martes, 23 de abril de 2019

LA PAZ INTERIOR Y LOS MEDIOS DE CONSERVARLA



 De la paz interior y de los medios para conservarla.
MEDITACIÓN PARA EL MARTES DE PASCUA 
San Juan Bautista de la Salle  

Al aparecerse Jesucristo a sus discípulos el día de la Resurrección, les dijo: La paz sea con vosotros (1). Nos dio a entender con ello que una de las principales muestras de que alguien ha emprendido vida nueva, o sea, vida interior y espiritual, y de que ha resucitado con Jesucristo, es si goza de paz dentro de sí.

Muchas personas que, al parecer, son espirituales y tienen paz interior, carecen realmente de ella - debe aplicárseles aquello que dice Jeremías: Gritan. ¡Paz, paz! cuando no hay paz (2).

Tales personas son, en apariencia, las más piadosas y devotas del mundo; hablan muy bien y con gusto de cosas espirituales, y sienten con frecuencia la presencia de Dios en la oración, pero decidles una palabra más alta que otra; haced algo que les desagrade, y las veréis luego descompuestas y turbadas.

Pierden la paz porque no están sólidamente establecidas en la virtud, ni han trabajado seriamente en dominar dentro de sí los movimientos de la naturaleza.

¿No os contáis, acaso, vosotros entre ellas? Hay que entregarse a Dios de forma más sólida y sincera.

Como la verdadera paz interior procede de la caridad, nada tan propio para perderla como aquello que destruye la caridad, y el amor de Dios.

¿Qué nos separará, dice san Pablo, de la caridad de Jesucristo? ¿Será la tribulación, esto es, las penas, tanto interiores como exteriores? ¿Será la desolación, quiere decir, lo que puede ocasionarnos algún disgusto, como el apartamiento o pérdida de cierta cosa a la que vivíamos apegados? ¿Será el hambre, porque vivimos en casa pobre, y la alimentación lo es también? ¿Será la desnudez por vestir hábitos raídos y remendados, que os ocasionan confusión ante el mundo? ¿Será algún peligro en que os veáis expuestos a perder la salud y quizá la vida? ¿Será la persecución que pueda sobrevenir, ya a la comunidad, ya a vosotros personalmente, como las injurias o los ultrajes que intenten inferiros? ¿Será la espada de alguna calumnia que acaso os levantaren, o una fuerte reprensión que hubiereis tenido que soportar, por cierta falta que se os impute? Nada de todo esto será suficiente para alterar en vosotros la paz interior si es verdadera, porque nada de ello podrá arrebataros la caridad (3).

¿Os halláis en esa disposición? Si no la tenéis, procurad adquirirla por la violencia frecuente que os hagáis a vosotros mismos.

La razón que aduce san Pablo de que todos los males que él enumera, ni ninguna otra cosa sea suficiente para arrebataros la caridad y la paz interior, es que habéis de estar dispuestos, por amor de Dios, a mortificaros a vosotros mismos y a soportar que los demás os mortifiquen de continuo interior y exteriormente.

Y también, que " debéis holgaros de que los demás os consideren y de consideraros a vosotros como ovejas destinadas al matadero, que se dejan degollar sin quejarse ni descubrir exteriormente el menor disgusto " (4).

De ahí que prosiga diciendo el Apóstol: " En medio de todos esos males que puedan causaros, debéis triunfar siempre por la virtud de Aquel que os amó, Jesucristo; porque ni la muerte, ni la vida, ni criatura alguna podrán jamás separaros de la caridad de Dios que os une a Jesucristo nuestro Señor " (5).