domingo, 9 de marzo de 2025

EN EL MONTE DE LA CUARENTENA. Fray Justo Pérez de Urbel

 


 

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA

En el monte de la Cuarentena

Fray Justo Pérez de Urbel

 

Y luego después el Espíritu impelía a Jesús al desierto. Un desierto... este es el panorama que la Cuaresma presenta a nuestros ojos. Adiós a las rosas de Jericó, a los lirios del campo, al reír de la corriente, al azul turquí del lago, al humo lila que flota sabre la aldea, al "massalam" del amigo y a ese consuelo del hablar, que, como dice el autor de la Imitación, "alivia el corazón fatigado de pensamientos diversos". En lugar de todas estas cosas, la arena amarilla, el espanto de las fieras, las olas de polvo, el garabato del buitre en la altura, la roca grisácea y los montones de piedras en el monte duro y arisco, donde no nace la fuente ni espiga el grano, donde solamente crecen los lagartos verdosos y las espinas punzantes.

A pesar de todo, el desierto tiene sus encantos. Recuerdo a este propósito aquella glosa reciente del maestro Eugenio d’Ors sobre la soledad. No hay nada tan angustioso -nos decía-, no hay tragedia tan profunda como la de aquel que anda su camino en la vida sin una palabra de apoyo, sin una sonrisa de consuelo, sin sentir el latido de un corazón que palpite al ritmo del suyo. Me impresionaron aquellas palabras, y poco después las vi confirmadas en estos versos de Rabbí Don Sem Tom de Carrión:

"Non ay mejor riquesa

que la buena hermandad,

nin tan mala pobresa

commo es la soledad."

Pero el desierto no es lo mismo que la soledad. En la soledad no se habla voz alguna; y, en cambio, el silencio del desierto habla, como decía Psichari. Mas soledad puede darse entre el bullicio de la ciudad, que entre las dunas del Sahara. Yo no recuerdo en mi vida una hora tan terriblemente solitaria como la de una tarde en que me encontré envuelto en las oleadas de gente y el alegre murmullo de la Puerta del Sol. Para el alma vigorosa, para el que sabe que lleva dentro una gran riqueza, el desierto con sus paisajes sin matices, sus penas oscuras y sus arenas blancas, es una invitación a explorar, a descubrir los veneros íntimos del ser. Este es el desierto por el cual caminaba Elías para huir la venganza de la reina; y en este ambiente se preparaba Moisés para recibir la revelación de la ley.

Como ellos, también Jesús va a buscar ese silencio, que oprime y aplasta, y al alejar al hombre del mundo le pone más cerca de sí mismo. Todavía están húmedos sus cabellos con las aguas del Jordán, acaba de ser proclamado Hijo muy amado de Dios, y Juan le ha presentado a sus compatriotas como el Mesías prometido. Parece el momento propicio para lanzarse a su misión, pero el Espíritu, que ha bajado sobre Él en forma de paloma, le empuja hacia el desierto a replegarse sobre Sí mismo, a meditar. Y en el desierto tiene también su guarida el tentador. Allí había relegado al demonio el ángel Rafael; allí, en el día de la expiación, arrojaba el gran sacerdote a los animales cargados con los pecados de Israel. Jesús se encuentra con estas bestias simbólicas; a los cuarenta días de ayuno tiene hambre, y Satán, que acechaba impaciente, cree llegado el momento propicio de aparecer en escena.

Es una lucha emocionante, una batalla en tres embestidas, que tienen presentes todas las brechas posibles en el corazón humano. ¿Quién es este extraño ayunador?, debía de preguntarse el Adversario, según plausible suposición de los Santos Padres. ¿Habrá brotado ya aquella "semilla" de que se habló en el día de la primera culpa, ante el árbol de la ciencia del bien y del mal?

Este anacoreta no ayuna como los fariseos. ¿Está acaso destinado a quebrantar la cabeza de la serpiente? Para salir de duda, hay que jugar la última carta, echar mano de todos los resortes de la astucia diabólica, acudir a una experiencia larga y sutil de la psicología humana. El proceso es insidioso. Satán sabe bastante teología para comprender que un hijo de Dios puede saciar el hambre fácilmente; además, parece tener compasión del solitario.

