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lunes, 8 de julio de 2024

ADMONICIÓN AL BESAMANOS DE UN MISA CANTANO EN SU PRIMERA MISA SOLEMNE

 


ADMONICIÓN AL BESAMANOS

DE UN MISA CANTANO EN SU PRIMERA MISA SOLEMNE

 

Antes de terminar nuestra celebración, hay un rito propio de las primeras misas de los nuevos sacerdotes. Este consiste en besar sus manos que fueron ungidas con el santo crisma por el obispo el día de la ordenación como un gesto de fe, de piedad y humildad.

Las personas mayores recordarán como se besaba habitualmente la mano del sacerdote para saludarlo, así como la correa o escapulario de los religiosos. ¿De dónde procede esta tradición y por qué todavía se mantiene en las primeras misas? ¿Por qué no hacerla nuevamente habitual al saludar a los ministros de Dios?

El beso siempre ha sido expresión de amor, aprecio, veneración, comunión desde la antigüedad. Besamos a quienes amamos y besamos lo que amamos, lo que apreciamos y tenemos en estima. En la misma Sagrada Escritura encontramos testimonios abundantes de esta forma de saludo y veneración que ha quedado presente en la liturgia cada vez que el sacerdote besa el altar y las cosas santas. El beso del sacerdote al altar significa la comunión del sacerdote con Cristo y su papel de mediador entre Dios y el pueblo.  Al mismo tiempo, el beso es el gesto de amor por parte de la criatura que ama a su Señor y sus cosas.

Hoy somos invitados a besar las manos de un sacerdote, manos consagradas del santo crisma.

Besamos las manos de un hombre, pero al hacerlo queremos reverenciar y adorar a Dios, tres veces santo, que obra maravillas y quiso elegir con amor a algunos hombres de entre su pueblo santo para hacerlos participar del ministerio sacerdotal mediante la imposición de las manos.

En cada sacerdote, hay una historia de amor de Dios, que llama, que atrae hacia sí, que se entrega y a la que el joven sacerdote respondió con generosidad en su infancia y juventud. Entrega que ha ido madurando a lo largo de su formación sacerdotal en el seminario. Vocación que ha sido confirmada por la Iglesia el día de la ordenación.

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Queridos padres del nuevo sacerdote: enhorabuena. Con vuestra apertura a la vida y con vuestra fe habéis colaborado con Dios para que hoy la Iglesia se alegre por un nuevo sacerdote. Su vocación no es solo suya, vosotros formáis parte del “Sí” total que este nuevo sacerdote ha dado a Dios entregándose a él para ser imagen de Cristo sacerdote, víctima y altar. Como san José y la Virgen Santísima, tenéis también la altísima dignidad de ser padres de un sacerdote y la misión de cooperar con vuestro hijo en la salvación de las almas.

Tradicionalmente se le entregaba a la madre las cintas, normalmente bellamente adornadas con pintura o bordado, con las que las manos del neosacerdote fueron atadas tras ser ungidas por el obispo.  Queridos padres, recordado aquel gesto, vuestro hijo quiere haceros la entrega de dos obsequios muy suyos, de las primicias de su ministerio.

Querido padre, guarda esta estola, signo de la autoridad del sacerdote, utilizada por tu hijo en su primera confesión y absolución. Ella te acompañará el día de tu entrada en el cielo, como recordatorio ante el trono de Dios, que le has entregado a tu hijo como sacerdote.

Querida madre, guarda el manutergio, impregnado del crisma con las que fueron ungidas sus manos el día de su ordenación. Este irá contigo en el momento de presentarte ante Dios porque entrarás en el cielo, como madre de un sacerdote….  

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El sacerdocio es un misterio de amor, de elección, de predilección de Dios. Es misterio porque Dios es el que elige y el que concede el don de la vocación y de la perseverancia. Este Dios que se revela a los pequeños y humildes, y se esconde a los sabios y entendidos de este mundo. El sacerdote nunca puede salir del asombro y de la admiración de saberse mirado, escogido, consagrado, elevado a ministro de Dios. Asombro y admiración que se acrecienta al tener mayor conocimiento de uno mismo, de nuestra pequeñez.

Nuestro beso a las manos del sacerdote quiere ser la respuesta de asombro y de gratitud ante la bondad y humildad de Dios que se hace tan cercano, que viene a nosotros por medio del sacerdote.

