domingo, 8 de septiembre de 2019

SOBRE LAS TENTACIONES DE IMPUREZA Y LOS MEDIOS PARA VENCERLAS. San Juan Bautista de la Salle

SOBRE LAS TENTACIONES DE IMPUREZA Y LOS MEDIOS PARA VENCERLAS
MEDITACIÓN PARA EL DOMINGO DECIMOTERCIO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
San Juan Bautista de la Salle
Los diez leprosos que, según el evangelio de este día, se presentaron a Jesucristo, figuran para nos otros las tentaciones de impureza; porque la lepra es enfermedad que mancha e inficiona el cuerpo. Y la manera como El los curó nos indica cuáles son los remedios más seguros que han de emplearse para quedar libres de ella.
Refiere el evangelio que, " divisando de lejos a Jesucristo, aquellos leprosos se detuvieron y, alzando la voz, exclamaron: Jesús, maestro, ten lástima de nosotros (1).
La distancia a que se mantenían los leprosos nos manifiesta cuán alejados del Señor se hallan los impúdicos: como Él es la pureza misma, no admite comunicación con quienes, por poco que sea, se ven aquejados de semejante vicio; al modo que no se permitía tenerla a los leprosos con ]os demás judíos.
Los del evangelio de hoy clamaron en voz alta para suplicar a Jesucristo que se apiadara de ellos. Esto nos recuerda lo que nos enseña el mismo Jesucristo en otro lugar del Evangelio; a saber, " que el primer remedio contra la impureza y contra las tentaciones que a ella arrastran es acudir a la oración " (2).
La voz elevada y apremiante es figura del fervor e instancias con que se debe orar para conseguir la curación de esta enfermedad; pues, no pudiendo el hombre, según el Sabio, conservarse continente si Dios no se lo otorga por su gracia " (3); nunca podrá pedirse la pureza con exceso, ni con demasiado ahínco, por constituir su falta un mal muy peligroso y de funestísimas consecuencias.
Por tanto, si alguna vez ocurriere que os vierais atormentados por pensamientos impuros, no ceséis de acudir a Dios hasta quedar enteramente libres de ellos.
El segundo remedio que el evangelio propone y que Jesucristo ordenó a los leprosos, es presentarse a los sacerdotes. Estaba prescrito en la antigua ley que los leprosos, una vez curados, fuesen en busca de los sacerdotes, a fin de que pudieran éstos cerciorarse de si la lepra había desaparecido realmente y, caso de ser así, permitirles la comunicación con los demás judíos.
Pero en la ley nueva, los mandatos de Jesucristo tienen virtud muy superior a los de Moisés; porque, si mandó Jesús a los diez leprosos que se presentaran a los sacerdotes, fue para que se vieran curados de su vergonzosa enfermedad, como de hecho quedaron perfectamente limpios, cuando hacia ellos se dirigían (*).
En las comunidades, al superior ha de acudirse para declararle la enfermedad, y darle a conocer lo que uno es: éste es el medio eficaz para curar prontamente, Es el que san Doroteo, tan hábil maestro en la dirección de las almas, dice haber experimentado en sí mismo. Según él, no hay cosa que tanto tema el espíritu inmundo como ser descubierto; y, una vez que lo ha sido, ya no puede hacer daño.
Por lo que agrega este Santo: " El alma se pone a salvo merced a la declaración que hace de todas sus disposiciones interiores; si le dice su superior: Haz tal cosa o no la hagas; esto es bueno y aquello malo; el demonio no halla ya resquicio por donde pueda entrar en el corazón del enfermo, y éste encuentra la salud en la diligencia que puso para descubrirse a su superior, y conformarse en todo con sus consejos ".
Sed fieles, por tanto, a este proceder, ya que resulta tan eficaz.
Ordenaba la ley antigua a los leprosos que, tan pronto sanaban y antes de ponerse en comunicación con las gentes, ofrecieran un sacrificio para purificarse exteriormente de la impureza legal que habían contraído por la lepra.
Este sacrificio simboliza la mortificación, que impone también Jesucristo a los leprosos de que hablamos; esto es, a los que se hallan cubiertos con la lepra de la impureza o se ven acosados por el demonio impuro. Jesucristo asegura aún más: " que de esta especie de dolencia, nadie puede sanar perfectamente; ni verse total mente libre de este espíritu tentador, sino mediante el ayuno " (4); esto es, por la mortificación.
Merced a este sacrificio se ofrece a Dios el propio cuerpo, en expresión de san Pablo, como hostia santa, viva y agradable a sus ojos (5). La mortificación procura efectivamente al cuerpo la ventaja de entrar a la parte en la vida del espíritu; por lo cual afirma el mismo san Pablo: Si por el espíritu mortificáis la carne y todas sus obras, viviréis; mientras que, añade el Apóstol, si vivís según la carne, y permitís al cuerpo que dé contento a sus sentidos moriréis (6). Quiere decir que, dando la impureza muerte a la gracia, embrutecerá vuestro espíritu; lo hará en alguna manera de todo punto material y, el alma, semejante a la de las bestias.
Sea, pues, la mortificación para vosotros aquel sacrificio perpetuo ordenado en la ley antigua; de forma que llevéis siempre en el cuerpo, como san Pablo, la mortificación de Jesucristo, para que la vida de Jesucristo se manifieste también en vuestros cuerpos mortales (7). Este es el admirable efecto que producirá en vosotros tan excelente sacrificio.