PRIMER DOMINGO DE
CUARESMA
Año Litúrgico – Dom Prospero Gueranger
SOLEMNIDAD DE ESTE DÍA — Este domingo primero de la Santa Cuaresma, es así
mismo, uno de los más solemnes del año. Su privilegio aplicado, por las últimas
decisiones romanas, a los demás domingos de Cuaresma (Constitución
“Divino afflatu.”), pero que durante muchísimo tiempo fué exclusivo de
Pasión y Ramos, consiste en no ceder el puesto a ninguna fiesta cualquiera, ni
la del Patrono, titular de la iglesia o Predicación de la misma. En los
antiguos calendarios es llamado el primer domingo de Cuaresma: Invocabit,
Primera palabra del introito de la Misa. En la Edad Media se le llamaba:
“Domingo de los Hachones” del uso de llevar hachones en la Misa del día, por
motivos diversos no idénticos ni en tiempo ni en lugar. En algunos lugares, los
jóvenes que se habían propasado en diversiones carnavalescas, debían
presentarse hoy en la Iglesia, con un blandón en las manos para dar pública
satisfacción de sus excesos.
Aparece hoy la Cuaresma con todo su solemne atuendo.
Los cuatro días precedentes se añadieron bastante tarde para completar los
cuarenta días de ayuno, y, el miércoles de Ceniza no tienen obligación los
fieles de oír misa. Viendo la Santa Madre Iglesia reunidos a sus hijos les
dirige las palabras del oficio de maitines, sirviéndose del elocuente estilo de
San León Magno. “Carísimos hijos, les dice, debiendo anunciaros el ayuno
sacrosanto y solemne de Cuaresma, ¿por ventura podré empezar más oportunamente
mi plática que usando las palabras del Apóstol a quien Jesucristo habla y
repitiendo lo que acaban de leeros: He aquí el tiempo favorable, he aquí los
días de salvación? Por que, aún cuando no haya tiempo alguno durante el año,
que no sea rico en dones celestiales y en que, por la gracia de Dios, no
hallemos siempre abiertas las puertas de la misericordia divina, debemos, sin
embargo, trabajar en este santo tiempo con mayor celo y excitarnos al progreso
espiritual y animarnos de grande confianza. La Cuaresma en efecto, al ponernos
a la vista el día sacro en que fuimos redimidos, nos invita a practicar todos
los deberes de piedad cristiana a fin de disponernos para la purificación del
cuerpo y alma a celebrar los misterios de la Pasión del Señor.
TIEMPO FAVORABLE. — Tan gran misterio merecería de parte nuestra,
respeto y devoción sin tasa y debiéramos estar siempre delante de Dios tales
cuales quisiéramos el día de Pascua. Pero esta constancia no es caudal de
muchos; la flaqueza de la carne nos fuerza a mitigar la austeridad del ayuno y
los varios quehaceres de esta vida dividen y reclaman nuestras preocupaciones.
Y sucede en consecuencia que los corazones religiosos están dispuestos a
contaminarse en algo con el polvillo de este mundo. Con aventajado provecho
nuestro se ha introducido esta divina institución que nos da cuarenta días para
recobrar las fuerzas de nuestras almas expiando por la santidad de nuestras
obras y el merecimiento de nuestros ayunos los deslices de todo el año.
CONSEJOS APOSTÓLICOS.— “Al comenzar queridos hijos, estos misteriosos días
santamente establecidos para purificar nuestras almas y cuerpos, tengamos a
gala obedecer la prescripción del Apóstol, despidiéndonos de todo cuanto pueda
enlodar la carne y el espíritu con el fin de refrenando el ayuno la enemiga
existente entre las dos partes de nuestro ser recobre el alma la dignidad de su
imperio, sometida ella misma a Dios y dejándose guiar por El. A nadie demos
ocasión de querellarse de nosotros; no nos expongamos al justificado vituperio
de los que buscan contrariarnos. Los infieles, pues, tendrían motivo de
condenarnos, y azuzaríamos nosotros mismos, por nuestra culpa, sus impías
lenguas contra la religión, si la pureza de nuestra vida no corre pareja con la
santidad, del ayuno que hemos abrazado. No nos figuremos que la perfección toda
de nuestro ayuno estriba en sola la abstinencia de viandas; porque en balde
negaríamos al cuerpo parte del alimento si, a la vez no alejásemos del alma la
maldad.”
