jueves, 6 de marzo de 2025

7 DE MARZO. SANTO TOMÁS DE AQUINO, DOMINICO Y DOCTOR (1225-1274)

 


07 DE MARZO

SANTO TOMÁS DE AQUINO

DOMINICO Y DOCTOR (1225-1274)

EL «Águila de Patmos» y el «Águila de Hipona» pudieron, acaso, volar más alto, pero nadie más. El papa Juan XXII dice que «iluminó a la Iglesia más que ningún otro Doctor». Es la visión de Zurbarán, que en su «Apoteosis de Santo Tomás de Aquino» lo coloca en medio de los cuatro grandes Doctores de la Iglesia Latina, como al mayor de todos. Alejandro IV, Pío V, León XIII, Pío X, Benedicto XV y Pío XI, le tributan, en efecto, alabanzas que no se han tributado a nadie. De él se ha dicho que es «el más santo de los sabios y el más sabio de los santos», y también, que es «un Santo que tiene por patria al mundo y por discípula la humanidad». Es inconcebible su magnitud espiritual, histórica, científica y humana. En su tiempo brilla por encima de astros como San Alberto Magno, Duns Escoto y San Buenaventura. Hoy se le considera como el «Capitán de todos los saberes», y se le invoca como a Patrono de los estudiantes y Ángel de las escuelas. «Si queréis contemplar en una sola figura —escribe el Padre Félix García— el engrandecimiento que presta a la inteligencia humana la armonía entre la razón y la fe, mirad a Tomás de Aquino, el genio que, iluminado por la Divinidad, refleja sobre los entendimientos las eternas claridades, el oráculo de la Teología y Maestro de la Filosofía, que obliga a la una y a la otra a hablar el lenguaje más católico, el más claro, el más sólido, el más precioso, el más divino». En suma, que el Doctor Angélico no tiene parigual: tanto por la sublimidad de su doctrina como por la pureza y santidad de su alma, representa la cumbre de la razón humana y de la ciencia divina en la tierra. De verdad en verdad, de virtud en virtud, sondea el infinito y se remonta en vuelo sublime a las alturas luminosas de la Verdad única y substancial: Dios.

Tomás fue hijo de los Condes. de Aquino, Landulfo y Teodora, y nació en el castillo de Rocaseca, en 1225. De su infancia se cuentan anécdotas prodigiosas y reveladoras. Estudió en Montecasino hasta los diez años, e hizo soñar a sus padres con el futuro abad. De la Abadía pasa a la Universidad de Nápoles. Es un genio y un ángel. Conoce a los Hermanos Predicadores y, con gran contrariedad de su familia, viste el hábito blanco, en 1240. Juventud consagrada de manera absorbente al estudio y a la defensa de la virtud y de la vocación. Los Superiores lo trasladan a Bolonia para burlar los planes de la señora Condesa. Pero ésta consigue encontrarlo y lo encierra en una torre de la mansión señorial, sin otra compañía que la Biblia, las Sentencias de Pedro Lombardo y los Sofismas aristotélicos. Tomás no se doblega. Todos conocéis la prueba brutal a que su hermano Arnoldo lo somete, introduciendo en su estancia una mala mujer, y el triunfo de la castidad del Santo, cuya cintura ciñen los ángeles con místico cordón, que lo inmuniza para el futuro.


El año de 1244 lo pasa Tomás en Colonia oyendo al más famoso maestro de su tiempo: San Alberto Magno. «Es —observa Chesterton— un joven grueso, sosegado, tranquilo; muy complaciente y magnánimo, pero no muy sociable; remiso, aun aparte de la humildad de la santidad, y abstraído, aun aparte de sus experiencias de trances y éxtasis cuidadosamente ocultados». Este natural, unido a su peculiar fisonomía magnus, grossus, brunus: grande, grueso, moreno—, da ocasión a sus condiscípulos para apodarle de «buey mudo», apodo que sugiere a San Alberto aquella famosa profecía: «Llegará un día en que los mugidos de su doctrina se oirán por todo el mundo»...

Él mismo, asombrado, abrió paso a su inmortalidad, dejándole, a los 26 años, su cátedra en la Universidad de París.

Tomás, maestro, es la armonía del saber y la inocencia, dcl candor y la agudeza, de la ciencia y la humildad. Su conducta entraña un alto poder de ejemplaridad: es laborioso, ordenado, tenaz, de probidad científica, de claridad y sutileza angélicas, investigador afanoso de la verdad, sincero creyente, siempre respetuoso con la tradición y con los Santos Padres, dócil tanto para recibir como para seguir los impulsos divinos, cuando, en el ímpetu de su ingenua piedad, apoya su cabeza en el Crucifijo — «su gran libro» — en demanda de luz. «El principio distintivo de su santidad —dirá Pío XI en la Studiorum Ducem— es el que San Pablo ha llamado «lenguaje de la sabiduría»; es decir, la doble ciencia adquirida e infusa, con las cuales nada concuerda mejor que la humildad, el amor a la oración y la caridad para con Dios». Fruto de su unión con Dios, más que de la especulación científica, es la Suma Teológica, «milagro de capacidad, de estudio y de amor», «el monumento teológico más grande de los siglos», asombro de los sabios y colmo de su misión providencial. Dice el papa Juan XXII que Santo Tomás «hizo tantos milagros cuantos son los libros que escribió».

París, Roma, Nápoles, Agnani y Orvieto, fueron los escenarios de su prodigioso magisterio, que nunca quiso cambiar por las sagradas ínfulas, ni por las más altas dignidades. La muerte le sorprendió camino del Concilio segundo de Lyón — 1274—, en el monasterio cisterciense de Fossanuova.

Santo Tomás no necesita panegíricos. Dios mismo lo canonizó en vida: — Bien has escrito de Mí, Tomás, ¿qué premio quieres por tu obra?

— A Ti sólo, Señor,

Era la respuesta de un ángel...