VÍA
CRUCIS ESCRITO POR EL BEATO SANTIAGO ALBERIONE
INTRODUCCIÓN
Recemos de
corazón el acto de dolor, representándonos bien la escena del Calvario: Jesús
crucificado a punto de espirar y la santísima Virgen que contempla al divino
Hijo y piensa en nosotros, los pecadores, y ruega por la humanidad.
«Bondadoso Jesús
mío, etc.».
En la tradición española: Señor mío
Jesucristo.
Pidamos a san
Pablo la gracia de hacer bien este vía crucis.
San Pablo es el gran predicador de Jesús crucificado. Escribe en una de
sus cartas: «Con vosotros decidí ignorarlo todo excepto a Jesucristo y, a éste,
crucificado» (1Cor 2,2). ¡Que él nos dé sus sentimientos! E invoquemos ayuda de
María, la Dolorosa, para que nos haga sentir el dolor de los pecados y sobre
todo nos inspire el propósito de una vida santa.
Al principio de
cada estación se puede decir:
V/. Te adoramos,
oh Cristo, y te bendecimos
R/. Que por tu
santa Cruz redimiste al mundo.
Y al final de
cada estación:
V/.
Señor, pequé.
R/.
Tened piedad y misericordia de mí y de todos los pecadores.
V/.
Bendita y alabada sea la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo
R/.
Y los Dolores de su Santísima Madre al pie de la cruz.
1ª Estación. JESUS ES CONDENADO A MUERTE
«Jesús, siendo
inocente, acepta por nuestro amor y en reparación de nuestros pecados la
injusta sentencia de muerte pronunciada contra él por Pilato». Pensemos en lo
que nos ha dicho Jesús: «El que quiera venirse conmigo que reniegue de
sí mismo, que cargue con su cruz y entonces me siga» (Mt 16,24). Para
manifestar la voluntad de seguirle, estad de pie durante las palabras
que diré, y en el anuncio de la estación, ¡decididos a seguir a Jesús!
En esta estación hemos de considerar la injusta sentencia pronunciada
contra Jesucristo. Pilato estaba persuadido de la inocencia de Jesús.
Sabía que por envidia se lo habían presentado, pidiendo la condena; pero
su debilidad le llevó a pronunciar la inicua sentencia.
La sentencia de
muerte pronunciada contra nosotros es justa. Justo es el Señor y justa
la sentencia que ha pronunciado sobre cada hombre. Quizás nosotros la
hayamos merecido más aún por otras razones, por los pecados cometidos.
En satisfacción
de nuestros pecados, aceptamos la muerte, con todas las circunstancias dolorosas
que la acompañarán. Y pedimos la gracia de morir en el santo amor de Dios.
Decimos, pues, devotamente todos juntos: «Amorosísimo Jesús, por tu amor, y
como reparación de mis pecados, acepto la muerte con todos los dolores,
sufrimientos y afanes que la acompañen. Señor, no se haga mi voluntad, sino la
tuya. Hazme gustar el consuelo de quien cumple tu santo querer».
2ª Estación. JESUS CARGA CON LA CRUZ
«Jesús carga la
cruz sobre sus hombros para llevarla hasta el Calvario. Él nos dice: “El que
quiera venirse conmigo , que se niegue a sí mismo, que cargue cada día con su cruz
y entonces me siga” [Lc
9,23]». El buen ladrón crucificado junto a Jesús, iluminado por la luz
divina, dijo a su compañero, el mal ladrón: «Para nosotros es justa esta
pena, nos dan nuestro merecido; éste, en cambio, no ha hecho nada malo»
(Lc 23,41). ¿Qué mal ha hecho Jesús?
Si encontramos
pecados en nuestra vida, hemos de repetir la misma cosa. Tenemos sufrimientos,
cruces, disgustos, fatigas, pero es lo que nos merecemos. Hemos pecado, ¡por
tanto es justa la penitencia! Y lo ofrecemos todo a Jesús en reparación.
¡Si por lo menos
pudiéramos descontar el purgatorio!
Habéis hecho ya
la comunión pascual, ¡borrad todo rastro de pecado y toda deuda contraída con
Dios!
Digamos, pues,
con atención: «Sí, quiero seguirte, Maestro divino, dominando | mis pasiones y
aceptando mi cruz de cada día. Atráeme a ti, Señor, para que yo imite tus
ejemplos. El camino es angosto, pero conduce al cielo. Me apoyaré en ti, que
eres mi luz y mi fuerza».
