DÍA DECIMONOVENO
LA SANGRE DE JESÚS NOS HACE BENEFICIOS POR MEDIO DE LOS SACERDOTES
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN INCIAL PARA TODOS LOS DIAS
¡Oh Sangre Preciosísima de vida eterna!, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia, yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.
DÍA DECIMONOVENO
CONSIDERACIÓN:
LA SANGRE DE JESÚS NOS HACE BENEFICIOS POR MEDIO DE LOS SACERDOTES
I. Innumerable son los bienes que Dios nos dispensa por medio de los
sacerdotes. Este nos hace miembros de la Santa Iglesia con el bautismo, nos
instruye en la divina ley con la predicación, nos absuelve de los pecados en la
confesión y nos santifica con la administración de los demás sacramentos. Él es
quien ruega por nosotros con el rezo del oficio divino, y ofrece por nosotros a
Dios un sacrificio de valor infinito con celebrar la Santa Misa. Después de
habernos procurado tantos bienes en la vida, no cesa de hacernos beneficios en
la muerte, sino que nos asiste hasta el último aliento, acompaña nuestro
cadáver al sepulcro y ofrece por nuestra alma oblaciones y preces. Suma
gratitud debemos, por tanto a la Preciosa Sangre, pues ella nos dio el
sacerdocio, fecundo en tan grandes bienes («Esta Sangre hacía los sacerdotes»,
San Juan Crisóstomo, Homilía 46).
II. Para nuestra redención bastaba una sola gota de la Sangre Preciosa, pero
esta gota de Sangre, aún más, toda la que Jesús derramó en la flagelación,
coronación de espinas y camino del Calvario, no bastaba para instituir el
sacerdocio del Nuevo Testamento; y fue necesario que la derramase toda en la
Cruz y allí muriese. Puesto que si Jesús no hubiera consumado el sacrificio de
su vida, el sacerdote no habría podido ofrecerlo como víctima sobre el Altar.
¡He ahí cuánto cuesta a Jesús el sacerdocio instituido para nuestra
santificación! ¡Le cuesta el derramamiento de toda su Sangre! Y por lo mismo
debemos sumo reconocimiento y amor al Señor crucificado, por una institución
tan benéfica y necesaria para nosotros.
III. El sacerdote consagrado por la Preciosa Sangre, ofrece esta Sangre por
nosotros en la Misa, nos la dispensa en la Comunión, y nos hace gozar sus
frutos en los demás Sacramentos, por esto, quien honra o desprecia al
sacerdote, en él hace honor o agravio a la Sangre Divina. San Antonio Abad,
cuando se encontraba a los sacerdotes, se postraba ante ellos; Santa Catalina
de Siena besaba la tierra por donde ellos pasaban, y San Francisco de Asís
decía que, encontrándolos juntos, daría preferencia en honrar al sacerdote
sobre el ángel. Imitemos a estos Santos si no queremos hacernos reos de
ingratitud y desprecio para con la Sangre Preciosa.
EJEMPLO
Mientras Santo Domingo celebraba Misa en Florencia, fue visto, a semejanza de
Jesús, con llagas en las manos, corona de espinas en la cabeza, y la Santísima
Virgen a su lado. Al momento de la consagración, se vio aparecer en el aire a
Jesús crucificado, de cuyas heridas destilaba viva Sangre que venía a caer
sobre la cabeza del sacerdote; para significar que el sacerdote representa a
Jesús, y nos comunica el fruto de su Sangre en los sacramentos. Hallándose el
Santo en Roma, una mala mujer, visitada de un gentilhombre, quiso que la
acompañara a cenar. Ahora bien, mientras cenaban, vio gotear de sus manos
sangre sobre las viandas y habiéndole preguntado la causa, oyó por respuesta
que el cristiano no debe tomar alimento que no esté teñido con la Sangre de
Jesús. Luego, cambiado el semblante, se le dejó ver coronado de espinas y
cubierto de llagas diciéndole: «¿Cuándo dejarás de ofenderme? Mira cuánto he
padecido por ti. Basta lo que has pecado; muda de vida y ama a quien tanto te
ha amado». Toda compungida la pecadora fue a confesarse con Santo Domingo, que
la absolvió de todos sus pecados, y con sus consejos la hizo llegar a un alto
grado de perfección ¡Oh saludables efectos del sacerdocio católico!
Aprovéchate, cristiano, de estos saludables efectos, como a esta pecadora, y
también tú asegurarás tu eterna salvación.
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.
OBSEQUIO: Ofreced a
Dios todas las acciones que haréis en el curso del día, y por lo mismo procurad
que todas sean buenas, para que lo ofrecido le sea agradable.
JACULATORIA: Quiero amar siempre,
Jesús querido, la Sangre Vuestra con gran cariño.
ORACIÓN PARA ESTE DÍA