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Jóvenes y niños: si escucháis la voz de Dios que os llama al sacerdocio, a consagraros a él, responded con generosidad. Él paga al ciento por uno, más la vida eterna. No tengáis miedo a decirle que “sí”, pues como decía su S.S. Benedicto XVI, de feliz memoria, “Cristo no quita nada de lo que hay de hermoso y grande en vosotros, sino que lleva todo a la perfección para la gloria de Dios, la felicidad de los hombres y la salvación del mundo”.

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Hoy somos invitados a besar las manos de un sacerdote, manos consagradas.

Y estas manos obran las obras de Dios. Así lo resume la iglesia en uno de sus prefacios: “Tus sacerdotes, Padre, renuevan en nombre de Cristo el sacerdocio de la redención humana, preparan a tus hijos el banquete pascual, guían en la caridad a tu pueblo santo, lo alimentan con tu palabra y lo fortalecen con tus sacramentos.”

Así estas manos son las que derramarán agua sobre los niños en el bautismo, arrebatándolos de las manos del Maligno y haciéndolos hijos de Dios.  Serán las manos que se eleven entre el cielo y la tierra trazando la señal de la santa cruz para perdonar los pecados de los arrepentidos, serán las manos que tomando un poco de pan y de vino realicen el mayor milagro que acontece bajo los cielos cada día en nuestro altares: que Dios obedezca a su sacerdote y se esconda bajos las apariencias sacramentales para ser alimento de vida eterna para sus hijos.

Estas manos consagradas que depositarán la sagrada Eucaristía en la lengua del comulgante como el pelícano que con su mismo pico se hiere para dar de comer a sus crías. Afirma el doctor angélico: Este Sacramento “no es tocado por nada que no esté consagrado; y, por eso, están consagrados el corporal, el cáliz y también las manos del sacerdote, para poder tocar este Sacramento. A ningún otro, por lo tanto, le es permitido tocarlo, fuera casos de grave necesidad:”

Manos santas, manos consagradas, manos que obran maravillas. Son las manos de un sacerdote, que ungirán a los enfermos para pedir a Dios la salud y la paz del alma, que cerrarán los ojos de los moribundos cuando dejen este mundo.

Manos santas, manos sacerdotales, que acariciarán a los niños, levantarán a los caídos, serán apoyo para los enfermos, los más débiles y ancianos. ¡Sí!, los preferidos de los sacerdotes serán los ancianos y los niños, los más pobres y los más necesitados.

Manos que siempre señalarán al  cielo, llenando los corazones de esperanza en medio de las pruebas y dificultades de la vida, señalaran a lo alto, pues nuestra meta es la santidad, nuestra patria el cielo, nuestra felicidad vivir en Dios para siempre.

Manos consagradas para bendecir con la señal de la cruz, implorando de Dios que derrame sus  gracias sobre sus hijos y sobre toda las cosas creadas. Manos consagradas para bendecir siempre, pero nunca para justificar o ser cómplice del pecado; porque estas manos han de señalar el cielo, pero también el peligro de una vida sin Dios, alejada de sus mandamientos, dominada por pecado, y con ello, la posibilidad del infierno. El sacerdote es profeta: ha de anunciar pero también denunciar; sin dejarse llevar por respetos humanos ni miedos a perder la propia vida.  Así lo dice el Señor a Jeremías: “Te he puesto sobre naciones y reinos, para que arranques y destruyas, para que arruines y derribes, para que construyas y plantes.».

Manos consagradas, que obran las obras de Dios, pero manos frágiles, pues son manos de hombre. Manos débiles no exentas del error y de la equivocación.

Alguien dijo:

“Omnipotencia de Dios

con fragilidad de carne”:

eso es el Verbo encarnado

y el sacerdote, su imagen.

 

Nuestro beso es también un gesto de compromiso: de ayudar a nuestros sacerdotes, principalmente con nuestra oración y con nuestra caridad: rezando, ayudando, animando, ofreciendo una amistad desinteresada.

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Querido pueblo: El Señor ha estado grande con vosotros y habéis de estar alegres.

Un nuevo sacerdote, hijo de  este pueblo acrecienta el número de los siervos de Dios. Dios no dejará de bendeciros a vosotros, a vuestras familias y a sus instituciones.

Dios ha elegido a un hombre de vuestro pueblo para hacer las veces de Cristo en medio de su Iglesia y obrar en su mismo nombre al realizar los sacramentos.

