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martes, 16 de septiembre de 2025

17 DE SEPTIEMBRE. SAN PEDRO DE ARBUÉS, CANÓNIGO REGULAR, MÁRTIR (1441-1485)

 


17 DE SEPTIEMBRE

SAN PEDRO DE ARBUÉS

CANÓNIGO REGULAR, MÁRTIR (1441-1485)

E llamó Pedro, y fue inquisidor y mártir. Lo mismo que el Beato Pedro de Castelmán y San Pedro de Verona. De las páginas de la «leyenda negra española» voló a las del Catálogo de los Santos. Pío IX —un papa odiado y perseguido, como él, por las sectas— lo encumbró a la gloria inmarcesible de los altares, el 29 de junio de 1867. i Buena cédula de redención frente a los enemigos del Santo Oficio!...

Es de Épila, en el Reino de Aragón. Sus padres: Antonio Arbués y Jiménez de Villanueva y Sancha Ruiz de Sádava. Sus antepasados ciñeron corona real. Ha nacido con bríos para grabar su nombre en la historia. Desde su infancia —dice un antiguo biógrafo— «doró el hierro del pecado original con el oro celeste de las virtudes». En ambiente familiar de irreprensible catolicismo recibe las primeras impresiones de la vida. Buenos maestros —en la doble acepción de la palabra— cultivan sus excelentes disposiciones de inteligencia y corazón. En Lérida y Zaragoza cursa Humanidades, con asombro de sus compañeros, e incluso de su mismo padre, que le permite ampliar sus estudios en el célebre «Colegio Mayor de San Clemente», para jóvenes españoles, fundado en Bolonia por voluntad de nuestro egregio cardenal don Gil de Albornoz.

Cinco años permanece Pedro de Arbués en aquel Gimnasio. Desde el primer día pone empeño en la senda trazada, y al propio tiempo que se perfecciona en ciencia, crece también en piedad. No conoce la emulación ni la envidia, porque es dechado de costumbres puras, de modestia, de caridad y de trabajo. Tiene talento para obtener el número uno en los estudios, y arrestos para atar corto la pasión. Su firmeza y lealtad no desmienten su origen aragonés y anuncian claramente su destino. Por sus grandes merecimientos se le encomienda una cátedra de Filosofía y Moral en la Universidad boloñesa, la cual, al distinguirle con la orla doctoral en Sagrada Teología —473— le manifiesta su estimación en una cláusula inusitada en semejantes actos académicos: «Los multiplicados dones de virtudes con que el Altísimo engrandeció la persona del Maestro de Artes y Filosofía, Pedro de Arbués...». Sí, pero ¡cuánta tenacidad y desprendimiento ignorados se escondían tras el honorífico atestado universitario!...

Hasta España llegó la voz de que en los repliegues de esta alma predilecta maduraba un santo.

A fines de 1474, el joven Doctor recibe la inesperada noticia de su elevación al canonicato de la Metropolitana del Salvador —hoy La Seo— de Zaragoza. No acepta el honroso cargo sin maduro examen, y si se doblega —dice al arzobispo don Juan de Aragón—, lo hace «a fin de procurar la gloria de Dios y servir mejor a la Iglesia».

Noviciado ejemplarísimo. Profesión solemne, en 1476. Ordenación sacerdotal. Ahora lleva por lema. de su vida la «caridad» de Cristo. Bajo la Regla de San Agustín, Pedro es el hombre humilde, abnegado, pródigo, exigente consigo mismo. El estudio, el Coro, la beneficencia y la formación de los niños para el Santuario absorben toda su actividad. El pueblo lo conoce y venera. He aquí su veredicto: «el santo Maestro Épila». Y Pedro dice humildemente: «Deseo convertirme de mal sacerdote en buen mártir».

Y lo fue. ¿De qué? De una institución eclesiástica cuyo nombre ha transformado la perfidia anticatólica en hito de execración y horror: la Inquisición. De una institución establecida en España por los Reyes Católicos en 1482 con aprobación de Sixto IV —, para reprimir la herejía y lograr la unidad religiosa del Imperio, y cuyo lema — misericordia et justitia— dice claramente lo que fue, ya que en ella — habla el protestante Scnäter— «hubo siempre un deseo de proceder con extrema rectitud».

El año 1484, Torquemada, primer Inquisidor General, convoca -una junta en Zaragoza, y nombra Inquisidor del Santo Oficio en el Reino de Aragón al canónigo Pedro de Arbués.

