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jueves, 29 de junio de 2023

UNA DIFICULTAD PARA EL APOSTOLADO (1) SAN MANUEL GONZÁLEZ

 


Textos para meditar ante el Sagrario

UNA DIFICULTAD PARA EL APOSTOLADO (1)

SAN MANUEL GONZÁLEZ,  OBISPO DE LOS SAGRARIOS ABANDONADOS

 

Comulgantes de Jesús de cada mañana,

¡Sed los apóstoles de Jesús de cada hora!

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas 5, 1-11

 

En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.

Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:

-«Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.»

Simón contestó:

-«Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.»

Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a lo socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo:

-«Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.»

Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.

Jesús dijo a Simón:

-«No temas; desde ahora serás pescador de hombres.»

Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

 

IV. UNA DIFICULTAD PARA EL APOSTOLADO

 

La escasez del dinero y artes para remediarla

          Como los ociosos operarios de la parábola evangélica excusaban su ociosidad con la razón de que nadie lOs conducía o llamaba a trabajar, harto frecuentemente oímos cohonestar muchas ociosidades y no pocos brazos caídos con esta palabra, que suele decirse con aire de razón definitiva.

          Sin dinero y sin las influencias y auxilios que el dinero da ¿qué vamos a hacer?    Ésa es la pregunta que intentaré responder en este capítulo.

 

La incuestionable escasez de dinero para muchas obras buenas

          Es cierto de toda certeza:

          1º Que hace falta dinero para las obras de que hablamos, ¡claro que sí! Un catecismo y una escuela necesitan dinero; un centro, una biblioteca, un círculo de estudios, una mutualidad, una propaganda cualquiera necesitan casa, luz, muebles, dependientes, libros, materiales; es decir, necesitan dinero, y de ordinario, mientras con más dinero cuenten, más bien podrán hacer.

          2º Que el dinero católico escasea, y mucho, en determinados sitios y para determinadas obras.    Dice un amigo que uno de los trabajos a que preferentemente deben dedicarse hoy los cristianos es a bautizar un sinnúmero de pesetas que andan por ahí, y aun en cajas de católicos más moras que el mismísimo Sultán de Marruecos.

           Sí, ahora que estamos en la época del laicismo, hay que tener en cuenta que la mayor parte del dinero que circula por el mundo es laico.

          Sin que podamos decir, porque sería una gran mentira y una gran injusticia, que se han secado los cauces de la generosidad cristiana, bien puede asegurarse que en determinadas circunstancias y para determinadas obras sufren interrupciones o mermas bastante lamentables.

          Es un hecho, desgraciadamente muy cierto, que en no pocas obras católicas se padecen hambre y sed de muchas cosas por falta de dinero.

 

No todo se hace con dinero

Pero con ser todo eso tan cierto, todavía me atrevo a asegurar que en lo de la dificultad del dinero, hay un poco, mejor digo, hay un mucho de bu con que se amedranta a los niños.    Y si no, vamos a cuentas.

 

¿Qué es el dinero? Dejándonos de definiciones, que no son del caso, y circunscribiéndonos al aspecto, bajo el cual lo consideramos aquí, el dinero no es más que uno de los elementos de la acción católica o de la propaganda, y no el principal.

          Elementos de esas obras son la gracia de Dios, en primer término, el amor de Dios y del prójimo, la iniciativa propia, la buena voluntad, el talento organizador, el estudio, la constancia, la palabra hablada o escrita, la simpatía, la laboriosidad, etc., todos los cuales pueden, en absoluto, obtenerse y ejercitarse sin dinero; al paso que éste no puede hacer nada sin todos ellos y muy poco faltando alguno solamente.

 

La obsesión del dinero

Y ocurre este singular fenómeno cuando se trata de fundar o emprender una obra buena.    Se piensa en el local, en el exorno del mismo, en lo que pudiéramos llamar mecanismo exterior de la obra, y no se piensa o se piensa menos en contar con Dios, para cuya gloria debe hacerse aquella obra y con el hombre que hay que poner al frente de aquélla y en la aptitud de éste o de los que la inician y en los medios más conducentes para que la obra conserve su espíritu y se prevenga contra los peligros de la inconstancia, la moda, la disipación o desnaturalización, hoy tan inminentes.

 

Es decir, se piensa en lo que cuesta y apenas si preocupan los demás elementos, más o tan influyentes que el dinero.

          ¿Verdad que en este proceder hay un poco de inconsecuencia?

          ¿Verdad que sólo por este lado hay ya que quitarle un poco al bu de la dificultad del dinero?    Alguien ha llamado la atención de los hombres de la acción católica sobre la enfermedad que, con frase feliz, ha llamado mal de piedra, designando con ese nombre a esa tendencia de hacer consistir la grandeza y virtualidad de nuestras obras en la grandeza de proporciones y coste de las casas para esas obras.

