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jueves, 31 de enero de 2019
lunes, 28 de enero de 2019
"ME ENCANTA MI HEREDAD". Homilía en la fiesta de santa Paula Romana
Homilía en la fiesta de Santa Paula Romana
Sábado 26 de enero de 2019
Convento de MM Jerónimas de Toledo
“El Señor es el lote de mi heredad y mi copa.”
Estas palabras del salmo 15, que hemos
cantado, expresan el convencimiento del salmista que ha hallado en Dios la
fuente de su alegría, felicidad y salvación.
Este salmo que la liturgia de santa
Paula nos propone es la expresión orante del alma que convencida de la vaciedad
y caducidad de los bienes de este mundo, sabe que sólo Dios permanece y que sólo
en él puede encontrar su felicidad. El
salmista los expresa así: “Los dioses y señores de la tierra no me satisfacen.”
“Sólo Dios basta” dice Santa Teresa en su
poesía y añade el Papa Benedicto XVI: “Sólo él sacia el hambre profunda del
hombre. Quien ha encontrado a Dios, lo ha encontrado todo. Las cosas finitas
pueden dar la apariencia de satisfacción o de alegría, pero sólo lo Infinito
puede llenar el corazón del hombre.”
Porque, queridos hermanos, ¿quién
puede llenar nuestro corazón si no aquel mismo que lo ha creado?
¡No pensemos que la idolatría es cosa
del pasado! El hombre no puede vivir sin Dios, y cuando se olvida, rechaza o
desconoce al Dios verdadero, se fabrica sus propios dioses e ídolos. El hombre
moderno, que se jacta de no creer en Dios, se ha fabricado nuevos dioses, que
son ya viejos: dinero, sensualidad, fama… pero nada de eso le da la felicidad.
El salmista ha llegado a esa
experiencia: “Solo Dios basta”; -como lo han hecho tantas almas santas, como
santa Paula- y por ello detesta y
rechaza a los ídolos de este mundo y también a aquellos que se van tras ellos.
Y por eso su corazón exulta y rebosa y exclama: “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa; mi suerte está en tu mano:
me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad.”
¿Diríamos nosotros lo mismo? ¿Exultaríamos
nosotros exclamando: El Señor es lote de mi heredad y mi copa?
¡Cuántas veces, a pesar de saberlo y
ser conscientes de que “Solo Dios basta”, andamos ansiosos tras las felicidades
falsas, caducas y pasajeras!
¡Cuántas veces ponemos nuestra
felicidad -buscamos nuestra felicidad- en los bienes de este mundo, en la fama
y la gloria mundana, en el placer y la sensualidad!
¡Tantas veces experimentamos lo que
san Pablo dice en la carta a los romanos: “Según el hombre interior, me
complazco en la ley de Dios; pero siento otra ley en mis miembros, que va
luchando contra la ley de mi razón y me va encadenando a la ley del pecado que
está en mis miembros.
¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará
de este cuerpo de muerte? ¡Gracias a Dios, por Jesucristo, Señor nuestro, me
veré libre!”
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa.
Los santos son los hombres y mujeres verdaderamente libres. Libres no
solo de la esclavitud del pecado que encadena y destruye; sino libres de todo
apego desordenado a las realidades creadas, a los bienes materiales o
espirituales. Libres para la tarea del amor pues nada de este mundo les ata e
impide amar a Dios sobre todas las cosas.
El salmista siente esa libertad: Solo
Dios basta, solo Dios es su lote y su heredad y nada quiere saber ya de los
dioses y señores de este mundo.
Santa Paula, a quien tenéis como madre de vuestra vida monástica, llegó
también a esta experiencia de fe.
Nacida de familia noble y acomodada, bautizada en la fe cristiana es
criada y educada entre las comodidades de su tiempo y de su clase social.
Contrae matrimonio y es madre de 5 hijos. Ante todos sus conocidos es ejemplar
en su vida cotidiana. Pero, sin percibirlo como malo, vive apegada a lo mundano.
Enviuda con tan solo 33 años, y es a partir de aquí, de esta experiencia
dolorosa, cuando la vida de Paula cambiará radicalmente.
El trato y amistad con santa Marcela, viuda romana que asombraba a todos
los habitantes de Roma por el rigor de sus penitencias, hizo que santa Paula se
decidiese a llevar una vida dedicada sólo a Dios.
Hay algo maravilloso siempre en la vida de los santos. Y son esos
encuentros providentes entre ellos, que los impulsan hacia la entrega verdadera
al amor. ¡Los santos realizan la mejor
evangelización que es la de la propia santidad que irradian y comunican a los
otros! Una razón más para que recordemos la obligación de ser santos, porque nuestro
mundo de hoy lo necesita. ¡Sí, tenemos un deber de ser santos! No solo por nosotros
sino para que muchos otros lo sean.
Paula se hace todo un programa de vida: come sencillamente, duerme sobre
saco, renuncia a las diversiones y a la vida social, reparte sus bienes entre
los pobres y se aparta de todo aquello que pueda distraerla de Dios.
Y nuevamente otro encuentro providencial: conoce a San Jerónimo en Roma,
al hospedar a san Epifanio de Salamis y a San Paulino de Antioquía. Paula queda
prendada ante el ejemplo de su vida y la profundidad de su enseñanza.
Pero Dios le pedía más, le llamaba a una vocación más alta y ella así lo
sabía.
Paula aprovecha la cercanía de san Jerónimo, asiste a sus enseñanzas, se
deja guiar por este pastor de almas.
Pero el ambiente y la vida en Roma se hace cada vez más
insoportable.
San Jerónimo sufre el ataque de los envidiosos y la calumnia. Decide
abandonar la ciudad y retirarse a Palestina para llevar una vida de penitencia,
oración y estudio.
Paula siente la llamada de seguirle, y como un nuevo Abraham, abandona su
casa, su parentela y se va hacia la Tierra Santa acompañada de su hija santa
Eustoquio y otras mujeres piadosas.
Allí, en Belén, donde el Dios Omnipotente se hizo pequeño, Paula –la
pequeña- comienza a imitar a su Dios. Establece un monasterio llevando una vida
reglada de servicio a Dios. Paula la gran dama de la ciudad de Roma se ha
escondido a los ojos del mundo, para servir sólo a Dios.
Después de haber renunciado a la pomposidad del mundo, después de haber
pasado por el trance doloroso de la muerte de su esposo y de alguna de sus
hijas, después de vender su bienes, y abandonar su patria sin saber muy bien
como saldrá aquella locura –vista así
por los hombres sin fe- puede exclamar desde los más profundo: El Señor
el lote de mi heredad y mi copa. Me ha tocado un lote hermoso me encanta mi
heredad.