3ª Estación. JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
«Jesús abatido
por la agonía de Getsemaní, martirizado por la flagelación y coronación de
espinas, agotado por el ayuno, cae por primera vez bajo el enorme peso de la cruz».
Almas que sois
aún inocentes, estad atentas a las primeras tentaciones, a las primeras caídas.
El demonio es el gran envidioso de la inocencia. Ante las primeras tentaciones,
recúrrase al confesor, al director espiritual, para recibir luces y fuerza. Es muy
peligroso caer una vez. Es mucho más fácil no caer nunca que caer una vez sola.
Por los méritos de Jesús que cae la primera vez bajo la cruz, pidamos al Señor
que sostenga a quienes caen. «Jesús cayó para sostener a los que caen. Muchas
son las tentaciones del demonio, del mundo y de la carne. Señor, no nos dejes
caer en la tentación, y líbranos de todo mal pasado, presente y futuro».
4ª Estación. JESÚS SE ENCUENTRA CON SU SANTÍSIMA
MADRE
«Jesús se encuentra
con su Madre, cuya alma quedó traspasada por una espada de dolor. Unidos están
en el mismo dolor el corazón de Jesús y el de María».
¡Cuánto hemos
costado a María! ¡Cuánto hemos costado a Jesús! Y no obstante hay aún corazones
indiferentes. Hay almas que se conmueven por naderías y no se conmueven nunca
considerando el amor de Jesús y el de María, considerando los propios pecados.
Jesús reprochaba a los hebreos: «¡Sois duros de corazón!» [Mt 13,15].
Pidamos la
sensibilidad espiritual, recitando | las palabras que siguen: «Estos son los
corazones que tanto han amado a los hombres y nada han escatimado por ellos.
Corazones de Jesús y María, concededme la gracia de conoceros, amaros e imitaros
cada vez mejor. Os ofrezco mi corazón para que sea siempre vuestro».
5ª Estación. EL CIRENEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA
CRUZ
«Los hebreos, con
simulada compasión, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, y le cargaron la
cruz para que la llevara detrás de Jesús».
Todos estamos
obligados a llevar la cruz de Jesús, es decir, a cooperar en la redención del
mundo. ¿Tenemos amor a las almas?
Las almas que
caminan hacia la eterna condenación, que sufren en el purgatorio, ¿nos causan
pena? Esos niños maleados en la inocencia, los pecadores endurecidos,
obstinados, ¿nos causan pena? Sabemos comprender los sentimientos del corazón de
Jesús y los del corazón de María? ¿Sabemos orar por los pecadores, por los
inocentes, por los herejes, por los cismáticos, por los ateos, por los paganos,
por los hebreos, por los mahometanos?
Cuando decimos
la coronita a la Reina de los Apóstoles, ¿comprendemos algo de esas palabras
que nos comprometen a pensar no sólo en Europa, sino también en Asia, en América,
en África, en Oceanía? En fin, ¿hay en nosotros una llamita de celo? ¡Ojalá la
encienda Jesús esta tarde en nuestro corazón! Digamos despacio todas estas
palabras: «También yo debo cooperar a la redención de los hombres, completando
en mi carne los dolores de Cristo, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia.
Acéptame, Maestro bueno, como humilde víctima. Preserva del pecado a los
hombres, salva del infierno a los pecadores y libra de sus penas a las almas
del purgatorio».
6ª Estación. LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS
«Movida a compasión,
la Verónica enjuga el rostro de Jesús, y él la premia imprimiendo su imagen en
el lienzo».
Jesús busca
almas reparadoras: «¿No pudisteis velar conmigo tan sólo una hora?» preguntaba
en Getsemaní a los apóstoles que se habían dormido, mientras él sufría
agonía de sangre.
Entre la gente
que le acompañaba al Calvario, Jesús ha encontrado finalmente una persona que
le tiene compasión: viendo su rostro cubierto de sangre, de salivazos, de
sudor, se le acercó y se lo enjugó. Hay en nuestros días almas reparadoras,
incluso una multitud de almas buenas, con sentimientos nobilísimos y piadosos, que
se ofrecen como víctima por los pecadores. Ofrecerse como víctima no quiere
decir que se deba acelerar la muerte, sino gastar todas las fuerzas por Dios,
pues morir por Dios es un gran mérito, pero obrar sufriendo por las almas,
trabajando en su salvación, es un mérito aún mayor, un mérito más prolongado.