 

Cuidado que yo no soy partidario de las obras raquíticas; creo que con ellas, entre otras cosas, se ofende a Dios, a quien se supone poco generoso para con los que por Él trabajan, y se da pobre idea de los sentimientos de fe y de confianza de los que en ellas andan.

          Pero creo que es una grandísima torpeza, por lo menos, quejarnos a Dios y a los hombres de que no podemos hacer obras buenas, porque no nos dan dinero, teniendo almacenados en nuestra cabeza y en nuestro corazón y en la cabeza y en el corazón de nuestros amigos, elementos mucho más poderosos y eficaces que aquél, de cuya ausencia nos lamentamos.

 

 

Dos ejemplos

 

El primero: yo comparo a esos hombres con el espectáculo que presentan los ricos-pobres, y no de espíritu. Veis a éstos, siempre llorando su mala suerte, sus malos tiempos, sus malas cosechas, sus malos negocios, que les impiden, según ellos, no sólo dar limosnas, sino hasta permitirse lo más necesario para su vida, y por otro lado sabéis que sólo en cuenta corriente del banco tienen miles y miles de pesetas.

          Tan falto de lógica es para mí ese proceder de los ricos-pobres, como el de esos hombres que, inconscientemente, sin duda, dedican todas sus preocupaciones al dinero para sus obras buenas; es decir, al cuerpo, y sin apenas parar mientes en el alma de las mismas.

 

El segundo ejemplo

          Me digo algunas veces cuando oigo tanta lamentación de sonido metálico: pero, Dios mío, los apóstoles, ¿cómo se echaron a conquistar al mundo?

          ¿Pensando en construir una gran basílica para dar cabida a los cristianos que fueran naciendo? ¿Proyectando grandes palacios para celebrar sus reuniones y sus concilios?

          No, no; empezaron por todo lo contrario; como les había encargado el maestro: sin túnica, sin manto, sin calzado...

          He ahí todo el capital de provisiones de los apóstoles, unos cuantos sin; es decir, unos cuantos ceros y ¡pare usted de contar!

           Y ¿creéis que se hubiera salvado el mundo si aquellos hombres se hubieran cruzado de brazos en Jerusalén, diciendo: «Como no tenemos dinero para viajes, ni para iglesias, ni para limosna para la consabida llave de oro, con que abrir el corazón del pueblo, ni para cualquier imprevisto, determinamos quedarnos aquí hasta que logremos formar un capital por acciones para empresas apostólicas...»

          ¿Verdad que disgusta ese lenguaje?, y pregunto: ¿por qué nos disgusta en los apóstoles y no nos disgusta en nosotros, que lo repetimos tanto en una forma o en otra?

 

Dos consecuencias

          De lo dicho deduzco: 1º que hay auxilios para las obras católicas que valen más que el dinero y no cuestan dinero y 2º, que cuando se ponen en juego esos elementos, Dios nunca falta con el dinero en las obras que van dirigidas a Él.

 

jueves, 22 de junio de 2023

EL LEMA DE NUESTROS APOSTOLADOS (II). SAN MANUEL GONZÁLEZ


 

Textos para meditar ante el Sagrario

EL LEMA

DE NUESTROS APOSTOLADOS (II)

 

SAN MANUEL GONZÁLEZ,  OBISPO DE LOS SAGRARIOS ABANDONADOS

 

Comulgantes de Jesús de cada mañana,

¡Sed los apóstoles de Jesús de cada hora!

 

 

Lectura del santo evangelio según san Lucas 12,49-53

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! Con un bautismo tengo que ser bautizado, ¡y qué angustia sufro hasta que se cumpla!

¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra su nuera y la nuera contra la suegra».

 

V. EL LEMA DE NUESTROS APOSTOLADOS

 

¡Todo por, con y para el Corazón de Jesús!

¡Guerra al pesimismo y al laicismo en las obras católicas!

 

Guerra al pesimismo y al laicismo en las obras católicas

          Expuesta la primera parte, que llamé positiva por constituir una rotunda afirmación de querer ir siempre a la acción católica por el Corazón de Jesús, con Él y para Él, voy a añadir unas palabrillas aclaratorias de la segunda parte, que, aun en la forma negativa que está expuesta, no deja de ser otra afirmación del mismo principio.

           «Guerra al pesimismo y al laicismo en las obras católicas».

 

Guerra

          Quizá a más de un pacífico lector, acostumbrado al estilo medio en serio y medio en broma de este librillo y de todas mis propagandas, le disuene esa palabra; pero, ¡qué se le va a hacer!, hay que decir la palabra guerra y que hacer lo que dice, esto es, guerrear.

