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sábado, 12 de marzo de 2022

SÉPTIMO DOMINGO DE SAN JOSÉ. Textos de san Enrique de Ossó

SÉPTIMO DOMINGO

Se consagra a honrar los dolores y gozos de san José cuando después de haber perdido a Jesús lo halló en el templo.

 

PARA COMENZAR TODOS LOS DOMINGOS:

 

Ejercicio de los siete domingos de san José.

 

Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:

 

Oración a san José

Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido particularmente en este ejercicio, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

***

SÉPTIMO DOMINGO

Se consagra a honrar los dolores y gozos de san José cuando después de haber perdido a Jesús lo halló en el templo.

 

MEDITACIÓN

 

Composición de lugar. Contempla a María y a José buscando transidos de pena a su hijo Jesús, por tres días, y después inundados de gozo hallarle tan honrado en el templo con los doctores.

 

Petición. Glorioso san José, alcanzadme la gracia de primero morir que pecar, y la que os pido en estos Siete Domingos a mayor gloria de Dios.

 

Punto primero. Este séptimo dolor es el mayor que experimentó el Santo. En los otros dolores podía exclamar con verdad: Quien a Dios tiene, nada le falta; solo Dios basta Mas en este, como no tenía la presencia corporal de Cristo, todo le faltaba; y como no tenía en su compañía al hijo de Dios, nada le bastaba. Todos los años iban los padres de Jesús a Jerusalén en el día solemne de la Pascua, y con ellos, a los doce años fue también Jesús, permaneciendo el Niño Jesús en Jerusalén sin conocerlo sus padres, que juzgaban estaba en la comitiva. ¿Quién podrá medir la intensidad de este dolor del Santo? Ya fuese que en su humildad se tuviese por culpable de esta pérdida, ya por creer que hubiese caído en manos de alguno de sus fieros enemigos; ya considerase la pena de María, ya las privaciones que pudiera experimentar el Niño en tan tierna edad, todo era para el Santo motivo del mayor dolor. Mejor que la madre de Tobías podía exclamar: ¡Ay de mí! ¡Ay, hijo mío, lumbrera de mis ojos, báculo de mi vejez, consuelo de mi vida, esperanza de nuestra posteridad! Teniendo en Ti solo todas las cosas juntas, ¿por qué te dejamos ir? Buscaron con diligencia por tres días entre parientes y conocidos, y nadie les supo dar razón. No comparece Jesús. ¿Adónde iré yo?, exclamaba el Santo. Mis lágrimas fueron mi pan de día y de noche, oyendo a todas horas preguntarme: “¿Dónde está tu Dios?” O como la esposa santa exclamaría con María: “¿Adónde te escondiste, mi Amado, y me dejaste con gemido?”… Tres días fueron de agonía y de desamparo para José y María, que sin tomar descanso ni alimento, solo hacían orar, llorar y buscar a su adorada prenda, a su Dios y a todas sus cosas. Con razón dijo Orígenes que san José en esta ocasión padeció más que todos los mártires, y que este dolor bastara y sobrara para quitarle la vida, si Dios no lo hubiese sostenido con auxilio extraordinario. Mas ¡oh prodigio de fortaleza, de paciencia y de santidad! José con María en tan extremado aprieto no se quejan, no murmuran, no se impacientan, no se desesperan ni se entregan a una consternación inerte; buscan al Hijo y oran con paz, con confianza, con grandísima humildad y amor, y Dios, que da las penas con medida, compadecido de su llanto legítimo y movido por su acendrada virtud, inspira a san José que vaya con María al templo para mejor mover sus preces a Dios. ¡Qué modelo tan divino! ¿Lo imitas tú, alma cristiana, en tus penas? ¿Oras, buscas, esperas en Dios?

