Solemnidad de san
Ildefonso 2018
Queridos
Hermanos:
En
la Epístola hemos escuchado lo que el Espíritu Santo dice acerca del sacerdote
del Antiguo Testamento Simón, del siglo II antes de Nuestro Señor Jesucristo.
Este sumo sacerdote llevó a cabo grandes obras de mejoras en el templo de
Jerusalén y se caracterizó por su servicio al pueblo.
Estas
palabras de elogio ha querido la Iglesia aplicarlas a nuestro Santo Patrono San
Ildefonso de Toledo, no como simple literatura sino porque en verdad refieren
su vida y su ministerio episcopal en nuestra ciudad.
Dejemos
volar nuestra imaginación y veamos a san Ildefonso en la Catedral de santa
María ofreciendo el santo sacrificio de la misa y ofreciendo a Dios el culto
divino:
“Cuando se ponía la vestidura de fiesta y se
revestía de sus espléndidos ornamentos,
cuando subía al
santo altar, él llenaba de gloria el recinto del Santuario.
Extendía la mano
sobre la copa,
derramaba la
libación con la sangre de la uva y la vertía al pie del altar,
como perfume
agradable al Altísimo, Rey del universo.
En seguida, todo
el pueblo, unánimemente,
caía con el
rostro en tierra para adorar a al Señor, Dios suyo;
y el pueblo
suplicaba al Señor Altísimo.
Él descendía y
elevaba las manos sobre toda la asamblea,
para dar con sus
labios la bendición del Señor y tener el honor de pronunciar su Nombre.”
¡Con
qué majestad, con que reverencia, con que humildad entraría San Ildefonso en la
casa de Dios, rezaría y estaría en ella, con que fervor y devoción celebraría
la Sagrada Liturgia…! Pues la liturgia
no es algo que nos pertenezca y que nosotros podamos hacer a nuestra manera,
sino que es algo recibido de la Iglesia y de la que se nos hace partícipes.
Fuera de toda tentación de protagonismo y reducción a celebración meramente
nuestra, hemos de recordar que a través de “la
Liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que
se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como
peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del
santuario y del tabernáculo verdadero, cantamos al Señor el himno de gloria con
todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos esperamos tener
parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor
Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra vida, y nosotros nos
manifestamos también gloriosos con El.”
¿Cómo
entonces no llenarnos de santo temor y acercarnos temblorosos al altar de Dios?
Y
es necesario recordar esto, porque se ha perdido la virtud de la piedad y reina
tristemente la confusión. No podemos hablar en la iglesia como en la calle,
hemos de guardar un sagrado silencio, no podemos sentarnos ni estar en la
iglesia como en otros lugares, no podemos venir vestidos sin guardar el decoro
y la modestia necesaria… la Iglesia es casa de Dios, donde él habita en
espíritu, pero también sacramentalmente en nuestros sagrarios.
Es
necesaria la preparación interior para asistir con verdadero fruto, pero
también es necesario guardar todo lo corporal y
externo que nos ayude a vivir interiormente y expresar lo que
interiormente vivimos.
San
Ildefonso, nuestro querido Padre Pío, todos los santos son un ejemplo para
nosotros de esta piedad y esta adoración que hemos de rendir a Dios nuestro
Señor. Una adoración que debe ser en espíritu y verdad –como Jesús enseñó a la
samaritana- pero una adoración que ha de expresarse externamente pues somos
alma y cuerpo. En nuestra celebración, el cuidado externo del culto no es
simple estética, sino que quiere ser la expresión de que hoy aquí en medio de
nosotros Dios está y se hace presente. ¡Cómo no inclinar nuestra cabezas, como
no golpear nuestro pecho, como no caer de rodillas una y otra vez, como no
besar el altar bendito si los ángeles postrados adoran día y noche a nuestro
Dios!