Quien sienta una
cierta voz interior en este momento, no se quede insensible: «Si hoy escucháis
su voz, no endurezcáis el corazón». Si
resuena en vuestro oído una voz divina, no os hagáis el sordo.
Digamos:
«Reconozco en esta discípula el modelo de las almas reparadoras. Comprendo mi
deber de reparar los pecados y todas las ofensas a tu divina Majestad. Jesús,
plasma en mí y en todas las personas reparadoras, las actitudes de tu corazón».
7ª Estación. JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ.
«Nuevamente flaquean
las fuerzas de Jesús, y él, despreciado y evitado de los hombres... como un
hombre de dolores, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y
desestimado, cae por segunda vez bajo la cruz».
Las primeras
caídas frecuentemente se dan por ignorancia o por fragilidad; pero una vez levantados
y conocida ya la malicia del pecado y del demonio al tentar, hay que hacerse
prudentes, porque, si no, del pecado de fragilidad e ignorancia se pasaría al
pecado de malicia, es decir a cometerlo a ojos abiertos, sabiendo el mal que es
y sin embargo consintiendo aun tras la reflexión y la inspiración del ángel
custodio a resistir. Hay que estar atentos a no recaer, pues cada recaída
agrava el mal y fácilmente introduce la costumbre. Además, si hemos
experimentado la misericordia de Jesús al recibir el perdón tras el primer
fallo, ¿no sentimos con mayor fuerza el deber de amar más a Jesús, de reparar,
de vigilar para no volver a caer?
¡Que Jesús, por
los dolores de esta recaída suya, nos ilumine y nos infunda un gran odio al
pecado, junto con la prudencia para evitar las ocasiones! Vamos a leer muy
despacito la oración:
«Maestro bueno,
así reparas nuestras recaídas en el pecado, por malicia o por habernos puesto
en la ocasión, no obstante tus inspiraciones. Detesto, Señor, los pecados con
que te he ofendido, que son causa de tu muerte y de mi perdición, y propongo no
cometerlos más en adelante».
8ª Estación. JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE
JERUSALÉN
«Seguía a Jesús un
gran gentío del pueblo, y de mujeres que lloraban por él. Jesús se volvió hacia
ellas y les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y
por vuestros hijos” [Lc
23,28]». Un día tuve que asistir a un sacerdote moribundo, muy amigo,
ex compañero de estudios, que conociendo la extrema gravedad de su
enfermedad y viendo afligidos a quienes estaban alrededor de su lecho,
dijo: «No lloréis por mí: ¿por qué deberíais hacerlo? Estoy yendo al
paraíso. Soy yo quien llora por vosotros, que quedáis en el mundo
rodeados de tantas dificultades y sobre todo en medio a tantos pecados».
¡Lloro por
vosotros! ¡Cuánto más debemos llorar nosotros, si esos pecados fueran cometidos
por causa nuestra, por faltas de celo y por negligencia en los deberes! A estas
mujeres se las invita a llorar por sí mismas y por sus hijos, o sea por los
pecados de los hijos y la ruina que les aguardaba. Lloremos por los pecados de
los hombres. Pero vigilemos y seamos delicadísimos para no llevar con nuestros
ejemplos la tibieza entre ellos, la negligencia en los deberes; para evitar
palabras o acciones que estimulen al mal, al pecado.
No nos carguemos
de tanta responsabilidad, y digamos de corazón al Señor: «Pido perdón por mis
muchos pecados personales y por los que otros han cometido por mis malos
ejemplos, las faltas de celo y las negligencias en mis deberes. Jesús mío, te
prometo impedir en lo posible el pecado con obras, ejemplos, palabra y oración.
Dame un corazón puro y un espíritu recto».
9ª Estación. JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
«Jesús cae por tercera
vez bajo la cruz, porque nuestra obstinación nos ha llevado a recaer en el
pecado». Después
del primer pecado tal vez siguieron otros, poco a poco se creó la
costumbre; y a la costumbre puede seguir la obstinación. Ello sucede
cuando el alma ya no siente remordimiento, cuando no escucha los avisos,
cuando ha perdido la luz de la mente y la sensibilidad del corazón.