          No tengan miedo, después de todo, porque no digo guerra a los pesimistas y a los laicos, sino al pesimismo y al laicismo, que acá sabemos, por gracia de Dios, guardar toda clase de respetos, y consideraciones con las personas, así como, sea en broma, sea en serio, no reparamos en disparar bala rasa contra los muñecos y muñecotes que traen revueltos a no pocas.

 

Guerra a las polillas de lo bueno

          Y no muñecos, ni muñecotes, sino bichos de mala sangre y peor intención, que destrozan cuanto cogen o se pone a su alcance, son los malhadados vicios del pesimismo y del laicismo.

          ¿Han visto ustedes lo que hace el gusano de la polilla en las sillas en donde se alberga?

          Por de fuera parecen muebles acabados de sacar de la tienda; pero, ¡ay!, del que se siente confiado en ellas, que pondrá en peligro su integridad corporal.

          Pues eso mismo y, si cabe más, hacen esos gusanitos de pesimismo y laicismo en las obras católicas en que se meten, pues dejándoles una apariencia quizá deslumbrante, las inutilizan para todo efecto positivamente bueno.

           Sin meterme a estudiar en toda su extensión esos dos males, sólo expondré la raíz de su malicia y la razón de su perniciosa influencia.

 

En qué convienen

Convienen entre sí estos dos males «en quitar a Dios de las obras», aunque por distintos caminos o procedimientos.

          El pesimista quita a Dios, porque no confía en Él; el laicista quita a Dios, porque confía en sí mismo.

          El uno viene a decir con su conducta: yo no hago eso, yo no trabajo, yo no me meto en esa empresa, porque, como todo está tan malo y tan corrompido, sólo un milagro de Dios podría hacerlo; y como Dios no va a hacer milagros a cada momento...

           El otro dice: yo sí lo hago, yo me meto porque tengo dinero, talento, suerte, buen ambiente y ¿qué más necesito?

           Los dos, cada uno a su manera, han prescindido de Dios, lo han quitado de sus obras.    El pesimista por miedoso, el laicista por atrevido y presumido.

 

Y ustedes comprenderán que quitar de una obra a Dios es quitar la vida a la obra.

          Y cuenta que no hablo de herejes o cismáticos, ni aun de católicos indiferentes, sino de gente buena, que se interesa por el bien del pueblo y a su manera trabaja o intenta trabajar en su favor.    Hablo del pesimismo y del laicismo de que se dejan contaminar a veces los buenos en sus buenas obras.

          Contra eso levanto siempre bandera, ¡bandera de sanos y estimulantes optimismos y de cristiano y eficaz sobrenaturalismo!

          ¿Cómo?

 

Lo que digo a los pesimistas

Es que llevan razón con lo de que el mundo anda muy mal y que la gente está muy corrompida y que con los malos papeles, los malos espectáculos, las malas modas, y con tanta cosa mala como hoy se exhibe y triunfa hasta de la ley, la cuesta arriba de la austera vida cristiana, se hace casi inaccesible.

          Conformes con toda conformidad con todas las negras tintas que quieren los pesimistas derramar sobre el cuadro que ofrece el mundo de hoy en sus relaciones con Jesucristo y con las cosas del alma.

          ¡Ay! ¡Ay! ¡Sé yo en punto a tristezas, y a desengaños, y a ingratitudes, y a persecuciones de todas clases y a todas horas, sé yo -repito- tantas cosas! ¡Podría pintar cuadros con tinta más negra que la china y más amarga que la hiel!

          Sí señores pesimistas, no os regateo negruras ni horrores, antes suscribo todos vuestros quejidos con otro tan hondo y tan prologando como el del que más se queje.

 

   Pero en qué no llevan razón

          No estoy conforme en que por ese motivo se deban cruzar de brazos los llamados a trabajar contra el mal.

          En el orden natural, para todas las enfermedades, por desesperadas que sean, se buscan remedios, y deber de todo buen médico es no cruzarse de brazos ante ningún enfermo por muy seguro que esté de su muerte y por mucha desconfianza que tenga de salvarlo.

           Sin meterme ahora en discutir si el mal que padece nuestra sociedad es incurable o no, ni en afirmar que el mal de hoy es o no es mal tan antiguo como el hombre y en dilucidar otras cuestiones, si no impertinentes, pero que al menos nos llevarían muy lejos, me contento con recordar a los de los brazos cruzados unas cuantas verdades, tan ciertas y oportunas, como el Evangelio, de donde están tomadas.

 

Lo que dice el Evangelio

          El Evangelio, tan conciso en todo lo que cuenta y enseña, en lo único que está, si puede decirse, prolijo, es en anunciar contradicciones para los seguidores de la obra del maestro.

