).
Con tales palabras nos descubre lo inmenso de la pena que experimenta al ver demorada por tanto tiempo la ejecución del decreto de su muerte, que tan provechosa había de ser para todos; pues su dilación hacía que se difiriese también la salvación de los hombres.
¿No os causa sonrojo que haya deseado tanto Jesucristo vuestra salvación y siga deseándola ahora con tanta vehemencia, y que correspondáis tan mal a ese su ardiente deseo?
No se contentó Jesucristo con mantener en Sí toda su vida el deseo de morir por nosotros: al ver acercarse la hora de su muerte, manifestó por ello tal gozo, que le obligó a declarar, dirigiéndose a sus Apóstoles, en la última Cena celebrada en su compañía, que hacia largo tiempo deseaba y aun era ardiente su deseo de comer esta Pascua con ellos (6).
Porque tenía presente que aquélla debía ser la última obra de su vida mortal, y la postrera comida con sus Discípulos, antes de padecer y de morir por nosotros; lo cual constituía para El su anhelo más vehemente.
Este mismo deseo le movió a decir poco antes de expirar: Sed tengo (7); palabra que los santos Padres aplican a la sed de nuestra salvación, que le torturaba. Y el mismo anhelo le forzó a exclamar también, ya moribundo: Todo está consumado (8); porque cuanto había querido padecer por nuestra salud con tanto ardor, quedaba finalizado.
Ahora sólo resta, por vuestra parte, como dice san Pablo: " acabar en vosotros lo que falta a la pasión de Jesucristo " (9); esto es, aplicárosla por la parte que toméis en sus padecimientos.
Haceos, pues, dignos de tal gracia.