 

Punto segundo. Contempla, devoto josefino, que si los gozos y las consolaciones que reparte a sus siervos el Señor son según la grandeza de los dolores, debía ser inmensa la alegría que experimentó san José al hallar a su hijo Jesús en el templo sentado en medio de los doctores, oyéndoles y preguntándoles, arguyéndoles, respondiéndoles, y al ver a todos los espectadores estupefactos por la prudencia y respuestas que les daba. Extáticos José y María de gozo ante aquel espectáculo tanto más grato cuanto menos esperado, no sabían comprimir apenas los ímpetus de su corazón, que quería lanzarse, rompiendo por en medio de las filas de los doctores, a abrazar y cubrir de besos a la prenda más amada y adorada de su corazón paternal. San José calla en este caso, poseído de admiración y gozo extraordinarios; mas, María le dice luego: Hijo, ¿por qué te portaste así con nosotros? Mira, tu padre (san José) y yo te buscábamos llenos de dolor. Pone María a san José primero que a sí misma, y llámale padre de Jesús a san José, ya por ser el Santo cabeza de su Sagrada Familia, ya por no dar lugar a juicios siniestros dándole otro nombre, ya por fin porque verdaderamente al buscarle había demostrado cariño de padre… ¡Oh qué gozo tan sin medida fue el de María y José en este lance! Mejor que David podían exclamar: Trocado has, Señor, mi llanto en regocijo, y de alegría has cubierto mi corazón… Con tan divino y codiciado hallazgo se volvieron los santos esposos a Nazaret, donde Jesús en todo les estaba sujeto y era tenido por todos por hijo de José, el carpintero. Aquí disfrutaron por muchos años de un paraíso anticipado por la paz, concordia, unión y amor purísimos que reinaban en aquella santa casa, modelo de todas las familias cristianas. ¡Qué gozo el de san José, al verse con Jesús y María! ¡Qué gloria al ser cabeza de Jesús y de María! ¡Qué felicidad al conversar y tratar tan de cerca al Hijo y a la Madre de Dios, y verlos pendientes de sus labios! Verdaderamente que el Señor ha hecho todo esto, y es admirable a nuestros ojos. Compartamos con san José y María su esposa los dolores y gozos de su corazón, y después de felicitarles por el hallazgo de su hijo Jesús, pidámosles de corazón que si por desgracia algún día perdiésemos a Jesús, por nuestra culpa, no descansemos hasta recobrarle por el arrepentimiento, por la penitencia, por una sincera confesión, para morir en su gracia y reinar eternamente con ellos en la gloria. Así sea, Jesús, María y José. Amén.

 

EJEMPLO

 

El siguiente ejemplo servirá a los devotos de san José de un importantísimo desengaño, para que no se contristen si alguna vez sucediese que pidiéndole al Santo, que es tan piadoso y benéfico, no son oídos en sus peticiones; antes lo que deben hacer es avivar la fe y persuadirse de que el Santo los oye como más conviene a su salud, aunque no conforme a su deseo y petición; la cual si se cumpliese, tal vez sería para su daño, y no como piensan para su bien. ¡Ay de los enfermos, si todo lo que apetecen se lo concediesen los médicos! Cuenta el Padre Juan de Allosa, en su obra de la afección y amor a san José, este caso, que refiere en su opúsculo de la unión con san José Agustín Colletini, escritor toscano, no menos pío que erudito, de quien yo lo he tomado. Cuenta, digo, que hubo un caballero muy devoto de san José, el cual todos los años lo mejor que podía le celebraba la fiesta. Tenía este tres hijos, y al tiempo de celebrar la fiesta al Santo se le murió uno: al siguiente año por el mismo tiempo de la fiesta se le murió otro. Quedó muy afligido el buen caballero, y con temor de hacer al Santo tercera vez la fiesta, por miedo de que también se le muriese el tercer hijo. Así afligido se salió al campo para divertir algún tanto su pena y melancolía; caminando por él, todo pensativo, levantó la vista hacia unos árboles, y vio pender de ellos dos jóvenes ahorcados; al mismo tiempo se le apareció un ángel y le dijo: “¿Ves tú estos dos jóvenes ahorcados? Pues sábete que en esto hubieran parado tus dos hijos, si hubieran vivido y llegado a ser grandes; mas porque tú eres devoto de san José, él te ha alcanzado de Dios que muriesen niños, para que no deshonraran tu casa, y ellos aseguraran con aquella anticipada muerte la vida eterna. No temas, pues: celebra la fiesta del Santo, porque el tercer hijo pequeño que te queda, será obispo y vivirá muchos años”; y así sucedió, como el ángel le predijo. Dejemos nuestros negocios en manos del Santo patriarca, que él sabe mejor que nosotros lo que nos conviene. Digámosle con filial confianza, como su apasionada devota santa Teresa de Jesús: “Si va torcida mi petición, glorioso señor y padre mío san José, enderezadla para más bien mío, pues en vuestras manos pongo ¡y qué de buena gana! mi alma, vida y corazón; mi suerte temporal y eterna”.

