De la exactitud en la obediencia
PARA EL DOMINGO SEGUNDO DESPUÉS DE REYES
San Juan Bautista de la Salle
El evangelio de este día refiere que fue Jesucristo convidado a unas bodas con María su madre y con sus discípulos; y, como viniese a faltar el vino, convirtió Jesús en vino el agua, a ruegos de la Virgen María su madre, la cual había dicho antes a los sirvientes: Haced cuanto mi Hijo os dijere (1).
Sabía Ella bien que, para conseguir el milagro, la mejor disposición que pudieran aportar de su parte los servidores, era la completa sumisión a las órdenes de Jesucristo.
Éste es también el medio seguro de que nosotros podemos servirnos para conseguir gracia tan abundante, que opere en nosotros prodigios y, en cierto modo, milagros que nos hagan triunfar de nosotros mismos. Lo cual mueve a decir al Sabio que el hombre obediente cantará victoria (2). Para que la obediencia produzca su efecto ha de ser exacta. Y, primeramente, en cuanto a lo mandado; de modo que quien obedece esté pronto a ejecutar lo que se le ordena, sin mostrar preferencia de una cosa sobre la otra.
A fin de conseguirlo, es menester luchar resueltamente para morir a sí mismo; porque es muy difícil no dejar traslucir que con más gusto se haría esto que aquello. En lo cual hay que conseguir vencerse, hasta el punto de ahogar en tal forma las repugnancias, que quien manda no pueda descubrir, ni en lo posible adivinar, lo que complace o desagrada al que obedece.
¿Puede decirse que, en lo exterior y en lo interior, permanecéis vosotros del todo indiferentes a cuanto se os manda o se os pueda mandar? ¿Sois fieles y exactos en cumplir punto por punto las órdenes de vuestros superiores? La señal más segura que de ello podéis dar es no pedirles ni rehusarles cosa alguna.
Nota a continuación el evangelio que, dirigiéndose Jesucristo a los sirvientes, les ordenó " llenasen de agua seis hidrias que allí había, destinadas a las purificaciones de los judíos; y que ellos, inmediatamente, las llenaron todas hasta arriba ".
El término " hasta arriba " nos muestra que el verdadero obediente, no sólo ejecuta lo mandado, sino que su exactitud en obedecer se extiende, además, al modo como se le ordenó que lo ejecutara.
Los sirvientes hubieran podido creer que obedecían al Señor con llenar más o menos aquellas tinajas; mas esto no les pareció suficiente, porque deseaban realizar con exactitud lo mandado, no sólo en lo tocante al objeto, sino también en cuanto al modo de cumplirlo. Por eso llenaron las vasijas " hasta arriba ": como deseaban obedecer con puntualidad, tomaron la palabra llenad en toda su extensión.
Así debéis proceder también vosotros cuando los superiores os ordenan algo: no podéis contentaros con ejecutar lo que se os mande; tenéis que hacerlo del modo que se os ordena. Se os indica, por ejemplo, que realicéis tal labor utilizando determinado instrumento; si lo hacéis con otro por pareceros más cómodo, verbigracia, si en vez de acudir a la " señal " en vuestro empleo, os servís de la palabra, creyendo que esto será más fácil, obedecéis bien cuanto al acto, pero no en cuanto al modo; y eso no cuadra bien al religioso que obedece con perfección.
Vivid sobre aviso, pues, en lo venidero, para velar sobre vosotros y no hacer las cosas de otra manera que como se os manden, si queréis obedecer con exactitud.
En relación con la exactitud de la obediencia se ha de tener también presente el tiempo. Para obedecer bien, debe cumplirse lo mandado, no antes ni después, sino en el momento prescrito; pues la exactitud en el tiempo es tan necesaria para que la obediencia sea perfecta como lo son ejecutar lo mandado y hacerlo de la manera indicada.
Eso nos enseñan con su proceder, tanto Jesucristo como los que servían en el festín de aquellas bodas. Jesucristo manifestó, efectivamente, en este paso del Evangelio que no quería obrar el milagro, antes de que llegara el tiempo que su Padre había señalado, cuando dijo a la Virgen María su madre: Mi hora, esto es, la hora de operar dicho milagro, no ha llegado aún.
Por su parte, los sirvientes llenaron las tinajas tan pronto como Jesucristo se lo ordenó; y al instante mismo en que el Señor se lo dijo, sacaron igualmente el agua convertida en vino para llevarla al maestresala, con el fin de que la probase.
Mostrad exactitud parecida vosotros cuando algo se os mande, pues Dios quiere que realicéis lo mandado en el tiempo preciso, y no en otro a vuestra elección.
Si tocáis, por ejemplo, con retraso para algún acto de comunidad, o llegáis a él cuando ha dado ya principio, o bien os levantáis más de mañana que lo dispuesto, no practicáis en estos casos exactamente la obediencia; porque no ejecutáis lo ordenado precisamente en la hora señalada y, en consecuencia, no seréis reputados como verdaderos obedientes, pues la circunstancia del tiempo forma parte de la exacta y cabal obediencia.