El sacerdote ha de ser varón, porque el Hijo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros. No es una cuestión de machismo, ni de ideología ni nada semejante. Es razón sacramental: así como el agua que limpia significa la gracia del bautismo, y el pan que alimenta se convierte en el Cuerpo de Cristo, así el varón es el que representa a Cristo Buen Pastor en medio de su Iglesia. Y ante aquellos que quieren cambiar la Iglesia, -modernizarla dicen-, y con ella la doctrina y la misma revelación; “la Iglesia no tiene la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, -enseñó S.S. Juan Pablo II- y esta doctrina debe ser considerada como definitiva por todos los fieles."

***

En fin, nuestro beso a las manos del sacerdote es también una oración. Compadecidos como Jesús de la muchedumbre que anda errante como ovejas sin pastor y siendo conscientes de que la mies es mucha y los obreros pocos; pedimos insistentemente:

Señor, danos sacerdotes

Señor, danos santos sacerdotes.

Señor, danos muchos y santos sacerdotes.

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Querido sacerdote de Jesucristo:

Enhorabuena. Ad multos annos! Que la  Virgen Santísima te guarde siempre bajo su amparo y te defienda de todos los peligros de esta vida. Como decía Padre Pío: Ámala y hazla amar. Experimentarás su amor materno que no nos abandona.

Dios, Autor de la Salvación, nos concede la habilidad de trabajar con destreza y cierto arte en las manos para colaborar en su creación y plasmar la belleza. Por la ordenación sacerdotal, él ha tomado tus manos como suyas, para que dibujes y bordes en las almas que te sean encomendadas la imagen perfecta de Jesucristo.

Besamos tus manos con todo afecto y reconocimiento: has sido constituido padre espiritual de las almas. Has renunciado a una familia aquí en la tierra, por ser padre espiritual de tus hermanos en la fe. Tu celibato será fecundo si dócil a la acción del Espíritu Santo dejas a él que obre y realice por ti la santificación de las almas. Sé padre compasivo y misericordioso con todos, ten siempre tus manos abiertas para acoger, animar, llenar de esperanza. Que todos vean en ti, en tu porte, en tu trato, en tus palabras y gestos, en tus obras y en tus sentimientos el reflejo de Dios que nos ama.

***

El rito de besamanos está dentro de la celebración de esta primera santa misa solemne y se hace dentro de la iglesia. No perdamos este sagrado respeto y recogimiento y ya después fuera de la Iglesia tendremos ocasión de felicitar y abrazar al misacantano.

lunes, 6 de mayo de 2024

CORAZÓN DE MARÍA, FORTALEZA DE LOS CRISTIANOS. Homilía

 


Corazón de María, fortaleza de los cristianos, ruega por nosotros

Primer sábado, 4 de mayo de 2024

 

Corazón de María, fortaleza de los cristianos, ruega por nosotros

Llamamos fortaleza a un lugar preparado para defenderse de los ataques de los enemigos, como un castillo, una ciudadela… normalmente en una situación elevada sobre una llanura desde la que se tiene una mirada amplia de todo lo que la rodea. Esta altura hace que la edificación sea inexpugnable, de muy difícil acceso… A veces rodeada de un foso, protegida con muros altos sin agujeros ni brechas…. Quien se encuentra dentro de la fortaleza se siente seguro, amparado, protegido… De hecho, en los vasallajes medievales entre el siervo y el señor, este se comprometía a cambio de los servicios prestados por parte del siervo, a darle cobijo en tiempo de guerra dentro del castillo.  Por tanto, si llega el momento de combatir y resistir porque atacan las fuerzas enemigas, se siente amparados… En la fortaleza tienen defensa, y dentro de ella, lo necesario para poder sobrevivir.

Al hablar de esto en esta ciudad de Toledo, como no recordar la hazaña histórica de nuestros mayores, que refugiados en el Alcázar, bajo el amparo de María Inmaculada,  expusieron su vida y la de sus familias como acto de amor a Dios, a la fe católica, a España, al bien común y a la verdad… aunque ahora quieran cambiar la historia.

En este noble edificio que vemos hoy hermosear sobre la silueta de nuestra ciudad, se ilustra plásticamente la invocación que vamos a meditar en esta tarde: Corazón de María, fortaleza de los cristianos, ruega por nosotros.