-Si  eres Hijo de Dios -le dice-, haz que estas piedras se conviertan en pan.

Prudencia, mansedumbre, moderación en la respuesta; y esa respuesta, la eterna verdad que afirma los dos mundos: el visible y el invisible; las dos grandes realidades que nos rodean y que somos, la materia y el espíritu, el espíritu por encima de la materia, y más arriba todavía, Dios alimentando al hombre con su palabra:

-No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.

Está visto; aquel hombre no tiene un corazón débil que se deje dominar fácilmente del apetito del sentido. Pero el tentador dispone de otras armas. "Todo cuanto hay en el mundo -dice San Juan- es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida." Son las tres raíces del pecado, las tres fuentes de toda tentación, las tres redes malditas lanzadas sobre aquel mundo, en que pronto va a brillar la luz de la buena nueva: el placer, la riqueza y el mando: el griego, el hebreo y el romano; Corinto, la ciudad manchada con todas las abominaciones del paganismo; Jerusalén, cuyos moradores, como decía el profeta, "desde el primero hasta el último están consumidos por la avaricia; Roma, donde se recoge el axioma de Cesar: "Si por alguna cosa hay que violar el derecho, es por el ansia de reinar."

El tentador saca otra flecha de su aljaba. Jesús está de pie en la torre más alta del templo, la muchedumbre hormiguea en los pórticos circundantes; que se tire de aquella altura, porque tos ángeles le cogerán en sus manos y las turbas le aclamarán. ¡Qué ocasión para empezar su vida de libertador de Israel! Pero este segundo desafío es tan infructuoso como el primero. Jesús no quiere ser un prestidigitador; hará milagros, compadecido de los pequeñuelos abandonados, pero no le importa la curiosidad movediza de las multitudes. Ni la concupiscencia de la carne ni la soberbia de la vida pueden inquietar su corazón; ¿tendrá más poder sobre Él la concupiscencia de los ojos? Un espectáculo deslumbrador se descorre a su vista: riquezas fabulosas, vastos imperios, esplendor de oro y de gloria. Todo esto se lo ofrece el Adversario si se inclina delante de él y le adora. Jesús responde: -Atrás, Satanás, que está escrito: Adora al Señor tu Dios y a Él sólo sirve.

El agresor marchó despechado. Su aljaba estaba vacía.

Este encuentro entre el genio del mal y "Él que pasó haciendo bien", es, ante todo, la primera parábola evangélica hablada y representada a la vez, y como parábola nos la ofrece la liturgia al empezar la Cuaresma. Toda la liturgia del año e un itinerario de purificación espiritual; pero lo es muy particularmente esta etapa de la Cuaresma. Hasta el siglo XVI los cristianos no hacían ejercicios espirituales, en el sentido que ahora tiene esta palabra; pero tenían el año litúrgico, que era para ellos una suave corriente de ascesis, y en el afio litúrgico, la Cuaresma, con su carácter enérgicamente purgativo.

Este evangelio de la tentación acaba de introducirnos en la atmósfera espiritual que debe dominarnos a través del camino cuaresmal. También a nosotros el Espíritu nos lleva al desierto, y allí nos pone frente a frente de nuestro enemigo. Entre el ruido mundanal, los ataques apenas se advierten. No existen casi, porque no se necesitan. Por eso hay muchas gentes que no creen en el diablo, cuya última astucia es hacer creer que se ha muerto. Pero el que sube al monte de la Cuarentena para hallar a Dios, el grande, el puro, el que tiene hambre de la palabra divina, ese tiene el peligro, la seguridad casi de encontrarse con él, armado de aquellas tres flechas enherboladas con que acometió a su Maestro. Y en esa lucha, en la consideración de sí mismo, en la gimnasia espiritual, en esa elocuencia íntima del silencio, hallará la garantía de la purificación y el oráculo de la victoria; porque desde la cumbre del monte se divisan las maravillas de la tierra prometida, y Jericó está cerca con sus rosas y sus palmeras, y allá en el otro extremo de la avenida cuaresmal arden las antorchas de la Pascua, con sus misterios de amor, que son todo el objeto de nuestro viaje.

