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jueves, 4 de mayo de 2023

El CORAZÓN SIEMPRE COMPASIVO ¿QUÉ HACE Y QUÉ DICE EL CORAZÓN DE JESÚS EN EL SAGRARIO? SAN MANUEL GONZÁLEZ

 


El CORAZÓN SIEMPRE COMPASIVO

Me da compasión esta multitud de gentes

(Mc 8,2)

 

Sacerdote mío, cristiano fiel, almas afligidas, ¿os habéis detenido muchas veces, alguna vez siquiera, en esas palabras mías del Evangelio? ¿Las habéis saboreado? ¿Os habéis puesto a oírmelas repetir desde mi Sagrario en donde sigo viviendo entre mis hermanos los hombres?

Cierto que, por la fe de cristianos que tenéis, creéis en mi Misericordia, como creéis en mi Justicia y en mi Poder y en mi Sabiduría lo mismo en mi vida mortal y eucarística de la tierra que en mi vida inmortal, gloriosa y sin velos del cielo.

Pero mi pregunta de ahora va más adentro.

Os digo: ¿os habéis dado cuenta de que mi Corazón, que ciertamente palpita de amor infinito por vosotros en la Hostia callada, siente compasión, mucha compasión de todas las penas espirituales como corporales que afligen a las multitudes que viven en torno de mis Sagrarios?

Otra pregunta más: cuando las lágrimas asoman a vuestros ojos (y asoman tantas veces), o cuando la desesperación turba vuestras cabezas y agota vuestros corazones, ¿os habéis acordado de que, de un modo invisible pero cierto, hay otros ojos humedecidos por vuestras propias penas y otro Corazón entristecido por vuestra misma tristeza y una vida envuelta y ungida por el mismo dolor que envuelve la vuestra? Es decir, ¿os habéis acordado de que el Corazón de Jesús de vuestro Sagrario sigue diciendo la palabra que le arrancó la compasión por las muchedumbres sin pan, y habéis creído con fe viva que la está diciendo sobre vuestro corazón sin consuelo, sobre vuestra alma sin paz, sobre vuestro cuerpo sin salud, sobre vuestra familia sin bienestar, sobre el montón a veces sin número ni medida de vuestras aflicciones y escaseces...?

¡Ay! vuestro llorar sin consuelo, vuestro sufrir sin esperar, vuestra inquietud por buscar consoladores y vuestro desengaño y despecho de no acabarlos de encontrar, ponen muy a las claras una respuesta negativa y triste a todas esas preguntas.

 

No, no, vuestro padecer de pagano y no de cristiano dice y prueba que en vuestras horas tristes no pasan ni por vuestra cabeza ni por vuestro corazón estas ideas: El Corazón de Jesús vivo en mi Sagrario sabe mi pena, siente mucha lástima de mí, está lleno de compasión por mí en esta hora de dolor y arde en deseos de remediarme y consolarme...

Y cuenta que el pensar y el sentir así del Corazón de Jesús no es ni ilusión de un enfermo, ni desvaríos de un loco, sino obediencia y cumplimiento de mis palabras: «Venid a Mí los que estáis cargados y Yo os aliviaré» y «Me da compasión de esta multitud de gente, porque hace ya tres días que están conmigo y no tienen qué comer...».

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Sacerdotes cargados con la pesada cruz de vuestro ministerio de penas de calle de Amargura, cristianos de pies ensangrentados por las espinas del camino y almas de muchas heridas abiertas por muchas clases de penas, venid a mi Eucaristía. En ella está no sólo el Dios de vuestras adoraciones y el Pan de vuestro espiritual alimento, sino el Corazón infinitamente considerado, inagotablemente tierno, incansablemente misericordioso que a cada quejido de vuestros labios y a cada lágrima de vuestros ojos responde, ¡estad ciertos!, con un latido de infinita compasión y con una traducción siempre milagrosamente nueva del «Me da compasión» de mi Evangelio.

 

Una duda

Una duda a veces asalta a tu fe y pone a prueba tu confianza en la compasión de mi Corazón.

Duda y prueba ocasionadas de ordinario por el modo y el tiempo de manifestar Yo mi compasión.