Con san Pablo –como hemos escuchado en la segunda lectura- ella misma
puede decir: “Todo
lo que para mí era ganancia lo consideré pérdida comparado con Cristo; más aún,
todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo
Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar
a Cristo y existir en él. No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté
en la meta: yo sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues Cristo Jesús lo obtuvo
para mí.”
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa.
Queridos hermanos: ¿Deseamos nosotros que estas palabras sean
pronunciadas en verdad desde lo más íntimo de nosotros mismos? ¿Queremos que el
Señor sea nuestro lote y nuestra copa?
En la primera lectura tenemos una
enseñanza importante si queremos llegar a esta experiencia de fe. Narra la
vocación de Abrán. Ante la llamada de Dios, una llamada que implica una
renuncia –sal de tu tierra y de la casa de tu padre- pero que conlleva una
bendición incomparable –haré de ti un gran pueblo y te bendeciré-, Abrán
obedece a la palabra de Dios.
Todo somos llamados:
Primero llamados a la vida
Segundo llamados a la fe,
Tercero llamados a vivir nuestra fe en una vocación concreta en el
matrimonio o la vida consagrada.
Cuarta y última: llamados a la vida eterna.
Entre estas llamadas, hay muchas otras que Dios nos hace cada día… a través
de la voz de su Iglesia y sus pastores, a través de su Palabra, a través de las
mociones que el Espíritu Santo hace en cada alma… y ante cada una de estas
llamadas, la respuesta ha de ser la obediencia a Dios, que se expresa en su
Palabra, en sus mandamientos, y para vosotras queridas madres jerónimas en
vuestras reglas y constituciones.
Palabra de Dios que se hace actual y viva por la acción del mismo
Espíritu Santo que la inspiró.
Palabra de Dios dirigida a nosotros cuando se la acoge en la oración y es
escuchada en la fe de la Iglesia.
Palabra de Dios ante la cual no podemos
cerrar el oído. “Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis el corazón.”
–nos hace repetir la Iglesia cada día en el oficio divino.
Palabra de Dios que se hizo carne para hacerse pan en la Eucaristía y ser
nuestro alimento y estar y morar a nuestro lado.
Aquel que es la Palabra del Padre, lejos de resonar a distancia, está
aquí en nuestros sagrarios, vendrá aquí a nuestros altares.
Santa Paula como todos los otros santos, como se nos ponía de manifiesto
ayer en la conversión de san Pablo, llega a la santidad porque se encuentra con
Jesucristo vivo: él es tesoro escondido por el cual se vende todo, Jesucristo
es la perla preciosa por la que vale la pena perderlo todo, incluso la propia
vida como testifican con su sangre los mártires.
Permitidme repetir esa cita del Papa Benedicto XVI en su primera
encíclica Deus Caritas est: “No se comienza a ser cristiano –y por tanto
no comenzamos a ser santos- por una
decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento,
con una Persona y este es Jesucristo. Él da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva.”
El encuentro con Cristo y el trato auténtico con él no puede dejarnos
indiferentes. Si escuchamos su palabra, si los recibimos en los sacramentos
–particularmente en la Eucaristía y la Penitencia-, si tratamos con él en la
oración… nuestra vida no puede ser igual a la de los que no creen, a la de los
que no le conocen. Nuestra vida y con ella todos sus aspectos se orienta a
Jesucristo, se ilumina en Jesucristo, se ve transformada y modelada por
Jesucristo.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa.
Queridos todos:
Quiero en esta tarde decir con todos
vosotros: “el Señor es el lote de mi heredad y mi copa: Me ha tocado un lote
hermoso, me encanta mi heredad.”
Quiero decirlo agradeciendo el
testimonio de los santos, de Santa Paula, su entrega, su valentía, su
generosidad, su amor.
Quiero decir “el Señor es mi lote y mi
heredad” agradeciendo el don de la vida, regalo del amor de Dios y con ella
todo lo que Dios nos ha dado, muy especialmente nuestras familias y amigos, tantísimos
bienes espirituales y materiales.
Quiero decir “me encanta mi heredad” agradeciendo
el don de la fe: que nos abre el entendimiento a lo que ni hubiésemos podido
sospechar, agradeciendo el don de la caridad que nos diviniza, agradeciendo el
don de la esperanza que nos hace capaces de vivir confiados con nuestra mirada
puesta en el cielo.
Queridas Madres Jerónimas de este
monasterio de san Pablo de Toledo, queridos hermanos sacerdotes presentes,
queridos fieles: quiero decir “Me ha tocado un lote hermoso” agradeciendo a
Dios el don de mi vocación y el don de vuestra vocación y entrega: un signo del
amor de Dios que elige a lo que no cuenta y lo que no sirve para que su
Omnipotencia y su gloria resplandezca más grandemente descabalgando a los
soberbios y sabios de este mundo. Todos nosotros podemos hacer nuestras las
palabras de la Virgen Santísima: “El Señor ha hecho en mí maravillas.”
Quiero decir “me encanta, me encanta
mi heredad” agradeciendo a Dios, el habernos hechos sus hijos adoptivos y
concedernos por herencia el cielo.
¡Sí! Es verdad. “Me ha tocado un lote
hermoso, me encanta mi heredad.”
Pido en esta tarde por intercesión de
santa Paula que nos sea concedida la docilidad a la palabra de Dios, la virtud
de la pronta y exacta obediencia, la perseverancia en el bien, la fuerza para
huir de las ocasiones de pecar y ofender a nuestro Señor y sobre todo que se
renueve en nosotros la virtud del amor a Jesucristo.
Así,
como el salmista podremos decir:
“Tengo
siempre presente al Señor,
con
él a mi derecha no vacilaré.
Por
eso se me alegra el corazón,
se
gozan mis entrañas,
y mi
carne descansa serena.
Porque
no me entregarás a la muerte,
ni
dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me
enseñarás el sendero de la vida,
me
saciarás de gozo en tu presencia,
de
alegría perpetua a tu derecha.