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger


 

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA

Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger

 

SOLEMNIDAD DE ESTE DÍA — Este domingo primero de la Santa Cuaresma, es así mismo, uno de los más solemnes del año. Su privilegio aplicado, por las últimas decisiones romanas, a los demás domingos de Cuaresma (Constitución “Divino afflatu.”), pero que durante muchísimo tiempo fué exclusivo de Pasión y Ramos, consiste en no ceder el puesto a ninguna fiesta cualquiera, ni la del Patrono, titular de la iglesia o Predicación de la misma. En los antiguos calendarios es llamado el primer domingo de Cuaresma: Invocabit, Primera palabra del introito de la Misa. En la Edad Media se le llamaba: “Domingo de los Hachones” del uso de llevar hachones en la Misa del día, por motivos diversos no idénticos ni en tiempo ni en lugar. En algunos lugares, los jóvenes que se habían propasado en diversiones carnavalescas, debían presentarse hoy en la Iglesia, con un blandón en las manos para dar pública satisfacción de sus excesos.

Aparece hoy la Cuaresma con todo su solemne atuendo. Los cuatro días precedentes se añadieron bastante tarde para completar los cuarenta días de ayuno, y, el miércoles de Ceniza no tienen obligación los fieles de oír misa. Viendo la Santa Madre Iglesia reunidos a sus hijos les dirige las palabras del oficio de maitines, sirviéndose del elocuente estilo de San León Magno. “Carísimos hijos, les dice, debiendo anunciaros el ayuno sacrosanto y solemne de Cuaresma, ¿por ventura podré empezar más oportunamente mi plática que usando las palabras del Apóstol a quien Jesucristo habla y repitiendo lo que acaban de leeros: He aquí el tiempo favorable, he aquí los días de salvación? Por que, aún cuando no haya tiempo alguno durante el año, que no sea rico en dones celestiales y en que, por la gracia de Dios, no hallemos siempre abiertas las puertas de la misericordia divina, debemos, sin embargo, trabajar en este santo tiempo con mayor celo y excitarnos al progreso espiritual y animarnos de grande confianza. La Cuaresma en efecto, al ponernos a la vista el día sacro en que fuimos redimidos, nos invita a practicar todos los deberes de piedad cristiana a fin de disponernos para la purificación del cuerpo y alma a celebrar los misterios de la Pasión del Señor.

 

TIEMPO FAVORABLE. — Tan gran misterio merecería de parte nuestra, respeto y devoción sin tasa y debiéramos estar siempre delante de Dios tales cuales quisiéramos el día de Pascua. Pero esta constancia no es caudal de muchos; la flaqueza de la carne nos fuerza a mitigar la austeridad del ayuno y los varios quehaceres de esta vida dividen y reclaman nuestras preocupaciones. Y sucede en consecuencia que los corazones religiosos están dispuestos a contaminarse en algo con el polvillo de este mundo. Con aventajado provecho nuestro se ha introducido esta divina institución que nos da cuarenta días para recobrar las fuerzas de nuestras almas expiando por la santidad de nuestras obras y el merecimiento de nuestros ayunos los deslices de todo el año.

 

CONSEJOS APOSTÓLICOS.— “Al comenzar queridos hijos, estos misteriosos días santamente establecidos para purificar nuestras almas y cuerpos, tengamos a gala obedecer la prescripción del Apóstol, despidiéndonos de todo cuanto pueda enlodar la carne y el espíritu con el fin de refrenando el ayuno la enemiga existente entre las dos partes de nuestro ser recobre el alma la dignidad de su imperio, sometida ella misma a Dios y dejándose guiar por El. A nadie demos ocasión de querellarse de nosotros; no nos expongamos al justificado vituperio de los que buscan contrariarnos. Los infieles, pues, tendrían motivo de condenarnos, y azuzaríamos nosotros mismos, por nuestra culpa, sus impías lenguas contra la religión, si la pureza de nuestra vida no corre pareja con la santidad, del ayuno que hemos abrazado. No nos figuremos que la perfección toda de nuestro ayuno estriba en sola la abstinencia de viandas; porque en balde negaríamos al cuerpo parte del alimento si, a la vez no alejásemos del alma la maldad.”