Tú, alma afligida, quisieras ser compadecida, o mejor, sentir los efectos de mi compasión al punto y al modo y gustos tuyos, y Yo, precisamente porque te conozco como te amo y te compadezco, es decir, infinitamente, tengo que darte a sentir los efectos de mi compasión en el tiempo y modo que Yo sé que te conviene.

A ti te toca creer y saber de cierto y esperar confiado que, si padeces, Yo te compadezco, y que, si te compadezco, te consolaré en el tiempo y modo que mejor remedie tu miseria y se luzca más mi Misericordia.

Lee el trozo de Evangelio en el que se describe una de las multiplicaciones de panes y peces que obré en mi vida mortal para saciar hambres de seguidores míos, y distinguirás tres tiempos y modos de manifestar Yo la compasión que sentía por una aflicción corporal de ellos.

 

Primer modo

Retrasando el auxilio. Tres días anda conmigo una muchedumbre de miles de personas por el campo con privaciones abundantes en el comer y molestias en el descansar y el dormir: Yo lo sé, lo compadezco y lo siento como si padeciera el hambre y las molestias y los cansancios de cada uno y de todos juntos y me callo sobre ese penar y sigo predicando mi Doctrina y prodigando alimento a las almas como si el hambre de los cuerpos no me preocupara.

Está cierto que así convino al bien de las almas de mi auditorio, que por estas privaciones se preparaba con más desinterés, avidez y merecimiento a recibir su alimento espiritual, y a la gloria de mi nombre y a la manifestación de mi Misericordia.

Por lo pronto ninguno de estos bienes se hubieran conseguido si Yo comienzo aquella mi predicación con el milagro de la multiplicación.

 

Segundo modo

Dando en su tiempo remedio sobreabundante. Siempre estoy presente al que sufre, es cierto; pero no siempre me oye decir: Aquí estoy.

Cuando llega, sin embargo, la hora de hacerme oír y ver, te aseguro que hasta los sordos y los ciegos me oyen y me ven.

¡Siete panes y unos pececillos convertidos en comida de miles y miles de bocas hambrientas! Diríase que el hambre con que se comía acrecentaba la alegría, la agradecida satisfacción y los propósitos de enmienda y de reforma. Podía decirse que comían los cuerpos y las almas; unos y otras se sentían bañados de oleadas de misericordias de Dios y en auras de agradecimientos inexplicables e imborrables.

¿Verdad que aquél fue en verdad el momento mío?

 

Tercer modo

Anticipando el remedio a la necesidad. Mi compasión no va detrás de la pena de los que amo; si así fuera, no sería compasión de un Corazón de infinito Amante.

Sí, mi compasión como mi amor van siempre delante; y así como antes de que me amaras tú, Yo te amaba, antes de que caigas estoy dándote la mano y antes de que llores estoy enjugando tus lágrimas.

¿No me recuerdas llorando sobre Jerusalén no sólo por los pecados que había cometido, sino principalmente por el gran pecado que iba a cometer dando muerte a su Señor y a su Visitador?

Ése, ése es el sentido de mis palabras «si los despido ayunos para su casa, desfallecerán en el camino» (Mc 8,3), que doy como razón a mis apóstoles para proveer abundantemente al hambre de mis seguidores.

El hambre, que iban a padecer, si los dejaba partir en ayunas, me dolía tanto y más que la que ya padecían por estar conmigo ya tres días sin provisiones.

Almas apocadas por el continuo padecer o el frecuente caer, y acobardadas ante lo por venir, ¿no os alienta, no os robustece saber que el Corazón de Jesús vivo de vuestro Sagrario cuenta ya con vuestros desfallecimientos y caídas y muy por anticipado los está compadeciendo y tratando de remediar sin coartar vuestra libertad?

Sacerdotes y cristianos con coronas de espinas, cruz de hierro y hombros de carne y pies de barro, ¡al Sagrario cada mañana y cada tarde y muchas veces!, ¡que de allí va saliendo vuestro Jesús cada hora a andar el camino por donde habéis de andar y en donde quizás, quizás habréis de caer...!

El CORAZÓN SIEMPRE COMPASI... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...

jueves, 27 de abril de 2023

SEMILLA ES LA PALABRA DE DIOS. HORA SANTA CON SAN MANUEL GONZÁLEZ

SEMILLA ES LA PALABRA DE DIOS

(Lc 8,11)

 

El fruto de tu Comunión o de tu visita al Sagrario no puede ni debe limitarse a los minutos que allí pasas; debe durarte y servirte para todos los minutos del día, es decir, hasta la nueva Comunión o visita.