Lo han sellado para el martirio. No es posible calcular la dosis de dulzura y caridad empleada por el Santo. en el desempeño de su espinoso oficio. Más bien que juez, es un padre bondadoso. Imaginar otra cosa, viéndole en los altares, sería un delito. Pero — buen aragonés— sabe dar la cara, sin temor val comentario cáustico, al prejuicio rastrero, al escándalo farisaico, a la actitud hostil de mahometanos y relapsos, de herejes y conspiradores.

Los judaizantes han tenido conventículo secreto en casa de Luis de Santángel. ¿Para qué? Lo ha dicho García de Morós: «Se impone matar a un inquisidor; que, muerto él, no osarán venir otros». La cabeza del «Maestro Épila» es puesta a precio. Siete facinerosos se conjuran para perpetrar el crimen sacrílego. «Nada temo —dice el Santo al enterarse de las tenebrosas. maquinaciones— yo guardo el honor de Dios y de su Fe».

La noche del 14 al 15 de septiembre llega Pedro a La Seo para el rezo de Maitines. Los conjurados le esperan apostados a las columnas. Ya se ha acercado al altar. Duranzo se le aproxima sigiloso, lo reconoce, y titubea. Pero una voz endemoniada le grita: «¡Hiérele, traidor, que es él!».

Sí, era él. Y cayó cosido a puñaladas, mientras decía: «¡Sea bendito Jesucristo, pues muero por su santa Fe!».

Dos días después volaba al cielo, perdonando a sus asesinos, como Jesús.

lunes, 15 de septiembre de 2025

16 DE SEPTIEMBRE. SAN CIPRIANO OBISPO Y MÁRTIR (+258)

 


16 DE SEPTIEMBRE

SAN CIPRIANO

OBISPO Y MÁRTIR (+258)

DIGNO precursor de su compatriota máximo, San Agustín —que sentirá por él fervorosa admiración, y le dedicará no menos de seis sermones—, San Cipriano —«doctor suavísimo y mártir beatísimo»— es, sin discusión, el foco más glorioso de la floreciente Iglesia africana del siglo III.

No podemos ofrecer una biografía ordenada y cabal de su fecunda vida; una semblanza, sí, y de recia urdimbre y emotividad.

Su fiel compañero, el diácono Poncio —autor de la desmañada, aunque excelente Vita Cypriani—, distraído en ofrecer a la posteridad la profunda veneración que siente por su héroe, más bien que hechos concretos, nos ha privado de conocer muchas circunstancias de la vida de este hombre insigne, que llena un período importante de la historia de la Iglesia. Él se justifica, diciendo que «los hechos de un hombre de Dios no deben contarse sino a partir del momento en que naciera a Dios»; pero la crítica ha calificado siempre de imperdonables las lagunas de su Vita. Digamos en su descargo que, si son también suyas — como parece — las Actas Proconsularias del Santo —tan limpias, tan sencillas, tan objetivas, tan flagrantes—, merece un poco de indulgencia...

Por San Gregorio Nacianceno sabemos que Cipriano es cartaginés, y que su familia, pagana, ha ocupado asiento en el Senado romano. Poncio nos asegura que en su juventud «siguió sus estudios, y que artes buenas imbuyeron el devoto pecho». Otros biógrafos nos hablan de sus extravíos; y el mismo Cipriano nos dice «que sus veinte primeros años fueron poco castos». Pero, culto, de gusto depurado y fino, gran abogado de causas en el Foro, amante de la verdad, de la investigación y de la crítica, su espíritu recto y superior siente el vértigo de la filosofía pagana. La gracia de Dios le sale al paso, iluminándole, y —«disipada la nube del mundo»— la dulce persuasión del presbítero Cecilio lo arrebata para Cristo.

La conversión de Cipriano fue maravillosa v total. La fecha de su Bautismo —246—marca también—según su enérgica confesión — «la muerte de todos los vicios y el nacimiento de todas las virtudes». «Nadie siega apenas siembra... —dice Poncio—. En Cipriano, la trilla se adelantó a la sementera...». Así le vemos dando a los pobres el precio de sus bienes y haciendo voto de perpetua continencia. «Para prueba de sus buenas obras —continúa el biógrafo—, creo que basta el hecho de que, por juicio -de Dios y favor del pueblo, cuando aún era neófito y, a lo que se pensaba, novicio de la virtud, fue elegido para los deberes del sacerdocio en su grado supremo del episcopado».