 

EL EJEMPLO DE JESUCRISTO TENTADO POR SATANÁS. — Cada domingo de Cuaresma ofrece como objeto principal una lectura de los santos Evangelios, destinada a iniciar a los fieles en los sentimientos que la Iglesia quiere inspirarnos durante el día. Hoy nos da a meditar la tentación de Cristo en el desierto. No hay asunto más adecuado para esclarecernos y fortalecernos que ese capital relato. Somos pecadores, nos reconocemos y deseamos expiar nuestros pecados. Pero ¿cómo caímos en el mal? Nos tentó el Demonio, y no rechazamos la tentación. Pronto cedimos a la sugestión del adversario y se perpetró el mal. Tal es nuestra historia en el pasado y tal sería en el porvenir si no aprovechamos el ejemplo con que nos brinda hoy el Redentor. Declarándonos el Apóstol la misericordia del consolador divino de los hombres, insiste sobre las tentaciones que se dignó tolerar nuestro Señor (Hebr., IV, 15 )Esa muestra de abnegación sin límites no se nos ha negado y así contemplamos hoy la paciencia adorable del Santo de los Santos; no tiene recelo ni asco en dejarse se le acerque ese repulsivo enemigo de todo bien, para enseñarnos como debemos triunfar de él.

Satanás ha vislumbrado con sobresalto la santidad incomparable de Jesús. Las maravillas de su nacimiento, los pastores convocados por los Angeles ante el pesebre, los Magos llegados de Oriente, al señuelo de una estrella; la protección que ha sustraído al Niño del furor de Herodes; el testimonio de Juan Bautista dado a favor del nuevo Profeta; todo este conjunto de hechos contrasta y choca de modo tan extraño con la humildad, la oscuridad de los treinta primeros años del Nazareno, que despierta los recelos de la serpiente infernal. El misterio de la Encarnación se llevó a cabo lejos de sus miradas sacrilegas; ignora que María es la Virgen anunciada por Isaías como madre del Emmanuel (Isaías, VII, 14.). Pero se han cumplido los tiempos y la última semana de Daniel ha iniciado su carrera, el mismo mundo pagano aguarda de la Judea un libertador y sabe todo esto el demonio. En su perplejidad osa acercarse a Jesús, esperando poder en el curso de la conversación sacar de él alguna nueva. ¿Es o no es el Hijo de Dios? Ahí está el problema. Acaso, acaso, podrá hacerle caer en alguna flaqueza; el hecho de saber si es un hombre como los demás, le tranquiliza.

 

PROCEDER DE CRISTO.— El enemigo de Dios o de los hombres había de quedar burlado de sus esperanzas. Se allega al Redentor, pero todos sus astutos esfuerzos se truecan en propia confusión con la sencillez candorosa y la majestad del justo, Jesús rechaza todas las embestidas de Satanás pero no da a conocer su origen celestial. Aléjase el Angel perverso sin haber sacando en limpio de Jesús, que era un Profeta fiel al Señor. Bien pronto cuando sea testigo de los desprecios, calumnias y persecuciones que lleven sobre la cabeza del Hijo del Hombre, cuando sus esfuerzos para perderle parezcan salirle sorprendentemente bien, se cegará más y más en su orgullo. Cuando Jesús saturado de oprobios y tormentos expire en la Cruz, sentirá, por fln, que su víctima no es mero hombre, sino Dios, y que todos los furores que ha conjurado contra el Justo sólo ha servido para manifestar el último esfuerzo de la misericordia que salva al humano linaje y la justicia que para siempre quebranta y desbarata los poderes del Averno. Este es el plan de la divina Providencia al permitir que el espíritu del mal empañe con el vaho de su inmunda presencia el retiro del Hombre-Dios, le dirija la palabra y eche en El sus sacrilegas manos, examinaremos, pues las circunstancias de esta triple tentación soportada por Jesús con el fin de aleccionarnos y esforzarnos.