¡Y que necesaria se hace esta jaculatoria en estos tiempos nuestros, de flojedad, de titubeos, cobardías, de falta de constancia y perseverancia, de sentimentalismo volátil, de indecisiones, de silencios cómplices incluso cuando está en juego la  misma verdad de la fe y la salvación de las almas!  ¡Cuánto hemos de invocar a María Santísima, como fortaleza nuestra, en medio de tan poca fuerza de voluntad para practicar la virtud, y de tanta facilidad para dejarse llevar por el mundo, por las modas, por la tentación, por el pecado! ¡Cómo no invocar al Corazón de María, fortaleza de los cristianos, cuando el miedo nos aturde el entendimiento, nos paraliza en el bien, nos hace huir en vez de resistir!

Necesitamos acudir a este Corazón Inmaculado, nuestra fortaleza, en esta sociedad española que tiene el número 1 en el consumo de ansiolíticos provocado por el miedo: miedo a no ser suficientes, a no conseguir lo que queremos, a fracasar, a defraudar, a ser rechazados ante un mundo cruel, inhumano, programado y formateado para nuestra destrucción y condenación. ¡Y en cambio, no hay miedo a condenarse, no hay temor de Dios! Viven olvidados de su salvación.

Corazón de María, fortaleza de los cristianos, ruega por nosotros.

Son abundantísimas las citas en la Sagrada Escritura, principalmente en los salmos, donde el hombre ante los peligros, sufrimientos, miedos y el mismo hecho de su ser limitado, confiesa: El Señor es mi fortaleza.

Valgan de ejemplo las siguientes:

Salmo 46, 1-2.- Dios es nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones.Por tanto, no temeremos aunque la tierra sufra cambios, y aunque los montes se deslicen al fondo de los mares;…

Salmo 9, 9.- Será también el SEÑOR baluarte para el oprimido, baluarte en tiempos de angustia.

Salmo 14, 6.- Del consejo del afligido os burlaríais, pero el SEÑOR es su refugio.

Salmo 31, 4.- Me sacarás de la red que en secreto me han tendido; porque tú eres mi refugio.

Salmo 59, 16.- Pero yo cantaré de tu poder; sí, gozoso cantaré por la mañana tu misericordia; porque tú has sido mi baluarte, y un refugio en el día de mi angustia.

Salmo 62, 7.- En Dios descansan mi salvación y mi gloria; la roca de mi fortaleza, mi refugio, está en Dios.

Salmo 62, 8.- Confiad en El en todo tiempo, oh pueblo; derramad vuestro corazón delante de Él; Dios es nuestro refugio.

Salmo 81, 1.- Cantad con gozo a Dios, fortaleza nuestra; aclamad con júbilo al Dios de Jacob.

Salmo 183, 3.- En el día que invoqué, me respondiste; me hiciste valiente con fortaleza en mi alma.

 

Es la confesión del pobre, de la viuda, del enfermo, del perseguido injustamente, del moribundo, del débil, del pueblo atacado por los enemigos…. Es la confesión de los que no cuentan a los ojos de los poderosos, de los ricos, de los fuertes de este mundo….

El Señor es mi refugio, mi alcázar, mi libertador…

Es la experiencia de salvación que guía toda la historia sagrada: Abraham salvado por Dios de una “vida sin sentido” sin tierra ni herederos. Se fía de Dios, confía en él, se refugia y hace de él su fortaleza para dejar su tierra, obedece y espera el cumplimiento de la promesa

Es la experiencia de Moisés, atemorizado ante la misión, por la crueldad del Faraón, por la  incredulidad del mismo pueblo esclavo en Egipto. Se fía de Dios, obedece a la misión, confía en él, se refugia y hace de él su fortaleza para presentarse delante del pueblo y del mismo Faraón y hacer y cumplir la voluntad de Dios…

El mismo pueblo de Israel lo experimentará a lo largo de su historia: un pueblo débil, pequeño; pero Dios es su fortaleza, él le acompaña, lo protege, lo guía, lo defiende…. En cuanto Israel se fía de sí mismo,  de sus fuerzas experimenta el fracaso, la derrota, el abandono de Dios… y nuevamente una y otra vez, en esa situación, Dios lo llama y vuelve a confiar en él, se refugia en él, hace de él su fortaleza y nuevamente es salvado…

¡Cuántas veces se repite esta historia en cada uno de nosotros y en la misma historia de la humanidad! Sabiendo que no podemos solos, nos separamos de Dios, le damos la espalda, confiamos en nosotros mismo, en nuestros medios, técnicas, fuerzas, dineros, habilidades, inteligencia… pero una y otra vez, experimentamos la caída, el fracaso, la impotencia… y entonces tenemos nuevamente que elevar nuestra oración y decir: SEÑOR, Tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío». ¿Quién salvará al hombre de hoy, a nuestro mundo de la guerra, de la esclavitud, de la destrucción, del miedo?