Queridos
hermanos:
En
este día llevados por las palabras del salmo, hemos de “Alabar al Señor con
todo nuestro corazón y narrar sus maravillas” por la dicha de tener como
patrono a aquel que fue obispo de esta diócesis y que resplandece en santidad
en medio de la Iglesia. Alabanza y acción de gracias que se ha de extender por
la inmensa bendición de Dios sobre esta tierra y nuestra diócesis
concediéndonos pastores según su corazón. Algunos de ellos los veneramos con
santos: San Eugenio fundador de esta iglesia toledana, san Eladio, san Julián,
San Eugenio II, san Eulogio de Córdoba, el beato Ciriaco María Sancha. Otros
tienen un renombre en toda la Iglesia como el Cardenal Cisneros del que estamos
celebrando el V centenario de su muerte o el Cardenal Marcelo Martín del que
hace unos días celebramos el centenario de su nacimiento.
Pastores
según el corazón de Dios que han hecho florecer nuestra iglesia produciendo
abundantes frutos de santidad.
Pastores
que interceden por nosotros ante el trono de Dios.
Pastores
cuyo ejemplo y vida son una llamada para nosotros de conservar el don recibido
y responder también con nuestra vida y entrega, siendo fieles a Dios y a sus
mandamientos.
Nuestra
diócesis ha sido bendecida por Dios, y lo sigue siendo con muchos sacerdotes;
pero no hemos de olvidar nuestra tarea de rezar por ellos, para que crezcan en
santidad, y seguir pidiendo que el Señor nos conceda muchos y santos
sacerdotes.
Sí.
Necesitamos muchos y santos sacerdotes. Los necesitamos nosotros. Lo necesita
la Iglesia universal. Los necesita el mundo.
Necesitamos
pastores que como San Ildefonso “restauran la Casa de Dios y consoliden el
santuario” dando a Dios el primer lugar y no las políticas e intereses mundanos,
siendo en medio de nuestra sociedad materialista y mudable signos permanente de
lo sobrenatural y eterno, siendo trabajadores de Dios y su viña y no siervos
holgazanes que buscan su interés.
Necesitamos
pastores que “preserven al pueblo de la caída y fortifiquen la ciudad contra el
asedio” enseñando la verdad y denunciando el error; no su verdad, sino la
Verdad de Jesucristo, la verdad de la fe, la verdad del Evangelio.
Necesitamos
pastores que como san Ildefonso, el Padre Pío y tantos otros pastores de la
Iglesia supieron ser en su tiempo sal para dar sabor al mundo y luz para
iluminar la oscuridad -como Jesús nos dice en el Evangelio.
En
su famosa carta acerca del Seminario el Cardenal d. Marcelo preguntaba a
Nuestro Señor: “Las voces y los signos que piden renovación para tu Iglesia son
constantes, porque siempre necesita ser fielmente renovada y hemos de estar
atentos a las señales del tiempo y de la vida. Pero ¿quiénes serán los que de hecho traerán la
renovación conforme a tu voluntad divina? Solamente los santos.
Ellos son los que aciertan a conservar lo que debe ser conservado y los que
abren a nuevas auroras horizontes en los que antes no brillaba la luz.»
Imitemos
a los santos, deseemos serlo nosotros. Pidamos la santidad para nuestros
hermanos y para nuestros pastores. Así se lo aconsejaba Padre Pío a una de sus
hijas espirituales: Da gracias continuas a Dios por ser hija de la Iglesia, a
ejemplo de tantas almas que nos han precedido en el feliz tránsito. Ten gran
compasión de todos los pastores, predicadores y guías de almas y contempla cómo
están esparcidos por toda la faz de la tierra, porque no hay en el mundo
provincia alguna donde no haya muchos. Ruega a Dios por ellos para que,
salvándose a sí mismos, procuren fructíferamente la salvación de las almas.
San
Ildefonso de Toledo, ruega por nosotros.
Glorioso Padre Pío de
Piestrelcina, intercede por nosotros.