 

Récense los siete dolores y gozos con los Padrenuestros, según el primer modo y la oración final.

 

Obsequio. No pasar día sin orar a san José, y sin hablar de san José a los hombres.

 

Jaculatoria. Glorioso san José, santo sin igual, alcanzadme la perseverancia final.

 

 

 

 

PARA FINALIZAR CADA DOMINGO:

 

Oración final para todos los días

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad. Amén.

 

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

Ave María Purísima, Sin Pecado Concebida.

 

***

Se puede acompañar este ejercicio de los Siete Domingos de san José, con las letanías del Santo, o con el rezo de los Gozos y Dolores de san José.

sábado, 5 de marzo de 2022

SEXTO DOMINGO DE SAN JOSÉ. Textos de san Enrique de Ossó

SEXTO DOMINGO

Se consagra a honrar los dolores y gozos de san José

a su vuelta de Egipto.

 

PARA COMENZAR TODOS LOS DOMINGOS:

 

Ejercicio de los siete domingos de san José.

 

Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:

 

Oración a san José

Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido particularmente en este ejercicio, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

 

MEDITACIÓN

 

Composición de lugar. Contempla a María y a José regresando con Jesús de Egipto a Jerusalén, su patria, llenos de gozo.

 

Petición. ¡Oh hermoso cielo! Desterrado de mi patria, ¿cuándo te poseeré con Jesús, María y José? 

 

Punto primero. Siete años, por lo menos, estuvieron Jesús, María y José en Egipto, en la ciudad de Hierópolis, donde había una sinagoga y muchos de sus hermanos judíos, amados y respetados de aquel pueblo idólatra, por la dulzura y afabilidad de su trato, aprovechando todas las ocasiones para extender el reinado del conocimiento y amor de su hijo Jesús entre aquellas gentes que hospitalidad le dieron. San José trabajaba de carpintero, la Virgen hilaba, cosía o tejía todo el tiempo que le dejaban libre sus faenas domésticas, y así ganaban honrosamente el pan con el sudor de su rostro… Allí permanecieron en paz, resignados y contentos, conformados con la voluntad de Dios, esperando el aviso del ángel para volver a Israel. La obediencia les había forzado a dejar su patria, y solo la obediencia podrá obligarles a volver a ella. Porque el ángel dijo a san José: Permanece en Egipto hasta nuevo aviso. Y el Señor, fiel a su promesa, envía de nuevo a su ángel y dice en sueños a san José: Levántate, toma al Niño y a su Madre, y vuelve a la tierra de Israel, porque murieron ya los que le buscaban para matarle. Y José, sin excusarse, sin replicar, toma al Niño y a la Madre con la misma prontitud para volverse a su patria que para alejarse de ella. Con grande gozo proseguían su camino dirigiéndose a Jerusalén para dar gracias al Señor en su templo; mas se enturbió este gozo con la nueva de que reinaba en Judea Arquelao, no menos cruel y sanguinario que su padre Herodes el Grande. Había hecho matar a tres mil ciudadanos de los más ilustres para asegurar su reino. ¿Qué no hubiese hecho al saber que estaba entre ellos el Rey de Israel? Dolor acerbísimo fue este para el corazón del Santo, y no quiso exponer la vida de su hijo Jesús a una nueva persecución. Encomendó a Dios el negocio, y el ángel otra vez en sueños le dijo que pasara a Galilea, donde viviría seguro, y habitase en Nazaret. Así favorece, devoto josefino, el Señor a sus fieles servidores, consolándolos en sus penas, ilustrándoles en sus dudas, guiándolos en todos sus pasos, porque escrito está: “El Señor hará la voluntad de los que le temen y oirá sus deprecaciones” ¿Temes a Dios? Pues puedes descansar con seguridad bajo su protección y morar en la abundancia de la paz.