Amén.”
domingo, 27 de enero de 2019
LA OBEDIENCIA DE LA FE. San Juan Bautista de la Salle
Sobre la fe que ha de ponerse de manifiesto en la obediencia
PARA EL DOMINGO TERCERO DESPUÉS DE REYES
San Juan Bautista de la Salle
Un centurión que tenía enfermo en su casa a uno de sus criados, rogó a Jesucristo que fuese a ella para curarle, según refiere el evangelio de hoy. Mas, juzgando luego que era innecesario ocasionar a Jesús tal molestia, pues le bastaba ordenar al siervo que sanase, salió inmediatamente él mismo al encuentro del Salvador para manifestarle que, a su juicio, bastaba una sola palabra dicha por Él, para curar al enfermo. Admirado Jesús por la fe del centurión, exclamó: ¡No he hallado fe tan grande en todo Israel! (1).
Este centurión nos pone de manifiesto cuán excelente es la obediencia, si va animada y sostenida por la fe. Efectivamente, aquellos que obedecen a su superior con la mira de que, al hacerlo obedecen a Dios, enaltecen de tal modo la obediencia que, gracias a ese motivo de fe, se convierte en acto de religión, de los más eminentes que puedan practicarse en este mundo; porque se ordena directamente a Dios, oculto tras los velos de un hombre débil y mortal, pero investido de la autoridad divina.
Un acto así fue el producido por este centurión; pues no percibiendo en Jesucristo más que las apariencias de un hombre como los otros; estaba íntimamente persuadido de que para obrar milagros tales como la curación de su sirviente, tenía la misma autoridad que Dios y, por tanto, que era Dios.
¿Obedecéis vosotros con ese convencimiento y con intención tan pura y sencilla? ¿Obedecéis a Dios, escondido tras la figura de un hombre que no puede mandaros sino en virtud del poder de Dios que en él reside? ¿Es esa mira de fe la razón única que os mueve a someteros pronta y ciegamente? ¡Ese es el solo motivo capaz de conseguir que vuestra obediencia se vea libre de toda humana consideración!
Dice a Jesús el centurión: Una sola de tus palabras basta para que cure mi siervo. Y lo demuestra con el ejemplo de cuanto le ocurre a él con los soldados de su compañía: es suficiente que les diga una palabra, para ser inmediatamente obedecido. De donde se ha de colegir que, si debido a meras consideraciones humanas, hay hombres que se someten a otro hombre, por tenerle como su mayor; con cuánto más motivo los que se han consagrado a Dios y deben obrar sólo movidos de su espíritu, están obligados a hacer al punto todo cuanto les ordenen sus superiores, sin otra consideración que es a Dios a quien exclusivamente se dirigen cuando acuden a ellos, por estar persuadidos de que es Dios quien los manda por su medio.
¿Os basta una palabra o seña de vuestro superior para determinaros a omitirlo o ejecutarlo todo al instante, por el único motivo de que esa palabra es palabra de Dios y aquella seña señal de Dios?
Esa sencilla mirada de fe hace que quien obedece se eleve sobre sí mismo para no ver más que a Dios, allí donde, a menudo, Dios no aparece; y para despojarse de todos los sentimientos que la naturaleza pudiera sugerirle.
Renovad de cuando en cuando dentro de vosotros esa consideración de fe respecto a la obediencia; y, para penetraros mejor de ella, adorad frecuentemente a Dios en quienes os mandan.
Estaba muy en lo cierto el centurión; pues, tan pronto como creyó que podía Jesús, con una sola palabra, curar a su sirviente, éste quedó efectivamente sano; y tal gracia fue el premio a la excelencia y ardor de su fe.
Lo mismo ocurre al hombre que sinceramente obedece, animado de fe viva: basta, de igual modo, una palabra del superior para que se operen en él estupendos milagros, y se realicen en su persona los más sorprendentes efectos de la gracia.
La obediencia así practicada hace que, quien obedece, no replique cosa alguna al que le manda, ni halle dificultad en ejecutar sus órdenes. Y, aun cuando el cumplimiento del mandato resulte difícil, el amor con que el súbdito se sujeta, le mueve a acatarlo, y le ayuda a ponerlo todo por obra gustosamente.
Además, por este medio, adquiere sencillez de niño, que no acierta a discernir ni razonar, porque la llaneza con que obedece hace que su espíritu, iluminado con la luz que le viene de su directa mirada a Dios, ahogue en sí todos los demás miramientos y todas las razones humanas.
¿Obedecéis así vosotros? ¿No alegáis razonamientos para excusaros de ejecutar lo que se os manda? Si no lo manifestáis al exterior y de palabra, ¿no se complace frecuentemente, acaso, vuestro espíritu revolviendo dentro de sí argumentos que le parecen buenos, y que considera mejores y más pertinentes que lo dicho por el superior?
Tened entendido que no ha de obedecerse por razón, sino por gracia y con sencilla intención de fe; y que, si alguno al obedecer, se deja guiar por la razón, obra a lo humano y no como discípulo dócil a la voz de Jesucristo, que debe proceder en todo por espíritu de fe.
Este centurión nos pone de manifiesto cuán excelente es la obediencia, si va animada y sostenida por la fe. Efectivamente, aquellos que obedecen a su superior con la mira de que, al hacerlo obedecen a Dios, enaltecen de tal modo la obediencia que, gracias a ese motivo de fe, se convierte en acto de religión, de los más eminentes que puedan practicarse en este mundo; porque se ordena directamente a Dios, oculto tras los velos de un hombre débil y mortal, pero investido de la autoridad divina.
Un acto así fue el producido por este centurión; pues no percibiendo en Jesucristo más que las apariencias de un hombre como los otros; estaba íntimamente persuadido de que para obrar milagros tales como la curación de su sirviente, tenía la misma autoridad que Dios y, por tanto, que era Dios.
¿Obedecéis vosotros con ese convencimiento y con intención tan pura y sencilla? ¿Obedecéis a Dios, escondido tras la figura de un hombre que no puede mandaros sino en virtud del poder de Dios que en él reside? ¿Es esa mira de fe la razón única que os mueve a someteros pronta y ciegamente? ¡Ese es el solo motivo capaz de conseguir que vuestra obediencia se vea libre de toda humana consideración!
Dice a Jesús el centurión: Una sola de tus palabras basta para que cure mi siervo. Y lo demuestra con el ejemplo de cuanto le ocurre a él con los soldados de su compañía: es suficiente que les diga una palabra, para ser inmediatamente obedecido. De donde se ha de colegir que, si debido a meras consideraciones humanas, hay hombres que se someten a otro hombre, por tenerle como su mayor; con cuánto más motivo los que se han consagrado a Dios y deben obrar sólo movidos de su espíritu, están obligados a hacer al punto todo cuanto les ordenen sus superiores, sin otra consideración que es a Dios a quien exclusivamente se dirigen cuando acuden a ellos, por estar persuadidos de que es Dios quien los manda por su medio.