Hasta que se
siente remordimiento, es que la voz de Dios resuena aún en el fondo del alma; no
se ha perdido toda esperanza.
¿Pero qué
acaecería si se llegara a la obstinación? Cierta persona decía: «No puedo
evitarlo. Si voy al infierno, no estaré solo». Cuando se piensa así, ¿qué senda
de salvación, más aún, qué acceso queda aún para llegar a conmover a un alma?
Sólo la gracia de Dios. Y nos conforta el pensamiento de que María es el
refugio de los pecadores. ¡Cuántos pecadores ha convertido ella, pecadores que
parecían resistir a toda llamada de atención!
Por esto la
Cofradía del Corazón Inmaculado de María para la conversión de los pecadores va
dilatándose cada vez más en las parroquias. Nos queda, pues, esta última tabla
de salvación: ¡queda la Madre! Quizás quien se ha resistido a todo, no se
resista a la Madre.
Oremos: «La
obstinación oscurece la mente, endurece el corazón y pone al borde de la
impenitencia final. Señor, por tu pasión, ten misericordia de mí. Concédeme la
gracia de mantenerme vigilante, de ser fiel al examen de conciencia, a la
oración y de celebrar frecuentemente el sacramento del perdón».
10ª Estación. JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
«Cuando llegaron
al lugar llamado Gólgota, le dieron a beber vino mezclado con hiel y se
repartieron su ropa echándola a suertes [cf. Mt 27,34-35]».
En esta estación
pedimos al Señor la gracia de evitar los pecados de ambición y de gula, la
gracia de saber domar el cuerpo.
Hemos de
santificar el cuerpo, es decir los sentidos: ojos, oído, lengua, tacto, los
sentidos internos; y evitar especialmente los pecados de ambición y de gula.
Hay personas ricas de muchos dones y abundante gracia; y a las buenas dotes
añaden aún la de la modestia, la humildad. ¡Qué hermosa es la humildad, la modestia
en una persona rica de cualidades! ¡Y cuánto más fea es la ambición en el
vestir, en el adornarse y ungirse cuando la cabeza está vacía y las dotes son
pocas!
Tenemos que
saber regularnos y ser dueños de nuestro gusto, evitando la gula. Ya decía un
pagano: «¿Tienes acaso el alma de un bruto, o sea de una bestia, para
precipitarte sobre el alimento y comer con voracidad? ¡Piensas en hartarte
antes de ir a la mesa, y mientras te encuentras en la mesa, y después de haber estado
en la mesa!».
Hay que vivir
racionalmente, es decir según la razón y según la gracia.
«Esto es lo que
costaron a Jesús los pecados de ambición en el vestir y de gula en el comer.
Señor, concédeme la gracia de liberarme progresivamente de toda vanidad y
satisfacción mundana, y haz que te busque únicamente a ti, eterna felicidad».
11ª Estación. JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
«Los verdugos
clavan en la cruz a Jesús, que sufre atroces dolores, bajo la mirada de su
afligida Madre [cf.
Lc 23,33]».
La cruz es la
salvación, como hemos cantado: «In quo est salus, vita et resurrectio
nostra». En la cruz está la salvación, la vida y la resurrección.
Nos hacemos tantos signos de cruz: en la frente, en los labios, en el
pecho; doquier campea la cruz; está en los campanarios y en los
sagrarios, a la vista de todos... Esto nos llama a la mortificación.
No basta hacerse
el signo de la cruz, es preciso que las manos estén marcadas por la cruz. Es
necesario que el tacto esté marcado por la cruz, los ojos marcados por la cruz,
los oídos marcados por la cruz, los labios y la lengua marcados por la cruz, es
decir por la mortificación. Cuando estemos a punto de morir y se nos acerque el
sacerdote para administrarnos el óleo santo, ungirá los ojos, los oídos, las
manos, los pies y dirá: «Por esta santa unción y por su piísima misericordia, el
Señor perdone cuanto mal has cometido con los ojos, con el oído, con | el gusto,
con la palabra, con el tacto, etc.».
Conservemos
inocentes los sentidos, ¡mortifiquémoslos! Para pertenecer a Jesús se requiere
marcarnos nosotros mismos, nuestra carne, con la cruz, sin que ello sea un mero
signo exterior, quizás hasta hecho mal y sin sentimiento interno. Marquemos nuestra
carne con la mortificación. No podremos llegar a imitar a aquella santa que con
un hierro candente grabó una cruz en su pecho, en sus carnes, pero al menos
hagamos gustosamente las mortificaciones necesarias.