EL EJEMPLO DE JESUCRISTO TENTADO POR
SATANÁS. — Cada domingo de
Cuaresma ofrece como objeto principal una lectura de los santos Evangelios,
destinada a iniciar a los fieles en los sentimientos que la Iglesia quiere
inspirarnos durante el día. Hoy nos da a meditar la tentación de Cristo en el
desierto. No hay asunto más adecuado para esclarecernos y fortalecernos que ese
capital relato. Somos pecadores, nos reconocemos y deseamos expiar nuestros
pecados. Pero ¿cómo caímos en el mal? Nos tentó el Demonio, y no rechazamos la
tentación. Pronto cedimos a la sugestión del adversario y se perpetró el mal.
Tal es nuestra historia en el pasado y tal sería en el porvenir si no
aprovechamos el ejemplo con que nos brinda hoy el Redentor. Declarándonos el
Apóstol la misericordia del consolador divino de los hombres, insiste sobre las
tentaciones que se dignó tolerar nuestro Señor (Hebr., IV,
15 )Esa muestra de abnegación sin límites no se nos ha negado y así
contemplamos hoy la paciencia adorable del Santo de los Santos; no tiene recelo
ni asco en dejarse se le acerque ese repulsivo enemigo de todo bien, para
enseñarnos como debemos triunfar de él.
Satanás ha vislumbrado con sobresalto la santidad
incomparable de Jesús. Las maravillas de su nacimiento, los pastores convocados
por los Angeles ante el pesebre, los Magos llegados de Oriente, al señuelo de
una estrella; la protección que ha sustraído al Niño del furor de Herodes; el
testimonio de Juan Bautista dado a favor del nuevo Profeta; todo este conjunto
de hechos contrasta y choca de modo tan extraño con la humildad, la oscuridad
de los treinta primeros años del Nazareno, que despierta los recelos de la
serpiente infernal. El misterio de la Encarnación se llevó a cabo lejos de sus
miradas sacrilegas; ignora que María es la Virgen anunciada por Isaías como
madre del Emmanuel (Isaías, VII, 14.). Pero se han
cumplido los tiempos y la última semana de Daniel ha iniciado su carrera, el
mismo mundo pagano aguarda de la Judea un libertador y sabe todo esto el
demonio. En su perplejidad osa acercarse a Jesús, esperando poder en el curso
de la conversación sacar de él alguna nueva. ¿Es o no es el Hijo de Dios? Ahí
está el problema. Acaso, acaso, podrá hacerle caer en alguna flaqueza; el hecho
de saber si es un hombre como los demás, le tranquiliza.
PROCEDER DE CRISTO.— El enemigo de Dios o de los hombres había de quedar
burlado de sus esperanzas. Se allega al Redentor, pero todos sus astutos
esfuerzos se truecan en propia confusión con la sencillez candorosa y la
majestad del justo, Jesús rechaza todas las embestidas de Satanás pero no da a
conocer su origen celestial. Aléjase el Angel perverso sin haber sacando en
limpio de Jesús, que era un Profeta fiel al Señor. Bien pronto cuando sea
testigo de los desprecios, calumnias y persecuciones que lleven sobre la cabeza
del Hijo del Hombre, cuando sus esfuerzos para perderle parezcan salirle
sorprendentemente bien, se cegará más y más en su orgullo. Cuando Jesús saturado
de oprobios y tormentos expire en la Cruz, sentirá, por fln, que su víctima no
es mero hombre, sino Dios, y que todos los furores que ha conjurado contra el
Justo sólo ha servido para manifestar el último esfuerzo de la misericordia que
salva al humano linaje y la justicia que para siempre quebranta y desbarata los
poderes del Averno. Este es el plan de la divina Providencia al permitir que el
espíritu del mal empañe con el vaho de su inmunda presencia el retiro del
Hombre-Dios, le dirija la palabra y eche en El sus sacrilegas manos,
examinaremos, pues las circunstancias de esta triple tentación soportada por
Jesús con el fin de aleccionarnos y esforzarnos.
