LA VISITA AL SANTISIMO SACRAMENTO. San José Manyanet i Vives
Todos los cristianos sabemos y
confesamos que Dios para salvarnos se dignó por un exceso de misericordia
descender de los cielos, hacerse hombre pasible y sujetarse a todo género de
penas, aceptando además gustosísimo dolorosísima muerte, y que para perpetuar
su memoria entre nosotros y aprovechásemos mejor los frutos de esta redención,
quiso quedar oculto bajo las sagradas especies de pan y vino en el sacramento
de la Eucaristía, escondiendo así no solo su divinidad, para que el temor no
nos alejara de él, sino también su misma humanidad, para mayor mérito de fe y
confianza, con cuya fineza nos aseguró de la inmensidad de amor con que nos
favorece y quiere, de tal modo que en su infinita sabiduría y poder no halló ni
era posible hallar cosa mejor y de más valía.
Pues,
amado cristiano, redimido con la preciosa sangre de Jesús y que te honras de
ser hijo de la Sagrada Familia, si amor con amor se paga, ¿qué vergüenza no
sería la tuya si en vez de ser agradecido a tanto amor y dignación, vivieses
olvidado de tanto beneficio y alejado de la presencia real de aquel de quien
todo lo recibes así en el orden de naturaleza como en el de gracia? ¡Ah,
carísimo hermano mío!, si bien te examinas, quizá hallarás haber vivido hasta
aquí bastante distraído en esta parte. Y si no, dime, ¿cuáles y cuántas son las
pruebas de amor y agradecimiento?, ¿cuántas las adoraciones, alabanzas y
acciones de gracias que por ello le rindes? Mas si por dicha tuya tuvieses ya
la tan laudable y provechosa costumbre de visitar cada día a Jesús Sacramentado
al objeto dicho, yo te ruego, por amor de este mismo Jesús y por el bien eterno
que te deseo, no omitas sin causa muy justificada este obsequio cotidiano a tu
Dios y Señor, que abrasado de amor para contigo y para con todos los hombres está allí
escondido, humillado, dispuesto a recibirte a todas horas, de noche y de día, a
fin de derramar todas las sus gracias espirituales y temporales. Pero si por
desgracia, carísimo que esto lees, fueses uno de aquellos que has vivido algunos
o muchos años de su vida distraídos sin acordarse mucho de tributar a su eterno
Amador este tan justo como debido obsequio, te conjuro, por el deseo de tu
propia salud y salvación, emprendas esta santa provechosísima práctica y como
un deber sagrado de visitarle a menudo (si no puedes en la iglesia, sea a lo
menos desde tu casa) y, una vez postrado a su presencia, adórale, bendícele,
alábale y ríndele acciones de gracias, permaneciendo así en su presencia cuanto
te sea posible y en cuanto te lo permitan tus obligaciones. Suplícale por todas
tus necesidades así de alma como de cuerpo; desagráviale de todos los olvidos,
de las injurias, desprecios, irreverencias, sacrilegios y demás afrentas que
recibe este tu Dios en el santísimo Sacramento no sólo de los incrédulos y
herejes, sino también de tantos malos cristianos que no solo viven olvidados
y pasan una vida tan distraída de las cosas del cielo, sino que
algunas veces se acercan a recibirle o se presentan a su templo y presencia, le
afligen más con sus distracciones voluntarias e inmodestias y vanidosos trajes,
que no le honran y consuelan.
Al objeto, pues, de
estimularte más y más a que continúes visitando todos los días a tu enamorado
Jesús, si es que ya tienes la santa costumbre de obsequiarle por algún rato a
Jesús Sacramentado, o bien para que te des a esta tan útil como provechosa
práctica, te ofrezco para guía y ayuda este librito, por fortuna ya tan
conocido, escrito de intento por uno de los santos más enamorados de este divino
Sacramento, San Alfonso María de Ligorio,
y como es lo más natural y conforme hasta a la buena educación que al visitar y
obsequiar al hijo no se olvide a la Madre y al que es de verdad su Padre
adoptivo y verdadero Esposo de la Madre: por eso a las Visitas a María que
también escribió el citado Santo, hemos añadido también en esta edición una
visita diaria al citado para cada día
del mes a Santo José, ya que tan valiosa es la intercesión de este Santo para
con Jesús al que tanto honró y obedeció durante su vida. Sólo te diré, amado
lector, que si el ser devoto de María es, según común sentir de los Santos
Padres, señal inequívoca de predestinación, serlo asimismo de veras de San José
es prenda segura de que el alma aprovecha en la virtud, como lo asegura entre
otros la seráfica Santa Teresa, que encarece a todos a que se lo prueben para
si quieren experimentar la verdad de sus palabras.
Mucho más te diría, caro
lector, pero creo te bastará lo indicado para aficionarte a ser muy devoto de
la Sagrada Familia, y por consiguiente a visitarla todos los días; si no puedes
en la iglesia delante del Santísimo Sacramento donde quiso el bondadoso Jesús
quedarse en todo tiempo real y verdaderamente presente por tu amor, hazlo a lo
menos desde tu casa u otro lugar decente, mirando hacia el punto donde reside
corporalmente tu amado; y como Jesús mientras vivió sobre la tierra no se
separó de María y José y les fue tan sumiso e hizo siempre su voluntad, también
ahora no se separan de su compañía y despacha gustoso todas sus peticiones, por
donde verás lo mucho que te importa acercarte a este amante Jesús por medio de
María y José. Ni te contentes, amado querido devoto de la Familia, con
practicar tú estas visitas, sino que debes procurar que otros hagan lo mismo y
estimular a todos a la devoción e imitación de sus soberanas virtudes.
Ojalá, lector carísimo, que
lo dicho te encienda en amor a Jesús Sacramentado y en ardientes deseos de
honrar cuanto pudieres a María y a José que, si así lo haces, yo te aseguro paz
y gozo acá en la tierra y eterna felicidad en el cielo. Ruega por mí como yo
ruego y rogaré por ti.