¿Os basta una palabra o seña de vuestro superior para determinaros a omitirlo o ejecutarlo todo al instante, por el único motivo de que esa palabra es palabra de Dios y aquella seña señal de Dios?
Esa sencilla mirada de fe hace que quien obedece se eleve sobre sí mismo para no ver más que a Dios, allí donde, a menudo, Dios no aparece; y para despojarse de todos los sentimientos que la naturaleza pudiera sugerirle.
Renovad de cuando en cuando dentro de vosotros esa consideración de fe respecto a la obediencia; y, para penetraros mejor de ella, adorad frecuentemente a Dios en quienes os mandan.
Estaba muy en lo cierto el centurión; pues, tan pronto como creyó que podía Jesús, con una sola palabra, curar a su sirviente, éste quedó efectivamente sano; y tal gracia fue el premio a la excelencia y ardor de su fe.
Lo mismo ocurre al hombre que sinceramente obedece, animado de fe viva: basta, de igual modo, una palabra del superior para que se operen en él estupendos milagros, y se realicen en su persona los más sorprendentes efectos de la gracia.
La obediencia así practicada hace que, quien obedece, no replique cosa alguna al que le manda, ni halle dificultad en ejecutar sus órdenes. Y, aun cuando el cumplimiento del mandato resulte difícil, el amor con que el súbdito se sujeta, le mueve a acatarlo, y le ayuda a ponerlo todo por obra gustosamente.
Además, por este medio, adquiere sencillez de niño, que no acierta a discernir ni razonar, porque la llaneza con que obedece hace que su espíritu, iluminado con la luz que le viene de su directa mirada a Dios, ahogue en sí todos los demás miramientos y todas las razones humanas.
¿Obedecéis así vosotros? ¿No alegáis razonamientos para excusaros de ejecutar lo que se os manda? Si no lo manifestáis al exterior y de palabra, ¿no se complace frecuentemente, acaso, vuestro espíritu revolviendo dentro de sí argumentos que le parecen buenos, y que considera mejores y más pertinentes que lo dicho por el superior?
Tened entendido que no ha de obedecerse por razón, sino por gracia y con sencilla intención de fe; y que, si alguno al obedecer, se deja guiar por la razón, obra a lo humano y no como discípulo dócil a la voz de Jesucristo, que debe proceder en todo por espíritu de fe.
EVANGELIO DEL DOMINGO: SEÑOR; NO SOY DIGNO DE QUE ENTRES EN MI CASA
III DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
En
aquel tiempo: Habiendo bajado Jesús del monte, siguióle mucho gentío; y
viniendo un leproso, se prosternó ante él, diciendo: Señor, si quieres,
puedes limpiarme. Extendió Jesús la mano y le tocó, diciendo: Quiero,
queda limpio. Y al instante quedó limpio de su lepra. Y le dijo Jesús:
Mira que a nadie lo cuentes; pero ve, muéstrate al sacerdote y ofrece la
ofrenda que mandó Moisés para que les sirva a ellos de testimonio. Y
habiendo entrado en Cafarnaúm, llegóse a él un centurión que le rogó
diciendo: Señor, tengo un criado en casa, paralítico, y sufre mucho. A
lo que respondió Jesús: Yo iré y le curaré. Y replicó el centurión:
Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo; mas di una sola
palabra, y curará mi siervo. Pues yo soy un hombre que, aunque bajo la
potestad de otro, como tengo soldados a mi mando, digo al uno: Vete, y
va: y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace. AI
oírle Jesús, quedóse admirado, y dijo a los que le seguían: En verdad os
digo, no he hallado tanta fe en Israel, Pues también os digo: Vendrán
muchos de Oriente y de Occidente, y se pondrán con Abraham, Isaac y
Jacob en el reino de los cielos; pero los hijos del reino serán
arrojados a las tinieblas del exterior, donde habrá llanto y rechinar de
dientes. Y dijo al centurión: Vete, y sucédate como has creído. Y sanó
el siervo en aquella hora.
Mt 8, 1-13
COMENTARIOS AL EVANGELIO
jueves, 24 de enero de 2019
domingo, 20 de enero de 2019
LA EXACTA Y CABAL OBEDIENCIA. San Juan Bautista de la Salle
De la exactitud en la obediencia
PARA EL DOMINGO SEGUNDO DESPUÉS DE REYES
San Juan Bautista de la Salle
El evangelio de este día refiere que fue Jesucristo convidado a unas bodas con María su madre y con sus discípulos; y, como viniese a faltar el vino, convirtió Jesús en vino el agua, a ruegos de la Virgen María su madre, la cual había dicho antes a los sirvientes: Haced cuanto mi Hijo os dijere (1).
Sabía Ella bien que, para conseguir el milagro, la mejor disposición que pudieran aportar de su parte los servidores, era la completa sumisión a las órdenes de Jesucristo.
Éste es también el medio seguro de que nosotros podemos servirnos para conseguir gracia tan abundante, que opere en nosotros prodigios y, en cierto modo, milagros que nos hagan triunfar de nosotros mismos. Lo cual mueve a decir al Sabio que el hombre obediente cantará victoria (2). Para que la obediencia produzca su efecto ha de ser exacta. Y, primeramente, en cuanto a lo mandado; de modo que quien obedece esté pronto a ejecutar lo que se le ordena, sin mostrar preferencia de una cosa sobre la otra.
A fin de conseguirlo, es menester luchar resueltamente para morir a sí mismo; porque es muy difícil no dejar traslucir que con más gusto se haría esto que aquello. En lo cual hay que conseguir vencerse, hasta el punto de ahogar en tal forma las repugnancias, que quien manda no pueda descubrir, ni en lo posible adivinar, lo que complace o desagrada al que obedece.
¿Puede decirse que, en lo exterior y en lo interior, permanecéis vosotros del todo indiferentes a cuanto se os manda o se os pueda mandar? ¿Sois fieles y exactos en cumplir punto por punto las órdenes de vuestros superiores? La señal más segura que de ello podéis dar es no pedirles ni rehusarles cosa alguna.
Nota a continuación el evangelio que, dirigiéndose Jesucristo a los sirvientes, les ordenó " llenasen de agua seis hidrias que allí había, destinadas a las purificaciones de los judíos; y que ellos, inmediatamente, las llenaron todas hasta arriba ".
El término " hasta arriba " nos muestra que el verdadero obediente, no sólo ejecuta lo mandado, sino que su exactitud en obedecer se extiende, además, al modo como se le ordenó que lo ejecutara.