El evangelio de este día refiere que fue Jesucristo convidado a unas bodas con María su madre y con sus discípulos; y, como viniese a faltar el vino, convirtió Jesús en vino el agua, a ruegos de la Virgen María su madre, la cual había dicho antes a los sirvientes: Haced cuanto mi Hijo os dijere (1).
Sabía Ella bien que, para conseguir el milagro, la mejor disposición que pudieran aportar de su parte los servidores, era la completa sumisión a las órdenes de Jesucristo.
Éste es también el medio seguro de que nosotros podemos servirnos para conseguir gracia tan abundante, que opere en nosotros prodigios y, en cierto modo, milagros que nos hagan triunfar de nosotros mismos. Lo cual mueve a decir al Sabio que el hombre obediente cantará victoria (2). Para que la obediencia produzca su efecto ha de ser exacta. Y, primeramente, en cuanto a lo mandado; de modo que quien obedece esté pronto a ejecutar lo que se le ordena, sin mostrar preferencia de una cosa sobre la otra.
A fin de conseguirlo, es menester luchar resueltamente para morir a sí mismo; porque es muy difícil no dejar traslucir que con más gusto se haría esto que aquello. En lo cual hay que conseguir vencerse, hasta el punto de ahogar en tal forma las repugnancias, que quien manda no pueda descubrir, ni en lo posible adivinar, lo que complace o desagrada al que obedece.
¿Puede decirse que, en lo exterior y en lo interior, permanecéis vosotros del todo indiferentes a cuanto se os manda o se os pueda mandar? ¿Sois fieles y exactos en cumplir punto por punto las órdenes de vuestros superiores? La señal más segura que de ello podéis dar es no pedirles ni rehusarles cosa alguna.
Nota a continuación el evangelio que, dirigiéndose Jesucristo a los sirvientes, les ordenó " llenasen de agua seis hidrias que allí había, destinadas a las purificaciones de los judíos; y que ellos, inmediatamente, las llenaron todas hasta arriba ".
El término " hasta arriba " nos muestra que el verdadero obediente, no sólo ejecuta lo mandado, sino que su exactitud en obedecer se extiende, además, al modo como se le ordenó que lo ejecutara.
Los sirvientes hubieran podido creer que obedecían al Señor con llenar más o menos aquellas tinajas; mas esto no les pareció suficiente, porque deseaban realizar con exactitud lo mandado, no sólo en lo tocante al objeto, sino también en cuanto al modo de cumplirlo. Por eso llenaron las vasijas " hasta arriba ": como deseaban obedecer con puntualidad, tomaron la palabra llenad en toda su extensión.
Así debéis proceder también vosotros cuando los superiores os ordenan algo: no podéis contentaros con ejecutar lo que se os mande; tenéis que hacerlo del modo que se os ordena. Se os indica, por ejemplo, que realicéis tal labor utilizando determinado instrumento; si lo hacéis con otro por pareceros más cómodo, verbigracia, si en vez de acudir a la " señal " en vuestro empleo, os servís de la palabra, creyendo que esto será más fácil, obedecéis bien cuanto al acto, pero no en cuanto al modo; y eso no cuadra bien al religioso que obedece con perfección.
Vivid sobre aviso, pues, en lo venidero, para velar sobre vosotros y no hacer las cosas de otra manera que como se os manden, si queréis obedecer con exactitud.
En relación con la exactitud de la obediencia se ha de tener también presente el tiempo. Para obedecer bien, debe cumplirse lo mandado, no antes ni después, sino en el momento prescrito; pues la exactitud en el tiempo es tan necesaria para que la obediencia sea perfecta como lo son ejecutar lo mandado y hacerlo de la manera indicada.
Eso nos enseñan con su proceder, tanto Jesucristo como los que servían en el festín de aquellas bodas. Jesucristo manifestó, efectivamente, en este paso del Evangelio que no quería obrar el milagro, antes de que llegara el tiempo que su Padre había señalado, cuando dijo a la Virgen María su madre: Mi hora, esto es, la hora de operar dicho milagro, no ha llegado aún.
Por su parte, los sirvientes llenaron las tinajas tan pronto como Jesucristo se lo ordenó; y al instante mismo en que el Señor se lo dijo, sacaron igualmente el agua convertida en vino para llevarla al maestresala, con el fin de que la probase.
Mostrad exactitud parecida vosotros cuando algo se os mande, pues Dios quiere que realicéis lo mandado en el tiempo preciso, y no en otro a vuestra elección.
Si tocáis, por ejemplo, con retraso para algún acto de comunidad, o llegáis a él cuando ha dado ya principio, o bien os levantáis más de mañana que lo dispuesto, no practicáis en estos casos exactamente la obediencia; porque no ejecutáis lo ordenado precisamente en la hora señalada y, en consecuencia, no seréis reputados como verdaderos obedientes, pues la circunstancia del tiempo forma parte de la exacta y cabal obediencia.