La santidad no cambia el ser sustancial del individuo: lo dignifica, acendra y sublima, al enderezarlo a divinos objetos. Cipriano es un ejemplo. En ciencia apologética brilla como el más esclarecido discípulo de Tertuliano, elocuente y paradójico hasta lo sublime: vigoroso y suave, rudo y amable, terrible y bondadoso. Podéis hojear su De Lapsis, su Exhortación al martirio, sus tratados De la Paciencia, De la Unidad de la Iglesia, cualquiera de sus libros. ¿Y en virtud? «¿Quién será capaz de relatar cómo se portara a partir de su ordenación episcopal? ¡Qué piedad la suya, qué vigor, cuánta misericordia, cuánta disciplina! Tanta santidad y gracia brillaba en su rostro, que confundía a quienes le miraban». Durante diecisiete años es luz de África: maestro y padre a la vez. Reúne concilios, organiza socorros para los apestados y prisioneros, atrae a los caídos —lapsi— a la fe y al valor del martirio...

En premio de tales merecimientos consigue la gloria de la proscripción. Apenas publicado en África el edicto de Decio —250—, San Cipriano —ducem cruoris— se ve envuelto en miradas de odio. Para bien de la Iglesia, escapa de esta persecución. Pero en agosto del 257, con la promovida por Valerio y Galieno, se inician los graves sucesos que culminan con el glorioso martirio del santo Obispo cartaginés. El 30 del mismo mes comparece ante el tribunal de Aspasio Paterno. Del despacho —in secretario— del Procónsul sale para el destierro de Curubis. «Armémonos, hermanos amadísimos, con todas nuestras fuerzas y preparémonos para el combate con mente incorruptible, con fidelidad entera, con valor denodado —había dicho Cipriano a los confesores—. Lejos de nosotros el miedo a morir violentamente, cuando nos consta que, al matarnos, se nos corona» ...

Fue el primero en dar ejemplo. Sus Epístolas fechadas en Curubis rebosan fe, entusiasmo y vigor. «Cuando llega, por fin, el día señalado, el día divino» — 14 de septiembre del 258 confiesa enérgicamente a Cristo, oye su sentencia de muerte, y dice con asombrosa paz: Deo gratias. La ejecución es de un patetismo escalofriante, y nos revela la vigorosa energía de carácter y la inmensa bondad de corazón de San Cipriano. Llegados al Ager Sexti —Villa de Sexto se postra en oración, se quita la dalmática y manda dar al verdugo veinticinco monedas de oro. Él mismo se venda los ojos. Un presbítero y un diácono le atan las manos. Luego, con serenidad celestial, espera el golpe de la espada sacrificadora...

La conducción de su cuerpo al cementerio del procurador Macrobio Candidiano, fue una marcha triunfal entre antorchas y cánticos. Cartago puso la apoteosis, levantando en honor de San Cipriano dos famosas basílicas: la Memoria Cypriani y la Mensa Cypriani.

domingo, 14 de septiembre de 2025

15 DE SEPTIEMBRE. NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES

 


15 DE SEPTIEMBRE

NUESTRA SEÑORA DE LOS DOLORES

AL trasponer su primera quincena, septiembre mariano se cubre con los morados crespones de los Siete Dolores de Nuestra Señora... Que, aunque el alma —O félix culpa— se deleita íntimamente en la consideración de la fecundidad maravillosa de esta Flor de martirio, de esta Reina del sufrimiento, que en el dolor nos engendra y redime, el corazón de carne —nuestro corazón de hijos— siente en sus fibras más sensibles el taladro del llanto y de la compasión, y se estremece de angustia todo nuestro ser al escuchar aquella escalofriante invitación de María :

— «O vos omnes, qui transitis per viam...! ¡Oh, vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante a mi dolor!».

«¿A quién te compararé, Hija de Sión? ¡Grande como el mar es tu quebranto!».

Magdalena, desjarretada y febril, gime a los pies de la Cruz: «Hase trocado mi arpa en lloro, y mi música en lágrimas». María no puede gemir así. Su vida no ha conocido la música ni el cántico. «Se ha gastado mi vida en el dolor y mis años en gemidos». Crucificada entre dos fiat inefables, desde Nazaret hasta el Gólgota, ha sido toda ella una encrucijada de vías dolorosas; o, más bien, una sola estación, un solo, lento, prolongado, silencioso, terrible, sublime martirio.