NUESTROS TRES ENEMIGOS. — Tenemos tres géneros de enemigos con quienes
hemos de pelear y nuestra alma ofrece tres puntos flacos, porque: “cuanto
hay en este mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y
orgullo de la vida'”. Por concupiscencia de la carne, hemos de entender el amor
de los sentidos, codiciosos de los goces de la carne, arrastra el alma, si no
se tiene a raya a deleites ilícitos. La concupiscencia de los ojos significa el
amor de los bienes de este mundo, de sus riquezas, de la fortuna, que brillan a
nuestra vista antes de seducir nuestro corazón. Por fin, el orgullo de la vida
es la confianza en nosotros mismos; nos hace vanos y presuntuosos, nos hace
olvidar que de Dios nos viene la vida y demás dones que se dignó derramar sobre
nosotros. Todos nuestros pecados manan de una de estas tres fuentes, y las tres
tentaciones que nos asaltan se proponen hacernos aceptar la concupiscencia de
la carne o la concupiscencia de los ojos o el orgullo de la vida. El Salvador
modelo nuestro en todas las cosas, había, pues, de sujetarse a tres pruebas.
LAS TRES TENTACIONES. — Tienta Satanás a Cristo primeramente en la carne,
sugeriéndole el pensamiento de emplear su poder sobrenatural en remediar el
hambre que le acucia. Di que estas piedras se conviertan en pan: Este consejo
dá el Demonio al Hijo de Dios. Quiere ver si el apresuramiento de Jesús a dar
satisfacción a su cuerpo denota por ventura ser un hombre flaco y sujeto a la
concupiscencia. Cuando se dirige a nosotros, tristes herederos de la
concupiscencia de Adán, lanza más atrevidamente adelante sus sugestiones;
aspira a contaminar el alma por el cuerpo, pero la santidad soberana del Verbo
no consentía osara Satanás hacer tal ensayo de su poder tentando al hombre en
sus sentidos. Es por tanto una lección de templanza la que nos da el Hijo de
Dios; y sabemos que para nosotros la templanza es madre de la pureza, y que la
intemperancia atiza la rebelión de los sentidos.
La segunda tentación es de orgullo. Echate abajo; los
Angeles te recibirán en sus manos. Quiere saber el enemigo si los favores del
cielo han ocasionado en el alma de Jesús esa hinchazón, esa confianza ingrata
que hace que la criatura se atribuya a sí misma los dones de Dios, olvide a su
bienhechor para dominar en lugar suyo. Queda burlado otra vez y la humildad del
Redentor espanta el orgullo del ángel rebelde.
Ensaya entonces el último esfuerzo. Acaso, se dice, la
ambición de la riqueza seduzca al que se muestra tan templado y humilde. He
aquí todos los reinos del mundo en su esplendor y gloria; puedo entregártelos a
condición de que me adores. Jesús rechaza con desdén esa despreciable oferta y
lanza de su presencia al seductor maldito, príncipe del mundo, enseñándonos con
este ejemplo a desdeñar las riquezas de la tierra, cuando para conservarlas o
adquirirlas sería necesario quebrantar la ley de Dios y honrar a Satanás.
VICTORIA Y EJEMPLO DE CRISTO. — Ahora bien, ¿cómo el Redentor, nuestro divino
adalid, rechaza la tentación? ¿Escucha los razonamientos de su enemigo? ¿Le
deja tiempo para descorrer ante sus ojos todas las fantasías diabólicas? Así
hemos procedido a menudo nosotros y fuimos derrotados. Conténtase Jesús con
oponer al enemigo el escudo de la inflexible ley de Dios. Escrito está, le
dice: No de sólo pan vive el hombre. Escrito está: No tentarás al Señor tu
Dios. Escrito está: Adorarás al Señor tu Dios y a El sólo servirás. Sigamos en
adelante esta gran lección. Perdióse Eva y con ella el linaje humano, por haber
trabado conversación con la sierpe infernal. Quien coquetea con la tentación
sucumbirá. En estos días santos está el corazón más atento, las ocasiones alejadas,
los hábitos viciosos interrumpídos; y depuradas nuestras almas con los ayunos,
la oración y la limosna, resucitarán con Jesucristo; ¿conservarán empero esta
nueva vida? Todo depende de nuestra actitud en las tentaciones. Desde el
principio de Cuaresma la Iglesia asocia al precepto el ejemplo abriendo
nuestros ojos el relato del santo Evangelio. Si vivimos atentos y fieles;
fructificará en nosotros la lección; y llegados a la solemnidad pascual, la
vigilancia, la desconfianza en nosotros mismos, la oración, con el auxilio
divino que jamás falta, asegurarán nuestra perseverancia. Celebra hoy la
Iglesia Griega una de sus más grandes solemnidades. Esta fiesta es la llamada
Ortodoxia, y tiene por objeto honrar el restablecimiento de las Imágenes sagradas
en Constantinopla e imperio de Oriente en 842, cuando la emperatriz Teodora,
con la ayuda del santo Patriarca Metodio, puso fin a la persecución de las
iconoclastas, e hizo figurar en todas las Iglesias las Imágenes santas, que el
furor de los herejes había hecho desaparecer.