 

NUESTROS TRES ENEMIGOS. — Tenemos tres géneros de enemigos con quienes hemos de pelear y nuestra alma ofrece tres puntos flacos, porque: “cuanto hay en este mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida'”. Por concupiscencia de la carne, hemos de entender el amor de los sentidos, codiciosos de los goces de la carne, arrastra el alma, si no se tiene a raya a deleites ilícitos. La concupiscencia de los ojos significa el amor de los bienes de este mundo, de sus riquezas, de la fortuna, que brillan a nuestra vista antes de seducir nuestro corazón. Por fin, el orgullo de la vida es la confianza en nosotros mismos; nos hace vanos y presuntuosos, nos hace olvidar que de Dios nos viene la vida y demás dones que se dignó derramar sobre nosotros. Todos nuestros pecados manan de una de estas tres fuentes, y las tres tentaciones que nos asaltan se proponen hacernos aceptar la concupiscencia de la carne o la concupiscencia de los ojos o el orgullo de la vida. El Salvador modelo nuestro en todas las cosas, había, pues, de sujetarse a tres pruebas.

 

LAS TRES TENTACIONES. — Tienta Satanás a Cristo primeramente en la carne, sugeriéndole el pensamiento de emplear su poder sobrenatural en remediar el hambre que le acucia. Di que estas piedras se conviertan en pan: Este consejo dá el Demonio al Hijo de Dios. Quiere ver si el apresuramiento de Jesús a dar satisfacción a su cuerpo denota por ventura ser un hombre flaco y sujeto a la concupiscencia. Cuando se dirige a nosotros, tristes herederos de la concupiscencia de Adán, lanza más atrevidamente adelante sus sugestiones; aspira a contaminar el alma por el cuerpo, pero la santidad soberana del Verbo no consentía osara Satanás hacer tal ensayo de su poder tentando al hombre en sus sentidos. Es por tanto una lección de templanza la que nos da el Hijo de Dios; y sabemos que para nosotros la templanza es madre de la pureza, y que la intemperancia atiza la rebelión de los sentidos.

La segunda tentación es de orgullo. Echate abajo; los Angeles te recibirán en sus manos. Quiere saber el enemigo si los favores del cielo han ocasionado en el alma de Jesús esa hinchazón, esa confianza ingrata que hace que la criatura se atribuya a sí misma los dones de Dios, olvide a su bienhechor para dominar en lugar suyo. Queda burlado otra vez y la humildad del Redentor espanta el orgullo del ángel rebelde.

Ensaya entonces el último esfuerzo. Acaso, se dice, la ambición de la riqueza seduzca al que se muestra tan templado y humilde. He aquí todos los reinos del mundo en su esplendor y gloria; puedo entregártelos a condición de que me adores. Jesús rechaza con desdén esa despreciable oferta y lanza de su presencia al seductor maldito, príncipe del mundo, enseñándonos con este ejemplo a desdeñar las riquezas de la tierra, cuando para conservarlas o adquirirlas sería necesario quebrantar la ley de Dios y honrar a Satanás.

 

VICTORIA Y EJEMPLO DE CRISTO. — Ahora bien, ¿cómo el Redentor, nuestro divino adalid, rechaza la tentación? ¿Escucha los razonamientos de su enemigo? ¿Le deja tiempo para descorrer ante sus ojos todas las fantasías diabólicas? Así hemos procedido a menudo nosotros y fuimos derrotados. Conténtase Jesús con oponer al enemigo el escudo de la inflexible ley de Dios. Escrito está, le dice: No de sólo pan vive el hombre. Escrito está: No tentarás al Señor tu Dios. Escrito está: Adorarás al Señor tu Dios y a El sólo servirás. Sigamos en adelante esta gran lección. Perdióse Eva y con ella el linaje humano, por haber trabado conversación con la sierpe infernal. Quien coquetea con la tentación sucumbirá. En estos días santos está el corazón más atento, las ocasiones alejadas, los hábitos viciosos interrumpídos; y depuradas nuestras almas con los ayunos, la oración y la limosna, resucitarán con Jesucristo; ¿conservarán empero esta nueva vida? Todo depende de nuestra actitud en las tentaciones. Desde el principio de Cuaresma la Iglesia asocia al precepto el ejemplo abriendo nuestros ojos el relato del santo Evangelio. Si vivimos atentos y fieles; fructificará en nosotros la lección; y llegados a la solemnidad pascual, la vigilancia, la desconfianza en nosotros mismos, la oración, con el auxilio divino que jamás falta, asegurarán nuestra perseverancia. Celebra hoy la Iglesia Griega una de sus más grandes solemnidades. Esta fiesta es la llamada Ortodoxia, y tiene por objeto honrar el restablecimiento de las Imágenes sagradas en Constantinopla e imperio de Oriente en 842, cuando la emperatriz Teodora, con la ayuda del santo Patriarca Metodio, puso fin a la persecución de las iconoclastas, e hizo figurar en todas las Iglesias las Imágenes santas, que el furor de los herejes había hecho desaparecer.