 

Corazón de María, fortaleza de los cristianos, ruega por nosotros.

Pues bien, Dios ha querido –en ese modo de obrar suyo- poner a la Virgen María, su Inmaculado Corazón, como refugio y fortaleza de sus hijos en medio de los trabajos y luchas de esta vida, y principalmente en la lucha contra Satanás. Ella es la mujer escogida por Dios y destinada a derrotar a la serpiente infernal, a Satanás. Ella es la que por su obediencia aplasta la cabeza de la serpiente, restaura la desobediencia de nuestros primeros padres. En ella, vemos la mujer fuerte de la Escritura:

“Aquella que se viste de fuerza y dignidad, | sonríe ante el día de mañana. Abre la boca con sabiduría, su lengua enseña con bondad. Vigila la marcha de su casa, no come su pan de balde. Sus hijos se levantan y la llaman dichosa, su marido proclama su alabanza: «Hay muchas mujeres fuertes, pero tú las ganas a todas». Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura; la que teme al Señor merece alabanza.” (Proverbios 31, 25-30)

María Santísima fue profetizada en aquellas otras mujeres fuertes del antiguo testamento: Sara, María, Rut, Débora Jael, Abigail, Ester y Judit; pero ella la supera a todas.

Dice el Catecismo: Durante toda su vida, y hasta su última prueba (cf. Lc 2,35), cuando Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en el «cumplimiento» de la palabra de Dios. Ella es la mujer fuerte por excelencia.

Fijaos que hermosamente lo dice la venerable María de Jesús de Ágreda, en su obra la Mística Ciudad de Dios: “No tuvo María Santísima movimientos desordenados que reprimir en la irascible con la virtud de la fortaleza; porque en la inocentísima Reina todas las pasiones estaban ordenadas y subordinadas a la razón y ésta a Dios, que la gobernaba en todas las acciones y movimientos; pero tuvo necesidad de esta virtud para oponerse a los impedimentos que el demonio por diversos modos le ponía, para que no consiguiese todo lo que prudentísima, y ordenadamente apetecía para sí y para su Hijo Santísimo. Y en esta valerosa resistencia y conflicto nadie fue más fuerte entre todas las criaturas; porque todas juntas no pudieron llegar a la fortaleza de María nuestra Reina, pues no tuvieron tantas peleas y contradicciones del común enemigo. Pero cuando era necesario usar de esta fortaleza o belicosidad con las criaturas humanas, era tan suave como fuerte o, por mejor decir, era tan fuerte cuanto era suavísima en obrar; porque sola esta divina Señora entre las criaturas pudo copiar en sus obras aquel atributo del Altísimo que en las suyas junta la suavidad con la fortaleza (Sab.,8, 1). Este modo de obrar tuvo nuestra Reina con la fortaleza, sin reconocer su generoso corazón desordenado temor, porque era superior a todo lo criado; ni tampoco fue impávida y audaz sin moderación; ni podía declinar a estos extremos viciosos, porque con suma sabiduría conocía los temores que se debían vencer y la audacia que se debía excusar, y así estaba vestida como única mujer fuerte de fortaleza y hermosura (Prov., 31, 25).”

 

Corazón de María, fortaleza de los cristianos, ruega por nosotros.

De esta fortaleza de la Virgen se ha beneficiado la Iglesia a los largo de los siglos en la batalla espiritual contra el mal y en la ardua tarea de la evangelización… recordemos los principios, aquellos apóstoles y discípulos atemorizados… ¿a quién acuden?  ¿Con quien se refugian? ¿A quién invocan? A la Virgen María, la Madre de Jesús perseverado con ella en la oración… Recordemos a nuestro Apóstol Santiago a los orillas del Ebro desalentado, cansando, aburrido…. y recibe el pilar de aquella Señora, símbolo de ella misma, de la fortaleza de la fe, y de la fortaleza de un pueblo llamado a una gran misión en la historia de la humanidad: evangelizar todo un continente.

