martes, 16 de abril de 2019

DE COMO JESUCRISTO SE ENTREGA A LOS PADECIMIENTOS Y A LA MUERTE

 
MEDITACIÓN PARA EL MARTES SANTO 
San Juan Bautista de la Salle
De cómo Jesucristo se entrega a los padecimientos y a la muerte 
Es de admirar cómo Jesucristo, que durante algún tiempo, se ocultó a los ojos de sus enemigos (1); escapó de sus manos y se alejó de ellos, sin querer manifestarse en público (2), porque conocía su intención de darle muerte; más tarde, se dirige al lugar donde sabe que le encontrarán quienes le buscan para perderle; se adelanta y sale a su encuentro (3); se deja prender, maniatar y conducir (4); conociendo, como dice el Evangelio, cuanto le había de suceder (5), y que sería entregado en manos de los pecadores (6).
Adorad estas contrarias disposiciones de Jesucristo, para conformarse con los designios que Dios tenía sobre Él, según Él mismo lo declara diciendo: La voluntad del que me ha enviado es mi alimento (7); o sea, la regla y como el alma de su conducta.
Esforzaos, a ejemplo de Jesucristo, vuestro divino Maestro, por no querer sino lo que Dios quiere, cuando lo quiere y según lo quiere.
El Evangelio nos da como razón de estas diferentes actitudes de Jesucristo que, en las primeras ocasiones, su hora no había llegado aún (8); mientras que, posteriormente, el tiempo y la hora de pasar de este mundo al Padre había llegado ya (9).
De ahí que, al salir Judas para llevar a efecto lo concertado por él con los enemigos de Jesús, el Maestro le dijera: Lo que has de hacer, hazlo pronto (10). Con las cuales palabras daba a entender que sólo había esperado para dejarse apresar y entregarse por Sí mismo a la muerte, el que llegase la hora fijada por el Padre Eterno. Así demostraba Jesucristo que seguía punto por punto las órdenes del Cielo y su deseo de que, cuanto hubiera de hacer y padecer, viniese prescrito por su Padre.
Imitad el admirable ejemplo que aquí os da Jesucristo de no emprender cosa alguna por propio impulso; sino dejar que los superiores determinen y ordenen lo que debéis hacer, hasta en sus menores circunstancias (*).
¡Hasta tal punto vivió Jesucristo descuidado en las manos de su Padre, para padecer y morir cuando y como le pluguiere!
Por eso, mientras se disponía a la pasión y a la muerte, que orando esperaba en el huerto de los Olivos, declaró a su Padre que, no obstante la mucha repugnancia que sentía ante tal género de muerte, prevista por Él como próxima; deseaba, a pesar de todo, que no se tuviera en cuenta su voluntad (11), sino la del Padre, a la que se confiaba enteramente entonces, como lo había hecho siempre durante su vida; ya que no vino al mundo, según lo afirma en varios lugares del Evangelio, para hacer su voluntad, sino la de Aquel que le había enviado (12).
¡Oh amorosa resignación de la voluntad humana de Jesucristo, tan sujeta en todo a la divina, que no mostró inclinación ni a la vida ni a la muerte, ni al tiempo ni al género de suplicio en que debía expirar; sino, exclusivamente, a lo que el Padre Eterno decidiera!
Haceos en esto discípulos de Jesús, para no tener otra voluntad que la de Dios.