¡Pero somos tan olvidadizos! ¡Se nos disipan tan pronto los recuerdos, aun los más queridos!

Ahí te presento una sencilla industria para prevenirte contra esos olvidos tan funestos como injustos. Y consiste en compendiar lo que has dicho u oído interiormente o prometido al Jesús de tu Comunión y visita en una palabra y esforzarte en repetirla muchas, muchas veces al día, más que con los labios con el corazón. ¡Como si paladearas un caramelo!

 

La palabra de mi Comunión

 

Ésta es la palabra que cada mañana prometo cumplir al Jesús de mi Comunión como acción de gracias, práctica y sincera, eficaz, efusiva y difusiva para con mi prójimo, reformadora y transformadora de mí y conformadora con Él.

Esta palabra es el jugo de mi preparación y Comunión circulando como savia en todas las obras de mi día, es la flor que la semilla divina de la mañana ha hecho brotar para que me pase el día recreándome en su olor, es la respuesta con que mi alma sigue la conversación que al entrar en ella mi Jesús empezara, es el alerta de mi atención con los furtivos cazadores de mi alma, sentimientos de vanidad o despecho, pensamientos mundanos o impuros, halagos de disipaciones y tibiezas, solicitudes excesivas y preocupaciones atormentadoras, etc., etc., es una vuelta más de afecto actual, de presencia íntima al lazo con que até mi corazón al Corazón suyo...

Un ejemplo para facilitarte esta industria.

Estas palabras, entre otras, podrán ser:

¡Soy granito de trigo! Esa palabra casi insensiblemente me dice que para que dé fruto he de ser arrojado al surco, o sea, más abajo del suelo, escondido, oscurecido, labrado, abonado, segado, difundido y todo esto para que se muera y se pudra y sobre su corrupción se levante la vida nueva...

Hoy sí: Es la palabra de la aceptación animosa, decidida y confiada en el auxilio de Dios y desconfiada del auxilio propio, de mi cruz de hoy, del deber penoso.

Como Tú quieras: Así, Padre, porque así te agrada. Sin buscar ni consentir más razón que ésa.

Hágase: Cómo y cuándo y con las condiciones que Tú quieras.

Al punto: No mañana, ni cuando me guste a mí, ni cuando me venga bien, ni una hora ni un minuto después, sino ahora, ¡al punto!

Como niños: Así quiero vivir, con el abandono en sus padres, con la despreocupación del mañana, con la ingenuidad y la sencillez de los niños...

 


jueves, 20 de abril de 2023

TANTO TIEMPO CON VOSOTROS Y ¿NO ME HABÉIS CONOCIDO? ¿QUÉ HACE Y QUÉ DICE EL CORAZÓN DE JESÚS EN EL SAGRARIO? HORA SANTA CON SAN MANUEL GONZÁLEZ


 

TANTO TIEMPO CON VOSOTROS

Y ¿NO ME HABÉIS CONOCIDO?

(Jn 14,9)

 

 

 Que yo te vea y te conozca

Corazón de mi Jesús Sacramentado, ¡un rato en tu compañía! ¿Me lo concedes?

Mi alma tiene ansias de hablarte; está cansada de hablar con el mundo y no es oída o no es entendida. Déjame descansar hablando contigo. Tú siempre oyes y siempre entiendes, ¡qué alegría!

Después de mi Comunión de esta mañana, delante de tu Sagrario he abierto tu Evangelio para completar el placer de mi Comunión oyéndote hablar.

¡Se te oye tan bien leyendo el Evangelio! No basta verte.

Y abrí al acaso y lo que mis ojos leyeron despertó en mi alma una gran pena y una gana grande de hacerte esta pregunta: ¿Por qué fuiste tan poco conocido de tus amigos a tu paso por la tierra? ¿No viniste Tú como Luz y Luz verdadera a iluminar a todo hombre? ¿Cómo no se te veía lucir y brillar? ¿Cómo los ojos de aquellos hombres no se deslumbraban con el resplandor de la luz que brotaba de tu palabra, de tus obras, de tus miradas, de tus gestos...? Así era muchas veces; pero a pesar de esto, leo en el Evangelio ceguedades y sorderas e ignorancias que contristan y confunden.