La confianza en María como fortaleza y refugio seguro, lo expresan las letanías del Santuario de Loreto llamándola torre de David.

Así lo confiesa San Efrén diciéndole a la Virgen: “Tú eres mi fortaleza y no te desdeñas de combatir por los que en ti confían. Defiéndeme y lucha por mí, que en ti deposito toda mi confianza.”

Así también la invoca san Germán diciéndole: Señora mía, mi refugio, mi vida, mi auxilio, mi defensa, mi fortaleza.

Así, cita san Alfonso María, recurre a ella el devoto Blosio: “María santísima, en esta gran batalla que con el infierno tengo empeñada ayúdame siempre, y cuando veas que me hallo vacilante y próximo a caer, tiéndeme entonces, Señora mía, más pronto tu mano y sostenme con más fuerza”.  Y añade el Santo: “¡Dios mío, cuántas tentaciones tendré que vencer hasta la hora de mi muerte! María, esperanza, refugio y fortaleza mía, no permitas que pierda la gracia de Dios, pues propongo acudir siempre a ti en todas las tentaciones.”

 

Corazón de María, fortaleza de los cristianos, ruega por nosotros.

Jesús dijo a los apóstoles y nos dice a nosotros: “En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: Yo he vencido al mundo” (Jn 16, 33).

En María Santísima, en su Corazón Fuerte e Inmaculado tenemos amparo, protección defensa…

Santa María, Madre de Dios, aumenta en nosotros la virtud de la fortaleza para que en medio de las dificultades que se nos presenten en la búsqueda y práctica del bien, en el trabajo por nuestra santidad, en nuestras empresas humanas y divinas, nos de firmeza en el propósito y constancia ahora y hasta la hora de nuestra muerte.

Santa María, Madre de Dios, haznos resistir al mal y a las tentaciones que continuamente hacen tambalear nuestra vida, como la navecilla en medio de la tormenta, asegurados en que con la tentación, Dios concede la gracia, y él no permite que seamos tentados por encimas de nuestras fuerzas. Santa María, fortaleza nuestra, danos el convencimiento de que nada ni nadie puede separarnos del Amor de Dios, salvo que nosotros cedamos, salvo que nosotros consintamos…

Inmaculado Corazón de María, sé nuestro refugio: en medio de los miedos y temores que experimentamos en la vida cotidiana, incluso ante el temor de la misma muerte y de la condenación, sé nuestro refugio, no nos abandones jamás, haznos sentir tu mano materna que acaricia, abraza, protege…. queremos abandonarnos como el niño en brazos de su madre… Ante nuestros miedos, montra esse matrem. Muestra que eres madre.

Y si llegan pruebas duras, difíciles, grandes… y las persecuciones a causa de la fe y de la verdad, que no nos amedrentemos… que nos acordemos de ti, Madre Dolorosa, en la pasión de tu Hijo que resististe con paciencia de todo singular tan grande afrenta y daño por parte de aquellos que dieron muerte a tu Hijo e Hijo de Dios. Que inflamados en caridad, sepamos perdonar de corazón a los que nos hacen daño y pidamos y trabajemos por su salvación aunque ellos solo busquen darnos muerte.

Inmaculado Corazón de María, lleno del don de fortaleza del Espíritu Santo,  concédenos también este don para dar testimonio audaz y valiente en medio del mundo de la verdad de Jesucristo.

Entonces se cumplirán las palabras del Señor a san Pablo: "Te basta mi gracia, la fuerza se realiza en la debilidad." Y así podré unirme ahora en esta vida y por toda la eternidad a tu cántico de alabanza: 

Proclama mi alma la grandeza del Señor… porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí. Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón. Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. Auxilia a Israel su siervo…

Así podremos confesar ante las naciones: “Mi fuerza y mi poder es el Señor” (Isaías 12).

martes, 27 de septiembre de 2022

ERA LA MAÑANA DEL 20 DE SEPTIEMBRE DE 1918. Homilía de la fiesta de Padr...

ERA LA MAÑANA DEL 20 DE SEPTIEMBRE DEL AÑO 1918

Fiesta de San Pio de Pietrelcina 2022

 

Era la mañana del 20 de septiembre del año 1918. P. Pío había celebrado la santa misa en la iglesia conventual de san Giovanni Rotondo.

