lunes, 15 de septiembre de 2025

16 DE SEPTIEMBRE. SAN CIPRIANO OBISPO Y MÁRTIR (+258)

 


16 DE SEPTIEMBRE

SAN CIPRIANO

OBISPO Y MÁRTIR (+258)

DIGNO precursor de su compatriota máximo, San Agustín —que sentirá por él fervorosa admiración, y le dedicará no menos de seis sermones—, San Cipriano —«doctor suavísimo y mártir beatísimo»— es, sin discusión, el foco más glorioso de la floreciente Iglesia africana del siglo III.

No podemos ofrecer una biografía ordenada y cabal de su fecunda vida; una semblanza, sí, y de recia urdimbre y emotividad.

Su fiel compañero, el diácono Poncio —autor de la desmañada, aunque excelente Vita Cypriani—, distraído en ofrecer a la posteridad la profunda veneración que siente por su héroe, más bien que hechos concretos, nos ha privado de conocer muchas circunstancias de la vida de este hombre insigne, que llena un período importante de la historia de la Iglesia. Él se justifica, diciendo que «los hechos de un hombre de Dios no deben contarse sino a partir del momento en que naciera a Dios»; pero la crítica ha calificado siempre de imperdonables las lagunas de su Vita. Digamos en su descargo que, si son también suyas — como parece — las Actas Proconsularias del Santo —tan limpias, tan sencillas, tan objetivas, tan flagrantes—, merece un poco de indulgencia...

Por San Gregorio Nacianceno sabemos que Cipriano es cartaginés, y que su familia, pagana, ha ocupado asiento en el Senado romano. Poncio nos asegura que en su juventud «siguió sus estudios, y que artes buenas imbuyeron el devoto pecho». Otros biógrafos nos hablan de sus extravíos; y el mismo Cipriano nos dice «que sus veinte primeros años fueron poco castos». Pero, culto, de gusto depurado y fino, gran abogado de causas en el Foro, amante de la verdad, de la investigación y de la crítica, su espíritu recto y superior siente el vértigo de la filosofía pagana. La gracia de Dios le sale al paso, iluminándole, y —«disipada la nube del mundo»— la dulce persuasión del presbítero Cecilio lo arrebata para Cristo.

La conversión de Cipriano fue maravillosa v total. La fecha de su Bautismo —246—marca también—según su enérgica confesión — «la muerte de todos los vicios y el nacimiento de todas las virtudes». «Nadie siega apenas siembra... —dice Poncio—. En Cipriano, la trilla se adelantó a la sementera...». Así le vemos dando a los pobres el precio de sus bienes y haciendo voto de perpetua continencia. «Para prueba de sus buenas obras —continúa el biógrafo—, creo que basta el hecho de que, por juicio -de Dios y favor del pueblo, cuando aún era neófito y, a lo que se pensaba, novicio de la virtud, fue elegido para los deberes del sacerdocio en su grado supremo del episcopado».

La santidad no cambia el ser sustancial del individuo: lo dignifica, acendra y sublima, al enderezarlo a divinos objetos. Cipriano es un ejemplo. En ciencia apologética brilla como el más esclarecido discípulo de Tertuliano, elocuente y paradójico hasta lo sublime: vigoroso y suave, rudo y amable, terrible y bondadoso. Podéis hojear su De Lapsis, su Exhortación al martirio, sus tratados De la Paciencia, De la Unidad de la Iglesia, cualquiera de sus libros. ¿Y en virtud? «¿Quién será capaz de relatar cómo se portara a partir de su ordenación episcopal? ¡Qué piedad la suya, qué vigor, cuánta misericordia, cuánta disciplina! Tanta santidad y gracia brillaba en su rostro, que confundía a quienes le miraban». Durante diecisiete años es luz de África: maestro y padre a la vez. Reúne concilios, organiza socorros para los apestados y prisioneros, atrae a los caídos —lapsi— a la fe y al valor del martirio...

En premio de tales merecimientos consigue la gloria de la proscripción. Apenas publicado en África el edicto de Decio —250—, San Cipriano —ducem cruoris— se ve envuelto en miradas de odio. Para bien de la Iglesia, escapa de esta persecución. Pero en agosto del 257, con la promovida por Valerio y Galieno, se inician los graves sucesos que culminan con el glorioso martirio del santo Obispo cartaginés. El 30 del mismo mes comparece ante el tribunal de Aspasio Paterno. Del despacho —in secretario— del Procónsul sale para el destierro de Curubis. «Armémonos, hermanos amadísimos, con todas nuestras fuerzas y preparémonos para el combate con mente incorruptible, con fidelidad entera, con valor denodado —había dicho Cipriano a los confesores—. Lejos de nosotros el miedo a morir violentamente, cuando nos consta que, al matarnos, se nos corona» ...

Fue el primero en dar ejemplo. Sus Epístolas fechadas en Curubis rebosan fe, entusiasmo y vigor. «Cuando llega, por fin, el día señalado, el día divino» — 14 de septiembre del 258 confiesa enérgicamente a Cristo, oye su sentencia de muerte, y dice con asombrosa paz: Deo gratias. La ejecución es de un patetismo escalofriante, y nos revela la vigorosa energía de carácter y la inmensa bondad de corazón de San Cipriano. Llegados al Ager Sexti —Villa de Sexto se postra en oración, se quita la dalmática y manda dar al verdugo veinticinco monedas de oro. Él mismo se venda los ojos. Un presbítero y un diácono le atan las manos. Luego, con serenidad celestial, espera el golpe de la espada sacrificadora...

La conducción de su cuerpo al cementerio del procurador Macrobio Candidiano, fue una marcha triunfal entre antorchas y cánticos. Cartago puso la apoteosis, levantando en honor de San Cipriano dos famosas basílicas: la Memoria Cypriani y la Mensa Cypriani.