 

Punto segundo. Ya está san José con su esposa María y con el Niño crecidito en su casa bendita de Nazaret. ¡Qué gozo! Ya van sus parientes y amigos a visitarlos y a darles la enhorabuena por su venida. ¡Qué consuelo!... Oye cómo les cuentan María y José los trabajos y auxilio del Señor en estos pasos. Resuena aún en sus oídos el cántico de sus padres: In exitu Israel de Aegypto, domus Jacob de populo barbaro. Ya viven sin zozobra ni sobresaltos, y habitan en paz los desterrados aquella casa donde se encarnó el Verbo y que fue visitada por el ángel. ¡Oh, cómo besarían aquella tierra santa, aquellas paredes, y prosternados en el suelo darían alabanzas y gracias a Dios porque les visitó y volvió a su patria! ¡Mira a María y José gozando del trato familiar de su hijito Jesús! Todos admiraban la belleza, sabiduría y gracia del Niño, azucena divina, flor de Jesé que brotó en el matrimonio de María y José. Siempre fue dulcísimo y amorosísimo el trato de Jesús, pero nunca como en la niñez. Sus gracias infantiles formaban las delicias de María y José, que amaban y admiraban y honraban en Él, no solo a su hijo, sino juntamente a su Dios. Allí gozaban a solas viéndole crecer y dar muestras cada día más preclaras de su sabiduría y de su gracia, siendo envidiados de todos los vecinos por tal prenda, tan tesoro y tal hijo… María y José, a la sombra del Amado de su alma, descansaban en paz creciendo en santidad y méritos, cumpliendo exactamente todos sus deberes… Su vida era distribuida entre la oración, el trabajo y el cumplimiento de sus deberes. San José hacía mesas, puertas, arados, etc., el Niño Jesús le ayudaba según sus fuerzas, y María hilaba, cosía y tejía y hacía los quehaceres de la casa… Aquí recibieron la visita de la madre de san Juan Evangelista, trayendo entonces a su hijo que era gallardo niño de cinco años y pariente según la carne muy cercano de Cristo, y aquí principió aquella afición y cariño, por la que le llamó después a san Juan el discípulo amado. ¡Oh casita de Nazaret, antesala del cielo, pedazo del paraíso en la tierra! yo quiero morar en ti lo más que pudiere, aprendiendo lecciones de todas las virtudes de Jesús, María y José.

 

 

EJEMPLO: Vergüenza vencida por intercesión de san José

 

El siguiente caso infundirá valor a las almas débiles, que, después de haber tenido la infidelidad de caer en culpa grave, dominadas por la vergüenza de confesarla, huyen del único remedio para su eterna vida, que es una buena y contrita confesión. Acudan estos infelices al amparo de san José, y en su protección hallarán fuerzas para vencer esa cobarde timidez y rubor pernicioso. Esta gracia recibió un pecador vergonzante, de la bondad del Santo patriarca, según la refiere el mismo favorecido al P. Barry, en tiempo que este escribía la vida de san José.

