CREDO MARIANO
San Gabriel de la Dolorosa
Con la intención de propagar el culto a Nuestra Señora de
los Dolores, San Gabriel Dolorosa decidió, con el visto bueno de su Director,
realizar un voto especial a la Virgen. Inmediatamente después de emitir este
voto, el Santo procedió a redactar el texto, probablemente a fines de 1861.
El P. Norberto de Santa María, Director Espiritual
de San Gabriel de la Dolorosa afirma. "Había compuesto para sí un
símbolo que llama Símbolo de la Virgen, símbolo que bien guardado, lo llevaba
pendiente del cuello con protestas de devoción a su querida Reina y Señora. Si
mal no recuerdo, cuando lo compuso y trataba de copiarlo para colgárselo al
cuello, me suplicó e importunó para que le permitiese escribirlo con su propia
sangre. No le concedí el permiso, por eso lo escribió con tinta..."
Padre Norberto de Santa María, Director Espiritual de San Gabriel de la
Dolorosa.
Creo que sois la
Madre de todos los hombres, a los que recibisteis como hijos, en la persona de
Juan, según el deseo de Jesús.
Creo que sois,
como declarasteis a Santa Brígida, la Madre de los pecadores que quieren
corregirse, y que intercedéis por toda alma pecadora ante el Trono de Dios,
diciendo: Tened compasión de mí.
Creo que sois
nuestra Vida, y uniéndome a San Agustín, os aclamaré como única esperanza de
los pecadores después de Dios.
Creo que estáis,
como os veía Santa Gertrudis, con el manto abierto, y que bajo él se refugian
muchas fieras: leones, osos, tigres, etc. Y que Vos, en lugar de espantarlas,
las acogéis con piedad y ternura.
Creo que por Vos
recibimos nosotros el Don de la Perseverancia: si os sigo, no me descarriaré;
si acudo a Vos, no me desesperaré; si Vos me sostenéis, no caeré; si Vos me
protegéis, no temeré; si os sigo a Vos, no me cansaré; si os alcanzo, me
recibiréis con amor.
Creo que Vos sois el
soplo vivificante de los Cristianos, su ayuda y su refugio, en especial a la
hora de la muerte, según dijisteis a Santa Brígida, pues no es vuestra
costumbre abandonar a vuestros devotos en la hora de la muerte, como
asegurasteis a San Juan de Dios.
Creo que Vos
sois la esperanza de todos, máxime de los pecadores; Vos sois la ciudad de
refugio, en particular de quienes carecen de toda ayuda y socorro.
Creo que sois la
protectora de los condenados, la esperanza de los desesperados, y como oyó
Santa Brígida que Jesús os decía, hasta para el mismo demonio obtendríais
misericordia, si humildemente os la pidiera. Vos no rechazáis a ningún pecador,
por cargado de culpas que se halle, si recurre a vuestra misericordia. Vos con
vuestra mano maternal lo sacaríais del abismo de la desesperación, como dice
San Bernardo.
Creo que Vos
ayudáis a cuantos os invocan y que más solicita sois para alcanzarnos Gracias,
que nosotros para pedíroslas.
Creo que, como
dijisteis a Santa Gertrudis, acogéis bajo Vuestro manto a cuantos acuden a Vos,
y que los Ángeles defienden a Vuestros devotos contra los ataques del infierno.
Vos salís al encuentro de quien os busca y también, sin ser rogada, dispensáis
muchas veces vuestra ayuda y creo que serán salvados los que vos queráis que se
salven.
Creo que, como
revelasteis a Santa Brígida, los demonios huyen, al oír vuestro Nombre, dejando
en paz al alma. Me asocio a San Jerónimo, Epifanio, Antonino y otros, para
afirmar que vuestro Nombre bajó del Cielo, y os fue impuesto por orden de Dios.
Declaro que
siento con San Antonio de Padua las mismas dulzuras al pronunciar vuestro
Nombre que las que San Bernardo sentía al pronunciar el de vuestro Hijo.
Vuestro Nombre. ¡Oh María!, es melodías para el oído, miel para el paladar,
júbilo para el corazón.
Creo que no hay
otro nombre, fuera del de Jesús, tan rebosante de Gracia, esperanza y suavidad
para los que lo invocan. Estoy convencido con San Buenaventura de que Vuestro
Nombre no se puede pronunciar sin algún fruto espiritual. Tengo por cierto que,
como revelasteis a Santa Brígida, no hay en el mundo alma tan fría en su amor,
ni tan alejada de Dios, que no se vea libre del demonio si invoca vuestro Santo
Nombre.
Creo que Vuestra
intercesión es moralmente necesaria para salvarnos, y que todas las Gracias que
Dios dispensa a los hombres pasan por vuestras manos, y que todas las
Misericordias Divinas se obran por mediación vuestra, y que nadie puede entrar
en el Cielo sin pasar por Vos, que sois la Puerta. Creo que Vuestra intercesión
es, no solo útil, sino moralmente necesaria.