          Ábrase cualquier página: quizá no se hable en ella de glorias y triunfos; pero, seguramente, de opresiones, persecuciones, calumnias, odios, prisiones, cruces, ludibrios, bofetadas, salivazos, muertes, ¡vaya si se habla!

          Y ¿para quién se anuncian todos esos regalos? ¿Para los enemigos de Cristo?

          No; sin que a éstos les falte el anuncio de la ración que les espera, todas aquellas predicciones de cosas desagradables, son para los amigos de Jesús.

 

          Así que, por lo pronto, no nos han debido coger desprevenidos ni extrañados los males que ahora lamentamos.

          Júntense con todos esos dichos del Evangelio los hechos del maestro.

          ¿Nos hemos fijado en la cosecha inmediata de fruto que obtiene nuestro Señor Jesucristo con su predicación, sus milagros, sus profecías, su vida santa y su sacrificio de cada instante?

          Para Él ya sabemos lo que, por de pronto, recoge: unas cuantas calumnias que dan margen a un proceso inicuo, bofetadas, heridas y crucifixión; y para su obra, un grupito de mujeres fieles y un solo hombre...

          Señores pesimistas, ¿sabéis de alguno que haya sembrado más y haya recogido menos que nuestro divino maestro?

 

Y, sin embargo,

Él, que hubiese tenido razón sobradísima para cruzarse de brazos ante aquel, al parecer, colosal fracaso, no sólo no se cruza de brazos, sino que para enseñanza perpetua de sus ministros y satisfacción perenne de su amor, quiere que la muerte le coja con los brazos abiertos, muy abiertos para con ellos así quedarse, como símbolo de la religión por Él fundada...

          ¡Ay, amigos de los brazos cruzados! ¿os habéis fijado en vuestro crucifijo? ¿Habéis comparado vuestra actitud con la del Maestro?

 

Lo que digo a los laicistas

          Y debiera con más propiedad decir: a los católicos laicos, o al revés, si place más. Porque yo no hablo aquí de los laicos a secas y, por ende, de los que lo son en la teoría  y en la práctica.

          Voy solamente contra los católicos, que se empeñan en hacer laicamente obras católicas.

          Y ¡ojalá no fueran tantos los que en tales empeños andan! ¡Otro gallo les cantara a no pocas obras buenas!

          Tantos hay, que forman hasta familias o tribus distintas.

 

          Hay católicos laicos en el fin (mucho de cultura, bienestar social, adaptación al medio, elevación de nivel, equilibrio de fuerzas, etc., y nada de salvación de almas, disminución de ofensas a Dios, perseverancia y conservación de la inocencia). 

          Laicos en el procedimiento (chanchullos, componendas, contemporizaciones con los de la pared de enfrente, acepción de personas y hasta adulaciones y poca o ninguna simplicidad cristiana, nada o casi nada de confianza en el auxilio de Dios, ni sombra de la santa libertad apostólica, ni oración, ni Sagrario, etc., etc., y ¡cuántos etcéteras más!). 

          Laicos en los motivos o móviles (compasión natural, miedo al enemigo, evasivas de molestias, buen parecer o ser bien visto y nada de gloria de Dios, voluntad del sagrado Corazón de Jesús, afán de verlo reinar y de extender su reinado, etc.).

          Y dentro de cada una de esas familias ¡vaya si hay hijos e hijuelos!

 

Obras cristianas sin Cristo

          Triste cosa es, en verdad, ésa de que se pretendan hacer obras cristianas sin Cristo, y de que se malgasten y desperdicien tanto dinero y tantas fuerzas por falta o defecto de orientación cristiana.    Más de una vez he sentido pena, mucha pena ante obras, al parecer, brillantes y fecundas de acción católica, porque después de verlo todo y de oír a todos, me he preguntado: pero fuera del nombre o título de esa obra, que es católica ¿en dónde está lo católico de ella?

          Y no solamente ante obras, sino ante hombres de acción he sentido esa misma pena; me han expuesto sus entusiasmos o sus decaimientos, sus proyectos o sus fracasos tan laicamente, como si no se tuviera en el mundo la menor noticia del Evangelio, del Sagrario y de las promesas de Jesús en uno y en otro.

 

Soldados con fusiles de caña

          Cuando veo esas obras y esos hombres ocupar un sitio en las líneas del ejército católico tratando de luchar, siento pena y miedo y frío, como lo sentiría al ver pelear dos ejércitos, el uno perfectamente pertrechado de todas las armas modernas de guerra y el otro armado con fusiles de caña.

          ¡Pobres hermanos míos, empeñados en hacer la guerra al mundo, al demonio y a la carne, que en definitiva son siempre los enemigos nuestros, con fusiles de caña...!