MISA
La estación en Roma se celebra en la Basílica de San
Juan de Letrán. Puesto en razón parece que un domingo tan solemne se celebre en
la Iglesia Madre y Maestra de todas las Iglesias, no ya tan sólo de la ciudad
eterna, sino del mundo entero. En ella eran reconciliados el Jueves Santo los
pecadores públicos, allí, en el Bautisterio de Constantino, recibían el
Bautismo la noche de Pascua los Catecúmenos; ninguna otra Basílica cuadraba
mejor para reunir a los fieles en el día en el que el ayuno cuaresmal fué
proclamado tantas veces por la voz de los Papas.
El Introito está sacado del Salmo XC, que da él sólo
el texto de todos los cantos de esta Misa. Ya hablamos de cómo ha apropiado la
Iglesia este hermoso cántico a la situación del cristiano durante la Cuaresma.
Todo él trata de la esperanza que el alma cristiana ha de concebir en el
auxilio divino en estos días en que se ha decidido a darse por completo a la
oración y a la lucha contra los enemigos de Dios y de sí misma. Prométele el
Señor en el Introito que no será vana su confianza,
INTROITO
Me invocará, y yo le oiré: le libraré, y le
glorificaré: le saciaré de una larga vida. — Salmo: El que habita al abrigo del
Altísimo: morará en la protección del Dios del cielo. J. Gloria al Padre.
Recomienda la Iglesia a Dios en la Colecta a todos sus
hijos y pide que su ayuno no sólo los purifique, si no que les alcance de lo
alto la potente ayuda para hacerles fecundos en buenas obras que les salven.
COLECTA
Oh Dios, que purificas tu Iglesia todos los años con
la observancia cuaresmal: haz que tu familia manifieste con buenas obras lo que
se esfuerza en alcanzar de ti por la abstinencia. Por el Señor.
EPISTOLA
Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los
Corintios.
Hermanos: Os exhortamos a que no recibáis en vano la
gracia de Dios. Porque dice: En el tiempo propicio te escuché, y te ayudé en el
día de la salud. He aquí el tiempo propicio, he aquí el día de la salud. No
ofendamos a nadie, para que no sea vituperado nuestro ministerio; antes portémonos
en todo como ministros de Dios: en mucha paciencia, en las tribulaciones, en
las necesidades, en las angustias, en los azotes, en las cárceles, en las
sediciones, en los trabajos, en las vigilias, en los ayunos, en la castidad, en
la ciencia, en la longanimidad, en la suavidad, en el Espíritu Santo, en la
caridad no fingida, en la palabra de verdad, en la virtud de Dios, con las
armas de la justicia en la diestra y en la siniestra, en la gloria y en la
ignominia, en la fama y en la infamia; como seductores, pero (siendo) veraces;
como ignorados, pero conocidos; como muriendo, pero he aquí que vivimos; como
castigados, pero no muertos; como tristes, pero siempre alegres; como
necesitados, pero enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, pero poseyéndolo
todo.
LA VIDA DEL HOMBRE ES UNA MILICIA.—Este paso del Apóstol nos muestra la vida cristiana
en otro aspecto muy diverso del que de ordinario se figura nuestra molicie.