Su celebración piadosa, atenta y devota trasmitía sobrenaturalidad. Allí acontecía algo único, excepcional, que llenaba a las almas de paz, de alegría serena, de amor de Dios. Cada gesto, cada palabra del santo, cada rúbrica bien cumplida no dejaba ser un gesto de delicadeza para con el Amor de los amores y una catequesis para los fieles que los transportaba de la tierra al cielo. 

¡Cuántos de nosotros hubiésemos gustado asistir a la celebración de la santa misa celebrada por P. Pío! Pero, ¡no es algo imposible!, porque lo que hacía padre Pío no era una originalidad suya, solamente hacía lo que la iglesia quería, lo que la iglesia celebra en cada santa misa.

En cada altar, independiente de la santidad del sacerdote, por las palabras de la consagración, Jesucristo renueva sacramentalmente su sacrificio redentor, el sacrificio de la cruz. El pan se convierte en su Carne entregada por nosotros. El vino se convierte en su sangre derramada por nosotros para el perdón de los pecados.

 

¡Quién sabe esto, se da cuenta de cada misa es el acto más importante que ocurre sobre la tierra cada día! Porque en ella nos hacemos contemporáneos del Calvario y el Calvario se hace presente ante nosotros, si miramos con los ojos de la fe. Quizás nos parece una exageración, pero como decía p. Pío: “el mundo podría subsistir sin el sol, pero no sin la santa misa.”

Quién sabe esto, el misterio de la santa misa, no sólo se permite faltar un solo domingo y día de precepto, si no que hará todo lo posible por asistir cotidianamente, cada día, al Sacrificio de Cristo que nos obtiene el perdón de los pecados y las gracias necesarias para esta vida y conseguir la vida eterna. 

La santa misa no es una obra humana, no es una broma. Estamos ante el misterio del Dios hecho hombre que se hace presente como fruto de su sacrificio en la cruz bajo las apariencias de pan y vino para ser nuestro alimento y darnos vida eterna. 

“Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a la gente sencilla" San Mateo (11,25-27) Sólo los pequeños, los sencillos, los pobres de espíritu y los humildes son capaces de ver tras un velo tan sencillo como pan y vino, el amor y la misericordia de un Dios que quiere dársenos, ser todo nuestro y para nosotros ser todos de él.

Quién conoce este misterio, no puede asistir a la misa ni tratar las cosas santas, con rutina, frialdad, dejadez. Quién conoce este misterio no puede más que acercarse con temor y temblor, pero con confianza al trono de la gracia. Quién conoce esto necesita ambiente de silencio y oración, recogimiento, solemnidad sobria... Quién conoce esto, necesita adorar, ponerse de rodillas, prosternarse ante la majestad de un Dios que como en Belén se hace tan pequeño y tan vulnerable.

 

Perdonen esta divagación, pero hablar de p. Pío es hablar de su misa, es hablar del santo del sacrificio del altar... Él mismo decía:  “Cada santa misa escuchada con atención y devoción produce en nuestra alma efectos maravillosos, abundantes gracias espirituales y materiales, que ni nosotros mismos conocemos.”

 

 

Era la mañana del 20 de septiembre del año 1918. P. Pío había celebrado la santa misa. Y como era su costumbre subió al coro de la iglesia para la acción de gracias. ¡Cómo nos enseñan con su vida los santos! ¡Se preparan debidamente ante lo que van a celebrar, y celebrados los sagrados misterios prolongan su oración en la acción de gracias! Necesitamos esta lección de los santos, nosotros, hombres de lo inmediato y lo superficial... Necesitamos esta lección y aprender de la Virgen Santísima y de los santos: hemos de guardar en el corazón los misterios de Dios y hemos de meditarlos... Pues no podemos ser santos sin rezar, sin hacer oración... Si comprendiésemos esto y lo pusiésemos en práctica, con la ayuda de Dios, veríamos realmente milagros sorprendentes en nuestras almas: de tibios nos convertiríamos en almas enamoradas, de perezosos en almas diligentes, de quejicosos a ser almas agradecidos, en definitiva, de pecadores en santos… Y, ¿por qué no ocurre esto? Porque rezamos poco, porque rezamos mal. 