Creo que Vos sois la
Cooperadora de nuestra Justificación; la Reparadora de los hombres,
Corredentora de todo el mundo. Creo que cuantos no se acojan con Vos, como Arca
de Salvación, perecerán en el tempestuoso mar de este mundo. Nadie se salvará
sin vuestra ayuda.
Creo que Dios ha
establecido no conceder Gracia alguna sino es por vuestro conducto; que nuestra
Salvación está en vuestras manos y que quien pretende obtener Gracia de Dios
sin recurrir a Vos, pretende volar sin alas. Creo que quien no es socorrido de
Vos, recurre en vano a los demás Santos: lo que ellos pueden con Vos, Vos lo
podéis sin ellos; si Vos calláis, ningún Santo intercederá; si Vos intercedéis,
todos los Santos se unirán a Vos. Os proclamo con Santo Tomás como la única
esperanza de mi vida, y creo con San Agustín que Vos sola sois solícita por
nuestra eterna Salvación.
Creo que sois la
Tesorera de Jesús y que ninguno recibe nada de Dios, sino por Vuestra
mediación: hallándoos a Vos se encuentra todo bien. Creo que uno de vuestros
suspiros vale más que todos los ruegos de los Santos, y que sois capaz de
salvar a todos los hombres. Creo que sois Abogada tan piadosa, que no rechazáis
defender a los más infelices. Confieso con San Andrés cretense que sois la
Reconciliadora Celestial de los hombres.
Creo que sois la
Pacificadora entre Dios y los hombres y que sois el Señuelo Divino para atraer
a los pecadores al arrepentimiento, como Dios mismo reveló a Santa Catalina de
Siena. Como el imán atrae el hierro, así atraéis Vos a los pecadores, según
asegurasteis a Santa Brígida. Vos sois toda ojos, y toda corazón para ver
nuestras miserias, compadecemos y socorremos. Os llamaré pues, con San
Epifanio: «La llena de ojos». Y esto confirma aquella visión de Santa Brígida,
en la que Jesús os dijo: «Pedidme, Madre, lo que queráis». Y Vos le
respondisteis: «Pido misericordia para los pecadores».
Creo que la
Misericordia Divina que tuvisteis con los hombres cuando vivíais en la tierra,
innata en Vos, ahora en el Cielo se os ha aumentado en la misma proporción de
que el sol es mayor que la luna, como opina San Buenaventura. Y que, así como
no hay en el firmamento y en la tierra cuerpo que no reciba alguna luz del sol,
tampoco hay en el Cielo ni en la tierra alma que no participe de vuestra
Misericordia. Creo también con San Buenaventura, que no sólo os ofenden los que
os injurian, sino también los que no os piden Gracias. Quien os obsequia, no se
perderá, por pecador que sea, al contrario, como asegura San Buenaventura,
quien no es devoto vuestro, perecerá inevitablemente. Vuestra Devoción es el
billete del Cielo, diré con Efrén.
Creo que, como
revelasteis a Santa Brígida, sois la Madre de las Almas del Purgatorio, y que
sus penas son mitigadas por Vuestras oraciones. Por tanto afirmo con San
Alfonso que son muy afortunados Vuestros devotos y con San Bernardino que Vos
libráis a Vuestros devotos de las llamas del Purgatorio. Creo que Vos, cuando
subíais al Cielo, pedisteis, y lo obtuvisteis sin ninguna duda, llevar con Vos
al Cielo todas las Almas que entonces se hallaban en el Purgatorio.
Creo también
que, como prometisteis al Papa Juan XXII, libráis del Purgatorio el Sábado
siguiente a su muerte a cuantos lleven vuestro Escapulario del Carmen. Pero
Vuestro Poder introduciendo en el Cielo a cuantos queráis. Por Vos se llena el
Cielo y queda vacío el Infierno.
Creo que los que
se apoyan en Vos no caerán en pecado, que quienes os honran alcanzarán la Vida
Eterna. Vos sois el Piloto Celestial, que conducís al puerto de la Gloria a
vuestro devotos en la barquilla de Vuestra Protección, como dijisteis a Santa
María Magdalena de Pazzis. Afirmo lo que asegura San Bernardo: el profesaros
devoción es señal cierta de predestinación, y también lo del Abad Guerrico:
Quien os tiene un amor sincero, puede estar tan cierto de ir al Cielo, como si
ya estuviese en él.
Creo con San
Antonio, que no hay Santo tan compasivo como Vos: dais más de lo que se os
pide; vais en busca del necesitado, buscáis a quien salvar: Muchas veces
salváis a los mismos que la Justicia de vuestro Hijo está a punto de condenar,
como enseña el Abad de Celles. Por tanto, estoy convencido de la Verdad que se
contiene en la visión que tuvo Santa Brígida: Jesús os decía «Si no se
interpusieran vuestras oraciones, no habría en este caso ni esperanza, ni
misericordia». Opino también con San Fulgencio, que si no hubiera sido por Vos,
la tierra y el Cielo habrían sido destruidos por Dios.
