viernes, 7 de marzo de 2025

8 DE MARZO. SAN JUAN DE DIOS, FUNDADOR (1495-1550)

 


08 DE MARZO

SAN JUAN DE DIOS

FUNDADOR (1495-1550)

¡AL loco!... ¡Al loco!...

— ¿Quién es ese hazmerreir de los chiquillos? ¿Quién es ese personaje grotesco y caridoliente que se revuelca en el polvo y se rasga los vestidos y va gritando como un demente por las calles de Granada: «¡Misericordia, Señor, misericordia...!».

Si no le habéis reconocido, recordad aquel lienzo que Murillo dejó en el Hospital de la Caridad de Sevilla. Fijaos bien. Es el mismo. El hombre ulceroso que lleva a la espalda es Jesucristo; el arcángel que le ampara, San Rafael.

—Y, ¿por qué le llaman loco, si es un santo?

Porque se empeña el volver el mundo a sus cabales exagerando lo que el mundo más olvida: la caridad.

Oíd la historia de San Juan de Dios. Juan Ciudad y Duarte —figura prodigiosamente humana— es oriundo de la villa portuguesa de Montemayor la Nueva. Su vida parece una leyenda. Quijote a lo divino, a los ocho años huye de la casa paterna en alas de sus sueños locos. Andando, andando, llega a Oropesa. Allí tropieza con los molinos de Viento, y se hace pastor, rabadán. montaraz. Es el primer paso de una existencia turbulenta.

Pasan varios años. Un buen día, sin permiso de nadie, Juan alza nuevamente el vuelo y .se va como viniera, no sin renunciar a la mano de la hija de su amo, Francisco Mayoral. Decididamente, no ha nacido para la calma del hogar. Se alista en las mesnadas del Conde de Oropesa y lucha en Fuenterrabía contra el francés. Un nuevo chasco —un riesgo de muerte— le lleva a dejar la vida de la milicia. Derrotado y triste, vuelve a Oropesa. Anda ya por los veinte. Pero aún no ha saciado su sed de aventuras. El fuego que arde en sus inquietudes necesita mayores expansiones.

Otra vez el soñador irremediable por rumbos ignotos: Viena, Santiago, Montemayor, Sevilla, Ceuta, Gibraltar, Algeciras y —¡al fin!— Granada.

Será el año 1537. Juan tiene ahora cuarenta y dos, y es ese personaje grotesco tras el que corren los chiquillos.

Cristo —que lo ha elegido para una obra sublime— se le ha aparecido disfrazado de mendigo, le ha cambiado su nombre por el de Juan de Dios y le ha dicho estas misteriosas palabras: «Granada será tu cruz». Un sermón del gran Maestro Ávila le ha puesto el dedo en la llaga, le ha hecho repasar su azarosa vida y lo ha derribado a los pies del confesor resuelto a hacerse santo. Y sobre las ruinas del hombre viejo se ha alzado triunfante el hombre de Cristo, el héroe de la caridad...

Juan de Dios —¡qué valiente originalidad!— empieza a fingirse loco para humillarse. Mendiga pedradas e injurias. Juan de Ávila comprende luego esta divina locura. Pero el mundo no la entiende. Se le encierra en un manicomio. Allí tiene ocasión de probar en su carne el trato inhumano dado a los orates. Su corazón compasivo y pasional se subleva ante la torpe terapéutica de «el loco con la pena es cuerdo»:

— ¡Crueles! ¡Verdugos! ¿Y esto es una casa de caridad?

Los latigazos llueven sobre sus espaldas. Pero no busca otra cosa. «Castigad —dice— esta carne miserable que tiene la culpa de todo», mientras en sus adentros empieza a excogitar el modo de redimir a los pobres dementes.

Juan de Ávila le ordena que cese de fingirse loco, alienta su idea y dirige su celo caritativo. Entonces comienza a dar lecciones de cordura...

Cierto día, al salir de una iglesia, ve en la puerta de una casa este rótulo: «Se alquila para pobres». La venda cae de sus ojos y se esclarece su vocación. Pone su obra bajo los auspicios de la Virgen de Guadalupe. Trabaja, pide limosna, vende leña, libros, estampas: de todo se vale su genio imaginativo, exaltado, santamente ingenioso. Alquila la casa y en ella instala cuarenta y seis camas. Ha nacido el primer hospital y, con él, la Orden Hospitalaria de los Hermanos de San Juan de Dios, gloria de la Iglesia y de España. El Obispo de Túy le patrocina. Los magnates le socorren con largueza. Dios le protege milagrosamente. En el incendio del hospital de los Reyes Católicos, el Santo se arroja temerariamente en medio de un torbellino de fuego y salva a todos los enfermos. Tiene una pasión impetuosa, impaciente, intolerante, por el pobre. Abre las puertas a cuantos llegan o los va a buscar él mismo a los. caminos. Los limpia, los cura, les da de comer, para terminar siempre haciéndoles la misma pregunta: «¿Cuánto hace que no te confiesas?». Es su principal objetivo: rescatar los cuerpos para ganar las almas.

Toda Granada habla ya de Juan de Dios, y sale a las plazas a oír de sus labios la voz de la caridad, más dulce y poética que la guzla mahometana cuando, en tiempos del desventurado Boabdil, dejaba caer sus sones desde algún minarete de la Alhambra: «¡Hermanos, haceos bien por el amor de Dios!»

Una mujerzuela osa insultarle. El Santo le da una moneda y le dice con inalterable calma: «Toma; vete a gritar todo eso en la plaza pública». Cristo le habla muy distintamente: «Juan, todo lo que haces a los pobres lo recibo Yo como si me lo hicieses a Mí...».

Pero el astro de la caridad había recorrido ya su órbita. Murió el 8 de marzo de 1550, a consecuencia de haberse arrojado al Genil para salvar a un muchacho. Dios puso sello de inmortalidad a aquel trance lleno de heroísmo con el que nunca soñara el precoz aventurero de Montemayor la Nueva...