sábado, 20 de abril de 2019

SOBRE LA CINCO LLAGAS DE JESUCRISTO. San Juan BAutista de la Salle

MEDITACIÓN PARA EL SÁBADO SANTO
San Juan Bautista de la Salle
Sobre las cinco llagas de Jesucristo
Adorad las cinco llagas de Jesucristo nuestro Señor y ponderad que no las conserva en su sagrado Cuerpo sino como señales gloriosas de la victoria que alcanzó sobre el infierno y el pecado; de los cuales rescató a los hombres por sus padecimientos y muerte.
Sabed, dice san Pedro, que habéis sido rescatados del vano vivir que habíais aprendido de vuestros padres, no con oro y plata, sino la sangre preciosa de Jesucristo, cordero sin mancilla (1).
¡Y sangre tan preciosa manó precisamente de esas sagradas heridas, las cuales nos recuerdan tan singular favor!
Poned, pues, con frecuencia los ojos en objeto tan santo; considerad las llagas del cuerpo de vuestro Salvador como otras tantas bocas que os echan en cara los pecados cometidos y os avivan el recuerdo de cuanto tuvo que padecer para borrarlos.
Estas sagradas heridas, según testimonio de san Pedro, no sólo adornan el cuerpo de Jesucristo; sirven también para enseñarnos que Jesucristo padeció con el fin de darnos ejemplo y de que caminemos en pos de El siguiendo sus pisadas. Llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero de la Cruz para que, muertos al pecado, viviéramos para la justicia, después de haber sido curados por sus contusiones y amorosas heridas (2).
Puesto que, según el mismo Apóstol, Jesucristo padeció en su carne la muerte: entended, al contemplar sus llagas, que deben estimularos a morir a vosotros mismos, y que todo el que ha muerto a la carne ha roto con el pecado, para vivir el resto del tiempo que ha de vivir en cuerpo mortal, no según las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios (3).
Eso es lo que debemos deducir de cuanto aquí nos enseña el Príncipe de los Apóstoles.
Así, pues, el fruto que la contemplación de las llagas de Jesucristo nuestro Señor debe producir en nosotros, ha de ser apartarnos por completo del pecado, mortificar las pasiones, y combatir las inclinaciones demasiado humanas y demasiado naturales.
Otro provecho pueden producir en nosotros las llagas del Señor: alentarnos al amor de los padecimientos, pues nos descubren cuán inclinado a padecer se mostró Jesucristo. Y si Él ha conservado en su cuerpo glorioso las cicatrices de sus heridas como ornamento y distintivo de honor; en vuestra condición de miembros de Jesucristo, habéis de teneros también por honrados vosotros cuando padezcáis como Él y por Él.
A ejemplo de san Pablo, " no debéis gloriaros sino en la Cruz de vuestro Salvador " (4).
Prosternaos con frecuencia ante las divinas llagas; miradlas como los manantiales de vuestra salvación; " meted la mano, con santo Tomás, en la herida del costado " (5), no tanto para consolidar vuestra fe; cuanto para penetrar, si es posible, hasta el Corazón de Jesús, y trasfundir de él al vuestro los sentimientos de la paciencia verdaderamente cristiana, de la entera resignación, de la perfecta conformidad con la voluntad divina y de valor tal, que os induzca a buscar las ocasiones de padecer.