Creo, como
revelasteis a Santa Matilde, que erais tan humilde que, a pesar de veros
enriquecida de Dones y Gracias celestiales sin número, no os preferirías a
nadie. Y que, como dijisteis a Santa Isabel, benedictina, os juzgabais vilísima
Sierva de Dios e indigna de Su Gracia.
Creo que por
vuestra humildad, ocultasteis a San José vuestra Maternidad, aunque
aparentemente pareciera necesario manifestárselo, y que servisteis a Santa
Isabel y que en la tierra buscasteis siempre el último puesto. Creo que, como
revelasteis a Santa Brígida, tuvisteis tan bajo concepto de Vos misma porque
sabíais que todo lo habíais recibido de Dios, por ello en nada buscasteis
Vuestra Gloria, sino la de Dios únicamente. Creo con San Bernardo que ninguna
criatura del mundo es comparable con Vos en la humildad.
Creo que el
fuego del amor, que ardía en vuestro Corazón para con Dios, era de tantas
calorías, que al instante hubiera encendido y consumido el cielo y la tierra, y
que en comparación de vuestro Amor, el de los Santos era frío. Creo que
cumplisteis a la perfección el Precepto del Señor «Ama a Dios», y que desde el
primer instante de vuestra existencia, vuestro Amor a Dios fue superior al de
todos los Ángeles y Serafines. Creo que debido a este intenso Amor vuestro a
Dios, jamás fuisteis tentada, y que nunca tuvisteis un pensamiento que no fuera
para Dios, ni dijisteis palabra que no fuera dirigida a Dios.
Creo con Suárez,
Ruperto, San Bernardino y San Ambrosio, que vuestro Corazón amaba a Dios, aun
cuando vuestro cuerpo reposaba, de manera que se os puede aplicar lo que dice
la Sagrada Escritura: «yo duermo, pero Mi Corazón vela», y que mientras vivíais
en la tierra, vuestro Amor a Dios nunca fue interrumpido.
Creo que
amasteis al prójimo con tal perfección, que no habrá quien lo haya amado más,
exceptuando vuestro Hijo. Y que aunque se reuniera el amor de todas las madres
para con sus hijos, de los esposos y esposas entre sí, de todos los Santos y
Ángeles del Cielo, sería este Amor inferior al que Vos profesáis a una sola alma.
Creo que tuvisteis,
como dice Suárez, más Fe que todos lo Ángeles y Santos juntos: aun cuando
dudaron los Apóstoles, Vos no vacilasteis. Os llamaré pues, con San Cirilo
«Centro de la Fe ortodoxa».
Creo que sois la Madre
de la Santa Esperanza y modelo perfecto de confianza en Dios. Que fuisteis
mortificadísima, tanto que, como dicen San Epifanio y San Juan Damasceno,
tuvisteis siempre los ojos bajos, sin fijarlos jamás en persona alguna.
Creo lo que dijisteis
a Santa Isabel, benedictina: que no tuvisteis ninguna Virtud sin haber
trabajado para poseerla, y con Santa Brígida creo que todas vuestras cosas
dábais entre los pobres, sin reservaros para Vos más que lo estrictamente necesario.
Creo despreciabais las riquezas mundanas. Creo que hicisteis voto de pobreza.
Creo que vuestra
dignidad es superior a todos los Ángeles y Santos y que es tanta vuestra
perfección, que solo Dios puede conocerla. Creo que después de Dios, es ser
Madre de Dios, y que por tanto no pudisteis estar más unida a Dios sin ser el
mismo Dios, como decía San Alberto.
Creo que la
Dignidad de Madre de Dios es infinita y única en su género y que ninguna
criatura puede subir más alto. Dios pudo haber creado un mundo mayor, pero no
pudo haber formado criatura más perfecta que Vos.
Creo que Dios os
ha enriquecido con todas las Gracias y Dones generales y particulares que ha
conferido a todas las demás criaturas juntas. Creo que vuestra belleza
sobrepasa a la de todos los hombres y los Ángeles, como reveló el Señor a Santa
Brígida. Creo que vuestra belleza ahuyentaba todo movimiento de impureza e
inspiraba pensamientos castos.
Creo que
fuisteis Niña, pero de Niña sólo tuvisteis la inocencia, no los defectos de la
niñez. Creo que fuisteis Virgen antes del parto, en el parto y después del
parto; fuisteis Madre sin la esterilidad de la virgen, sin dejar por ello de
ser Virgen, trabajabais, pero sin que la acción distrajera; orabais, pero sin
descuidar vuestras ocupaciones. Moristeis, pero sin angustia, ni dolor ni
corrupción de vuestro cuerpo.
Creo que, como
enseña San Alberto, fuisteis la primera en ofrecer, sin consejo de nadie,
vuestra virginidad, dando ejemplo a todas las vírgenes, que os han imitado, y
que Vos, delante de todas, lleváis el estandarte de esta Virtud. Por Vos se
mantuvo virgen vuestro castísimo esposo San José. Creo también que estabais
resuelta a renunciar a la dignidad de Madre de Dios, antes que perder vuestra
virginidad.