domingo, 14 de abril de 2019

SOBRE LA REALEZA DE JESUCRISTO. San Juan Bautista de la Salle

 
MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO DE RAMOS
San Juan Bautista de la Salle
Sobre la realeza de Jesucristo
Jesucristo vino al mundo para reinar. No como los demás reyes, dice san Agustín, que exigen tributos, levantan ejércitos y combaten visiblemente a sus contrarios, ya que Él mismo aseguró: Mi reino no es de este mundo (1); sino para establecer su reinado en las almas, según lo afirma en el santo Evangelio, al decir: El Reino de Dios está dentro de vosotros (2).
Para que Jesucristo reine en nuestras almas, debemos darle en tributo nuestras acciones, que han de estarle todas consagradas, procurando que todo en ellas le sea agradable, y proponiéndonos únicamente como fin al ejecutarlas el cumplimiento de su santa voluntad, según la cual deben sin excepción regularse, para que nada en ellas sea humano; pues, supuesto que el Reino de Jesucristo es divino, cuanto con él se relaciona necesario es que sea, o divino en sí, o divinizado por su referencia a Jesucristo.
Y como el fin principal que Jesucristo persiguió en este mundo fue el " cumplimiento de la voluntad de su Padre " (3), según atestigua El en varios lugares de su Evangelio; quiere a su vez que vosotros, sus miembros y vasallos, viváis unidos a Él en calidad de tales, y os propongáis el mismo fin que Él se propuso, en todas vuestras acciones.
Examinad si es eso lo que con ellas pretendéis.
Para que Jesucristo reine en vuestras almas, habéis de combatir a sus órdenes dentro de ellas, contra los enemigos de vuestra salvación, que son también los suyos.
El ansía establecer su paz en vosotros; la cual, según san Pablo, ha de reinar victoriosa en vuestros corazones (4); por consiguiente, es menester que Jesucristo triunfe, y vosotros con El por su auxilio, sobre todo lo que suponga obstáculo a su reinado, como son las propias pasiones y malas inclinaciones; y que " destruyáis el hombre de pecado que anteriormente reinó en vosotros, para que os veáis libres de la vergonzosa esclavitud a que os había reducido " (5).
Disponeos en este día a recibirle sin reservas como rey, entregándoos de todo en todo a su dirección, y dejándole señorear sobre cada uno de vuestros impulsos interiores, de manera tan absoluta por su parte, y tan dependiente por la vuestra, que podáis decir con verdad: Ya no soy yo quien vino; es Jesucristo quien vive en mí (6).
Si queréis que Jesucristo combata en vosotros contra los enemigos que intentan oponerse a su reinado, es necesario que pueda Él levantar un ejército, compuesto de las virtudes con que debéis adornar el alma, las cuales le pongan en condiciones de constituirse dueño en todo y por todo de vuestro corazón.
Por vuestra parte, es necesario también que luchéis aguerridamente, siguiendo su bandera y utilizando las armas que os pone en las manos: Estén, por tanto, ceñidos vuestros lomos, dice san Pablo, del cíngulo de la verdad, y armados con la coraza de la justicia, o sea, del amor a los deberes de vuestro estado; embrazando el broquel de la fe con que podáis apagar todos los dardos encendidos del demonio; la esperanza de la salud os sirva de yelmo, y la palabra de Dios, de espada (7).
Armados de tales arneses, según enseña el mismo san Pablo, la paz de Jesucristo reinará verdaderamente en vuestros corazones (8).