 

MISA

La estación en Roma se celebra en la Basílica de San Juan de Letrán. Puesto en razón parece que un domingo tan solemne se celebre en la Iglesia Madre y Maestra de todas las Iglesias, no ya tan sólo de la ciudad eterna, sino del mundo entero. En ella eran reconciliados el Jueves Santo los pecadores públicos, allí, en el Bautisterio de Constantino, recibían el Bautismo la noche de Pascua los Catecúmenos; ninguna otra Basílica cuadraba mejor para reunir a los fieles en el día en el que el ayuno cuaresmal fué proclamado tantas veces por la voz de los Papas.

El Introito está sacado del Salmo XC, que da él sólo el texto de todos los cantos de esta Misa. Ya hablamos de cómo ha apropiado la Iglesia este hermoso cántico a la situación del cristiano durante la Cuaresma. Todo él trata de la esperanza que el alma cristiana ha de concebir en el auxilio divino en estos días en que se ha decidido a darse por completo a la oración y a la lucha contra los enemigos de Dios y de sí misma. Prométele el Señor en el Introito que no será vana su confianza,

 

INTROITO

Me invocará, y yo le oiré: le libraré, y le glorificaré: le saciaré de una larga vida. — Salmo: El que habita al abrigo del Altísimo: morará en la protección del Dios del cielo. J. Gloria al Padre.

Recomienda la Iglesia a Dios en la Colecta a todos sus hijos y pide que su ayuno no sólo los purifique, si no que les alcance de lo alto la potente ayuda para hacerles fecundos en buenas obras que les salven.

 

COLECTA

Oh Dios, que purificas tu Iglesia todos los años con la observancia cuaresmal: haz que tu familia manifieste con buenas obras lo que se esfuerza en alcanzar de ti por la abstinencia. Por el Señor.

 

EPISTOLA

Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Corintios.

Hermanos: Os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios. Porque dice: En el tiempo propicio te escuché, y te ayudé en el día de la salud. He aquí el tiempo propicio, he aquí el día de la salud. No ofendamos a nadie, para que no sea vituperado nuestro ministerio; antes portémonos en todo como ministros de Dios: en mucha paciencia, en las tribulaciones, en las necesidades, en las angustias, en los azotes, en las cárceles, en las sediciones, en los trabajos, en las vigilias, en los ayunos, en la castidad, en la ciencia, en la longanimidad, en la suavidad, en el Espíritu Santo, en la caridad no fingida, en la palabra de verdad, en la virtud de Dios, con las armas de la justicia en la diestra y en la siniestra, en la gloria y en la ignominia, en la fama y en la infamia; como seductores, pero (siendo) veraces; como ignorados, pero conocidos; como muriendo, pero he aquí que vivimos; como castigados, pero no muertos; como tristes, pero siempre alegres; como necesitados, pero enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, pero poseyéndolo todo.

 

