MEDITACIÓN PARA LA FIESTA DE SAN MIGUEL ARCÁNGEL
San Juan Bautista de la Salle
29 de septiembre
San Miguel es uno de los arcángeles, y el príncipe de todos los ángeles que permanecieron fieles a Dios. El es quien, por el celo de la gloria divina, se unió al grupo de los ángeles buenos, para luchar contra Lucifer y sus secuaces que, deslumbrados por las perfecciones y gracias con que Dios les había distinguido, se rebelaron contra El.
Si se negaron éstos a obedecer las órdenes de Dios, fue por no considerar debidamente cuán por encima de ellos se hallaba Quien había creado todo lo grande que en ellos resplandecía, y cómo es infinitamente más digno que ellos de honor y de gloria. En su increíble ceguera, resistieron a san Miguel, encargado por Dios de ilustrarlos con sus luces, y convencerlos de que nadie es comparable a Dios, pues sólo a Dios, como dice san Pablo, son debidas la honra y la gloria, en los siglos de los siglos (1); y de que todas las criaturas, sean cuales fueren, son nada por sí mismas y deben abismarse y anonadarse delante de Dios, a vista de la divina gloria y majestad.
Este rayo de luz que Dios imprimió por Sí mismo en san Miguel, y el solo aspecto del Arcángel fue lo que confundió a aquellos desventurados espíritus, que se trocaron desde ese instante en tinieblas, y se vieron relegados a un lugar lóbrego y sombrío, por haberse empeñado en cerrar los ojos a la verdadera luz.
¿Resistiremos siempre nosotros a las luces de la gracia, que nos apremia a dejarlo todo por Dios, y a buscar sólo en El nuestra verdadera felicidad, aun en la vida presente?
Animado el santo Arcángel de aquel sentimiento de fe, que le servía de escudo contra los ángeles malos; consiguió la victoria pronunciando estas palabras: ¿Quién como Dios?, al mismo tiempo que glorificaba al Altísimo gritando con los suyos: Digno eres, oh Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poderío, por que Tú creaste todas las cosas (2). Ahora es el tiempo de la salvación, de la potencia y del reino de nuestro Dios, porque ha sido precipitado del cielo el acusador de nuestros hermanos, que los acusaba día y noche, ante la presencia de nuestro Dios (3).
Desde este momento, a todos los santos Ángeles les fue asegurada la gloria eterna, que nunca se ha menoscabado en ellos, ni jamás podrá padecer la más insignificante alteración.
¡Qué felicidad para el santo Arcángel ser el primero de los bienaventurados espíritus que tienen como única ocupación alabar a Dios en el cielo, y haber contribuido, por su celo y su respeto a Dios, a que empezara a poblarse el paraíso!
Honrad a este gran Santo como al primero que dio gloria a Dios, e hizo que le glorificasen las criaturas, y tributadle la honra que tiene merecida por haberse mostrado tan adicto a su Creador.
Uníos a él y a todos los espíritus bienaventurados que le acompañan en la gloria, y tomad ejemplo de ellos para descubrir lo que habéis de hacer vosotros por Dios. Pensad con frecuencia en las palabras que les alentaron en el combate contra los demonios - ¿Quién como Dios? -; ellas os infundan ánimo en todas las tentaciones. Decíos cuando alguna os acometa: " El placer que pudiera yo disfrutar siguiendo este atractivo de la concupiscencia, ¿puede asemejarse al que se experimenta en gozar de Dios? "
San Miguel sigue glorificando a Dios de continuo, por los bienes que alcanza a los cristianos, y por las gracias que les procura; pues ha sido declarado por Dios Protector de su Iglesia, a la que afianza y defiende contra sus enemigos.
¿No fue él, efectivamente, quien por orden de Dios, mató a ciento ochenta mil hombres del ejército de Senaquerib, para favorecer al rey Ezequías (4); quien, según refiere san Judas, disputaba con el diablo para hacerse dueño del cuerpo de Moisés (5), y quien, como canta la Iglesia, ha sido designado por Dios para recibir las almas de los justos, a su salida del cuerpo, y conducirlas al cielo lo antes posible?
Él es también quien defiende a la Iglesia, como a la muy amada de Dios, contra los cismas y las herejías que, de cuando en cuando, la turban y se oponen a la sana doctrina.
Unámonos, pues, al Príncipe de los ángeles, imitando su celo, tanto por nuestra salvación, como por la de todos los cristianos; fiémonos a su custodia; descansemos en su ayuda, y seamos dóciles a su voz interior, a fin de que, cuantos medios nos ofrezca Dios por él, en orden a la salvación eterna, resulten eficaces, porque de nuestra parte no pongamos obstáculo alguno a su ejecución.
Pedid con frecuencia a san Miguel que se digne amparar a esta reducida familia o, como se expresa san Pablo, a esta iglesia de Jesucristo, que es nuestra Comunidad, y que le otorgue la gracia de mantener en sí el espíritu de Jesucristo y, a todos sus miembros, los auxilios que necesiten para perseverar en su vocación e infundir el espíritu del cristianismo en todos aquellos de cuya educación están encargados.