Los sirvientes hubieran podido creer que obedecían al Señor con llenar más o menos aquellas tinajas; mas esto no les pareció suficiente, porque deseaban realizar con exactitud lo mandado, no sólo en lo tocante al objeto, sino también en cuanto al modo de cumplirlo. Por eso llenaron las vasijas " hasta arriba ": como deseaban obedecer con puntualidad, tomaron la palabra llenad en toda su extensión.
Así debéis proceder también vosotros cuando los superiores os ordenan algo: no podéis contentaros con ejecutar lo que se os mande; tenéis que hacerlo del modo que se os ordena. Se os indica, por ejemplo, que realicéis tal labor utilizando determinado instrumento; si lo hacéis con otro por pareceros más cómodo, verbigracia, si en vez de acudir a la " señal " en vuestro empleo, os servís de la palabra, creyendo que esto será más fácil, obedecéis bien cuanto al acto, pero no en cuanto al modo; y eso no cuadra bien al religioso que obedece con perfección.
Vivid sobre aviso, pues, en lo venidero, para velar sobre vosotros y no hacer las cosas de otra manera que como se os manden, si queréis obedecer con exactitud.
En relación con la exactitud de la obediencia se ha de tener también presente el tiempo. Para obedecer bien, debe cumplirse lo mandado, no antes ni después, sino en el momento prescrito; pues la exactitud en el tiempo es tan necesaria para que la obediencia sea perfecta como lo son ejecutar lo mandado y hacerlo de la manera indicada.
Eso nos enseñan con su proceder, tanto Jesucristo como los que servían en el festín de aquellas bodas. Jesucristo manifestó, efectivamente, en este paso del Evangelio que no quería obrar el milagro, antes de que llegara el tiempo que su Padre había señalado, cuando dijo a la Virgen María su madre: Mi hora, esto es, la hora de operar dicho milagro, no ha llegado aún.
Por su parte, los sirvientes llenaron las tinajas tan pronto como Jesucristo se lo ordenó; y al instante mismo en que el Señor se lo dijo, sacaron igualmente el agua convertida en vino para llevarla al maestresala, con el fin de que la probase.
Mostrad exactitud parecida vosotros cuando algo se os mande, pues Dios quiere que realicéis lo mandado en el tiempo preciso, y no en otro a vuestra elección.
Si tocáis, por ejemplo, con retraso para algún acto de comunidad, o llegáis a él cuando ha dado ya principio, o bien os levantáis más de mañana que lo dispuesto, no practicáis en estos casos exactamente la obediencia; porque no ejecutáis lo ordenado precisamente en la hora señalada y, en consecuencia, no seréis reputados como verdaderos obedientes, pues la circunstancia del tiempo forma parte de la exacta y cabal obediencia.
El evangelio de este día refiere que fue Jesucristo convidado a unas bodas con María su madre y con sus discípulos; y, como viniese a faltar el vino, convirtió Jesús en vino el agua, a ruegos de la Virgen María su madre, la cual había dicho antes a los sirvientes: Haced cuanto mi Hijo os dijere (1).
Sabía Ella bien que, para conseguir el milagro, la mejor disposición que pudieran aportar de su parte los servidores, era la completa sumisión a las órdenes de Jesucristo.
Éste es también el medio seguro de que nosotros podemos servirnos para conseguir gracia tan abundante, que opere en nosotros prodigios y, en cierto modo, milagros que nos hagan triunfar de nosotros mismos. Lo cual mueve a decir al Sabio que el hombre obediente cantará victoria (2). Para que la obediencia produzca su efecto ha de ser exacta. Y, primeramente, en cuanto a lo mandado; de modo que quien obedece esté pronto a ejecutar lo que se le ordena, sin mostrar preferencia de una cosa sobre la otra.
A fin de conseguirlo, es menester luchar resueltamente para morir a sí mismo; porque es muy difícil no dejar traslucir que con más gusto se haría esto que aquello. En lo cual hay que conseguir vencerse, hasta el punto de ahogar en tal forma las repugnancias, que quien manda no pueda descubrir, ni en lo posible adivinar, lo que complace o desagrada al que obedece.
¿Puede decirse que, en lo exterior y en lo interior, permanecéis vosotros del todo indiferentes a cuanto se os manda o se os pueda mandar? ¿Sois fieles y exactos en cumplir punto por punto las órdenes de vuestros superiores? La señal más segura que de ello podéis dar es no pedirles ni rehusarles cosa alguna.
Nota a continuación el evangelio que, dirigiéndose Jesucristo a los sirvientes, les ordenó " llenasen de agua seis hidrias que allí había, destinadas a las purificaciones de los judíos; y que ellos, inmediatamente, las llenaron todas hasta arriba ".
El término " hasta arriba " nos muestra que el verdadero obediente, no sólo ejecuta lo mandado, sino que su exactitud en obedecer se extiende, además, al modo como se le ordenó que lo ejecutara.
Los sirvientes hubieran podido creer que obedecían al Señor con llenar más o menos aquellas tinajas; mas esto no les pareció suficiente, porque deseaban realizar con exactitud lo mandado, no sólo en lo tocante al objeto, sino también en cuanto al modo de cumplirlo. Por eso llenaron las vasijas " hasta arriba ": como deseaban obedecer con puntualidad, tomaron la palabra llenad en toda su extensión.
Así debéis proceder también vosotros cuando los superiores os ordenan algo: no podéis contentaros con ejecutar lo que se os mande; tenéis que hacerlo del modo que se os ordena. Se os indica, por ejemplo, que realicéis tal labor utilizando determinado instrumento; si lo hacéis con otro por pareceros más cómodo, verbigracia, si en vez de acudir a la " señal " en vuestro empleo, os servís de la palabra, creyendo que esto será más fácil, obedecéis bien cuanto al acto, pero no en cuanto al modo; y eso no cuadra bien al religioso que obedece con perfección.
Vivid sobre aviso, pues, en lo venidero, para velar sobre vosotros y no hacer las cosas de otra manera que como se os manden, si queréis obedecer con exactitud.
En relación con la exactitud de la obediencia se ha de tener también presente el tiempo. Para obedecer bien, debe cumplirse lo mandado, no antes ni después, sino en el momento prescrito; pues la exactitud en el tiempo es tan necesaria para que la obediencia sea perfecta como lo son ejecutar lo mandado y hacerlo de la manera indicada.
Eso nos enseñan con su proceder, tanto Jesucristo como los que servían en el festín de aquellas bodas. Jesucristo manifestó, efectivamente, en este paso del Evangelio que no quería obrar el milagro, antes de que llegara el tiempo que su Padre había señalado, cuando dijo a la Virgen María su madre: Mi hora, esto es, la hora de operar dicho milagro, no ha llegado aún.