LA VIDA DEL HOMBRE ES UNA MILICIA.—Este paso del Apóstol nos muestra la vida cristiana en otro aspecto muy diverso del que de ordinario se figura nuestra molicie. Para esquivar su alcance, fácilmente juzgaríamos que semejantes consejos apostólicos cuadrarían bien en los primeros tiempos de la Iglesia en que los fieles enfrentados sin cesar con las persecuciones y con la muerte, necesitaban algunos grados más de abnegación y de heroísmo. Ilusión grande sería sin embargo creer que todas las luchas del cristianismo han terminado. Queda siempre en pie la lucha con los demonios, con el mundo, con la carne y sangre, y por eso nos remite la Iglesia al desierto con Jesucristo para que aprendamos a pelear; allí comprenderemos ser la vida del hombre en la tierra una milicia 1 y que si no luchamos siempre y con denuedo, esta vida que quisiéramos pasar en el sosiego acabará con nuestra derrota. Para ahorrarnos precisamente esta catástrofe, nos dice la Iglesia por boca del Apóstol: “He aquí llegado el tiempo aceptable; he aquí los días de salud.” Obremos en todo “como servidores de Dios”; y mantengámonos firmes hasta el fin de esta santa temporada. Dios vigila sobre nosotros como vigiló sobre su Hijo en el desierto.

Gradual nos asegura la protección de los santos Ángeles, cuya solicitud no nos pierde de vista ni de día ni de noche. Durante la Cuaresma redoblan sus esfuerzos contra nuestros enemigos y se alegran al ver que el pecador acepta por fin la penitencia que le ha de acarrear la salvación.

El Tracto está formado del Salmo XC y del mismo están sacados el Gradual, el Introito, y demás cánticos de esta Misa. Cobre, pues, aliento nuestro corazón; todo nos habla de la bondad de Dios y de su vigilancia paternal sobre hijos ingratos que quiere trocar en amigos fieles y coherederos de su reino.

 

GRADUAL

Mandará Dios sus Ángeles a ti, para que te custodien en todos tus caminos. T. Te llevarán en las manos, para que tu pie no choque con piedra alguna.

 

TRACTO

El que habita al abrigo del Altísimo, morará en la protección del Dios del cielo. Dirá al Señor: Esperanza mía y refugio mío eres tú: Dios mío, confiaré en ti.  Porque El me libró del lazo de los cazadores, y de la peste destructora.  Te cubrirá con sus espaldas, y te cobijará bajo sus alas. Te rodeará con el escudo de su verdad: y no temerás los sobresaltos nocturnos, y. Desafiarás las flechas que vuelven de día, las emboscadas de la noche, las incursiones y razias del mediodía. Caerán mil a tu siniestra, y a tu derecha diez mil: más a ti no te tocarán. Porque mandará Dios sus Ángeles a ti, para que te custodien en todos tus caminos, y te llevarán en las manos, para que tu pie no choque con piedra alguna. Caminarás sobre el áspid y el basilisco, pisarás al león y al dragón. Puesto que confió en mí, yo le libraré: le protegeré, por haber invocado mi nombre. Me llamará, y yo le oiré: le acompañaré en la tribulación, y Le libraré, y le glorificaré: le saciaré de larga vida, y le mostraré mi salud.

 

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según S. Mateo.

En aquel tiempo Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. Y, habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta noches, después tuvo hambre. Y, acercándose el tentador, le dijo: Si eres el Hijo- de Dios, di que estas piedras se tornen panes. Y El, respondiendo, dijo: Escrito está: No de solo pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Entonces le llevó el diablo a la ciudad santa, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres el Hijo de Dios, échate abajo. Porque escrito está: Mandará sus Ángeles a ti, y te tomarán en las manos, para que tu pie no tropiece en piedra alguna. Dijóle Jesús: También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios. El diablo le transportó de nuevo a un monte muy elevado: y le mostró todos los reinos del mundo, y su gloria, y le dijo: Te daré todo esto, si, postrándote, me adorares. Entonces le dijo Jesús: Vete, Satanás. Porque escrito está: Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él solo servirás. Entonces le dejó el diablo: y he aquí que se acercaron los Ángeles, y le sirvieron.

 

COMPASIÓN A JESÚS. — Admiremos la bondad inefable del Hijo de Dios, que no contentándose con expiar por la Cruz todos nuestros pecados, se dignó, para alentarnos a hacer penitencia, imponerse un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches. No consintió que la justicia de su Padre pudiera exigir de nosotros un sacrificio sin haberle ofrecido El antes en persona en circunstancias mil veces más austeras que cuantas puedan darse en nosotros. ¿Qué son nuestras obras de penitencia, tan a menudo regateadas a la justicia de Dios por nuestra supina cobardía, si las careamos con el rigor de este ayuno del Señor en la montaña? ¿Tendríamos cara todavía, para pretender dispensarnos esas leves satisfacciones con que el Señor se da por satisfecho, y que tan lejos están del castigo que merecen nuestras culpas? En lugar de lamentarnos de una ligera incomodidad, un trabajillo de algunos días, compadezcamos mas bien la cruel hambre que padece nuestro inocente Redentor durante esos interminables días y noches del desierto.