Oremos: «Pertenecen
a Jesucristo los que crucifican su vieja condición, renunciando a sus vicios y
pasiones. Yo quiero ser de Jesucristo durante la vida, en el momento de la
muerte y por toda la eternidad. No permitas, Señor, que me separe de ti».
12ª Estación. JESÚS MUERE EN LA CRUZ
«Durante tres
horas Jesús sufre inefables dolores y muere al fin en la cruz por nuestros
pecados».
En el Calvario,
asistiendo a la muerte de Jesucristo, había tres clases de personas: los
enemigos obstinados de Jesús, que intentaron el modo de hacer más penosa aún su
agonía con los insultos; estaban los indiferentes, los curiosos, acudidos sólo
para ver cómo se comportaba el moribundo, cómo era su agonía; y estaban las
almas elegidas, las piadosas mujeres, Juan, María.
La muerte de
Jesús en la cruz se renueva cada día en la santa misa. ¿Cómo la seguimos? Hay quienes
en la iglesia se portan de un modo casi insultante, sin ningún respeto al lugar
santo, ninguna piedad; están los curiosos e indiferentes, que aguardan sólo a
que la misa termine y se cierre aquel tiempo pesado para ellos; y están quienes
tienen verdadera piedad, entienden la misa y quieren seguirla con las disposiciones
sugeridas por la Iglesia en el misalito, especialmente con las disposiciones
con que María asistió a Jesús en las últimas horas. ¡Acerquémonos al altar,
cuando empieza la misa, con los sentimientos de María!
«La muerte de
Jesús se actualiza diariamente en nuestros altares cuando celebramos la
Eucaristía. Jesús amorosísimo, enséñame a valorar la Eucaristía, para que la
celebre con frecuencia y con las mismas actitudes que tuvo tu Madre al pie de
la cruz».
13ª Estación. EL CUERPO DE JESÚS ES PUESTO EN BRAZOS
DE SU MADRE
«María, la madre
dolorosa, recibe entre sus brazos al Hijo bajado de la cruz».
Por los dolores
de esta Madre santísima pidamos la gracia de ser asistidos por ella en esta vida,
caminando siempre bajo su manto, y de tener su asistencia especialmente a la
hora de morir. Jesús quiso espirar así, bajo los ojos de la Madre. Todo dolor y
pena que sentiremos en la muerte sea como una llamada, una invocación a María,
para que venga junto a nuestro lecho y nos consuele, nos dé la victoria contra los
últimos asaltos del demonio y acoja nuestro espíritu en sus brazos para
llevarlo al cielo.
«María contempla
en las llagas de su Hijo las horribles consecuencias de nuestros pecados y el
amor infinito de Jesús por nosotros. La devoción a María es signo de salvación.
Madre, acéptame como hijo, acompáñame durante la vida, asísteme constantemente
y, en especial, en la hora de la muerte».
14ª Estación. JESÚS ES SEPULTADO
«El cuerpo de
Jesús, ungido con aromas, es llevado al sepulcro, acompañado por pocos fieles [Lc 23,50- 56],
que en su inmenso dolor se sentían confortados por la esperanza de la
resurrección».
Jesús había
anunciado su pasión: «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del Hombre
va a ser entregado... y le condenarán a muerte; y al tercer día resucitará» (Mt
20,18-19).
También nosotros
resurgiremos. ¿Con qué resurrección: una resurrección gloriosa, semejante a la
de Jesús y a la de María?
¿O con la
resurrección ignominiosa de quienes se pierden? ¡Tenemos que resurgir ahora, para
asegurarnos la resurrección gloriosa! Resurgir como escribía aquel joven:
«Quiero resurgir de mis errores y de mis pecados y del turbión de estas
pasiones, que me agitan continuamente».
Pidamos ahora
resucitar espiritualmente.
«Creo
firmemente, Dios mío, en la resurrección de Jesucristo, como creo en la
resurrección de la carne. Quiero resucitar diariamente a la nueva vida, para
poder resucitar a la gloria en el último día. Lo espero, oh Jesús, por los
méritos de tu pasión y muerte».
Para ganar la indulgencia concedida al
rezo del Viacrucis, por las intenciones del Papa.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria
VÍA CRUCIS. Beato Santiago ... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...