En esa página que he leído hoy, ese contraste o paradoja salta a la vista y hiere el corazón.

En una misma hoja encuentro hombres que, por estar lejos, no te conocían y ansiaban conocerte, y hombres que, por estar cerca, debían conocerte y no te entendían.

 

Los que te ven y no te conocen

 

En esa página de san Lucas te veo camino de Jericó y Jerusalén llamar aparte a tus apóstoles y, en el seno de la confianza que con ellos tenías, contarles intimidades y confidencias volcando sobre sus corazones las esperanzas y los temores del tuyo, y, cuando enternecida mi alma ante esas dulces expansiones, más que de Señor y de Redentor, de amigo, espera las caldeadas respuestas y las justas correspondencias de la amistad buscada, tropieza con el frío y desolador comentario del Evangelista que dice: «pero ellos no comprendieron nada de esto; este lenguaje les era desconocido y no sabían lo que les había dicho» (Lc 18,34).

¡Tus amigos, Señor, no te entendían! ¡Los que vivían contigo, los más cercanos a Ti no comprendían lo que expresamente para ellos decía más que tu boca tu Corazón!, y te arrancaban quejas tan tristes como aquellas de tu última noche de vida mortal: «¿Tanto tiempo con vosotros y aun no me conocéis?» (Jn 14,9).

 

Los que te conocen apenas te ven

En cambio, el cieguecito del camino de Jericó y el publicano Zaqueo, que no te conocían, porque nunca te habían visto, te piden, el uno con su palabra de súplica repetida y el otro con su ardid de subirse al sicomoro, verte y conocerte (Cfr. Lc 18,35-43; 19,1-5).

-¡Señor, que yo te vea! -suplican uno y otro a su manera. Y Tú, haciendo un milagro de misericordia en los ojos del cuerpo del uno y en los del alma del otro, les das vista y te ven y te confiesan con la alabanza de su boca y con el homenaje de sus obras.

Y ¿por qué, Señor, éstos que vienen de lejos te conocen tan pronto y tan bien, la primera vez que te miran? Tu mismo Evangelio me da la respuesta.

Uno y otro tuvieron la feliz ciencia de su ignorancia. Uno por ser ciego y otro por ser chico, sabían que sin Ti no podían verte. Ambos te pidieron vista con la oración perseve-rante de su humildad, y Tú, obsequioso siempre con los pequeños y humildes, les diste más vista de la que pedían. ¿No está en este conocimiento y en esta confesión de la propia miseria y en este pedirte limosna de luz el secreto de estos dos milagros de vista?

Y digo ahora: ¿Hubieran encontrado tus confidencias aquella cerrazón de inteligencia de tus amigos, si éstos hubiesen imitado al ciego y a Zaqueo?

 

El secreto de Jesús

¡Lo que ellos hubieran aprovechado, si, en vez de responder a tus intimidades con encogimientos de hombros y frialdades de cara de quien no se entera, hubiesen contestado con la sencilla y humilde súplica del ciego de Jericó: Señor, que veamos, que somos muy chicos de corazón y de cabeza para entender eso que nos dices!

Mas, ¿para qué tengo que entretenerme en enmendar yerros u omisiones de tus amigos, si tengo yo tantos de que corregirme?

¡Cuántas, cuántas veces he pasado yo con la misma cara fría y el mismo espíritu indiferente delante de Ti y de tus mensajeros que me hablaban de cosas en las que Tú tenías mucho interés y mi alma hubiera tenido grande provecho!

¡Cuántas, cuántas veces he desperdiciado palabras tuyas, intimidades tuyas, por no reconocer lo grosero, lo torpe o lo impuro de mi vista y de mi oído y no ponerme a pedirte con la humilde insistencia de un mendigo: «Señor, que yo te vea, que yo te oiga!».

¡Cómo conozco ahora que de ahí provienen esa superficialidad que padece mi piedad y ese no sacar de mis ratos ante tu Sagrario o ante tu Evangelio jugo ni para mi oración ni para mi acción! ¡Ese no conocerte a pesar de tratarte!...

Corazón de mi Jesús Sacramentado, ¡una limosnita de vista tuya para este pobrecito ciego!

¡Que te vea!

 

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