Primera Bienaventuranza: Dichosos los pobres en el espíritu…
Esta bienaventuranza se opone al mundo que afirma: “Felices
los ricos… todo en él obedece al dinero”. En cuanto a vosotros, debéis hacer
consistir vuestra felicidad no en poseer, sino en despojarse por amor de Dios…
se puede ser pobre por necesidad o por
elección que es vuestro caso… Los que tienen espíritu de pobre, poseen un
corazón libre, desapegado… Jesucristo quiso ser pobre en su nacimiento, durante
su vida y en su muerte.
Segunda bienaventuranza: Felices los mansos…
Esta bienaventuranza hace frete al mundo, donde las
personas gustan de pelear, disputar, para hacer valer su pensamiento y vengar
una ofensa. Es necesaria la mansedumbre para evitar los desórdenes, las luchas;
toda persona es capaz. Es necesario ser manso porque es ley de Dios, es deber
de todo cristiano. Ser manos por amor a Dios, por el deseo de asemejarse a
Jesucristo, esta es la verdadera mansedumbre, que vosotros debéis de abrazar.
Practiquen la mansedumbre para con todos y en todas las circunstancias y
cualquiera que sea la ingratitud de la que pudieran ser objeto.
Tercera bienaventuranza: Felices los que lloran…
Esta bienaventuranza esta en oposición al mundo que
sólo amo los placeres. LA persona que vive esta bienaventuranza no es esclava
de los elogios, de las adulaciones, sino que es humilde, afable, respetuosa
para con todos. Hay lágrimas inútiles derramadas por llorar la pérdida de
bienes materiales. Hay lágrimas bendecidas de los que lloran la infidelidad, la
incoherencia delante de Dios.
Cuarta Bienaventuranza: Felices los que tiene hambre y
sed de justicia…
Esta bienaventuranza se opone al mundo que hace y
desea el mal. El hambre y la sed de justicia consiste en hacer y en desear
hacer solamente el bien. Su corazón no se apega a los bienes de la tierra, sino
que busca la oración, la comunión, el bien del prójimo. Necesitamos dejarnos
devorar por el hambre y la sed de justicia conforme al proceder de Jesús cuyo
alimento es hacer la voluntad del Padre.
Quinta bienaventuranza: Felices los misericordiosos…
Esta bienaventuranza se opone a la insensibilidad, al
desprecio y a la injuria del mundo respeto de los infelices. Viven esta
bienaventuranza los que no limitan su misericordia ni al tiempo, ni a las
personas, y la ejercen siempre sin esperar recompensa. Debemos practicarla con
todos los infelices indistintamente y sin otra finalidad que el amor de Dios.
Jesús paso por la tierra haciendo el bien.
Sexta bienaventuranza. Felices los puros de corazón…
Esta bienaventuranza se opone al mundo cuyo corazón y
espíritu son esclavos del pecado. Necesitamos purificar el espíritu, la
memoria, la voluntad, evitando alimentar pensamientos negativos, juicios,
conversaciones no constructivas, actitudes que perjudican como el orgullo, la
vanidad, la autosuficiencia, el deseo de agradar a los otros y no a Dios. Felices
los que tienen esta pureza de corazón, porque todo lo que hacen se vuelve
agradable a Dios y los prepara a la comunión con Dios. Cuanto más puro es el
corazón, más reflejará la belleza divina.
Séptima bienaventuranza: Felices los pacíficos
Esta bienaventuranza se opone al mundo que presenta la
discusión y la discordia como valores. Los pacíficos amar vivir en paz con
todos, obedecen con docilidad a Dios y buscan establecer la unión entre los que
están divididos por el odio, la envidia o la antipatía. Los pacíficos serán
llamados hijos de Dios, a semejanza de Jesús que vino a establecer la paz entre
los hombres y a reconciliarlos con el Padre. Mil veces feliz la comunidad que
posee religiosas con espíritu pacífico.
Octava bienaventuranza. Felices los que sufren…
Esta bienaventuranza se opone al mundo que no soporta
las contradicciones, los sufrimientos, porque esta sediento de elogios,
alabanzas, aprobaciones… ser injuriados, escarnecidos, ridiculizados por ser
coherente con sus deberes de cristiano, es sufrir por causa de la justicia.
Felices son los que pueden comprender que el bien que hacen nunca es mejor
recompensado que con las calumnias, los insultos, las ingratitudes y también
por la muerte. He aquí la octava y última bienaventuranza. Felices los que
consiguen comprender que es más fácil hacer cosas grandes que sufrir la
persecución que nos asemeja a Cristo. Feliz la religiosa que comprende y vive
esta bienaventuranza. En ella encontrará la felicidad. Para el mismo Jesús fue
preciso que el sufriese antes para entrar así en la gloria.