Para esquivar su alcance, fácilmente juzgaríamos que semejantes consejos
apostólicos cuadrarían bien en los primeros tiempos de la Iglesia en que los
fieles enfrentados sin cesar con las persecuciones y con la muerte, necesitaban
algunos grados más de abnegación y de heroísmo. Ilusión grande sería sin
embargo creer que todas las luchas del cristianismo han terminado. Queda
siempre en pie la lucha con los demonios, con el mundo, con la carne y sangre,
y por eso nos remite la Iglesia al desierto con Jesucristo para que aprendamos
a pelear; allí comprenderemos ser la vida del hombre en la tierra una milicia 1
y que si no luchamos siempre y con denuedo, esta vida que quisiéramos pasar en
el sosiego acabará con nuestra derrota. Para ahorrarnos precisamente esta
catástrofe, nos dice la Iglesia por boca del Apóstol: “He aquí llegado el
tiempo aceptable; he aquí los días de salud.” Obremos en todo “como servidores
de Dios”; y mantengámonos firmes hasta el fin de esta santa temporada. Dios
vigila sobre nosotros como vigiló sobre su Hijo en el desierto.
Gradual nos asegura la protección de los santos Ángeles,
cuya solicitud no nos pierde de vista ni de día ni de noche. Durante la
Cuaresma redoblan sus esfuerzos contra nuestros enemigos y se alegran al ver
que el pecador acepta por fin la penitencia que le ha de acarrear la salvación.
El Tracto está formado del Salmo XC y del mismo están
sacados el Gradual, el Introito, y demás cánticos de esta Misa. Cobre, pues,
aliento nuestro corazón; todo nos habla de la bondad de Dios y de su vigilancia
paternal sobre hijos ingratos que quiere trocar en amigos fieles y coherederos
de su reino.
GRADUAL
Mandará Dios sus Ángeles a ti, para que te custodien
en todos tus caminos. T. Te llevarán en las manos, para que tu pie no choque
con piedra alguna.
TRACTO
El que habita al abrigo del Altísimo, morará en la protección
del Dios del cielo. Dirá al Señor: Esperanza mía y refugio mío eres tú: Dios
mío, confiaré en ti. Porque El me libró
del lazo de los cazadores, y de la peste destructora. Te cubrirá con sus espaldas, y te cobijará
bajo sus alas. Te rodeará con el escudo de su verdad: y no temerás los
sobresaltos nocturnos, y. Desafiarás las flechas que vuelven de día, las
emboscadas de la noche, las incursiones y razias del mediodía. Caerán mil a tu
siniestra, y a tu derecha diez mil: más a ti no te tocarán. Porque mandará Dios
sus Ángeles a ti, para que te custodien en todos tus caminos, y te llevarán en
las manos, para que tu pie no choque con piedra alguna. Caminarás sobre el
áspid y el basilisco, pisarás al león y al dragón. Puesto que confió en mí, yo
le libraré: le protegeré, por haber invocado mi nombre. Me llamará, y yo le
oiré: le acompañaré en la tribulación, y Le libraré, y le glorificaré: le
saciaré de larga vida, y le mostraré mi salud.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Mateo.
En aquel tiempo Jesús fue llevado por el Espíritu al
desierto, para ser tentado por el diablo. Y, habiendo ayunado cuarenta días y
cuarenta noches, después tuvo hambre. Y, acercándose el tentador, le dijo: Si
eres el Hijo- de Dios, di que estas piedras se tornen panes. Y El,
respondiendo, dijo: Escrito está: No de solo pan vive el hombre, sino de toda
palabra que sale de la boca de Dios. Entonces le llevó el diablo a la ciudad
santa, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres el Hijo de
Dios, échate abajo. Porque escrito está: Mandará sus Ángeles a ti, y te tomarán
en las manos, para que tu pie no tropiece en piedra alguna. Dijóle Jesús:
También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios. El diablo le transportó de
nuevo a un monte muy elevado: y le mostró todos los reinos del mundo, y su
gloria, y le dijo: Te daré todo esto, si, postrándote, me adorares. Entonces le
dijo Jesús: Vete, Satanás. Porque escrito está: Adorarás al Señor, tu Dios, y a
Él solo servirás. Entonces le dejó el diablo: y he aquí que se acercaron los Ángeles,
y le sirvieron.
COMPASIÓN A JESÚS. — Admiremos la bondad inefable del Hijo de Dios, que
no contentándose con expiar por la Cruz todos nuestros pecados, se dignó, para
alentarnos a hacer penitencia, imponerse un ayuno de cuarenta días y cuarenta
noches. No consintió que la justicia de su Padre pudiera exigir de nosotros un
sacrificio sin haberle ofrecido El antes en persona en circunstancias mil veces
más austeras que cuantas puedan darse en nosotros. ¿Qué son nuestras obras de
penitencia, tan a menudo regateadas a la justicia de Dios por nuestra supina
cobardía, si las careamos con el rigor de este ayuno del Señor en la montaña?