Habiendo dicha persona tenido la desgracia de cometer un enorme sacrilegio, violado un voto con que estaba ligado al Altísimo, no supo, o mejor, no quiso vencer la maldita vergüenza de confesarlo, para salir del precipicio en que se había metido.

Por ella permaneció algún tiempo enemistada con Dios, siempre destrozada por los remordimientos de conciencia, agitada de continuo por fundados temores de perderse, consecuencia inevitable de la culpa. Bien sabía ella que para el que ha infringido gravemente la ley de Dios no hay medio: o confesión o condenación; que no podía sanar sin querer eficazmente descubrir su llaga al médico espiritual; que no podía apagar el dolor y los torcedores de su alma sin arrancar la espina que le hería; pero la cobardía la alejaba de la piscina de salud, y la vergüenza cerraba tristemente sus labios. ¿Qué hacer en lance tan apurado?

Por la divina misericordia se le ocurrió llamar a san José al socorro de su miserable debilidad, e invocarlo contra las repugnancias que le atormentaban y le impedían triunfar de sí misma. Con esta mira resolvió obsequiar al Santo, consagrando nueve días continuos al rezo del himno y oración propios del ayo del Salvador.

Dios bendijo sus buenos deseos, pues terminado el novenario se sintió el sacrilegio completamente trocado y revestido de tal fuerza y valor que, sobreponiéndose a sus locas y temerarias repugnancias, fue a arrojarse a los pies de un confesor, al cual sin dudas, ambages ni reserva, manifestó lo más íntimo de su atribulada conciencia. Con esto respiró su alma; y desde este feliz momento reverenció a san José como a su libertador y consuelo, le confió el difícil cargo de su espíritu y se impuso el deber de llevar siempre consigo la imagen del Santo, a fin de que le sirviera de impenetrable escudo contra los malos sueños y todos los ataques luciferinos. No hay duda que esta filial devoción fue por mucho en la paz y fervor de que gozó en lo sucesivo. San José le recompensó su devoción y fidelidad con favores señalados, y en especial librándole de los peligros que rodeaban su alma.

 

Obsequio. Reparte algún librito, estampa o medalla de san José entre tus amigos y conocidos, moviéndoles a su devoción.

 

Jaculatoria. Viva Jesús mi amor, y María mi esperanza, santa Teresa mi guía, y san José mi protector.

 

 

PARA FINALIZAR CADA DOMINGO:

 

Oración final para todos los días

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad. Amén.

 

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

Ave María Purísima, Sin Pecado Concebida.

 

***

Se puede acompañar este ejercicio de los Siete Domingos de san José, con las letanías del Santo, o con el rezo de los Gozos y Dolores de san José.

sábado, 26 de febrero de 2022

QUINTO DOMINGO DE SAN JOSÉ. Textos de san Enrique de Ossó

QUINTO DOMINGO

Se consagra a honrar el dolor y el gozo de san José

en la huida a Egipto.

 

PARA COMENZAR TODOS LOS DOMINGOS:

 

Ejercicio de los siete domingos de san José.

 

Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:

 

Oración a san José

Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido particularmente en este ejercicio, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

***

 

MEDITACIÓN

 

Composición de lugar. Contempla a la Sagrada Familia descansando bajo la palmera en el desierto, y acompáñales en su destierro.

 

Petición. Desterrad de mi alma, glorioso san José, el pecado, para que siempre viva en ella Jesús por gracia.

 

Punto primero. Cumplidas las ceremonias de la purificación y presentación, y algo recelosos de la crueldad de Herodes al verse burlado de los Magos, salieron cuanto antes de Jerusalén san José con la Virgen y el Niño Jesús a Belén, para desde allí dirigirse a su casa de Nazaret y descansar en ella en paz. Mas Herodes, despechado por no haber vuelto a ver a los Magos, mandó degollar a todos los niños desde dos años abajo, para matar a Jesús. Por esto un ángel se aparece en sueños, de noche a san José; y le dice: Levántate, toma al Niño y a su Madre y huye a Egipto, pues Herodes buscará al Infante para matarle. Ya empieza a cumplirse la profecía de Simeón.