Fijaos: ¿Por qué comulgando todos los días no somos más santos? ¿Cómo recibiendo en nosotros al autor de la santidad y de la vida, andamos siempre languideciendo en nuestro ánimo? Porque no nos disponemos bien para recibir la sagrada Comunión, porque no somos suficientemente agradecidos.   

 

Perdonen nuevamente este excursus... pero ¡cómo no hablar de la oración al hablar de aquel que se definió a sí mismo como un pobre fraile que reza! Es más, de p. Pío, podemos decir lo que Tomás de Celano dijo de san Francisco de Asís: Padre Pío no era simplemente un fraile que reza, si no que era “un hombre hecho oración”. Y lo explica así el Papa Benedicto XVI: “el padre Pío se convirtió él mismo en oración, en cuerpo y alma. Sus jornadas eran un rosario vivido, es decir, una continua meditación y asimilación de los misterios de Cristo en unión espiritual con la Virgen María. Así se explica la singular presencia en él de dones sobrenaturales y de sentido práctico humano.”

 

Era la mañana del 20 de septiembre del año 1918. P. Pío había celebrado la santa misa. Y como era su costumbre subió al coro de la iglesia para la acción de gracias. Y allí, - él mismo lo narra-  “repentinamente fui preso de un temblor, luego me llegó la calma y vi a Nuestro Señor en la actitud de quien está en la cruz, lamentándose de la mala correspondencia de los hombres, especialmente de los consagrados a Él que son sus favoritos". En esto, continua el Padre Pío, "se manifestaba que Él sufría y deseaba asociar las almas a su Pasión. Me invitaba a compenetrarme en sus dolores y a meditarlos: y al mismo tiempo ocuparme de la salud de los hermanos. En seguida me sentí lleno de compasión por los dolores del Señor y le pregunté qué podía hacer. Oí esta voz: 'te asocio a mi Pasión'. Y en seguida, desaparecida la visión, he vuelto en mí, en razón, y vi estos signos –estas llagas- de los que salía sangre. No los tenía antes."

 

Desde aquella hora, el padre Pío queda convertido en el santo de los estigmas, en el crucificado sin cruz. Y quizás sea esto, junto con tantos otros dones extraordinarios que recibió p.Pío, lo que más nos llame la atención… pero si vamos al evangelio, a la teología espiritual, todos hemos de identificarnos, transfigurarnos en Cristo, y éste Crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos, pero para nosotros, fuerza y sabiduría de Dios. Es la cruz la que salva el mundo.

Lo que padre Pío experimentó en su cuerpo físicamente taladrado como el Divino Salvador con llagas sangrantes y dolorosas, es lo que cada cristiano estamos llamados a ser: discípulos de Cristo. No simplemente como alguien que escucha, o es seguidor curioso de alguien, sino como aquellos que estamos llamados a una misma vida, a unión total.

Padre Pío, fue tan generoso y perfecto en el seguimiento de Cristo, que hubiera podido decir  con san Pablo: “con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 19).

 

Queridos hermanos: La cruz, todo aquello que nos causa sufrimiento, sea cual sea como le llamemos o del modo que se haga presente forma parte de la vida. Generalmente nosotros nos esforzamos en huir de ella, negarla, quedamos paralizados por el miedo, o en el mejor de los casos la aceptamos porque no queda más remedio. Pero p. Pío como los sencillos a los que Dios se revela comprende el misterio de la cruz y que sin ella, no hay resurrección, no hay gloria. Por eso, pidiendo fuerza al cielo, hemos de abrazar la cruz.

El mismo Padre Pío nos lo dice: No queremos persuadirnos de que nuestra alma necesita el sufrimiento; de que la cruz debe ser nuestro pan de cada día. Igual que el cuerpo necesita alimentarse, así el alma necesita día tras día de la cruz, para purificarse y separarse de las criaturas. No queremos comprender que Dios no quiere, no puede salvarnos ni santificarnos sin la cruz, y que cuanto más atrae a un alma hacia sí, más la purifica por medio de la cruz (P. Pío – Ep. III, p. 123).

Y así, como dice P. Pío a una dirigida suya: Tu predicación –hoy que se nos habla tanto de testimonio- será la inmolación continua de ti misma, el ser en todas partes como una delicada aparición y como la sonrisa de Dios.”

Ante el altar de Dios, por intercesión de P. Pío presento todas vuestras intenciones y necesidades. Que él desde el cielo, nos consiga la bendición de Dios. Que así sea.