 

CONFIANZA EN LA TENTACIÓN. — La oración, la abnegación en favor nuestro, el pensamiento de las justicias de su Padre sostenían a Jesús en sus desalientos; pero al finalizar la expiación de la cuarentena, la naturaleza humana estaba agotada. Entonces vino la tentación a darle el asalto, pero triunfa con tal sosiego y firmeza que nos deben servir de ejemplo. ¡Qué desvergonzada audacia de Satanás en el atrevimiento aquel de llegarse al Justo por excelencia! Y ¡qué paciencia la de Jesús! Se digna tolerar que el monstruo del abismo eche mano en él y le transporte por los aires de un lugar a otro. El alma cristiana está a menudo expuesta a crueles insultos de su enemigo, y hasta algunas veces estará tentada de quejarse a Dios de la humillación que sufre. Piense entonces en Jesús, el Santo de los Santos, entregado, si es lícito decirlo, a merced  del espíritu del mal. No deja de ser por eso el Hijo de Dios, vencedor del infierno; y Satanás no ha sacado en limpio sino una vergonzosa derrota. De igual modo el alma cristiana, en ruda tentación, si aguanta con enérgico coraje, será objeto de las más tiernas complacencias de Dios, para vergüenza y castigo eterno de Satanás. Unámonos a los Ángeles leales que tras la retirada del príncipe de las tinieblas, se apresuraron a reparar las agotadas fuerzas del Redentor, ofreciéndole comida. ¡Qué tierna y finamente se conduelen de sus divinos trabajos! ¡Cómo reparan en sus adoraciones el ultraje horrible de que Satanás se hace reo contra el soberano Señor de todo lo creado! ¡Cómo se quedan pasmados de admiración de tamaña caridad de un Dios que en su amor al Hombre parece olvidarse de su augusta dignidad, para no pensar más que en las desgracias y necesidades de los hijos de Adán! Usurpando la Iglesia de nuevo las palabras de David, nos muestra al Señor amparando con delicada protección al leal rebaño y armándole contra toda embestida con el invencible escudo que nos brinda la fe.

 

OFERTORIO

El Señor te cubrirá con sus espaldas, y te cobijará bajo sus alas: te rodeará con el escudo de su verdad.

No estriba la Cuaresma solamente en el ayuno, y no será eficaz para lograr la reforma de nuestra alma si no esquivamos las ocasiones peligrosas que en un instante destruirán la obra de la gracia divina. Por eso pide la Iglesia en la Secreta un especial auxilio a nuestro favor.

 

SECRETA

Te inmolamos, Señor, solemnemente el sacrificio del comienzo cuaresmal, suplicándote hagas que, con la restricción de carnes, nos moderemos también en los placeres malsanos. Por el Señor.

Para más sólidamente afianzar la confianza en nuestras almas, repite la Iglesia en la antífona de la Comunión las palabras de esperanza ya propuestas en el ofertorio. El sacrificio que acaba de ser ofrecido es para nosotros nueva prenda de la bondad divina.

 

COMUNION

El Señor te cubrirá con sus espaldas, y te cobijará bajo sus alas: te rodeará con el escudo de su verdad.

Enséñanos la Iglesia en la Poscomunión a considerar la Sagrada Eucaristía como medio más eficaz de acrecentar nuestras fuerzas, purificando nuestras lacras. Apresúrese, pues el pecador a sellar la paz con Dios, y no aguarde al festín pascual para probar la eficacia del divino manjar que nos salva de la divina justicia, incorporándonos al autor mismo de la salvación.

 

POSCOMUNION

Restáurenos, Señor la santa libación de tu Sacramento: y, purificándonos de nuestra vejez, háganos partícipes de tu salvador Misterio. Por el Señor.

 

Fuente https://sensusfidelium.com/