 

Todos convienen que un viaje largo es una molestia continuada para los que pueden proveerse de todo; ¿qué sería para la Sagrada Familia, que apenas pudo prevenir nada? Más de dieciséis jornadas necesitaba la Sagrada Familia para llegar a Egipto, y dos meses empleó en el viaje: ¡Cuántos dolores, penas, trabajos, angustias y sobresaltos había de experimentar tan santa familia! El viaje fue muy trabajoso, pues los caminos eran ásperos, despoblados, espantosos, desconocidos, llenos a trechos de bosques, a trechos de arenales. El tiempo el más desapacible del año, sin guía, sin provisiones. Había el Santo comprado un asnillo con el precio de las pocas alhajas vendidas de su casita de Nazaret; y con unas pocas provisiones que la premura del tiempo le consintió, pues todo su afán era salvar a Jesús y a María, emprendió el viaje. Las noches las habían de pasar muchas veces debajo de un árbol o dentro de alguna choza, y muchas veces al raso, cubriendo san José con su pobre capa al tierno Infante… Contempla a estos ilustres viajeros. Cosa mejor no la tienen los cielos y la tierra. Admira la majestad del divino Niño, la modestia de la bellísima Madre y la afabilidad y contentamiento del padre… Mírales fugitivos en la oscuridad de la noche, sobresaltados a veces por miedo de ladrones y de sus perseguidores, pero confiados siempre en la providencia de Dios y alentados por su poder. ¡Pobrecillos! El Niño tiene pocas semanas; la Madre, tierna y delicada, apenas cuenta dieciséis abriles y huyen de su patria a país extranjero que odió a sus padres, de los fieles adoradores del verdadero Dios a los adoradores del diablo, de la compañía de parientes y amigos a la de gente extraña y odiosa. ¡Pobre padre! ¡Pobre esposo san José! ¿Puede imaginarse mayor sacrificio?, exclama el Crisólogo. ¿Cómo lo harán estos pobres consortes? ¡No tienen ni sirvientes, ni criada; solitos por aquellos andurriales! ¿De qué comerán los pobrecillos, si no es de la pobreza que lleve el santo patriarca, de lo que recojan de limosna? ¿Dónde se acogerán u hospedarán durante la noche, sobre todo al atravesar las cien millas de arenoso desierto, en cuyo tránsito no mora persona humana? No obstante, el Señor, que no abandona a las avecillas del cielo, les proveyó: los árboles les inclinaban sus ramas ofreciéndoles sombra, y las palmas sus dulces frutos a los divinos caminantes. Dios no abandona jamás a quien le sirve.

 

