27 de febrero
San Gabriel de la Dolorosa, confesor
Gabriel nació en Asís, Umbría, de padres bien reputados. Llamado Francisco en memoria de su seráfico conciudadano, desde niño demostró una excelente índole. Ya adolescente, estudiando en Espoleto, siguió algún tanto la vanidad del mundo. Pero por un beneficio de la misericordia divina, la cual le invitaba a la perfección de la vida cristiana, y caído en una enfermedad, comenzó a desengañarse del mundo y a apetecer tan sólo los bienes celestiales. Le ayudó mucho a obedecer raudo al llamamiento de Dios, la contemplación de la imagen de la Virgen de Espoleto, llevada en procesión solemne fuera de la iglesia. De tal manera se inflamó su alma en la llama del divino amor, que se sintió movido a abrazar el Instituto de los Pasionistas. Tras haber vencido no pocas dificultades, en el retiro de Morrovalle, vistió gozoso el austero hábito, queriendo ser llamado Gabriel de la Virgen Dolorosa, a fin de recordar constantemente los gozos y dolores de la Virgen.
En el noviciado se distinguió en la observancia de la regla y en el ejercicio de todas las virtudes, llegando en breve tiempo a tal grado de santidad que fue dechado de la misma para sus compañeros y superiores en edad, y para los que estaban fuera del convento; en todas partes difundió el olor de Cristo. Se consagró a dar culto a la pasión del Señor; pasaba día y noche en su meditación. Sentía una inclinación a la Eucaristía que tanto nos recuerda la pasión, y al recibirla se abrasaba en seráficos ardores. En nada, empero, se distinguió tanto como en su piedad para con la Madre de Dios. La honraba con toda suerte de obsequios, y sobre todo considerando los dolores que atravesaron su corazón por los tormentos de Jesús. Esta meditación la practicaba con tanto sentimiento, que derramaba abundancia de lágrimas. La Virgen Dolorosa fue como la razón de su existencia y maestra de santidad, de tal suerte, que sus compañeros afirmaban que había sido suscitado por Dios, a fin de que con su ejemplo, llegara a propagarse el culto a la Virgen Dolorosa.
Amó en gran manera la virtud de la humildad cristiana y la obediencia, y así, teniéndose por el último de todos, anhelaba el ejercicio de los ministerios más bajos de la casa, y cumplía con suma diligencia, no sólo los preceptos de sus superiores, sino sus mismos deseos. Gracias a la mortificación de los sentidos y a la austeridad de su vida, conservó sin mancha la flor de la virginidad, y crucificado para el mundo, sólo vivió para Dios, gozando de una verdadera intimidad con su Señor. Se enriqueció en el breve curso de su vida con tantas virtudes, que consumido más por el ardor de la caridad que por los dolores, consolado con el socorro de la divina Madre, con una muerte placidísima, voló al cielo en Isola del Gran Sasso, en el año 1862 a la edad de 24 años. El esplendor de los milagros con que Dios honró su memoria, movió al papa Pío X a proclamarle Beato. El papa Benedicto XV, en el año 1920 en el segundo centenario de la fundación del Instituto de la Pasión y en la solemnidad de la Ascensión del Señor, asoció al bienaventurado joven al número de los santos. Pío XI extendió a la Iglesia universal su Oficio y Misa.
Oremos.
Oh Dios, que enseñaste al bienaventurado Gabriel el recuerdo asiduo
de los dolores de tu dulcísima Madre, y por ella lo elevaste a la gloria de la
santidad y de los milagros; concédenos que, mediante su intercesión y ejemplo,
de tal suerte nos asociemos a las lágrimas de nuestra Madre, que nos salvemos
con su maternal protección. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. R. Amén.