DÍA SÉPTIMO
El Corazón de san José se elevó
a la contemplación sobre todos los demás.
MES
EN HONOR
A SAN JOSÉ
Por un sacerdote
de la Congregación de la Misión
ORACIÓN PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS
Por la señal de la santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Poniéndonos en la presencia de Dios, (breve silencio)
pidiendo el auxilio de la Virgen María (breve silencio)
y del Ángel Custodio, (breve silencio)
acudamos a la presencia del Glorioso San José y supliquemos:
Dios te salve, José, lleno de la gracia divina.
Entre tus brazos descansó El Salvador
y ante tus ojos creció.
Bendito eres entre todos los hombres,
y bendito es Jesús,
el hijo divino de tu Virginal Esposa.
San José, padre adoptivo de Jesús,
ayúdanos en nuestras necesidades familiares,
de salud y de trabajo,
hasta el fin de nuestros días,
y socórrenos a la hora de nuestra muerte. Amén.”
DÍA SÉPTIMO
El Corazón de san José se elevó
a la contemplación sobre todos los demás.
Enseña san Bernardo que había tres grandes contemplativos en la Iglesia de Dios. San Pablo, santo Tomás y san Juan el Evangelista. San Pablo que en su arrobamiento penetró en el tercer cielo; santo Tomás, que al poner su mano en el costado del Salvador, se vio de repente abrumado y penetrado por una multitud de esplendores celestiales; san Juan, que por algún tiempo estuvo en un dulcísimo éxtasis mientras descansaba en el seno del divino Salvador. Ahora bien, si comparamos a san José con estos tres grandes contemplativos, pronto veremos que superó con creces a los tres. San Pablo estuvo, es verdad, en el tercer cielo, pero allí estuvo poco tiempo, mientras que nuestro Santo vivió treinta años junto con Jesús en la casa de Nazaret, que era un verdadero paraíso, según el abad Ruperto. Y como dijo un cortesano al emperador Cómodo, que “donde está el emperador, allí está Roma”, así podemos decir que el paraíso se encuentra sin duda allí donde están Jesús y su madre, María. Así es que habiéndose establecido estos dos santísimos personajes en casa de san José, hay que confesar que era verdaderamente un paraíso de delicias para él.
Es muy cierto que san José no puso su mano en el sagrado costado de Jesús como lo hizo Santo Tomás, invitado por el Salvador, pero este Salvador tomó el corazón del pecho de José para unirlo inseparablemente al suyo; y en lugar de los justos reproches que hizo al Apóstol incrédulo, honró a su padre putativo con mil caricias en premio a su fidelidad, permitiéndole decir no sólo: ¡Señor mío y Dios mío!, sino: “Señor mío, Dios mío e Hijo mío.”
Si nuestro santo no descansó sobre el pecho de Jesús como el Discípulo amado, al menos este divino Salvador descansó dulcemente sobre el de san José y se durmió mil veces en sus brazos, tiempo durante el cual todas las luces divinas y humanas que estaban contenidas en el Salvador vinieron en cierto modo a reconcentrarse en el alma de José.
Por tanto, Jesús no trató a José sólo como un amigo como los Apóstoles, compartiendo con ellos sus secretos, sino que lo miró como un Padre, elevando su espíritu al conocimiento de los misterios más profundos. Entonces, si queremos creer a San Bernardino, conviene colocar al incomparable San José a la cabeza de todos los contemplativos, porque vivía en continua contemplación, y de tal manera que los mismos Ángeles del Cielo se maravillaban al ver tantos esplendores de luz que rodeaban el corazón de san José cuando se elevaba hacia su Dios, así como los israelitas se maravillaban al contemplar el rostro luminoso de Moisés cuando descendió del monte y no podían soportar los rayos de tanta luz.
También nosotros admiramos con asombro a esta águila generosa que supo penetrar tan alto con sus impulsos sublimes y fijar su mirada en el sol eterno de la justicia. Y sabiendo lo importante que es para nosotros imitarlo, tratemos de poner en práctica lo que dice el autor de la Imitación de Cristo en el primer capítulo del segundo libro:
“Vuestros pensamientos se dirijan hacia el Altísimo y vuestras oraciones se dirijan a Cristo sin cesar.” “Si por la contemplación no sabéis elevaros a las cosas altas y sublimes, deteneos a considerar la pasión de Jesucristo y habitad voluntariamente en sus llagas más sagradas.” “Si os refugiáis con devoción en las preciosas llagas y estigmas de Jesús, de ellas sacaréis un gran consuelo que os sostendrá en el tiempo de la tribulación.”
Será bueno para nosotros, si sabemos aprovecharnos de estas advertencias.
JACULATORIA
San José, padre putativo del Hijo único de Dios, ruega por nosotros.
AFECTOS
Oh gloriosísimo José, quisiera alabarte tanto como te mereces, pero sé claramente que soy completamente incapaz de hacerlo. Diré que fuiste elevado por Dios sobre todos los hombres: Diré que fuiste semejante a los espíritus bienaventurados de todas las Jerarquías: que fuiste Ángel por la inocencia de tu vida, Arcángel por el sublime lugar que ocupas, Principado por las victorias que ganaste sobre Herodes, Poder por las grandes maravillas que has obrado, Virtud por tu participación en las perfecciones divinas, Dominación por el ejercicio de tu autoridad, Trono por la humilde servidumbre entregada al Verbo de Dios humanado, Querubín por el conocimiento que tuviste de los divinos misterios, Serafín por el ardor de tu caridad. Y con esto, aun no diré bastante: creo decirlo todo al afirmar que sobrepasaste la altura de las supremas inteligencias, porque eras el padre putativo de Dios hecho hombre, y porque podías gloriarte repitiendo de alguna manera como el Eterno Padre: "Este es mi Hijo dilecto, objeto de mi complacencia." Aquí es mejor callar y postrarse ante ti, admirando y bendiciendo a ese Dios que tanto te ha exaltado.
LETANÍAS A SAN JOSÉ
Indulgencia de 5 años, cada vez que se recitan. Indulgencia plenaria si diariamente se recitan devotamente durante un mes. Pio XI, 25 de marzo de 1935
Señor, ten misericordia de nosotros
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo óyenos.
Cristo escúchanos.
Dios Padre celestial,
ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo.
Dios Espíritu Santo.
Santa Trinidad, un solo Dios.
Santa María,
ruega por nosotros.
San José,
ruega por nosotros.
Ilustre descendiente de David.
Luz de los Patriarcas.
Esposo de la Madre de Dios.
Casto guardián de la Virgen.
Padre nutricio del Hijo de Dios.
Celoso defensor de Cristo.
Jefe de la Sagrada Familia.
José, justísimo.
José, castísimo.
José, prudentísimo.
José, valentísimo.
José, fidelísimo.
Espejo de paciencia.
Amante de la pobreza.
Modelo de trabajadores.
Gloria de la vida doméstica.
Custodio de Vírgenes.
Sostén de las familias.
Consuelo de los desgraciados.
Esperanza de los enfermos.
Patrón de los moribundos.
Terror de los demonios.
Protector de la Santa Iglesia.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
escúchanos, Señor,
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo:
ten misericordia de nosotros.
V.- Le estableció señor de su casa.
R.- Y jefe de toda su hacienda.
Oremos: Oh Dios, que en tu inefable providencia, te dignaste elegir a San José por Esposo de tu Santísima Madre: concédenos, te rogamos, que merezcamos tener por intercesor en el cielo al que veneramos como protector en la tierra. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén
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Ave María Purísima, sin pecado concebida.