Gabriel le anuncia el gran Misterio. Ella conoce por la Escritura que el Mesías ha de ser conducido al suplicio «como oveja al matadero». Pero, en sumisión perfecta al querer divino, en recogimiento celestial, da su consentimiento pleno, dulce, vivo, humilde, heroico. A su corazón ha llegado el ardor amoroso y sacerdotal de Cristo. Desde este instante queda asociada íntima y eficazmente a su obra redentora. Madre del «Varón de dolores», será la Dolorosa, la Desolada, la Reina de los mártires —Martyrumque prima rosa—, el blanco de todas las angustias, la Soledad, ¡la Piedad que vieron Salcillo, Ticiano, Murillo, Montanti, Gregorio Hernández, Van Eyck, Quintín: Metsys, Jainie Tissot...!

«¿Quién podrá consolarte, oh, Virgen Hija de Sión?».

La Iglesia concreta a siete los dolores de María; simbolizados en siete espadas: Profecía de Simeón, Huida a Egipto, Pérdida del Niño, Encuentro en la calle de la Amargura, Crucifixión, Descendimiento y Sepultura de Jesús. Pero no tienen número las penas de esta Madre del amor, y por el amor, del dolor, y por el dolor, de la misericordia... «¡Grande como el mar es su quebranto!»... Desde que Simeón le clava en el alma el puñal de aquella tremenda profecía, una vaharada de fuego le abrasa la sangre y la vida toda. Si el amor y la sensibilidad son la medida del dolor, el suyo no tiene par en la historia de los dolores humanos. ¿Quién amó como la Virgen? ¿Quién tuvo un alma más fina, más delicada, más cxquisita? ¿No es la criatura más perfecta salida de las manos de Dios? Imaginadla en Belén, en Jerusalén, en Egipto, en Nazaret; vedla compartiendo los desprecios de la vida pública de su Hijo, y sus trabajos misioneros, en medio de las más enconadas envidias y persecuciones, y decid si no es lícita y natural su llamada angustiosa: O vos omnes, qui transitis per viam...!

Contempladla cabe la Cruz en la hora de la suprema inmolación, no sólo presenciando, sino ofreciendo —«Virgen-Sacerdote»— su Hijo al Padre por Ja salvación del mundo, sin reservas, sin palabras, con fortaleza divina, sintiéndolo desgarradoramente en el corazón y deseándolo vivamente en el alma. ¿Cabe entrega más heroica y menos egoísta que la suya? ¿Cabe más atroz martirio y conformidad más perfecta?

Stabat Mater dolorosa...

Stabat! Es la palabra en que el Evangelista, teólogo, concreta el profundo misterio de la presencia de María junto a la Cruz. Stabat, estaba de pie —comenta un escritor moderno— aunque triste y dolorida. No desvanecida, como la representaron Grunewald y Vander-Weiden, sino firme y erguida, como nos la dejan ver los pintores anónimos de Beuron; casi fundida con el Hijo moribundo, como una sola víctima, según la visión de Mauricio Denís...

Rozamos un gran misterio: el de la Corredención de María, debida, en gran parte, a sus dolores. Es doctrina de la Iglesia, manifiestamente reiterada en las Encíclicas papales. «Y esto hay que notar, y es lo más consolador —dice la Iucunda semper—: De pie junto a la Cruz de Jesús estaba María, su Madre, que, movida de inmensa caridad por nosotros, para recibirnos por Hijos —en aquel codicilo solemne de Cristo moribundo—, ofreció el suyo a la justicia divina, muriendo con Él en su corazón, traspasado por una espada de dolor». «No sólo asiste como testigo, sino que interviene activamente en la Redención» —Supremi apostolatus—, «asociada a la reparación del humano linaje» —Ubi primum—, como «medianera nuestra», y «restauradora de todo el orbe» —Ádjutricem pópuli.

¡Qué gran motivo de ternura y de amor a nuestra divina Madre —exclama el Padre García Garcés—, pensar que en todos los pasos de su vida trabajaba por nuestro rescate y salvación! ¡Y qué justo —concluimos nosotros— el homenaje que la Iglesia tributa en este día a los Dolores Gloriosos de la que es «causa de nuestra alegría», y «escala por donde los pecadores pueden nuevamente ascender a la cumbre de la gloria»!...