Por su parte, los sirvientes llenaron las tinajas tan pronto como Jesucristo se lo ordenó; y al instante mismo en que el Señor se lo dijo, sacaron igualmente el agua convertida en vino para llevarla al maestresala, con el fin de que la probase.
Mostrad exactitud parecida vosotros cuando algo se os mande, pues Dios quiere que realicéis lo mandado en el tiempo preciso, y no en otro a vuestra elección.
Si tocáis, por ejemplo, con retraso para algún acto de comunidad, o llegáis a él cuando ha dado ya principio, o bien os levantáis más de mañana que lo dispuesto, no practicáis en estos casos exactamente la obediencia; porque no ejecutáis lo ordenado precisamente en la hora señalada y, en consecuencia, no seréis reputados como verdaderos obedientes, pues la circunstancia del tiempo forma parte de la exacta y cabal obediencia.
EVANGELIO DEL DOMINGO: ESTE FUE EL PRIMER SIGNO QUE HIZO JESÚS EN CANÁ DE GALILEA Y MANIFESTÓ SU GLORIA
II DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
En aquel tiempo celebráronse unas bodas en Caná de Galilea y estaba la
madre de Jesús allí. Fue convidado también Jesús con sus discípulos a
las bodas. Y llegando a faltar vino, la madre de Jesús le dice: No
tienen vino. Respondióle Jesús: Mujer, ¿qué nos va a ti y a mí? Aún no
ha llegado mi hora. Mas su madre dijo a los que servían: Haced cuanto él
os dijere. Había allí seis cántaros de piedra destinados a las
purificaciones judaicas, en cada uno de los cuales cabían dos o tres
metretas. Y les dijo Jesús: Llenad de agua los cántaros. Y los llenaron
hasta el borde. Y les dijo Jesús: Sacad ahora y llevad al maestresala. Y
así lo hicieron. Y luego que gustó el maestresala el agua hecha vino,
como no sabía de dónde era (aunque los sirvientes lo sabían, porque
habían sacado el agua), llamó al esposo y le dijo: Todos suelen servir
al principio el buen vino, y cuando ya han bebido bien los convidados,
entonces sacan el más flojo; pero tú has reservado el bueno hasta ahora.
Éste fue el primer milagro que hizo Jesús en Caná de Galilea y
manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos.
COMENTARIO AL EVANGELIO
Homilía de maitines. San Agustín: JESUCRISTO, EL ESPOSO HA RESERVADO PARA AHORA EL BUEN VINO
Benedicto XVI JESÚS SE REVELA EL ESPOSO MESIÁNICO
domingo, 13 de enero de 2019
LA NECESIDAD DE LA OBEDIENCIA. San Juan Bautista de la Salle
FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA
I domingo después de Epifanía
Sobre la necesidad de la obediencia
San Juan Bautista de la Salle
Refiérese en el evangelio de hoy que a san José y la Virgen María fueron a Jerusalén con Jesús, cuando Éste tenía doce años, para celebrar la fiesta de Pascua. Al regreso, después de transcurridos los días de la fiesta, como Jesús se quedara en Jerusalén, sus padres desanduvieron el camino para ir en su busca y, luego de hallarle entre los doctores, le llevaron consigo a Nazaret, donde les estaba sujeto ", según dice san Lucas (1).
Eso es cuanto el Evangelio nos revela sobre la estancia de Jesús en Nazaret, hasta que salió de allí para anunciar el Reino de Dios. ¡Lección admirable para todos los que tienen cargo de instruir a otros en las verdades cristianas!
Jesucristo se dispuso por la sujeción y la obediencia a realizar la magna empresa de redimir a los hombres y convertir las almas; porque sabía que nada puede conseguirlo de modo tan útil y seguro como el prepararse a ello ejercitándose durante mucho tiempo en la vida humilde y sumisa.
Este es el motivo de que en la primitiva Iglesia, sobre todo en Oriente, se escogiera de ordinario para obispos a quienes habían vivido durante mucho tiempo sujetos a la obediencia.
Vosotros, llamados por Dios a un empleo que os compromete a trabajar en la salvación de las almas, debéis prepararos a ejercerlo con la práctica prolongada de esta virtud, a fin de haceros dignos de tan santo empleo y de estar en condiciones de producir en él copiosos frutos. Cuanto mejor correspondáis a la gracia de Jesucristo, el cual os quiere tan perfectos en la virtud de la obediencia; tanto más bendecirá Dios vuestros trabajos; porque quien obedece a los superiores, a Dios mismo obedece.
Otro de los motivos que han de moveros a obedecer puntualmente, es que el primer fin que todos hubimos de proponernos al venir a esta casa fue obedecer a quienes la dirigen; pues, como dice muy bien san Buenaventura, la obediencia es fundamento de las comunidades; si ésta les falta, verán pronto la ruina. Y santa Teresa enseña también de modo excelente que ninguna comunidad puede persistir sin la obediencia, y ni siquiera nombre de comunidad merecería si tal virtud no se observase en ella, aun cuando se practicaran de modo eminente todas las demás.
Ocurriría lo referido por Casiano de aquellos cenobitas que, por vivir sin obediencia, constituían, a juicio de los antiguos padres del desierto, más bien un monstruo que un cuerpo de comunidad.
La práctica de la obediencia fue también lo primero que enseñó el ángel al abad Postumio, al manifestarle, de parte de Dios, que la primera regla para cuantos han de vivir en común es obedecer a quienes han sido propuestos para dirigirlos.
La mera razón pone también de manifiesto la necesidad de obedecer que hay en toda sociedad religiosa; pues la obediencia es la virtud que establece el orden y la unión, la paz y tranquilidad entre quienes la componen. Efectivamente, si esa virtud falta, si cada uno obra a su antojo, no pueden tardar en introducirse la turbación, el desorden y desconcierto, que lo revolverán todo de arriba abajo; pues " toda casa donde haya división será destruida " (2), dice san Marcos (*).
Ya que la obediencia es la más necesaria de las virtudes que deben practicarse en toda comunidad; sea ella objeto de vuestra particular aplicación. Sin obediencia no podríamos permanecer por mucho tiempo en nuestro estado.
Según enseña santo Tomás, a cada estado le corresponde su gracia particular, que le es específica y, por consiguiente, necesaria a quienes lo han abrazado para santificarse y salvarse. Esta gracia es la gracia de la obediencia para cada uno de vosotros; porque la obediencia ha de constituir el carácter propio de las personas que viven en comunidad; es lo que debe distinguirlas de quienes viven en el siglo y conservan el uso de su albedrío.