Punto segundo. Considera, devoto josefino, que el Señor, que es ayudador en tiempo oportuno en las necesidades, y que está siempre con los atribulados, no dejó sin consuelo al glorioso san José en este paso. Solo recordar el Santo que con estos trabajos libraba de la muerte al Hijo de Dios, le era colmada recompensa. Además, el padecer en compañía de Jesús y de María, aliviaba en gran parte su dolor. El llevar el Niño Jesús colgado del cuello y recostado sobre su pecho envuelto en su pobre capa, le era un premio que resarcía sobradamente sus penas. Pero lo que más inundó de gozo su corazón de padre fue el ver que los demonios, apenas hubo pisado el Niño Dios la tierra de Egipto, huyeron sobrecogidos de terror; enmudecieron los oráculos forzosamente, cayeron los ídolos de sus altares de mármol y de oro, rindiendo homenaje al verdadero Hijo de Dios, según Isaías (cap. XIX): “He aquí que subirá el Señor sobre ligera nube (María y José), y entrará en Egipto, y a su presencia los simulacros de los dioses serán derribados”. En Egipto oyó san José pronunciar la primera palabra al Hijo de Dios, llamándole padre. En Egipto vio dar el primer paso y abalanzarse a él con amor inexplicable al Niño Dios, y darle el primer abrazo, y colmarle de indecibles delicias… En Egipto vio crecer en edad, sabiduría y gracia al Niño Dios, y se vio obedecido y ayudado por Él… ¿Qué más? Vio poblarse, merced a la gracia que derramaba su hijo Jesús, vio en espíritu poblarse las soledades de Egipto de miles de miles de solitarios santos, y convertirse aquel erial espinoso de vicios e idolatría en un remedo del cielo por las angelicales virtudes de sus pobladores: y aquella región que estaba sentada como esclava de Satanás en las tinieblas y sombras de la muerte, semejó un cielo sembrado de inmensa variedad de estrellas que publicaban día y noche la gloria del redentor Jesús. He ahí el fruto del destierro a Egipto y del ejemplo de Jesús, María y José. ¿No es verdad, devoto josefino, que podía gozarse san José viendo el fruto santo de sus dolores y los de Jesús y María? Así serán los tuyos, devoto del Santo, si trabajas, sufres y padeces por Jesús y por su gloria.

 

EJEMPLO: San José socorre en toda necesidad

 

De una persona que nos merece toda confianza, por su carácter y por la amistad con que nos honra, publicamos la siguiente carta que no es de poca edificación para todos los devotos josefinos. “Sé, nos escribe, que trata Vd. de recoger ejemplos en honra de san José, y yo le puedo suministrar a cientos y a millares, y no de casa ajena, sino de la propia. Con más razón tal vez que la santa josefina Teresa de Jesús, puedo decir que me cansaría y cansaría a todos si hubiese de referir muy por menudo las gracias que debo a san José. Apuntaré algunas. Molestado de una grave tentación contra la santa pureza, acudí al Santo, y hasta hoy no me ha molestado más, pareciendo haberse extinguido el estímulo de la carne. Pedile conocimiento y amor y trato íntimo con Jesús, y hallo mi espíritu inundado a veces de tal conocimiento y luz interior que sin sentirlo me hallo todo movido de alabanzas y amor de Dios. Cada año en su día le pido alguna gracia y siempre la veo cumplida mejor que yo la he sabido pedir. En dos o tres graves enfermedades, el Santo bendito me ha dado salud mejor que los médicos y cuidados de los hombres. En algunos apuros de honra, fama y necesidades temporales san José me ha socorrido siempre, y a veces de un modo tan portentoso, que hasta los mismos que tienen poca fe se han visto obligados a confesarlo. Una vez, sobre todo, que todos los caminos en lo humano estaban cerrados, el Santo mostró gallardamente que ninguno de los que han acudido con confianza a su protección ha quedado burlado. Creo que esto basta para que pueda servirle en algo para mover a la devoción del santo patriarca, toda vez que a mí, pecador y ruin, miserable, así me ha asistido siempre. Otro día, concluye, le daré más detallada relación de algunas gracias bien singulares que me ha dispensado el glorioso san José”. ¿Quién no se anima con estos ejemplos a acudir con confianza a la protección del Santo?

 

Obsequio. Vive hoy más retirado del trato de gentes y date a la lectura espiritual.

 

Jaculatoria. Jesús, José, María, Joaquín y Ana, en vida y en muerte amparad mi alma.

 

PARA FINALIZAR CADA DOMINGO:

 

Oración final para todos los días

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad. Amén.

 

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

Ave María Purísima, Sin Pecado Concebida.

 

***

Se puede acompañar este ejercicio de los Siete Domingos de san José, con las letanías del Santo, o con el rezo de los Gozos y Dolores de san José.