¿Tendríamos cara todavía, para pretender dispensarnos esas leves satisfacciones
con que el Señor se da por satisfecho, y que tan lejos están del castigo que
merecen nuestras culpas? En lugar de lamentarnos de una ligera incomodidad, un
trabajillo de algunos días, compadezcamos mas bien la cruel hambre que padece
nuestro inocente Redentor durante esos interminables días y noches del
desierto.
CONFIANZA EN LA TENTACIÓN. — La oración, la abnegación en favor nuestro, el
pensamiento de las justicias de su Padre sostenían a Jesús en sus desalientos;
pero al finalizar la expiación de la cuarentena, la naturaleza humana estaba
agotada. Entonces vino la tentación a darle el asalto, pero triunfa con tal
sosiego y firmeza que nos deben servir de ejemplo. ¡Qué desvergonzada audacia
de Satanás en el atrevimiento aquel de llegarse al Justo por excelencia! Y ¡qué
paciencia la de Jesús! Se digna tolerar que el monstruo del abismo eche mano en
él y le transporte por los aires de un lugar a otro. El alma cristiana está a
menudo expuesta a crueles insultos de su enemigo, y hasta algunas veces estará
tentada de quejarse a Dios de la humillación que sufre. Piense entonces en
Jesús, el Santo de los Santos, entregado, si es lícito decirlo, a merced del espíritu del mal. No deja de ser por eso
el Hijo de Dios, vencedor del infierno; y Satanás no ha sacado en limpio sino
una vergonzosa derrota. De igual modo el alma cristiana, en ruda tentación, si
aguanta con enérgico coraje, será objeto de las más tiernas complacencias de
Dios, para vergüenza y castigo eterno de Satanás. Unámonos a los Ángeles leales
que tras la retirada del príncipe de las tinieblas, se apresuraron a reparar
las agotadas fuerzas del Redentor, ofreciéndole comida. ¡Qué tierna y finamente
se conduelen de sus divinos trabajos! ¡Cómo reparan en sus adoraciones el
ultraje horrible de que Satanás se hace reo contra el soberano Señor de todo lo
creado! ¡Cómo se quedan pasmados de admiración de tamaña caridad de un Dios que
en su amor al Hombre parece olvidarse de su augusta dignidad, para no pensar
más que en las desgracias y necesidades de los hijos de Adán! Usurpando la
Iglesia de nuevo las palabras de David, nos muestra al Señor amparando con
delicada protección al leal rebaño y armándole contra toda embestida con el
invencible escudo que nos brinda la fe.
OFERTORIO
El Señor te cubrirá con sus espaldas, y te cobijará
bajo sus alas: te rodeará con el escudo de su verdad.
No estriba la Cuaresma solamente en el ayuno, y no
será eficaz para lograr la reforma de nuestra alma si no esquivamos las
ocasiones peligrosas que en un instante destruirán la obra de la gracia divina.
Por eso pide la Iglesia en la Secreta un especial auxilio a nuestro favor.
SECRETA
Te inmolamos, Señor, solemnemente el sacrificio del
comienzo cuaresmal, suplicándote hagas que, con la restricción de carnes, nos
moderemos también en los placeres malsanos. Por el Señor.
Para más sólidamente afianzar la confianza en nuestras
almas, repite la Iglesia en la antífona de la Comunión las palabras de
esperanza ya propuestas en el ofertorio. El sacrificio que acaba de ser
ofrecido es para nosotros nueva prenda de la bondad divina.
COMUNION
El Señor te cubrirá con sus espaldas, y te cobijará
bajo sus alas: te rodeará con el escudo de su verdad.
Enséñanos la Iglesia en la Poscomunión a considerar la
Sagrada Eucaristía como medio más eficaz de acrecentar nuestras fuerzas,
purificando nuestras lacras. Apresúrese, pues el pecador a sellar la paz con
Dios, y no aguarde al festín pascual para probar la eficacia del divino manjar
que nos salva de la divina justicia, incorporándonos al autor mismo de la
salvación.
POSCOMUNION
Restáurenos, Señor la santa libación de tu Sacramento:
y, purificándonos de nuestra vejez, háganos partícipes de tu salvador Misterio.
Por el Señor.
Fuente https://sensusfidelium.com/