Por eso dice san Lorenzo Justiniano que quien aspire a formar parte de alguna sociedad religiosa, debe ante todo empezar por despojarse de la propia voluntad. San Bernardo, para dar a entender que tal despojo es lo que santifica, manifiesta que así viene significado por estas palabras que Jesucristo propone en el Evangelio como primer medio de perfección: Renúnciate a ti mismo (3).
Y san Vicente Ferrer afirma que Jesucristo no dará nunca su gracia a quien se niegue, en la religión, a dejarse conducir por sus superiores.
Supuesto, pues, que nadie puede salvarse sin la peculiar gracia de su estado, y que esta gracia para quienes viven en comunidad es la obediencia; los religiosos han de poner todo su empeño en poseer dicha virtud con la mayor perfección que les fuere posible.
Es verdad que vosotros, para cumplir las obligaciones inherentes al empleo exterior que desempeñáis, debéis ejercitaros también en otras virtudes; pero tened por seguro que no satisfaréis jamás cumplidamente aquellas obligaciones, si no poseéis a la perfección la virtud de la obediencia.
Por tanto, considerad como dichas para vosotros las siguientes palabras del papa san Gregorio en sus Diálogos: " La primera y principal virtud de que habéis de hacer profesión es la obediencia, porque será en vosotros el manantial de todas las otras virtudes y de vuestra santificación ".
Refiérese en el evangelio de hoy que a san José y la Virgen María fueron a Jerusalén con Jesús, cuando Éste tenía doce años, para celebrar la fiesta de Pascua. Al regreso, después de transcurridos los días de la fiesta, como Jesús se quedara en Jerusalén, sus padres desanduvieron el camino para ir en su busca y, luego de hallarle entre los doctores, le llevaron consigo a Nazaret, donde les estaba sujeto ", según dice san Lucas (1).
Eso es cuanto el Evangelio nos revela sobre la estancia de Jesús en Nazaret, hasta que salió de allí para anunciar el Reino de Dios. ¡Lección admirable para todos los que tienen cargo de instruir a otros en las verdades cristianas!
Jesucristo se dispuso por la sujeción y la obediencia a realizar la magna empresa de redimir a los hombres y convertir las almas; porque sabía que nada puede conseguirlo de modo tan útil y seguro como el prepararse a ello ejercitándose durante mucho tiempo en la vida humilde y sumisa.
Este es el motivo de que en la primitiva Iglesia, sobre todo en Oriente, se escogiera de ordinario para obispos a quienes habían vivido durante mucho tiempo sujetos a la obediencia.
Vosotros, llamados por Dios a un empleo que os compromete a trabajar en la salvación de las almas, debéis prepararos a ejercerlo con la práctica prolongada de esta virtud, a fin de haceros dignos de tan santo empleo y de estar en condiciones de producir en él copiosos frutos. Cuanto mejor correspondáis a la gracia de Jesucristo, el cual os quiere tan perfectos en la virtud de la obediencia; tanto más bendecirá Dios vuestros trabajos; porque quien obedece a los superiores, a Dios mismo obedece.
Otro de los motivos que han de moveros a obedecer puntualmente, es que el primer fin que todos hubimos de proponernos al venir a esta casa fue obedecer a quienes la dirigen; pues, como dice muy bien san Buenaventura, la obediencia es fundamento de las comunidades; si ésta les falta, verán pronto la ruina. Y santa Teresa enseña también de modo excelente que ninguna comunidad puede persistir sin la obediencia, y ni siquiera nombre de comunidad merecería si tal virtud no se observase en ella, aun cuando se practicaran de modo eminente todas las demás.
Ocurriría lo referido por Casiano de aquellos cenobitas que, por vivir sin obediencia, constituían, a juicio de los antiguos padres del desierto, más bien un monstruo que un cuerpo de comunidad.
La práctica de la obediencia fue también lo primero que enseñó el ángel al abad Postumio, al manifestarle, de parte de Dios, que la primera regla para cuantos han de vivir en común es obedecer a quienes han sido propuestos para dirigirlos.
La mera razón pone también de manifiesto la necesidad de obedecer que hay en toda sociedad religiosa; pues la obediencia es la virtud que establece el orden y la unión, la paz y tranquilidad entre quienes la componen. Efectivamente, si esa virtud falta, si cada uno obra a su antojo, no pueden tardar en introducirse la turbación, el desorden y desconcierto, que lo revolverán todo de arriba abajo; pues " toda casa donde haya división será destruida " (2), dice san Marcos (*).
Ya que la obediencia es la más necesaria de las virtudes que deben practicarse en toda comunidad; sea ella objeto de vuestra particular aplicación. Sin obediencia no podríamos permanecer por mucho tiempo en nuestro estado.
Según enseña santo Tomás, a cada estado le corresponde su gracia particular, que le es específica y, por consiguiente, necesaria a quienes lo han abrazado para santificarse y salvarse. Esta gracia es la gracia de la obediencia para cada uno de vosotros; porque la obediencia ha de constituir el carácter propio de las personas que viven en comunidad; es lo que debe distinguirlas de quienes viven en el siglo y conservan el uso de su albedrío.
Por eso dice san Lorenzo Justiniano que quien aspire a formar parte de alguna sociedad religiosa, debe ante todo empezar por despojarse de la propia voluntad. San Bernardo, para dar a entender que tal despojo es lo que santifica, manifiesta que así viene significado por estas palabras que Jesucristo propone en el Evangelio como primer medio de perfección: Renúnciate a ti mismo (3).
Y san Vicente Ferrer afirma que Jesucristo no dará nunca su gracia a quien se niegue, en la religión, a dejarse conducir por sus superiores.
Supuesto, pues, que nadie puede salvarse sin la peculiar gracia de su estado, y que esta gracia para quienes viven en comunidad es la obediencia; los religiosos han de poner todo su empeño en poseer dicha virtud con la mayor perfección que les fuere posible.
Es verdad que vosotros, para cumplir las obligaciones inherentes al empleo exterior que desempeñáis, debéis ejercitaros también en otras virtudes; pero tened por seguro que no satisfaréis jamás cumplidamente aquellas obligaciones, si no poseéis a la perfección la virtud de la obediencia.
Por tanto, considerad como dichas para vosotros las siguientes palabras del papa san Gregorio en sus Diálogos: " La primera y principal virtud de que habéis de hacer profesión es la obediencia, porque será en vosotros el manantial de todas las otras virtudes y de vuestra santificación ".
