COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO
XV DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Con la mirada fija en Jesús y en su
rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad. La
misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el misterio del
amor divino en plenitud. « Dios es amor »
(1 Jn 4,8.16), afirma por
la primera y única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este
amor se ha hecho ahora visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona
no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona gratuitamente. Sus relaciones con
las personas que se le acercan dejan ver algo único e irrepetible. Los signos
que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las personas pobres,
excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la
misericordia. En Él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de
compasión.
Jesús, ante la multitud de personas
que lo seguían, viendo que estaban cansadas y extenuadas, pérdidas y sin guía,
sintió desde lo profundo del corazón una intensa compasión por ellas (cfr Mt 9,36). A causa de este amor
compasivo curó los enfermos que le presentaban (cfr Mt 14,14) y con pocos panes y peces
calmó el hambre de grandes muchedumbres (cfr Mt 15,37). Lo que movía a Jesús en
todas las circunstancias no era sino la misericordia, con la cual leía el
corazón de los interlocutores y respondía a sus necesidades más reales. Cuando
encontró la viuda de Naim, que llevaba su único hijo al sepulcro, sintió gran
compasión por el inmenso dolor de la madre en lágrimas, y le devolvió a su hijo
resucitándolo de la muerte (cfr Lc 7,15). Después de haber liberado
el endemoniado de Gerasa, le confía esta misión: « Anuncia
todo lo que el Señor
te ha hecho y la misericordia que ha obrado contigo »
(Mc 5,19). También la
vocación de Mateo se coloca en el horizonte de la misericordia. Pasando delante
del banco de los impuestos, los ojos de Jesús se posan sobre los de Mateo. Era
una mirada cargada de misericordia que perdonaba los pecados de aquel hombre y,
venciendo la resistencia de los otros discípulos, lo escoge a él, el pecador y
publicano, para que sea uno de los Doce. San Beda el Venerable, comentando esta
escena del Evangelio, escribió que Jesús miró a Mateo con amor misericordioso y
lo eligió: miserando atque
eligendo.[7] Siempre me ha cautivado esta
expresión, tanto que quise hacerla mi propio lema.
S.S.
Francisco, Misericordiae Vultus, 11
de abril de 2015