EVANGELIO DEL DOMINGO: ¿NO SABÍAIS QUE DEBO OCUPARME DE LAS COSAS DE MI PADRE?
FIESTA
DE LA SAGRADA FAMILIA
Forma
Extraordinaria del Rito Romano
Cuando
cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño
Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo
que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día y se pusieron a buscarlo
entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén
buscándolo. Y sucedió que, a los tres días, lo encontraron en el templo,
sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos
los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba.
Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: «Hijo, ¿por qué nos has
tratado así? Tu padre y yo te buscábamos angustiados». Él les contestó: «¿Por
qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?».
Pero ellos no comprendieron lo que les dijo. Él bajó con ellos y fue a Nazaret
y estaba sujeto a ellos. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús
iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los
hombres.
Lucas 2, 42-52
COMENTARIO AL EVANGELIO
Homilía de maitines DIOS SE HUMILLA Y TU TE EXALTAS
domingo, 6 de enero de 2019
HONRAD A LOS POBRES A EJEMPLO DE LOS MAGOS. San Juan Bautista de la Salle
PARA EL DIA DE LA FIESTA DE LA ADORACION DE LOS REYES
(6
de enero)
San Juan Bautista de la Salle
Nunca
nos cansaremos de admirar la fe de los santos Magos; pues no se halló en Israel
fe que se parezca a la de estos admirables gentiles, según dice san Bernardo.
Descubren
una estrella nueva y extraordinaria y, a su sola vista, parten de una región
remota en busca de Aquel que, ni ellos conocen ni es conocido siquiera en su
propio país.
Alumbrados
por su luz y, más aún, por la de la fe, se ponen en camino para anunciar un
nuevo Sol de justicia, en el lugar en que ha nacido, y dejan atónitos a sus
habitantes con el ruido de semejante nueva. Ellos, en cambio, no se maravillan,
porque siguen los destellos de la Luz verdadera, y porque " sólo la fe
conduce a Jesucristo ", en expresión de san Pablo (1).
La
estrella no se les muestra en vano: su aparición llevó consigo la gracia de
Dios; y aquel día se trueca para ellos en día de salud, por haberse mostrado
fidelísimos a las inspiraciones divinas.
¿Prestamos
atención nosotros a las iluminaciones que de Dios recibimos? ¿Somos tan
diligentes en seguirlas, como lo fueron los santos Magos en dejarse conducir por
la estrella que los guiaba?
De
esa pronta fidelidad a la gracia depende muchas veces la salvación y felicidad
de un alma. Dios dispensó a Samuel el favor de hablarle, porque se presentó
tres veces consecutivas para oírle, tan pronto como sintió su llamamiento. Y
san Pablo mereció la gracia de su total conversión, porque se mostró primero
fiel a la voz de Jesucristo que le hablaba.
Eso
debéis hacer vosotros con tanta diligencia como ellos.
Luego
que llegaron a Jerusalén, y dentro del palacio de Herodes, los Reyes Magos
preguntan: ¿Dónde ha nacido el Rey de los judíos? (2).
¡Qué
pregunta para hecha en el palacio mismo del príncipe! Es cierto, dice san
Agustín, que varios reyes habían nacido en Judea, y que el propio Herodes -
allí reinante tenía varios hijos; pero a ninguno de ellos venían a adorar y
reconocer los Magos como Rey, por que el Cielo no los había enviado en su
busca.
Verdad
es también, según cuenta san Fulgencio, que poco antes le nació a Herodes un
hijo en su palacio; el cual reposaba en cuna de plata, y era respetado de toda
la Judea. Con todo, aquellos Reyes ni hacen caso de él ni le mientan siquiera
en el palacio real.
¡Oh
santa osadía la de nuestros Magos! ¡Entrar así en la capital y llegarse hasta
el trono de Herodes! Nada temían porque la fe que los animaba y la grandeza del
que venían buscando les urgía a olvidar y a tener en menos toda clase de
consideraciones humanas; por eso consideran a Herodes, con quien están
hablando, como infinitamente menor que Aquel que les había anunciado la
estrella.
No
es posible admirar debidamente que gentiles educados en los errores del
paganismo poseyeran fe tan viva y se mostrasen tan fieles en seguir sus luces.
Esta
fe se aumentó y fortaleció sobremanera cuando, congregados todos los
príncipes de los sacerdotes y los escribas del pueblo, indagó de ellos Herodes
el lugar en que había de nacer el Cristo. En Belén, le respondieron (3); a lo
que agregó el rey dirigiéndose a los Magos: Cuando encontréis a ese Niño que
buscáis, yo mismo iré a adorarle (4). Mas ellos, salidos del palacio, no
volvieron a ocuparse del rey Herodes.
Así
debe apremiaros la fe a despreciar todo cuanto el mundo estima.
Dejada
la ciudad de Jerusalén, se dirigieron los Magos a la humilde aldehuela de
Belén, para encontrar allí al Rey que buscaban. Iban conducidos por la
estrella, que caminaba delante de ellos, hasta que, llegados al lugar adonde
yacía el Niño, se paró (5). Entrando entonces en el establo, " vieron
los Magos a un niñito envuelto en pobres pañales, acompañado de María su
Madre ".
¿Cómo
no temieron los Magos, a tal visión, ser víctimas de algún engaño? ¿Son
éstas, insignias de rey? ¿Dónde está su palacio?; ¿dónde su trono?;
¿dónde su corte?: exclama san Bernardo.
Y
prosigue: su palacio es el establo; un pesebre le sirve de trono; la compañía
de la Santísima Virgen y san José forman su corte.
No
tienen por despreciable el lugar; los pobres pañales no les causan extrañeza,
ni los maravilla ver a un débil niño amamantado por su madre. Se prosternan
delante de Él, dice el Evangelio (6); le reverencian como a su Rey y le adoran
como a su Dios. Ved lo que les impulsó a obrar la fe, de cuyo espíritu estaban
vivamente penetrados.
Reconoced
a Jesucristo bajo los pobres harapos de los niños que instruís; adoradle en
ellos; amad la pobreza y honrad a los pobres, a ejemplo de los Magos. Porque la
pobreza ha de seros amable a vosotros, encargados de educar a los pobres.
Muévaos la fe a hacerlo con amor y celo, puesto que ellos son los miembros de
Jesucristo (7).
Ése
será el medio para que el divino Salvador se complazca entre vosotros, y de que
vosotros le halléis; ya que Él amó siempre la pobreza y a los pobres.
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